viernes, 10 de junio de 2011

Wayne Shorter Quartet en el Teatro Gran Rex

Lo mío no es el jazz. Lo escucho sí. En algunas épocas más que otras, y en el caso de algunos artistas con auténtica devoción. Como le pasó a cualquiera que se haya interesado en el rock progresivo, en algún momento se acercó al jazz y las fusiones encandilado por los virtuosismos de sus músicos. Mahavishnu Orchestra, Return to Forever, son nombres que en mi caso, me hicieron acercarme al genero y poder disfrutar y admirar en consecuencia a tipos universales como Miles Davis, Coltrane, Adderley y tantos otros. Y por supuesto, Weather Report (quién no escuchó “Heavy Weather” aunque sea una vez?). Así que la llegada del Wayne Shorter Quartet servía para sacarme un gusto de los grandes, y anticiparle además el regalo del Dia del Padre a mi viejo. Una manera de devolverle el gesto generoso de soportar las toneladas de humo de porro que inhaló en el lejano Luna Park en el que Raul Porchetto presentaba “Reina Madre”.
Hablando de humo, o mejor dicho, de aire viciado. Erupciones volcánicas y cenizas desperdigadas por la atmósfera fueron las encargadas de la primera sorpresa de la noche: el vuelo Terri Lyne Carrington había sido desviado a Santiago de Chile. “El señor Shorter ha decidido realizar el concierto con el baterista argentino Oscar Giunta”, anunció una voz en off. Los aplausos valieron por partida doble: por la realización del show (con los instrumentos sobre el escenario, a esa altura nadie en verdad dudaba de esto) y por la presencia de “uno de los nuestros” (?) al lado de esos monstruos. La invitación a levantarse y reclamar la devolución del dinero en caso de desearlo, casi movió a risa. En definitiva, y sin desmerecer a la notable baterista que es Carrington, ella llegaba como reemplazo de Brian Blade.
Hechas las aclaraciones del principio con respecto a mi poca experiencia jazzística, me voy a limitar a comentar las sensaciones que me produjo el concierto, que fueron muchas y variadas. Todo fue muy extraño. Shorter se dedica a deconstruir melodías sobre la base que proponen sus tres acompañantes. Son retazos, pinceladas surrealistas que dejan un leve rastro de lo que fueron alguna vez. Todo es sutilmente dosificado y mínimo. Su saxo suena agónico y lejano; minimalista. Crea texturas armoniosas y de pronto se pierde dejando al frente al piano de Danilo Perez, quien lleva el mayor peso de la noche. Es él quien marca climas y tempos, y por momentos parece el director musical del cuarteto. John Patitucci no hace más que estar a la altura de todo lo que uno vio y escuchó de él con anterioridad. Y Oscar Giunta toca como si se conociese con el resto de toda la vida. Bueno, él si los conoce (de hecho ya había tocado con Danilo Perez) y admira, pero semejante complicidad musical en una comunión apresurada por la naturaleza, no deja de sorprender. Aunque claro, ayuda el hecho que el concierto esté planificado a partir de la espontaneidad y la libertad creativa.
No hay silencios. El concierto es un devenir en continuado. Imprevisible, con lugar a lucimientos personales, pero sin ningún pecado de virtuosismo exagerado. Wayne Shorter es por momentos un espectador de lujo de sus músicos. Se apoya sobre el piano, observa sus saxos como dudando en cuál será el indicado para cada intervención, que muchas veces no pasa de unas pocas notas anárquicas, para volver a ese silencio reposado. Con el saxo tenor toca más contenido, y elige el soprano para los pasajes más ágiles y bruscos. Aprueba y alienta a sus compañeros, y cuando toca, no hace más que sugerir. Pero aunque parezca medido al tocar, toda esa dosificación está muy bien calculada. Y sugerir, se sabe, es también seducir. Y ahí estamos nosotros como embobados intentando descifrar el camino que los músicos construyen, recorren y abandonan, dejándonos atónitos pensando cuál fue el momento en que ocurrió cada variante. Y lo que en principio genera incomodidad, lentamente se vuelve tan natural como placentero. El cuarteto toca como si los músicos conversaran entre sí, una disertación entre amigos que divagan por distintos temas y que en algún momento se sorprenden encontrando un punto en común, que les prueba que hay algo mágico y nada casual en el hecho de estar reunidos.
Si bien el concierto no tuvo pausas, luego del final hubo dos regresos al escenario, y nos dimos el gusto de escuchar “Footprints” o lo que Shorter dejó de ella. Oscar Giunta se confesó ante el teatro con un “no puedo creer que estoy acá”, así que si alguien filmó el concierto y llega a ver los gestos de aprobación y genuina admiración que le deparó Patitucci, mientras el baterista hacía su parte solista extrayendo ritmos de lejana reminiscencia folklórica, se cae de culo al suelo diez veces seguidas. Y se despidieron saludando al público, pero también felicitándose entre ellos como amigos que son. Sorprendiéndose ellos mismos de lo bien que salió todo, como si para el cuarteto pisar el escenario y hacer música en vivo fuera cada noche una aventura de final imprevisible. Aunque pensándolo bien es probable que así sea. Y que esa sucesión de notas musicales encadenadas que nos mantuvieron encandilados durante casi un hora y media no sean otra cosa que la prueba sonora de su telepática conexión.