Vi a Eric Clapton en el ’90 y Jimmy Page en el ’96, así que verlo a Jeff Beck en vivo significaba llenar una página en el álbum de figuritas. Y no una página cualquiera, porque desde que empecé a escuchar rock, la trilogía de violeros de los Yardbirds viene a ser como el ABC de la guitarra eléctrica. Con ese espíritu llegué al Luna Park mientras la radio me traía entre interferencias los manotazos de Carrizo sosteniendo el 1-0 en Nuñez. La angustia concluyó con el pitazo del Pezzota allá, que fue acompañado por una gran ovación en el Luna. Tanta gente escuchando a River? No. Ricardo Mollo entraba a la platea y era saludado desde todos los ángulos mientras algunos lo abordaban para las fotos. Aún con precios bastante altos (se va haciendo costumbre esto) el estadio presentaba una buena imagen, y los pocos asientos vacíos de la platea más cara fueron ocupados por el público de las laterales ni bien se apagaron las luces.
Los músicos se fueron acomodando en el escenario y el inicio del show fue con “Plan B”, de su anteúltimo trabajo llamado simplemente “Jeff” (2003). Allí empezó a verse y oírse en cuentagotas todo lo que vendría después: Jeff estira las cuerdas levemente, su Fender blanca remite al sonido del blues rural mientras una base potente empieza a dejar en claro que la figura gigante del guitarrista no va a opacar a ese bajo y esa batería. Cuando me enteré que venía Beck, pero sin Vinnie Colaiuta ni Tal Wilkenfeld, tengo que reconocer que me sentí algo decepcionado. El nombre de Narada Michael Walden resultaba una garantía, pero me intrigaba cómo el estilo de Rhonda Smith (con diez años de Prince sobre sus hombros) podía acoplarse al del británico. Y si en ese primer tema ya había indicios de cómo iba a funcionar el combo, la versión de “Stratus” de Billy Cobham, terminó por confirmarlo. Allí apareció el Beck más progresivo, con un sesgo jazzero pero sin abandonar su impronta rockera. Los teclados a cargo de Jason Rebello cobraron un protagonismo mayor y el Luna Park tomó temperatura. Entonces uno de mis sueños se hizo realidad: con Walden en la batería no podían ignorar a “Wired”, el discazo que en 1976 grabaran juntos, y allí apareció en riff de “Led boots” para gloria de todos los presentes.
A diferencia de otros guitar hero que tuve la suerte de ver en vivo, Jeff Beck sobresale por su humildad porque jamás peca de virtuosismo exagerado. Es más, ninguno de sus solos se prolonga más de la cuenta, y funcionan como parte de las composiciones, que nunca van más allá de los cinco minutos. Apenas algún juego con la platea, apelando a los “yeah!” en los cortes, pero no más que eso. Y en esa sencillez, economizando sus virtudes y poniéndolas al servicio de la música, es lo que lo hace más grande. No hay poses ampulosas ni gestos exagerados. Apenas un guitarrista sensacional que disfruta con lo que hace, que no deja de mirar con admiración a sus músicos en cada intervención solista y deja la leyenda de lado para concentrarse en el presente. Un maestro en todo sentido.
El concierto tuvo algunos altibajos. “Emotion & commotion”, el disco que Jeff Beck vino a presentar tiene muchos temas con cantantes invitados, y que por lo tanto ayer no iban a escucharse. Pero también incluye algunos clásicos, que aún tocados con maestría, aportan poco y hasta le bajan un poco el clima al concierto. Me refiero a las versiones de “Corpus Christi Carol” o “Somewhere over the rainbow”, en las cuales Beck toca demasiado “limpio” para mi gusto. De todas maneras, estos momentos estuvieron bien dosificados y el show nunca cayó en la solemnidad que la continuidad de estas interpretaciones podría haber provocado. La rockerísima “Hammerhead” fue otro punto alto de ese primer tramo, con Jeff sacándole provecho al máximo al wah wah, y hubo lugar para “Mná na heireann”, un tradicional irlandés que supo tener versiones de de Kate Bush, entre otros intérpretes. Acto seguido, Jeff Beck se arrimó por primera vez al micrófono (solo se comunicó con el público mediante gestos de agradecimiento) para presentar el solo de Rhonda Smith, que mientras tanto golpeteaba su bajo con la yema de sus dedos simulando el galope de un caballo alejándose. Y después de escucharla confieso que a Rhonda Smith no la cambio ni por Tal Wilkenfeld muerta y resucitada tocando en bajo la 5º sinfonía de Beethoven con el lóbulo de la oreja en el patio de casa. Porque más allá del solo en sí, todo lo que Rhonda venía perfilando tiene en ese momento culminante un estallido de virtuosismo, haciendo uso y abuso de la técnica del slap con maestría, aportando un swing avasallante que deja perplejos a todos y que consigue que por primera vez en la noche, la platea se ponga de pie a la hora de los aplausos.
El solo de Rhonda cambia en absoluto el rumbo del concierto. A partir de allí Jeff Beck toca más suelto, y la banda toda se desata, apoyándose en un repertorio que también ayudó a que esto suceda. Primero “You never know”, de “Theres and back” (el disco que incluye “El becko”, clásico que no tocó anoche), después el “Rollin’ and tumblin’” de Muddy Waters, con Rhonda en la voz (sí, además también canta), y “Big block”, un blues bien pesado traído desde “Guitar shop”.
Hacia el final, Jeff Beck eligió rescatar “Who else”, su gran álbum de fin de siglo. Aquel de los experimentos con las bases electrónicas, aunque anoche hubo poco y nada de eso. Primero fue “Blast from the east”. Seguido el slide exquisito en “Angel (footsteps)” de Tony Hymas, y tras una potente versión de “Dirty mind” (este tema es del sucesor “You had it coming”) con solo de batería de Walden, Beck volvió a “Who else” con “British with the blues”. El cierre fue con “A day in the life”, que contrapone la deliciosa armonía en las cuerdas de Jeff Beck, con la furia anárquica del intermedio, para, como en el original Beatle, volver a la calma plácida de la melodía del inicio.
Los bises resultaron raros, porque fueron de mayor a menor. Arrancaron con “Y want to take a higher”, el clásico de Ike & Tina Turner, con Rhonda Smith en voz nuevamente, consiguiendo un clima de éxtasis como no habían alcanzado antes. La banda es puro rhythm and blues, los coros se repiten a modo de exaltación gospel, mientras Beck sangra oídos con su guitarra punzante. Para “How high the moon”, Jeff se calza la Les Paul negra por única vez para homenajear su creador, y el concierto cierra en clima triunfante con la versión de “Nessun dorma”, el aria final de la opera “Turandot” de Giacomo Puccini, incluida en “Emotion & commotion”. Finalmente Jeff llamó a su banda, y tan humildes como entraron se despidieron abrazados en el típico saludo de una banda hacia su gente, haciéndonos olvidar que anoche fuimos a ver al Luna Park a un solista virtuoso de la guitarra. En ese saludo final reside el verdadero secreto de por qué esos músicos sonaron como sonaron; como los mosqueteros de Alejandro Dumas, la respuesta está en el “todos para uno y uno para todos”. Y es esa imagen final la que termina por explicar porqué Jeff Beck sigue siendo tan grande.
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