sábado, 29 de junio de 2013

Pedro Aznar en el Teatro Gran Rex: Mil noches y un instante


                La decisión de ir a ver a Pedro Aznar la tomé medio a las apuradas y empujado por mi mujer.  Desde ya que me interesaba, pero uno no tiene tiempo y dinero para todo, y pensé que podía perdérmelo, más estando sobre la fecha del show sin lugar asegurado. Costó conseguir asientos contiguos y encima para retirar la entrada, el destino me colocó en la insoportable situación de tener que lidiar con casi un centenar de enajenadas pugnando por una entrada para ver a One Direction, cuyos tickets empezaban a venderse justo ese día.  Pero salí vivo de allí, y anoche 21:30hs estaba sentado en mi butaca en el Gran Rex.
                En primer lugar se proyectó un emotivo corto de la Fundación Itineris, que bajo el lema “No somos tan distintos” realiza talleres de capacitación institucional en discapacidad. Los mismos chicos participantes en los talleres repartían a la entrada unos señaladores aleccionadores al respecto. Prueba de que cualquier oportunidad de convocatoria masiva (el teatro estaba repleto) siempre puede servir para concientizar. Después empezó el show, el cual, según se anunció por micrófono, fue grabado para la futura edición de un DVD.  Pedro Aznar apareció solo con su guitarra colgada haciendo “Claroscuro”, de su disco “Quebrado” de 2008, y luego en acústica citó dos diferentes pero emotivos momentos spinetteanos (el proyecto “Puentes amarillos” dejó huellas en el repertorio de Pedro que presumo que no van a perderse jamás): “Que ves el cielo” primero, y esa monumental obra que es “Cantata de puentes amarillos”, un tema que ni el flaco tocaba en vivo, y que fue acompañado por imágenes de cuadros de Vincent Van Gogh y fotos de Antonine Artaud en la pantalla.
                La idea del show era que Aznar toque solo haciendo un compendio de su propia música (incluso estrenando temas) y la que lo marcó a lo largo de su vida. En clima íntimo pero de gran calidez, la noche tuvo dos segmentos especiales dedicados uno al folklore y el otro a los Beatles. El leit motiv del show “Mil noches y un instante” fue explicado por Pedro como una manera de resumir los innumerables shows dados a lo largo de su vida, y ese instante particular y único que significa cada uno. “Este puñado de canciones atraviesa años de amor a la música en una sola noche. Y el alma de esa noche florece en un instante” citaba Aznar desde el programa que se entregaba contra la infaltable colaboración “a voluntad”.
                Mas allá de la amplitud abarcativa que pretendía el concierto, Pedro Aznar lo supo ordenar muy bien, y cada tramo en particular fue dosificado en climas que lo llevaron desde la hipnosis absoluta hasta la más paralizante admiración. A Spinetta le siguieron tres temas de “Ahora”, su disco del año pasado;  y es en la delicadeza y  pequeñez de una canción como “Pensando en vos” en donde Aznar lleva a que uno se olvide por completo del talentoso y virtuoso instrumentista que es, para pensarlo únicamente como un magnífico cantautor. Pedro contó como una especie de retiro creativo en Mar de las Pampas dio origen a las canciones de ese disco y uno no puede dejar de someterse a la sensación de que cada uno de esos momentos y climas están presentes y son contagiados en cada interpretación. Después  llegó el primer estreno, “Perdón”, una canción que Aznar concibió para dos bajos y voz, y que para tocarla graba primero en vivo la armonía en el primer bajo, y luego la dispara para sí hacerla completa, con sus dedos entregando en el bajo mínimas dosis de su viejo estilo “pastorius”.
                Dentro de lo que suele ser el repertorio de Pedro Aznar, el tramo folklórico resultó el más inusual, y (aunque no necesariamente por eso) el más sorprendente. Un encuentro en un festival con Teresa Parodi llevó a que esta le entregue una letra a Pedro, para que se convierta en “Rio secreto del alma”, estrenada anoche. Y  tal fue el entusiasmo de Teresa con el resultado, que la idea se concretó por duplicado: una segunda letra (“Laura, la del estero”) tuvo música de Aznar, y en la interpretación apareció la mismísima Teresa Parodi sobre el escenario (Teresa abandonó por unos minutos su propio show en Salta y Resto para correrse hasta el Gran Rex y cumplir con Pedro). Después juntos hicieron “El otro país”, un clásico del repertorio de la correntina.  Y aunque Teresa Parodi se volvió a su show, el clima litoraleño permaneció en el escenario con “El cosechero” de Ramón Ayala.
                Para “Si llega a ser tucumana” la implícita dedicatoria a Mercedes Sosa se concretó con imágenes de ella en la pantalla. Y el tramo folklórico incluyó al segundo invitado: Abel Pintos (cuya presencia provocó gritos histéricos impropios en un concierto como el de anoche). Juntos hicieron “Zamba para olvidar” y después “A primera vista”, el hermoso tema de Chico César al que Pedro ha elevado hasta lo excelso. Todo ese tramo se cerró con otra cita spinetteana, y  Aznar solo haciendo “Barro tal vez” y un cierre vocal que arrancó aplausos.
                Para el tramo Beatle Pedro Aznar varió entre climas acústicos despojados (“Blackbird”, “Michelle”), con la guitarra eléctrica (“Strawberry fields”) y el teclado (“I’m the walrus”, “Lady madonna”). Pero sin dudas el momento cúlmine fue con “Because”. Allí Pedro contó desde la anécdota que da origen al tema (Yoko tocando la “sonata claro de luna”, y Lennon pidiéndole que la toque invertida) hasta como el encanto del tema radica en la superposición de voces y armonías. Entonces para hacerla en vivo Aznar la toca tres veces: primero con guitarra, luego con teclados y finalmente con bajo. Cada interpretación se suma  por sobre la anterior grabada, y cuando el resultado final se concreta, uno comprende que no solamente presenció una enorme interpretación, sino fue testigo de la “cocina” del tema, de la creación de los arreglos, la superposición de armonías y texturas, cosa que suele quedar reservada a las paredes de los estudios de grabación. Sin dudas lo mejor de la noche.
                Dos músicos argentinos más fueron citados: Andres Calamaro con “Media Verónica”, y Gustavo Cerati con “Lisa”, mientras sus imágenes en la pantalla provocaban la emoción que inevitablemente surge cada vez que su música nos recuerda el limbo impenetrable en el que se encuentra suspendido.  “Quebrado”, con eléctrica, y “While my guitar gently weeps” cerraron el concierto que la gente no dudó en saludar de pie.
                Los bises fueron un compendio en miniatura del show madre. “Todo amor que exista en esta vida” de Cazuza , y su magnífica letra (“Y ser artista de la convivencia por el infierno y cielo de los días. Por la poesía que nunca se vive, transformar el tedio en melodía”). Después “Quedándote o yéndote” de Spinetta. Y mientras Aznar consigue sumar más hermosura a lo ya de por sí bello, yo pienso que tal vez ese fue el último legado del flaco Spinetta: que su partida haya animado a Pedro Aznar a apropiarse de sus canciones es un regalo inmenso al que la vida nos permite ser testigos. Quedó para el final esa “nana” beatle que es “Good Night”.
                “Aquí estamos. Una noche entre mil. Un instante irrepetible.” reza el programa del concierto. Y al salir del teatro uno comprende que el objetivo fue conseguido con creces. Porque no solamente Pedro Aznar convirtió a la noche del 28 de junio en un instante  mágico, sino que cada canción fue magia en sí mismo. Despojarnos de a poco.  Ir de lo grande a lo pequeño, y de lo externo a lo interno. Llegar a lo más pequeño y aún después a lo mínimo. Del momento al instante, porque allí es donde radican el alma y la esencia de las cosas. Y vaya si Pedro Aznar consiguió plasmarlo sobre el escenario.
               


sábado, 15 de junio de 2013

Me Daras Mil Hijos en Sala Siranush - Presentación de "Santo Remedio"

Me resulta raro armar una crónica de lo que fue el concierto de anoche de Me Darás Mil Hijos en la Sala Siranush porque al tratarse de la presentación de un disco al que no había escuchado, salvo algunos adelantos on line, los dedos tecleando me tientan a convertir esta crónica en un juicio sobre el disco en sí mismo. Porque aunque ambas cosas van de la mano, no necesariamente tienen que ser lo mismo. Sin embargo es imposible desprenderse a la hora de contar del primer impacto que las nuevas doce canciones de la banda producen, a medida que uno las va descubriendo.
Empiezo por retrotraerme unos años atrás, más exactamente a la noche del 3 de diciembre de 2009, en un Niceto repleto, con Me Daras Mil Hijos celebrando el final de la gira de presentación de “Aire”, su último trabajo hasta ese momento. La fecha me resulta imposible de olvidar, porque un día despues el flaco Spinetta repasaría toda su carrera en el inolvidable concierto en Velez. Y porque a pesar de la maravilla que sucedió una noche más tarde, perduran en mi memoria las imagenes intactas de ese jueves con Leonora Arbiser acomodando el acordeón por encima de su panza de embarazada y Kevin Johansen sumándose a la fiesta. Luego llegó un parate, un grupo transformado en quinteto y la concreción de “Santo remedio”, el disco al que fuimos anoche a escuchar completo por primera vez.
No conocía la Sala Siranush, había estado un par de veces a punto de ir, y por un motivo u otro no había podido hacerlo. Ubicada en el Centro Armenio en Palermo, entre un templo y el Colegio San Gregorio, resultó ser un lugar más que acogedor. Aunque la espera en la noche fría coincidió con una reunión en el patio del colegio, y mientras olíamos los aromas que llegaban desde las brasas daban ganas de olvidarse un rato de la música y arrimarse a la parrilla, la expectativa estaba dentro del teatro. Un recinto hermoso, con tres arañas dignas de museo y el público acomodado entre silloncitos y mesas, en las que puede disfrutar de una tabla armenia, quesos o pizzetas, y una copa de vino mientras disfruta del concierto.
A raíz de que, salvo algunos privilegiados, nadie había escuchado el disco, Me Daras Mil Hijos decidió iniciar el show tocándolo completo y en continuado (Qué cosa curiosa son las referencias que trae la mente, la última vez que recuerdo haber vivido una experiencia parecida fue con Spinetta y su “Para los árboles” en el Gran Rex). Sin nerviosismo, con orgullo y fe en esas nuevas canciones, la banda encaró cada uno de los nuevos temas como una auténtica reliquia. A medida que fueron pasando, cada una pasó a incorporarse a ese repertorio atemporal que consigue que cada nueva melodía pareciera haber existido desde siempre. “Algo del río” es remanso folk, que más tarde se vuelve pura sangre litoraleña en “Pasillo hacia el río”. En “Merienda” la angustia tensionada de una separación es cubierta por una bellísima melodía piadosa que pareciera sanar las almas de esos dos rendidos que se dirimen entre gritos y suspención. Y así pasan los temas mientras el grupo suma invitados que suben al escenario para enriquecer el sonido. Los coros de Pelu Romero, el piano de Horacio Gomez, el violin de Christine Brebes se suman a Gaspar Tytelman (percusión), Fede Ghazarossian (contrabajo), Santiago Fernandez (guitarra, cavaquinho), Gustavo Senmartin (guitarra eléctrico, acordeón) y Mariano Fernandez (guitarra y voz), y arman una especie de peña que hace de la presentación del disco una ceremonia que contagia cada uno de sus climas.
La música de Me Daras Mil Hijos, de impronta rioplatense pero de expansión ilimitada, tiene una característica que a mí es lo que más me impacta y rescato: las canciones hablan de rutinas reconocibles. De desayunos, siestas, trabajos, anécdotas que parecen llegar desde otro tiempo y lugar, pero que sin embargo son presentes y tangibles. De anécdotas ajenas que contadas en su sencillez pueden volverse propias De música llegada desde una radio a válvula sobre un mueble destartalado, de una tazón de leche mirando la, ahora improbable, escarcha citadina en la vereda. De recuperar aromas e imágenes que cruzan puentes imaginarios con el ahora, y de percibir como esas reminiscencias abandonan el pasado para covertirse en un cálido presente. De saber que a la hora de atesorar momentos y de construir rutinas, no somos tan distintos que nuestros abuelos. Y que la vida se celebra hasta en los momentos más imperceptibles y menos valorados. Por eso Me Daras Mil Hijos contagia la alegría de levantarse temprano a trabajar “para que mis hijos tengan lo mejor” (“Tempranito”), la inocencia infantil de “Canción desordenada”, y el voluntarismo optimista de “Esta no es una canción de amor” (Si hay que remar, yo remo. Si hay que nadar, aprendo. Si hay que esperar, espero. Si hay que volar, me suelto). La música de Me Daras Mil Hijos sana el espíritu, y por ese motivo “Santo remedio” es un nombre perfecto para el disco.
A mi juicio los dos puntos más altos (en realidad son tres, porque también incluyo “Merienda” a la que ya cité) son en los que participan los dos invitados que anoche estuvieron ausentes. “El inadecuado”, en donde el recitado de Daniel Melingo entrega algunos versos gloriosos (Los fantasmas no sangran, sangran los inadecuados. Los de la muerte romántica, poética, ególatra. Los que ruedan cuesta abajo en lugar de avanzar. Los que ven el abismo como quien mira al mar y comentan: qué lindo che...parece una postal). Y en el cual un slide delicioso acuna una historia espectral que parece escapada de una película de Wenders. Y “El reflejo”, en el que Liliana Herrero suma su voz para una canción que cierra el disco en un círculo volviendo al clima orillero, melancólico y en el que la espera de la lluvia para limpiar los espejos es tan palpable que hacen de la canción un cuadro pintado a fuerza de trazos de melodía y verso.
Una vez terminada la presentación de “Santo remedio” llegó el momento de abandonar las novedades y finalizar el concierto con las gargantas de la gente acompañando los clásicos reconocibles. Primero desde “Un camino, algún lugar” con “Ojos verdes”, un “Sueños de autostop” adivinado por una chica del público (que motivó una ironía sobre el setlist filtrado en wikileaks), y “Luna vieja”, con una gran performance de Horacio Gomez al piano. Después “Canción rota” de “Aire” y un viaje de más de diez años hacia al disco debut, con “Virgen de acero”. Por último “Invierno” haciendo honor al clima de afuera que después de una semana templada y húmeda, se había sometido al mandato del calendario. Sin embargo el “te veo y amaina el invierno” en boca de Mariano Fernandez traspasa su sentido original y se convierte en una perfecta descripción de lo que muchos sentimos dentro de la sala.
Había tiempo para más y ganas de levantarse un poco de las butacas. Todos, músicos y público lo entendimos así, y la niña del collar de flores, que ya debe marchar más que derechito y firme, volvió a tambalear con sus primeros pasos solo para ponernos a palmear un ratito. Y después todos los invitados juntos al escenario para “Paso bien cortito” y esa cumbia que a mí tanto me remite a Los Lobos y que terminó por romper la barrera con el escenario.
Afuera se vendía el CD en una edición limitada y artesanal que le entrega al disco un valor extra. Me Daras Mil Hijos habla de atesorar, y creo que es la palabra que más se acomoda al significado del disco. Y con esto no me refiero solo al formato físico, sino también a cada una de las canciones, y de la noche de presentación toda. Se repite el 6 de Julio y yo que ustedes me estaría asegurando un lugar.