lunes, 17 de septiembre de 2012

Jose Gonzalez en Samsung Studio

Estuve dudando, ante la sucesión de recitales que se vienen, en si pagar o no para ver a Jose Gonzalez. Su presencia en el festival gratuito de la telefonía movil me mantuvo en vilo para poder acceder a esa especie de escenario VIP que armaban dentro del planetario, y para el cual se demoraban en dar precisiones. Pero cuando vi que tocaba en el Samsung dejé de dudar: si alguien me hubiese preguntado cual era el sitio ideal para esucharlo, no dudaría en elegir ese. Menos mal, porque considerando el poco tiempo que tocó en el Planetario, me hubiese quedado con las ganas. Y menos mal que la fecha y el horario se superpuso con el partido de River en Liniers, con lo cual me ahorré además el dolor de ver a una defensa católica, al punto de ofrecerle la otra mejilla a cualquier delantero rival que tome el atrevimiento de ofenderla. Las malas noticias llegaban via SMS, pero la copa de vino y el clima íntimo y ameno del Samsung mitigaban las penas.
Jose Gonzalez, hijo de argentinos exiliados en Suecia en los años de la dictadura, ha sido muy bien recibido por el público local, mas allá de ese lazo de sangre. Su música se fue divulgando casi en secreto, pero desde hace un buen tiempo en el ambiente indie su nombre resulta facilmente reconocible. Precisamente esa condición de hijo de exiliados es la que lo obliga a dar explicaciones cada vez que llega al país sobre su reticencia a hablar de política, ya sea sueca o argentina. Sin embargo, casi sin darse cuenta, da inicio al show con un “How low”, que bien podría resultar una perfecta descripción de parte de la sociedad que se ha paseado en las calles por estos días: “qué tan bajo estás dispuesto a ir hasta alcanzar todos tus objetivos egoístas?” canta solo con su guitarra ni bien se levanta el telón que lo separa de las mesas de la sala. Después de un sencillo saludo de bienvenida canta “Hints”, manteniendo una actitud de extrema humildad y sencillez que se prolongará a lo largo de todo el recital.
Jose Gonzalez lleva editados apenas dos discos: “Veneer” (2005) y “In our nature” (2007), por lo cual uno no esperaba mayores sorpresas en el repertorio. Además ha trabajado (liderado más específicamente) con el trío Junip, con el que editó un demorado álbum en el año 2010 titulado “Fields”. Y digo demorado porque el primer single de la banda (“Black refugee”) data del mismo año que su primer disco solista. Por otra parte la matriz de esas composiciones llevan su sello. La idea original de Jose Gonzalez para esta segunda llegada a Argentina era venir al país con Junip, pero problemas de agenda se lo impidieron. A cambio trajo a tres percusionistas: uno sueco, otro de Los Angeles, y un tercero londinense (es toda la precisión que puedo dar al respecto, no llegué a entender los nombres), que subieron al escenario a partir del tercer tema, y juntos regalaron “Far away”, uno de los temas de Junip, a modo de presentación. A medida que las canciones se suceden, la referencia de Nick Drake se torna ineludible. Pero la calidad de las composiciones de Gonzalez y la autoridad con que las interpreta lo colocan más allá de cualquier odiosa opinión que lo rebaje a la categoría de imitador.
Escuchar a Jose Gonzalez cantar y tocar la guitarra es un placer insuperable. Consigue concentrar una atención tan intensa que uno no puede sacarle los ojos de encima, tanto a él como a su guitarra. Su voz es tan dulce como profunda y cada arpegio de esa guitarra grave es dueño de una fragilidad cargada de belleza. Todo es mínimo y delicado, incluso la percusión sirve apenas para decorar las canciones sin que esta se transforme nunca en el pulso que las ordena. Momentos como “Time to send someone away” o “Stay in the shade” conmueven, y el show se vuelve decididamente exquisito cuando suenan canciones de altísimo vuelvo como “Cycling trivialities”. El tono y el clima del concierto es uniforme, y a la gente no le cuesta imbuirse en ese ambiente de extrema calidez creado por las melodías. La sensibilidad se contagia, y en una especie de monotonía engañosa, las canciones se suceden ganando expresividad y elevandonos a un estado de trance encantador. Incluso entre temas, mientras Jose afina la guitarra (lo hace rigurosamente antes de cada canción) nos mantenemos como hipnotizados atentos a esos sonidos que buscan su perfecto ordenamiento en la escala musical.
“Always” (de Junip), y el cover de Kilie Minogue “Hand on your heart”, más el final con “Remain” y “Down the line” provocaron algún tibio acompañamiento con palmas (muy tenue, a tono con el grupo) y alguna expresión de admiración, a las que el sueco respondió con una sonrisa tímida. Después se fue unos minutos, y retornó en seguida para regalarnos un puñado de canciones extra, entre ellas “Crosses”, en la cual el “We'll cast some light and you'll be alright” funciona como mantra. Por último, haciendo uso de su increíble talento para apropiarse de canciones ajenas, dos covers más: el “Heartbeats” de The Knife, y un “Teardrop” de Massive Attack en donde consigue el milagro de que olvidemos por un instante de la voz de Elizabeth Fraser. Había pasado cerca de una hora y cuarto que se me había ido volando. Excelente cierre para el fin de semana musical, en un tono absolutamente opuesto al del sábado, pero con la misma sensación de saciedad.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Cafe Tacuba y Carlinhos Brown en el Planetario


                Otra vez Movistar nos regalaba una excelente propuesta musical a sus usuarios. A sus usuarios o a quienes hayan comprado las entradas que sus usuarios usureros vendieron en algunas esquinas, porque escuché a más de uno contando la manera en que se habían hecho de los tickets. Y la movida tenía en esta oportunidad algunas variantes con respecto a las anteriores: mudaron la sede de Puerto Madero al Planetario, y sumaron un segundo escenario más íntimo. Cuando llegué, en el principal ya había tocado Junip. Me hubiese encantado ver al trío de Jose Gonzalez (aunque leí por allí que no viene con los dos integrantes del grupo, sino con otros diferentes), pero uno labura toda la semana, eso era muy temprano, iba  a ser largo y el Planetario no queda a la vuelta de casa. Además esta noche lo voy a ver a Jose al Samsung, por lo que espero que además de los suyo, se cope también con “Black refugee” o algún otro tema del trío.  Lo que sí se pudo ver por las pantallas fue el mini set de los Onda Vaga en el escenario íntimo dentro del Planetario. Un show al que no sé si por vi desde afuera y no llegaba audio del público, si porque la baja calidad de la imagen y sonido, o si porque mi imaginación tiene una idea equivocada de sus shows, pero la verdad es que lo juzgué muy frio. Tocaron poco y más que nada se destacaron temas de su primer disco (“Fuerte y caliente”) como “Te quiero” “ir al baile” y “Me pega fuerte”.
                Después apareció en escena Carlinhos Brown, ya en el escenario principal. Acá tengo que confesar que más allá de un par de grupos como Os Paralamas o Titas, más cercanos al rock, no tengo gran conocimiento de la música brasileña. Claro que es imposible no tener referencias, por lo que alguna expectativa tenía. Expectativas que se dieron por superadas largamente. Carlinhos arrancó con un tema tranqui, con arreglos orquestales, pero en seguida le metió ritmos latinos con “Carlito Marrón”. Y después de un par de temas medio cruza de funk, samba y reggae; después de hacer “A Namorada” y algo de Tribalistas (“Carnavália”), arrancó con una batucada que puso a la gente a mil. Dos percusionistas, un batero muy parecido al “negro” Astrada y un pianista exquisito (André Magalhaes)  fueron sus soportes en una banda de ritmo infernal. Muchas referencias a la unión espiritual latinoamericana, a sus duros comienzos y la posibilidad de la música como salvación (fundamental el documental “El milagro de Candeal” dirigido por Fernando Trueba para comprender el trabajo social que a partir de la percusión, realiza Carlinhos en la favela) y permanentes arengas a la gente, invitándola a participar, o acercándose él por los pasillos que dividían el campo. Emocionó la devoción con la que se refirió a Nestor Madrid, a quien presentó sobre el escenario como uno de sus maestros argentinos.  Bien amplio el espectro del show de Carlinhos Brown, porque también hizo algo de lo que fueran sus experimentos de tecno-batucada con DJ Dero, ritmos afro, mucho carnaval bahiano, y guardó para el cierre “Beija flor” y una gigante versión de “La bamba” para dejar a la gente  con ganas de más, no solo a los propios sino también a los extraños.  Después de eso, el íntimo show de José Gonzalez en el escenario 2 resultó un despropósito; como poner una porno al final de la misa. Descarto que quienes accedieron al Planetario seguro lo disfrutaron, pero yo aproveché a ir a los baños químicos y a rastrear a los vendedores clandestinos de cerveza que andaban con sus mochilas entre la gente. Las pantallas cortaron el audio de Gonzalez y empezaron a compartir los twitts de la gente, uno de los cuales (“hay  mucho olor a porro y a off”) extrajo carcajadas. Y sí, los mosquitos estaban a full en los lagos de Palermo.
                Café Tacuba me resultaba una curiosidad. No porque no los conozca ni los siga, sino porque no había tenido jamás la oportunidad de verlos en vivo. Y descollaron, me pasaron por arriba. Con la ventaja de no tener mucho nuevo para presentar, porque recién terminan de grabar el disco sucesor de “Sino” (2007), (luego de los experimentos de Ruben Albarran - aka Sizu Yantra con la música electrónica, más el repaso por la música latina con el grupo HopPo!), armaron un set repleto de hits de todas sus épocas y mantuvieron al palo a las cerca de veinte mil personas que, entre invitados y colados, poblaban el parque circundante del Planetario.  Si bien arrancaron tranqui con “El baile y el salón” (la garganta le jugó una mala pasada a Ruben en su primera entrada, después canto como los dioses aztecas. Como los dioses aztecas que cantan, claro), ya con el cover de Leo Dan, “Como te extraño mi amor”, consiguieron que la gente siga las canciones de memoria. “Las flores” y “La ingrata” continuaron en esa tónica, en un arranque para el que eligieron sus canciones más viejas.  Al lado mío cuatro chicas mexicanas (había muchos mexicanos, por cierto) aullaban como si sobre el escenario estuviera David Bisbal o algún otro sex simbol adolescente. Incomprensible e insoportable. Porque nos arruinaban la escucha a los que estábamos cerca y porque, que yo sepa, sobre el escenario no había ningún sex simbol. Bah! Uno nunca sabe. Sobre sex simbols no hay nada escrito, decía una vieja y se masturbaba con un poster de Jairo Patiño. Pero la gente les fue haciendo un vacío, y yo abandoné mi lugar relativamente privilegiado por la elevación, para así controlar mis incipientes instintos asesinos.
                Hasta ahí era un show entretenido y fiestero, pero cuando arrancaron con “Cero y uno”, la cosa cobró un vuelo inusitado. Cuando Café Tacuba adopta formas más modernas e incorpora sonidos del pop menos conformista, son una banda del carajo. Del carajo en serio. Cualquiera que anoche haya escuchado como sonaron el funky “El ciclón”, “La locomotora”, o el cover de los españoles Ole Ole, “No controles” , sabe perfectamente de qué estoy hablando.  Y el momento mágico fue con otro cover, “Déjate caer” de  Los Tres, canción de la que se han apropiado y convertido en un hit en toda Latinoamérica. A partir de allí las canciones se mezclaron con varias alocuciones de Ruben Albarrán: primero reivindicando el movimiento de estudiantes chilenos y su réplica en Mexico con el movimiento 132 (había banderas). Después saludando a unos chicos que estaban en la entrada del predio y que formaban parte de un movimiento que promueve el vegetarianismo. Aunque no sé cuánto les habrá alegrado a estos chicos que Ruben haya dicho algo como “al menos cuando coman un bife, guarden un pensamiento para el animalito” (????). Por último habló contra las corporaciones multinacionales, como si Movistar y Samsung (auspiciantes del evento de anoche) fueran ONGs ambientalistas. Supongo que como hay quien con diez Padre Nuestros lava sus culpas de la semana, hay músicos que en un par de arengas pretenden resolver sus propios cuestionamientos entre el espíritu libre de su arte y el sistema capitalista que les da de comer. La gente lo aplaudió, y le sacó fotos con sus Iphones, sus Backberrys y sus cámaras Sony, todo a tono con la contradicción.  El breve show cerró con “La chica banda” con un ovacionado Gustavo Santaolalla sobre el escenario.
                El show fue breve porque los bises fueron, por su duración,  una especie de segunda parte. Ahí entraron más suaves, con un adelanto del próximo disco llamado “De este lado del camino” y que es un temazo que abre las mejores expectativas para con el trabajo.  “El espacio”, de su disco debut, fue otro momento de alto vuelo, y entonces llegó el turno de Emmanuel del Real y “Eres”; un lujo. Volvió Ruben hicieron un par de temas más y el tramo “The bends” (???) cerró con la bellísima “Mediodía”. Con “Esa noche” volvieron a poner a toda la gente a cantar, y “El puñal y el corazón” los despidió mexicanísimos. Pero había más. Y así como en los cruces entre mexicanos y argentinos en Las Vegas, Maidana y “maravilla” Martinez dieron por  tierra con los aztecas, en el encuentro musical de Buenos Aires fueron los mexicanos los que nos dejaron knock out con una versión de “Juegos de seducción” que la rompió.
               
                

jueves, 13 de septiembre de 2012

Massacre en el Teatro Gran Rex

Antes de comenzar, musicalmente hablando, el show de Massacre anoche en el Gran Rex, se proyectó un video en donde Ringo no era Bonavena, el boxeador compadrito pero buenazo de Parque Patricios en quien se inspira el último disco, sino un robot que como superheroe acude a enfrentar a un similar que destruye la ciudad a su paso. Un arranque en el que se despliega parte de toda la imaginería que sobrevuela a la banda: un mundo mitad ficción y mitad real, expuesto a un apocalipsis provocado por invasiones extraterrestres, zombies, catástrofes naturales y epidemias. “La epidemia” justamente fue el tema elegido para abrir el concierto. Y como si fuera necesario un impulso temporal antes de adentrarse en el material más nuevo, tocaron “Resurreción”, cierre de “El mamut”, el disco predecesor a “Ringo”. “Ya verás, van a crecernos alas” cantaba Walas. Y aunque a esa hora era demasiado temprano para asegurarlo, uno podía intuir que aún sin alas, todos íbamos a volar.
Conquistar la calle Corrientes era un desafío casi caprichoso para un grupo al que a pesar de la masividad alcanzada en el tramo maduro de su carrera, no deja de considerarse outsider. Y ese desafío no se limitaba al asalto del “Broadway argentino”, sino a encarar un show en un teatro, inusual espacio para la propuesta de Massacre. Y desde el comienzo quedaron claras las premisas para asimilar y sacar provecho a las condiciones del teatro: bombardeo de imagenes en las pantallas y una propuesta lumínica impactante y por momentos lisérgica. Walas y los suyos tocando en un parque de diversiones. Puesta psicodélica que se coronó con los habituales muñecos dispersos en el escenario, tres coristas vestidas de azafata y un Walas de infaltables calzas rosas, tapado violeta y sombrero de cowboy.
“Ringo” tiene ya un año en la calle, y las versiones en vivo de los temas se notan asentadas. Para colmo “Tengo captura”, temazo capaz de poner los pelos de punta a quien lo oiga, fue el primero en sonar en la noche del Ringo Rex. Aunque mejor debería decir LA noche, así en mayúscula, y cualquiera que haya vivido las casi tres horas del show de Massacre de ayer sabe perfectamente de lo que estoy hablando. Hicieron un show demoledor de principio a fin. Las lista de temas incluyó clásicos de todas sus épocas, muy bien dosificados entre las canciones más nuevas, y así fue como “Celebrity” dio paso a “Try to hide”, o más adelante “Muerte al faraón” hizo lo inverso, y nos sumergió en el pasado de “El espejo” y “Mi mami no lo hará” (a mi gusto, de lo mejor dentro de un show energéticamente parejo). “Todo bien?” pregunta Walas por enésima vez en la noche, y aunque lo sabe innecesario, ese tic mantiene su efecto en la complicidad que genera con el público.
Massacre es exageración en todo sentido; desparpajo y absurdo. La realidad y la ficción se cruzan todo el tiempo y el límite se borra en su ambigüedad. Si se trata de publicidad, las piernas de Mercedes Morán son los huesos de Misfits, y la desagradable imagen de un tipo escupiendo espuma blanca con sangre en una publicidad de dentífrico, una pesadilla de Walas. Nada es real, o todo es tan real que nos cuesta hacernos a la idea. Walas interroga a su público, y de allí surgen los veredictos: Schoklender culpable, Madonna antes que Lady GaGa, David Gilmour sí y David Guetta no; y Walas, que se debate entre ser Ave Fenix o Gato Felix, disfruta, rie, pasea por el escenario y saluda de nuevo: hola. Todo bien?
En el primer tramo del show se destacaron “Te leo al reves” y “La web del siglo” con un bombardeo de rayos laser que disparados desde el escenario robotaban en las paredes del teatro y en los ojos de los espectadores. “Rio siempre” y la deliciosa guitarra de Pablo Mondello (su hermano Darío tocó como invitado) en “Lo mío no es tan grave” fueron otros momentos de gran intensidad. Así como unos días atrás, Walas en TV se apropiara de la célebre frase de la presidente a sus funcionarios, y la convirtiera en “Solo hay que temerle a Dios, y un poquitito a los Massacre”, en “1984”, la consigna en las pantallas también es fruto de la reinvención de los tópicos orwellianos al universo del grupo, y se transforma es “Massacre is watching you”. Esa larga primera parte cerró con “Clavos y globos”, del último disco.
Tan sorprendente como gratificante resultó el breve set acústico que siguió a los pocos minutos de descanso: “Three walls” (sí, lo hicieron en la versión en inglés), “Mi alma en la barca” y “Te arrepiento” conformaron un mini set exquisito. Y “Sofía, la super vedette” y “Tanto amor” fueron las encargadas de devolver al concierto al éxtasis de la electricidad. Walas tiene puesta una remera de Devo, y en “La octava maravilla” la guitarra del “tordo” Mondello luce encendida. Y que se entienda: cuando digo encendida no hablo de luz, sino de fuego. Un científico acerca un theremin para representar la modernidad en la batalla entre “El robot y la momia azteca”y el cantante le extrae sonidos fantasmales y espeluznantes.
Walas acusa a Aerosmith de plagiarles el video de “Tengo captura”, y cuenta como el skateboard Cabrón modelo Walas llegó a la revista Gente en manos de la nueva novia de Tinelli. Massacre hace culto de la desmitificación de egos y vanidades, apelando a la desmesura y al ridículo. Las celebridades son sus víctimas predilectas, pero el sarcasmo de esa mirada no elude el espejo de la propia imagen. Entonces en ese contexto, Jack Black, Spinal Tap y Capusotto son citados como la trilogía fundacional del disparatado y herejético abordaje del rock, que tan bien le sienta al espíritu del grupo.
En un principio describí a la cosmogonía Massacre como apocalíptica, pero observado la fuerza descomunal que provenía de un escenario que se expande como en un Big Bang, también podría describirla como la belleza de la creación en medio del caos, el encanto del sonido del desorden y la anarquía, la energía disparada en el origen de algo aún incierto pero ya irresistible. Volviendo al show en sí, la Tori, manager de la banda, arenga desde la platea: maten a los Massacre! Y los Massacre desde el escenario responden despidiéndose con la cinéfila “La orquidea blanca” y “Juicio a un bailarín” con meddley de “Lago en el cielo” como convocando la presencia etérea de Gustavo Cerati.
La asistencia al Gran Rex de Blondie, la pequeña hija de Pity Alvarez, fue la excusa perfecta para abrir los bises con una versión de “Call me” mientras volvían los laser, que ahora rebotaban en dos bolas de espejo que habían descendido a ambos lados del escenario. Y “Plan B: anhelo de satisfacción” fue el broche de oro para una noche perfecta. El recuerdo para con los amigos de Catupecu y la banda que se despide saludando “como nos enseñó Seru Giran”, emulando la tapa de “No llores por mí, Argentina”. Era tarde y día de semana. Algunos se apuraban a salir, otros se quedaban pasamados, sin aliento y hablando solos, haciendo honor a su obsesión.
Massacre en el Teatro Gran Rex. Hasta suena como titular catátrofe y amarillista para esas matanzas alocadas que suelen ocurrir en el gran país del norte. Y a decir verdad, resulta como una perfecta definición de lo que se vio y sintió anoche. Una masacre en el Gran Rex. Con un gordo en calzas rosas que disparaba canciones, un guitarrista canoso que ametrallaba su guitarra acribillando oídos, y unas butacas que dejaron de ser respaldo confortable para convertirse en el sosten que evitó que terminemos todos con el culo por el piso.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Richard Coleman en Ultra Bar

La trayectoria de algunos artistas es sobrada información para que uno se permita presumir que su bagaje musical es lo suficientemene amplio como para que su paleta de recomendaciones resulte tan tentadora como sus propias creaciones. Tal es el caso de Richard Coleman, al que uno imagina tan exigente e inconformista a la hora de ser oyente, como a la hora de componer. Por este motivo un shows suyo basado en versiones de canciones ajenas no solo es motivo de goce sino también de expectativa, porque uno no solo llega con la seguridad de disfrutar melodías dóciles y conocidas, sino también para aprender y sorprenderse.
La idea del show, o mejor dicho de la serie de shows que recorren los cuatro miércoles de Septiembre, es presentar el disco “A song is a song”, cuya edición fue financiada por fans de Richard, quienes recibieron a cambio remeras, cd's autografiados y otra serie de privilegios y exclusividades que no vienen al caso. Las canciones habían empezado a escucharse en los recitales de presentación de “Siberia country Club”, el excelente primer (y tardío) disco solista de Coleman y todas se transformaron en un disco completamente en ingles. También para estos shows se supieron sumar otro puñado de temas extra. Pero nada define mejor la propuesta del disco y show íntimo del guitarrista que las primeras palabras de Leon Rusell en “A song for you”, tema elegido para abrir el recital: “He estado en tantos lugares en mi vida, y ha pasado tanto tiempo. He cantado muchísimas canciones, he hecho algunas malas rimas. He actuado, mi amor, en escenarios con diez mil personas mirando. Pero estamos solos ahora, y estoy cantando esta canción para tí”.
La selección de canciones es ecléctica, como así también las tonalidades que exigen a la garganta de Richard Coleman (en excelente estado por cierto) algunas interpretaciones en tonos medios y altos en los que uno no está acostumbrado a oirlo. Ese buen estado, más los efectos de micrófono muy bien administrados y algunos falsetes poco habituales en su estilo, consiguen que la apropiación de los temas no suene forzada en ningún momento. En ese sentido hay canciones como “Give me to love to Rose” de Johnny Cash, “Love me tender” de Elvis o “Personal Jesus” de Depeche Mode, que le sientan naturalmente de maravillas, mientras que otras como “Changes” (inusual balada extraída del cuarto álbum de Black Sabbath), o el conocido “Psycho Killer” de Talking Heads, reclaman una adecuación que en todos los casos resulta exitosa.
Richard toca casi todo el show con una guitarra electroacústica y una colección de pedales de efecto (falló en la primera “patada” en el tema de Russell, inusual blooper de su parte), y en varios de los temas es acompañado por Bodie Datino, que se sucede en guitarras, bajo, teclados y hasta una armónica. En tren de continuidad pasan “Satellite of love”de Lou Reed, “Midnight rider” de Allman Brothers (con uno de los pocos punteos de la noche). Mas tarde Coleman se calzará una Gibson SG para “Jeepster” de T Rex y, a mi gusto lo mejor de la noche, “To bring you my love” el denso blues que abría y bautizaba el tercer disco de P.J. Harvey.
Coleman habla poco, apenas nombra las canciones y sus autores, y solo dedica mayor tiempo para explayarse sobre compositores de culto como Terry Reid y Nick Drake (la versión de “Pink Moon” tal vez haya sido la única que me dejó la necesidad de otra escucha para terminar de convencerme); o para contar sobre la historia del disco maldito de Luis Alberto Spinetta en inglés (“Only love can sustain”), del que extre, con letra de Guillermo Vilas, “Children of the bells”. Los estilos varían, y una viajera Martin Backpacker sirve para acopañar la versión de “Thick as a brick” de Jethro Tull (Anderson fue el primer cantante que me provocó querer cantar como él, confesó Richard). Del barroco se puede pasar al insólito romanticismo, viniendo de quien viene, del “Drive” de The Cars (otro highlight del concierto).
Así como los cuatro quesos de la pizza con los que acompaño el “fogón” de Richard Coleman se funden y hacen uno solo y nuevo sabor entre todos, las canciones seleccionadas se mixturan, cruzan, se acoplan con naturalidad y en su sucesión otorgan al show una identidad que las vuelve naturalmente cómplices. Pero hay además un claro hilo conductor que, para seguir con la absurda metáfora de los quesos, así como el roquefort termina preponderando entre lo sabores de la pizza, en el show lo otorga la indeleble impronta que la oscuridad y melancolía de Coleman le imprime a las canciones. “Spider en I” de Brian Eno, es otro gran momento y “Wild is the wind” (que más allá de la original de Johnny Mathis, y de Nina Simone y cuanto otro la haya interpretado, todos sabemos que si está incluída en el repertorio es debido a la versión que David Bowie grabara en “Station to station”), termina por redondear el show que uno fue a buscar. La despedida es con un falso bis, porque jamás Bodie y Richard bajan de escena, y un tema que ya venía formando parte desde hace unos meses del repertorio de Coleman : “No big deal” de Love and Rockets. Único tema en el que el disparo de pistas con percusión le dan al show un sonido de banda completa.
La mayoría de las versiones que disfrutamos anoche están contenidas en un disco cuyo nombre es seguido por un prometedor “volumen 1”. Canciones hay; además del repertorio de ayer, Coleman ha hecho en el ciclo algún tema de Tears for Fears y prometió repetir, junto a Andrea Alvarez, para la última fecha, “Please read the letter” del disco de Page y Plant “Walking into clarksdale” (al que por la voz femenina imagino más cercana a como Robert la hiciera junto a Alison Krauss). Hasta dónde el músico continuará con esta veta, no lo sabemos. “Siberia country club” merece tener más rodaje en los escenarios, pero la excelente recepción que ha tenido este proyecto probablemente lo mantenga con vigencia, o en paralelo con la propia carrera solista de Coleman. Y si no quedará en estado latente, perdido en algún laberinto cuyos caminos enrevesados volverán a juntar al músico con estas y otras muchas canciones. Laberintos dije, borgeana palabra que viene como anillo al dedo para un proyecto concretado en un bar que recibe a sus visitantes con la “Anatomía de mi ultra” del gran Jorge Luis. Y si a eso se le suma la presencia de Maria Kodama en la primera fecha del ciclo de Coleman, la parábola cierra a la perfección. El miércoles 12 sale la última función, yo no desaprovecharía la oportunidad.