lunes, 29 de noviembre de 2010

Jeff Beck en el Luna Park

Vi a Eric Clapton en el ’90 y Jimmy Page en el ’96, así que verlo a Jeff Beck en vivo significaba llenar una página en el álbum de figuritas. Y no una página cualquiera, porque desde que empecé a escuchar rock, la trilogía de violeros de los Yardbirds viene a ser como el ABC de la guitarra eléctrica. Con ese espíritu llegué al Luna Park mientras la radio me traía entre interferencias los manotazos de Carrizo sosteniendo el 1-0 en Nuñez. La angustia concluyó con el pitazo del Pezzota allá, que fue acompañado por una gran ovación en el Luna. Tanta gente escuchando a River? No. Ricardo Mollo entraba a la platea y era saludado desde todos los ángulos mientras algunos lo abordaban para las fotos. Aún con precios bastante altos (se va haciendo costumbre esto) el estadio presentaba una buena imagen, y los pocos asientos vacíos de la platea más cara fueron ocupados por el público de las laterales ni bien se apagaron las luces.
Los músicos se fueron acomodando en el escenario y el inicio del show fue con “Plan B”, de su anteúltimo trabajo llamado simplemente “Jeff” (2003). Allí empezó a verse y oírse en cuentagotas todo lo que vendría después: Jeff estira las cuerdas levemente, su Fender blanca remite al sonido del blues rural mientras una base potente empieza a dejar en claro que la figura gigante del guitarrista no va a opacar a ese bajo y esa batería. Cuando me enteré que venía Beck, pero sin Vinnie Colaiuta ni Tal Wilkenfeld, tengo que reconocer que me sentí algo decepcionado. El nombre de Narada Michael Walden resultaba una garantía, pero me intrigaba cómo el estilo de Rhonda Smith (con diez años de Prince sobre sus hombros) podía acoplarse al del británico. Y si en ese primer tema ya había indicios de cómo iba a funcionar el combo, la versión de “Stratus” de Billy Cobham, terminó por confirmarlo. Allí apareció el Beck más progresivo, con un sesgo jazzero pero sin abandonar su impronta rockera. Los teclados a cargo de Jason Rebello cobraron un protagonismo mayor y el Luna Park tomó temperatura. Entonces uno de mis sueños se hizo realidad: con Walden en la batería no podían ignorar a “Wired”, el discazo que en 1976 grabaran juntos, y allí apareció en riff de “Led boots” para gloria de todos los presentes.
A diferencia de otros guitar hero que tuve la suerte de ver en vivo, Jeff Beck sobresale por su humildad porque jamás peca de virtuosismo exagerado. Es más, ninguno de sus solos se prolonga más de la cuenta, y funcionan como parte de las composiciones, que nunca van más allá de los cinco minutos. Apenas algún juego con la platea, apelando a los “yeah!” en los cortes, pero no más que eso. Y en esa sencillez, economizando sus virtudes y poniéndolas al servicio de la música, es lo que lo hace más grande. No hay poses ampulosas ni gestos exagerados. Apenas un guitarrista sensacional que disfruta con lo que hace, que no deja de mirar con admiración a sus músicos en cada intervención solista y deja la leyenda de lado para concentrarse en el presente. Un maestro en todo sentido.
El concierto tuvo algunos altibajos. “Emotion & commotion”, el disco que Jeff Beck vino a presentar tiene muchos temas con cantantes invitados, y que por lo tanto ayer no iban a escucharse. Pero también incluye algunos clásicos, que aún tocados con maestría, aportan poco y hasta le bajan un poco el clima al concierto. Me refiero a las versiones de “Corpus Christi Carol” o “Somewhere over the rainbow”, en las cuales Beck toca demasiado “limpio” para mi gusto. De todas maneras, estos momentos estuvieron bien dosificados y el show nunca cayó en la solemnidad que la continuidad de estas interpretaciones podría haber provocado. La rockerísima “Hammerhead” fue otro punto alto de ese primer tramo, con Jeff sacándole provecho al máximo al wah wah, y hubo lugar para “Mná na heireann”, un tradicional irlandés que supo tener versiones de de Kate Bush, entre otros intérpretes. Acto seguido, Jeff Beck se arrimó por primera vez al micrófono (solo se comunicó con el público mediante gestos de agradecimiento) para presentar el solo de Rhonda Smith, que mientras tanto golpeteaba su bajo con la yema de sus dedos simulando el galope de un caballo alejándose. Y después de escucharla confieso que a Rhonda Smith no la cambio ni por Tal Wilkenfeld muerta y resucitada tocando en bajo la 5º sinfonía de Beethoven con el lóbulo de la oreja en el patio de casa. Porque más allá del solo en sí, todo lo que Rhonda venía perfilando tiene en ese momento culminante un estallido de virtuosismo, haciendo uso y abuso de la técnica del slap con maestría, aportando un swing avasallante que deja perplejos a todos y que consigue que por primera vez en la noche, la platea se ponga de pie a la hora de los aplausos.
El solo de Rhonda cambia en absoluto el rumbo del concierto. A partir de allí Jeff Beck toca más suelto, y la banda toda se desata, apoyándose en un repertorio que también ayudó a que esto suceda. Primero “You never know”, de “Theres and back” (el disco que incluye “El becko”, clásico que no tocó anoche), después el “Rollin’ and tumblin’” de Muddy Waters, con Rhonda en la voz (sí, además también canta), y “Big block”, un blues bien pesado traído desde “Guitar shop”.
Hacia el final, Jeff Beck eligió rescatar “Who else”, su gran álbum de fin de siglo. Aquel de los experimentos con las bases electrónicas, aunque anoche hubo poco y nada de eso. Primero fue “Blast from the east”. Seguido el slide exquisito en “Angel (footsteps)” de Tony Hymas, y tras una potente versión de “Dirty mind” (este tema es del sucesor “You had it coming”) con solo de batería de Walden, Beck volvió a “Who else” con “British with the blues”. El cierre fue con “A day in the life”, que contrapone la deliciosa armonía en las cuerdas de Jeff Beck, con la furia anárquica del intermedio, para, como en el original Beatle, volver a la calma plácida de la melodía del inicio.
Los bises resultaron raros, porque fueron de mayor a menor. Arrancaron con “Y want to take a higher”, el clásico de Ike & Tina Turner, con Rhonda Smith en voz nuevamente, consiguiendo un clima de éxtasis como no habían alcanzado antes. La banda es puro rhythm and blues, los coros se repiten a modo de exaltación gospel, mientras Beck sangra oídos con su guitarra punzante. Para “How high the moon”, Jeff se calza la Les Paul negra por única vez para homenajear su creador, y el concierto cierra en clima triunfante con la versión de “Nessun dorma”, el aria final de la opera “Turandot” de Giacomo Puccini, incluida en “Emotion & commotion”. Finalmente Jeff llamó a su banda, y tan humildes como entraron se despidieron abrazados en el típico saludo de una banda hacia su gente, haciéndonos olvidar que anoche fuimos a ver al Luna Park a un solista virtuoso de la guitarra. En ese saludo final reside el verdadero secreto de por qué esos músicos sonaron como sonaron; como los mosqueteros de Alejandro Dumas, la respuesta está en el “todos para uno y uno para todos”. Y es esa imagen final la que termina por explicar porqué Jeff Beck sigue siendo tan grande.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Benjamin Biolay en Samsung Studio

A veces a la gente le gusta hacer las cosas complicadas. En su primera visita al país, hace dos años, Benjamin Biolay había llenado dos Niceto, que en cantidad de gente significan algo más de 3500 personas. Esta vez, además de su breve paso por el Hot Festival, su presentación se limitó a una noche en el Samsung Studio, un lugar armado con mesas para apenas 150 personas sentadas y otras tantas paradas, amontonadas detrás de dichas mesas. Eso sí, hay que reconocer que el Samsung resulta un lugar ideal para disfrutarlo, esto si quienes organizan se ocuparan de, al menos, no entorpecer las cosas. En primer lugar abrieron tarde la sala en relación a la hora anunciada del concierto. En segundo lugar, ofrecieron un menú de comida opcional para quienes estábamos en las mesas, y que empezaron a servir lo suficientemente tarde como para, junto con eso, demorar el inicio del show. Quienes no optamos por el menú, nos vimos gratificados al notar que a lo que en Studio Samsung llaman cazuela, no es mas que un minúsculo recipiente con algún rastro de pollo en el fondo (quienes optaron por sushi tuvieron mejor suerte). En tercer lugar el olor a verdeo es un aroma inusual para acompañar un recital, algo que jamás me había pasado, excepto que alguna vez alguien se haya fumado una cebolla.
Por suerte los artistas suelen ser ajenos a estas circunstancias y mientras se escuchaba la voz de Michel Aumont recitando “Pour écrire un seul vers “de la banda de sonido de “Clara et moi”, el francés y sus músicos se fueron acomodando en el escenario para iniciar el concierto con Benjamin Biolay al piano en una versión calma e íntima de “Tout ca me tourmente”, de su último trabajo doble, “La superbe” (2009). Acto seguido el clima cambió con “Même si tu pars” de “A l’origine”. A diferencia de su primera visita, esta vez Benjamin llegó acompañado por su banda completa, por lo que hubo menos sonidos programados y la música ganó en frescura. La gira tiene por objeto promocionar el disco “La superbe”, que según la crítica europea fue uno de los mejores discos de 2009. Sumergirse en ese disco significa adentrarse en los distintos caminos, sonidos y ritmos que Biolay elige a la hora de componer. Desde la intimidad de la chanson más tradicional, pasando por los coqueteos con el hip hop, el nulo temor a los aportes de electrónica, y hasta sonidos y melodías pop bien accesibles y pegadizas. Esa variedad, en un recorrido que no dejó de lado el resto de su discografía, es lo que pudo apreciarse en el sensacional concierto de anoche. El paso de la suave “Night shop” a la pegadiza “Si tu suis mon regard”, que hacia el final construyó el primer clima ascendente de la noche, resulta un ejemplo perfecto para graficar ese cambio.
Con Benjamin Biolay al piano el show vuelve a cambiar de rumbo. La sala parece hacerse más pequeña, la intimidad nos invade a todos y el decir susurrante y confidente del francés hace de ese momento un punto altísimo desde lo emotivo. “Ton heritage” probablemente sea una de las canciones más hermosas de “La superbe”. La hizo sentado al piano y acompañado apenas de unos colchones de cuerdas aportados por su tecladista (que es igual a Luis Luque!). Seguido quedó solo en el escenario y se despachó con dos joyas de sus primeros trabajos: “Nuits blanches” de “Negatif”, y desde “Rose Kennedy”, “November toute l’année”. En su sugerente melodía acompañada por un piano con reminiscencias clásicas, a esa altura de la noche, el nombre de la canción resultó un auténtico deseo común. Si faltaba algo para coronar ese tramo, seguido se escuchó una tremenda versión de “La superbe”, la primera de las tres canciones que terminan en crescendos sonoros que estremecen los sentidos y que hacen que uno quiera que se prolonguen hasta el infinito.
Benjamin Biolay habla poco y casi siempre en francés. El contacto con el público se reduce a unos suaves golpes en el pecho para atestiguar que el cariño es mutuo. Recorre el escenario a paso lento, marca con sus brazos los cambios de ritmos y cortes en las canciones y su baile es apenas leve. Se acerca a sus músicos, pero se comunica con ellos apenas por gestos. Su andar descuidado y su manera permanente de arreglarse el pelo pueden ser ritos auténticos o bien una perfecta construcción. Pero en cualquiera de los casos, su figura resulta un imán que atrae las miradas y que lo convierten en centro de la noche. A veces su humildad es creíble, otras parece estar más allá de todo, y hasta parece sobrar la situación. Con esos atributos, no es causal que haya incursionado en el cine.
“Lyon presqu’île” y “Bien avant” tuvieron a Benjamin a cargo de la guitarra acústica y fueron el prolegómeno del tramo más festivo del concierto. Pasaron la rockera “Prenons le largue”, y de “Trash yéyé”, la seductora “Qu'est-ce que ça peut faire” y la irresistible “Dans la merco Benz”, con incursión de Benjamin en la trompeta. “15 Septembre” marcó otro momento alto desde lo rítmico y el final, igual que en 2008 y en el mini set del Hot Festival, quedó a cargo de “A l’origine”. Y acá tengo que hacer un alto. Porque cada peso que uno pueda pagar por la entrada a un concierto de Benjamin Biolay vale solamente por ese momento. La canción es una especie de hip hop denso (diría a lo Eminem, por citar una referencia que no me convence del todo), cuyo clima va ganando en volumen, y que se desata en un caos sonoro y lumínico, con el francés arrodillado en el piso, gritando y casi aullando una letra que contrapone la imagen de un origen puro y libre de maldades ante el espejo de un presente pintado de macabro, materialista e insensible. Todo esto enmarcado por sonidos que ganan en intensidad, mientras las luces bombardean el escenario convirtiéndolo en un auténtico apocalipsis. La gente de a poco se va poniendo de pie, un poco por incredulidad ante lo que tiene frente a sus ojos, y otro poco porque es contagiada por el éxtasis de una banda que termina el concierto en un estallido fenomenal. Es por ese motivo que pasan unos cuantos minutos entre que la banda se haya retirado del escenario y la aparición de los primeros aplausos pidiendo por una vuelta.
De regreso Benjamin hizo “La balade du mois de Juin”, del disco “Home” que grabara en 2004 con su, por entonces, esposa, Chiara Mastroianni. Después del caos llega la calma, podría uno pensar. Pero eso dura poco, porque otra vez una melodía que nace pequeña e íntima gana lentamente en energía, para destara el tercer momento crucial en cuanto a intensidad. Así fue la interpretación de “Negatif”, tema que da nombre a su segundo trabajo, y que incluyó citas a Bowie y a Gorillaz. Nueva despedida breve, y finalmente un segundo regreso con “Les cerfs volants”, un clásico de su primer disco, con la voz sampleada de Marylin Monroe como acompañante, y un cierre definitivo con “Padam”, de su último trabajo, en una versión funk en donde la guitarra se lució marcando el ritmo frenético que le dio a la noche un cierre ideal.
Pasada la medianoche la gente se retira lentamente del Samsung completamente complacida. Yo me quedo mirando algunos rostros con algo de curiosidad y mucho de odio. Porque no quiero dejar pasar que durante las dos horas del concierto hubo personas que se levantaron de sus lugares una docena de veces (no exagero) para irse a conversar con gente de otras mesas, yéndose al baño, o vaya saber dónde, desatendiendo en absoluto lo que pasaba en el escenario. Caminantes que parecían tener la mente en otro lado, y a los que yo aborrecía, porque honestamente no creo que se merezcan la extraordinaria performance que Benjamin Biolay nos regaló anoche. El espacio y el precio de las entradas dejó a afuera a mucha gente que de verdad hubiera disfrutado del concierto. Sin necesidad de petit cazuelas a $50 y que se sabe ubicar y postergar la hora de hacer sociales para el momento que corresponda. Así que amigo Benjamin , ya sabés: la próxima (porque tiene que haber próxima) al menos una Trastienda.

martes, 23 de noviembre de 2010

Olivia Ruiz en La Trastienda

Este fin de semana por primera vez se había declarado feriado al Día de la Soberanía Nacional. El sábado, fecha en que se conmemora la batalla de la Vuelta de Obligado frente a la flota anglofrancesa, yo me fui a ver a los británicos Massive Attack; y ayer, que el feriado se hacía efectivo, a la francesa Olivia Ruiz. Esto me estaba haciendo sentir un poco cipayo, así que para elevar mi sentimiento patriótico, y poco para romper las pelotas, crucé dos vueltas de cadena al pasaje donde vivo, y me fui a La Trastienda con la conciencia limpia y soberana.
Olivia Ruiz es un caso raro. Cuando supe de su existencia desconfié de su origen en la versión de Operación triunfo francesa. Pero me bastó escucharla para dejar de lado los prejuicios. La cantante de treinta años posee, además de su excelente registro vocal, una enorme capacidad para adentrarse en estilos variados y encararlos con facilidad, empleando incluso varios idiomas. El show de anoche en La Trastienda, en su segunda visita a la Argentina, tuvo mucho de eso. Con una banda reducida (bajo, batería minimalista, guitarra y trompeta) Olivia armó un show breve y compacto, que priorizó las canciones en español, hizo un repaso por sus dos últimos trabajos (“La femme chocolat” y “Miss méteores”) , más alguna perla de regalo.
El show abrió con “Les crêpes aux champignons”, y siguió con la poderosa “Goutez-moi”. Olivia Ruiz se mostró más que simpática y con muchas ganas de dialogar con la gente. Como descendiente de españoles (contó que sus abuelos se refugiaron en el sur de Francia huyendo de Franco), usó ese idioma para dialogar y eso facilitó la comunicación; aunque ella no estaba muy convencida y contó que su abuela la acusaba de pronunciar el español como una vaca inglesa. Aun luego de semejante confesión, privilegió el español para las canciones, como “La femme chocolat” que tienen versiones también en francés. Si bien el show fue parejo en cuanto a climas, no dejaron de haber momentos para destacar, entre ellos la versión de “Quijote” y dos canciones en inglés “Spit the devil” y “I need a child”, en donde la guitarra fue reemplazada por un banjo.
Cantó “Las migas de mi corazón”, que en su versión original comparte con Julieta Venegas (ella dijo extrañarla, yo no), y en cuanto a emotividad los momentos cumbre fueron dos: la interpretación en francés de “Que nadie sepa mi sufrir”, tal cual la hacía Edith Piaf (recordó que en su primera visita a Argentina cuatro años atrás, un periodista desorientado la trató de cruza entre Piaf y Mano Negra) y que resultó una gran demostración de su capacidad vocal; y un homenaje sentido y conmovedor a Lhasa de Sela, con una versión de alto vuelo de “La llorona”.
Olivia se mostró siempre de excelente humor. Se rió de su propia impericia para explicar el significado de las canciones, como “Elle panique”, o a la hora de presentar a sus músicos, de los cuales dijo “pueden decirles lo que quieran, que no entienden una palabra en español”. Consiguió hacerse acompañar con palmas a lo largo de todo el show, especialmente en la irresistible “Belle à en crever”. Festejó la presencia de varios argentinos en la sala, cuando notó que un nutrido grupo de gente la vivaba en francés (No hice miles de kilómetros para ver franceses, no?, dijo). El legado de sus ancestros españoles está presente también en cada uno de sus movimientos y por momentos a sus pasos de baile solo le faltaron las castañuelas. Y como si esto fuera poco, cerró el show con la españolísima “Quedate”, canción marcada a fuego con el signo trágico de la poesía de ese país (Quédate conmigo abuela, no nos dejes solitos, solo con memoria. Quédate conmigo abuela, qué camino seguir si se muere el tuyo).
Cuando volvió al escenario para los bises, que fueron a las apuradas porque luego de desalojar la sala, Pavement hacía su segundo show en Argentina, la gente la pidió “Mala vida”, el tema de Mano Negra que Olivia grabara con el proyecto Nouvelle Vague, pero como no lo tenía preparada, nos conformó haciendo solamente el estribillo a capella. Después dejó la graciosa pintura familiar de “Terapia de grupo” (“Mi madre es depresiva, mi padre falto de confianza”, canta), y a falta de más temas preparados (se excusó en su banda reducida), se despidió definitivamente haciendo de nuevo “Las migas de mi corazón”, pero en francés (J’etraine des pieds”). Para mí, el show de Olivia Ruiz resultó un refrescante aperitivo para el show de Benjamín Biolay esta noche. Justamente, bien cerca de la barra, se pudo a ver a Benjamín Biolay junto a sus músicos disfrutando del show de su compatriota.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Hot Festival dia 2 - Massive Attack en Costanera

Llegué temprano al predio de Costanera exclusivamente para ver a Martina Topley Bird en un horario inusual: 16:10hs La primera decepción fue que para entrar yo tenía la ilusión de subir por el puentecito que cruzábamos cuando era chico e íbamos al parque de diversiones, cuyo tren fantasma tenía tantas entradas de luz, que uno podía adivinar el monstruo siguiente varios metros antes. Pero uno de los puentes era para el estacionamiento y el otro para el VIP. Nada de puentecito entonces y a correr al escenario 2, porque eran las cuatro. Pero la cosa venía retrasada, así que presencié a María Ezquiaga y dos guitarristas en una versión reducida de Rosal. No estuvo mal, pero de todas maneras los veinte que éramos a esa hora, estábamos resguardados a la sombra y vimos y escuchamos el show sentados.

El que no fue temprano y se perdió a Martina…..lo siento mucho. Ella sola, un teclado, laptop y sampers. Habló en español, fue pura simpatía y se ganó al poco público que estaba en el lugar, que había ido temprano exclusivamente a verla. Sus interpretaciones fueron más fieles al sonido de “The blue God”, que a las versiones que hizo para “Some place simple” este año. Usó mucho sampler de voz y se tomó con humor alguna falla en el disparo de las programaciones. Tocó “Valentine”, “Poison”, “Da, da, da, da”, una versión de “Overcome”, el tema que grabara para el disco debut de Tricky, y se peleó con los organizadores ante la sugerencia de acortar el set (el retraso no es mi culpa!, les gritó). Y ante otra falla en el sonido, cerró invitando a dos espectadores a subir al escenario a acompañarla con palma y pandereta, y haciendo en guitarra una furiosa versión de “Too tough to die”, de su primer disco solista “Quixotic”, mientras los turros de “Soy rock” le largaban el show de Cobra Starship en el escenario 1.

Cobra Starship…..tal vez con el revuelo hormonal de un adolescente se los pueda entender, pero mi cabeza está cerrada a esas experiencias. Para colmo, en su demagogia pro Argentina, uno de ellos gritó: Viva Argentina, viva cerveza (así, sin artículo de por medio), viva cerveza Quilmes!” Nah! Banda berreta vivando cerveza berrata. Asco. En mi cabeza sonaba la voz de Mark Mothersbaugh repitiendo “We are emo, we are emo” Sigo de largo. Me voy al escenario alternativo y está desarmando Brian Storming. Llegué tarde, así que me volví al escenario 2, porque (con Cobra Starship todavía tocando!) largaron a James Yuill. El tipo parece salido del video de “She blinded me with science” de Thomas Dolby. Un nerd con todas las letras, rodeado de tecnología, disparando secuencias y haciendo buenas canciones. Pappo lo hubiese echado a patadas del escenario, pero el tipo se la bancó e hizo bailar a algunos con su versión 2.0 del synth pop.

Massacre, a esta altura, se convirtió en una fija para este tipo de festivales. Walas se gana al público con facilidad, la gente reacciona más que bien ante una banda clásica a la que muchos descubrieron hace poco. Abrieron con “Abrázame así, abrazame fuerte”, y sonaron “La octava maravilla”, “La epidemia”, y “Divorcio” (estas tres todas de el magnífico “El mamut”-2007). Auguraron un futuro dominado por insectos en “Heredarán la tierra” en un predio ideal para “Off Rock Festival” y se despidieron con mucho aplausos, aunque no tocaron “Plan B” (Cosa que tampoco haría Catupecu más tarde, en una especie de “dale hacela vos. No vos. No mejor vos. Y así nos quedamos todos sin “Anhelo de satisfacción”).

Volví al escenario 2 a ver a Benjamin Biolay. De él voy a hablar poco, porque el 23 lo voy a ver en Studio Samsung y me reservo las palabras para ese momento. Lo resumo diciendo que aunque muchos no lo concían, la gente “compró”. El tipo seduce hasta cuando se esfuerza por no seducir. Dos chicas chiquitas al lado mío se apretaban las manos entre ellas y se preguntaban: “Boluda, quién se lo coje primero?” a una edad en la que todavía no aprendieron que a veces no todo se hace necesariamente se reduce a dos. Hizo al principio los temas más guitarreros (“Si tu suis mon regard”), tocó la trompeta en “La superbe”, fumó en “Tu es mon amour”, rescató “Les cerf volants” y cerró (como hace dos años en Niceto) con una descomunal “A l’origine”.

Stereophonics es para mí una deuda pendiente. Siempre los escuché poco haciéndome la promesa de adentrarme en su discografía. Ese tipo de bandas siempre me parecen que son lo que Radiohead hubiese sido si se hubieran casado con “Pablo Honey”. Pero Stepeophonics está un paso arriba. Y si yo sospechaba que ese prejuicio me estaba haciendo perder una gran banda, ayer lo terminé por confirmar. Espíritu indie, guitarras poderosas, buenas voces dentro de un sonido impecable. Abrieron con el clásico “The bartender and the thief” e hicieron excelentes versiones de “Superman”, “Local boy in the photograph” y “Just loocking”. Bajaron un poco los decibeles con “Have a nice day” y “Maybe tomorrow”, y cerraron bien arriba con “Dakota”. Show potente que le dejó el ambiente servido a Catupecu en el escenario 2.

Lejos, uno de los shows más flojos que les vi a los Catupecu Machu. Abrieron con “Confusión” y “Piano rd” de “Simetría…” y el sonido era más que deficiente. La gente lo hizo notar y Fernando les dijo que puteen a Macri. La verdad es que creo que Mauricio tenía poco que ver esta vez con los problemas de sonido. En primer lugar, porque Fernando Ruiz Diaz sabe muy bien que el sonido no se remite solo a volumen, y la mezcla por momentos era pésima. La diferencia entre la potencia sonora de los dos escenarios fue notoria (en los sets de Martina Topley Bird y Benjamin Biolay no lo noté, porque con menos público pude estar más cerca del escenario), pero aún así, en la mitad de “Origen extremo” el volumen subió repentinamente, demostrando que no todo era decisión del jefe de gobierno. A no ser que Duran Barba le haya interrumpido la mesa dulce a Mauricio, le haya hecho saber que estaba a punto de perder dos de los seis votos que le quedan, y que desde Tandil haya salido la orden de mover el potenciómetro. La cosa fue que con el sonido en parte mejorado, el final con “Y lo que quiero es que pises sin el suelo” fue más que digno, y “Dale!” provocó el único pogo en la segunda noche del festival.

Yo aproveché el show de Thievery Corporation para comer un sandwich, visitar a Basani, y descansar un poco. Pero tengo que decir que el combo de Washington hizo un show magnífico. Hicieron bailar hasta las piedras. Mucho funk, ritmos de todo tipo, world music, algo de reggae, hip hip y electrónica. Se cantó en español, portugués e inglés. La cantante argentina Natalia Cravier incitó al público a moverse aduciendo el imperativo de no hacerla quedar mal (???). En “Originality” citaron el “Thank you” de Sly Stone e hicieron “The heart’s a lonely hunter”, el tema que junto David Byrne grabaran en “The cosmic game”. Nombrar temas me resulta imposible, pero sí puedo decir que como aperitivo estuvo más que bien, y que no es casual que Massive Attack los hayan elegido como apertura de su gira.

La ansiedad por ver a los de Bristol era mucha. Después de un show movido como el de Thievery había que ver por donde decidían pegar los británicos para que el choque no resulte tan notorio. La media hora que se demoraron los asistentes en desarmar el set de Thievery y armar el de Massive, sirvió para atemperar los ánimos. Y para cuando se apagaron las luces y empezó a escucharse “United snakes” la expectativa era absoluta. De entrada nomás quedó claro que el sonido nos iba a pasar por arriba. No había jefe de gobierno ni vecinos que pudieran interponerse (y la fauna de la reserva ecológica tiene poco poder de lobby). Una atomósfera perfecta para un trance de poco más de una hora y media que dejó a todo el mundo absorto. En seguida subió Martina Topley Bird para hacer “Babel”, uno de los temas a cargo de su voz en “Heligoland” (el otro es “Psyche” que sonaría más tarde) y todo comenzó a cobrar forma. La puesta en escena fue magnífica. La iluminación alternaba tonalidades más bien oscuras, dentro de los azules con estallidos de flashes y rotaciones psicodélicas. El humo abundaba y a veces hasta casi cubría la vista de los músicos. Detrás de la banda una pantalla de leds armaba y desarmaba palabras, que en el comienzo fueron nombres de todo tipo de drogas, pero que luego también fueron frases completas y números. Números que se incrementaban y reducían, que por momentos solo eran cifras y que en otro llevaban el signo pesos por delante. Que pueden remitir a gastos en armas o a datos de población, y que a veces se detienen de repente como si se quisiera marcar un dato en particular. Anoche, sugestivamente la primera detención fue en el número 30000. Entonces, más que un complemento la pantalla resultó un objeto esencial en un show conceptual por donde se lo mire y que obliga al espectador a estar atento a todo detalle para no perderse de nada. Nunca una banda en vivo se pareció tanto a su página web.

Robert del Naja es quien toma más contacto con el público, aunque esto es esporádico, mientras Grant Marshall ocupa un papel más retirado. A pesar de tratarse del cierre de la gira de presentación de “Heligoland”, Massive Attack armó un show con referencias a su último trabajo, pero poniendo énfasis en muchos de sus clásicos, consiguiendo que el concierto tenga picos desde lo emotivo sin abandonar su coherencia conceptual. El primer tema clásico en aparecer fue “Risingsong” de “Mezanine”. Al final la pantalla reproduce al Maradona más verborrágico: Para los que no creían, que la chupen. La gente aplaude. Massive Attack adapta su mensaje a la tierra que está pisando y sus alertas sobre alienaciones y saturación mediática se expresan en términos y referencias bien comprensibles. Horace Andy aportó su “Girl I love you” del último disco y volvió para un conmovedor “Angel”. La interpretación de “Future proof” fue sencillamente descomunal y la guitarra pareció que iba a incendiarse. Martina Topley Bird hizo una intensa versión adaptada a su voz de “Teadrop” que resultó otro punto altísimo. Pero lo mejor del show sucedió con “Inertia creeps”; mientras la pantalla reproducía las noticias de la semana, en donde conviven Messi, Mariano Ferreira, Moyano y Amado Boudou. A modo de videograph de canal de cable va pasando el resumen semanal y se mezcla con datos aterradores como la información sobre los días en que un ciudadano puede permanecer detenido sin cargos. Canada, Francia, Turquía, Irlanda e Inglaterra van incrementando la cuenta de días hasta el terrorífico “Estado Unidos: tiempo indefinido”. La música sigue creciendo en un clima envolvente y la odisea multimedia termina con sentencias como “Comentar es gratis” y “Los inocentes no han de tener miedo”.

Si “Inertia creeps” fue el punto culminante desde el concepto, el cierre del show con “Safe from harm”, el pico emotivo se centró en lo musical. Poco es lo que se puede decir, porque la única manera de notar el ensimismamiento de la gente, abstraída por la música en un estado de consciencia altamente perceptivo, es haber estado allí y haber sido parte de ese momento mágico. Haber estado bajo el encanto de la voz de Deborah Miller y heberse dejado llevar por la primera canción del primer disco de Massive Attack, esa que bastó para que uno se vuelva fan incondicional de la banda. Y después el silencio y la espera, breve, para unos bises que no dejaron de estar a tono con el show. “As you were living” trae a la pantalla, en tamaño diminuto pero perceptible, los nombres de Tatcher y Galtieri, mezclando sus letras y fundiéndose en uno solo. “Unfinished simpathy” devuelve la encantadora voz de Deborah al escenario, y el cierre definitivo fue, igual que “Heligoland”, con “Atlas air”. El riff de teclado se vuelve un irresistible e interminable trance que permaneció en mi cabeza aún a varias cuadras de haber abandonado el predio y haber salteado los vendedores de remeras y gaseosas a la salida.

Este año tuve la suerte de estar presente en enorme cantidad de conciertos, pero nada se comparará nunca a la noche de Massive Attack en la costanera sur. Un show extraordinario hecho por unos tipos que hace rato han comprendido e incorporado la tecnología, ya no solo al servicio de la música, sino en función de un espectáculo que obliga a tener los cinco sentidos abocados al 100% para gozarlo en toda su dimensión. Y bajo circunstancia sensitiva es que todavía estaba imbuido cuando necesité pellizcarme, un poco para saber si lo que había vivido era real, y otro poco porque cruzar Paseo Colon a esa hora y en ese estado no era lo más aconsejable.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Hamacas al Rio en Studio Samsung

No pude estar en Núñez, así que aproveché las ventajas del Fútbol para todos y vi el clásico en casa con la campera colgada en el respaldo de la silla y la entrada del show Hamacas al Río en la billetera. Ni bien terminó el partido salí corriendo, sin pensar mucho, para llegar al show a horario. Todavía estaba procesando la victoria cuando en el taxi al que me subo sonaban Los Redondos con “Ji,ji,ji”. Ahí caí en la cuenta que yo tenía más ganas de estar haciendo pogo con el “negro” Maidana, que de ir a ver cualquier recital. Dos cosas fueron las que me devolvieron el espíritu melómano: en primer lugar transformé en mi cabeza a los Hamacas al Río en Hamacas al River por un rato, y en segundo lugar, es imposible pisar Studio Samsung sin ser invadido por una enorme sed de música.
Ya en clima me senté a esperar la presentación de “Al final, el parque”, el tercer trabajo de Hamacas al Río, de reciente edición y producido por Tweety Gonzalez. Y después de un inicio que recorrió dos tramos diferentes de su carrera (“El viaje” de su primer trabajo, y “Un pequeño relato” del EP digital de 2008), Hamacas comenzó a repasar lo nuevo, con “En el aire”, canción que abre el disco. La escenografía dejaba ver unas ramas cayendo a ambos lados de la banda y que le entregaban al escenario un espíritu agreste a tono con el nombre del CD. El segundo tema fue “Irreal” y en él aparece una de las características que amplían el universo de la banda a partir de esta nueva etapa. La canción es dócil y fresca al oído, no incluye teclados (el acordeón en el disco estuvo ausente anoche), lo cual es una novedad mayúscula, y destila un espíritu optimista no muy habitual en ellos (“Me sumerjo en la realidad y sin sentidos se van recuerdos, y todo empieza a ser un nuevo día”). El mayor mérito de “Al final, el parque” es precisamente que en su búsqueda de ampliar los horizontes musicales, las canciones no pierden la impronta característica de la banda, y eso consigue que quienes ya los conocemos adoptemos lo nuevo naturalmente, y que los nuevos oídos se arrimen las viejas melodías con facilidad.
La temática de las letras se sigue sosteniendo en miradas personales, muy confesionales en algunos casos, y por ese motivo abundan los “de mí”, “sobre mi” o “en mí” en la estructura de los versos. En lo estrictamente musical, “Otra forma” es, por su contundencia rítmica, la canción que más rompe con el esquema de Hamacas, y anoche tuvo que demorarse por un inconveniente en el disparo de las programaciones; pero la banda sorteó bien el inconveniente adelantando “Andar” en la lista. “Un nuevo amor” es un bolero que crece en intensidad y cuya interpretación Laura dedicó a su padre. La canción que da nombre al disco es una suave melodía que seduce en su lenta somnolencia, y “Seis soles” y “Suerte” son temas más fieles al estilo conocido. Apoyados por percusión, la ya estable segunda voz de Sol Fernandez y la eventual participación de Sebastián Expósito en guitarra acústica, Hamacas al Río sonó fiel al CD, la voz de Laura y los delicados arreglos que envuelven las canciones pudieron disfrutarse en toda su dimensión.
“Mitad de Junio” y “El mismo invierno” fueron otras de las canciones anteriores que se escucharon anoche y el show terminó con “Sin decir”, melodía contagiosa y perfecta en su estructura pop, que seguramente a la hora de repasar el 2010, estará entre las mejores del año. Los bises llegaron con “Te puede estar pasando”, que por sus colchones de teclados, es de los nuevos temas el que más remite a “Mitad de Junio”, después “Calmas” y la despedida repitió el final del disco con “Un sueño”, una canción suave que deriva en un crescendo que la deviene en intensa y que resultó un broche perfecto para el show. Con el espíritu ahora embargado por la cadencia musical de Hamacas al Río, el destino quiso que el taxi de vuelta me recibiera con una radio y la voz de Sinnead O’Connor diciéndome “Thank you for hearing me”, como para no cortar el clima absorbido en el Samsung. Una casualidad que a esa hora resultó más que bienvenida.

martes, 16 de noviembre de 2010

Belle and Sebastian en el Luna Park

Para empezar a contar sobre el show de Belle and Sebastian de anoche voy a descartar dos referencias cercanas: el altísimo grado de emotividad del último show que presencié (Paul McCartney) y la energía desbordante de la última vez que pisé el Luna Park, con Pixies sobre el escenario. Los escoceses son otra cosa, pegan por otro lado. Por el lado de la sensibilidad, como buenos indies esto es casi una obviedad, pero esa sensibilidad aplicada a la música da por resultado canciones delicadas, preciosas en sus melodías y arreglos, y que provocan una sonrisa leve como mueca. Una brisa fresca que para una noche de lunes laboral es casi una bendición.
Con unos quince minutos de demora, el concierto abrió con “I didn’t see it coming” del último trabajo “Write about love” y en seguida le pegaron el primer gran hit, “I’m a cukoo”. Si bien la gira tiene por objetivo presentar el último disco, esta dos canciones fueron la real medida de los discos en los cuales se iba a sostener el show: “Write about love” y el imprescindible “Dear catastrophe waitress” de 2003. Nadie se va a encontrar con lo que no fue a buscar. Folkie suave, buenos arreglos, ligeros detalles con reminiscencias psicodélicas, pop con referencias bien ancladas en los ’60 y la suma de influencias posteriores, algunas más que evidentes, como el caso de The Smiths. Stuart Murdoch y Stevie Jackson son los exactos prototipos de su público: algo melancólicos, alegres sin desbordes, chicos sensibles que encuentran sus réplicas entre la enorme cantidad de flacos con remeras a rayas y anteojos de marcos grueso, y chicas con pañuelos verdes en la cabeza. Si alguien tenía que pasarle sus apuntes de marketing a un compañero de facultad, el Luna Park anoche era el punto de encuentro seguro.
Los Belle and Sebastian no se privaron de nada a la hora de armar el setlist. Fueron bien atrás a rescatar canciones como “Like Dylan in the movies” y las mezclaron con las nuevas, como por ejemplo “I’m not living in the real world”, en la cual al inicio Stevie juega con el público y dice sentirse Freddie Mercury por un rato. Hubo tramos en donde la música se presta al baile (“Step into my office baby” o “I want the world to stop”) y otros más íntimos y suaves, especialmente las excelentes versiones de “Lord Anthony” y el rescate de “(I believe in) travellin’ light”, en la voz de Stevie Jackson. Stuart canta igual que en los discos y cuando se suma la voz de Stevie, resultan un tandem inigualable. Los músicos se mostraron sorprendidos por la buena y masiva respuesta del público (estadio repleto), intentaron comunicarse en español utilizando al tecladista Chris Geddes, lo que resultó un fracaso, hasta que comprendieron que la gente le entendía el inglés de Stuart a la perfección. A pesar de las conocidas limitaciones del Luna Park en cuanto a sonido, los sutiles arreglos de cuerdas y las armonías vocales pudieron disfrutarse sin inconvenientes. Stuart Murdoch pasa de las guitarras al piano, canta casi todos los temas y es la figura central de una banda prolija y delicada. Violines, cello, armónica, trompeta y flauta se suman a las melodías y construyen arreglos complejos, que en ningún momento pecan de pretenciosos.
Todo en Belle and Sebastián es mínimo y tenue. Desde la iluminación, hasta la actitud de los músicos sobre el escenario. Algo de humildad y mucho de timidez fabricada a medida de la propuesta. Por eso sorprende cuando durante “Sukie in the graveyard” de “The life porsuit”, Stuart desciende del escenario y vuelve de la platea con una chica a la que invita a quedarse bailando con ellos. O cuando lo repite en “Dirty dream number two”, esta vez trayendo a otras tres chicas y a un muchacho gigante que más que de la platea, parecía rescatado del subconsciente de Tim Burton. Los chicos bailan y se quedan para “The boy with the arab strap”. Stuart se trepa a una de las cabeceras, se mezcla entre la gente, regresa y al final los chicos bailarines se hacen acreedores de una medalla de la “B & S School of pop”.
El final del show fue con “If you find yourself caught in love” y dos temas de “The boy with de arab strap”: “Simple things” y “Sleep the clock around” con la voz de Sarah Martin sumándose a la de Stuart Murdoch. A esa altura, la platea permanecía de pie y no paraba de aplaudir al ritmo de las canciones, por lo que los bises no se debían demorar demasiado. Y no solo no lo hicieron, sino que además fueron una especie de auto homenaje a su disco del año ’96 “If you’re feeling sinister”: “Judy and the dream horses”, “Get me away from here, I’m dying” y la potente (en los términos B & S, claro) “Me and the major”. Entre todo eso, los músicos arrojaron pateando pelotas al público, en un hecho que pareció salido otro show y de otra banda. En el final quedó claro que el feeling con el público argentino deja abierta a un regreso, lo que por otra parte fue prometido por el propio Stuart. Algunos músicos se demoraron en la salida del escenario firmando autógrafos e incluso el bajista Mick Cooke hizo las veces de fotógrafo de unas chicas de la primera fila de la platea que le alcanzaron una cámara. Si no fuese que en el medio se juega el superclásico (lo de super con estas realidades es una exageración), podría decir que los Belle and Sebastian me dejaron a punto para el show de Hamacas al Rio esta noche.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Paul McCartney en River

Pocos minutos antes de las ocho de la noche empezó un leve movimiento en el escenario de River. La mayoría sabíamos que se trataba de Ciro y Los Persas, que hacían las veces de banda soporte. Las señoras que tenía a mi derecha abrieron los ojos medio espantadas, con cara de “no irán a poner un rockero, no?” Muestra extrema de lo ecléctico del público anoche. Adelante, dos sub-20 aplaudían y empezaban a cantar con “Al atardecer”. El soporte en realidad fue Ciro y dos persas. Media banda en formato acústico solamente para hacer seis temas. Casi inadvertido el pobre Ciro, que supo llenar ese estadio de bote a bote. “Tan solo” levantó un poco a la platea, dedicó “Canción de cuna” a los suyos y se fue deseando que dure la noche de hoy. Deseo que por suerte, se hizo realidad.
Media hora antes de comenzar el show, las pantallas laterales empezaron a mostrar una tira de imágenes que resumía en dibujos, fotos, videos y recortes de publicaciones, la carrera artística de Paul McCartney. La música, aunque en volumen medio, reproducía versiones de sus canciones con base electrónica o hacia el final, convertidas en clásicos soul. Una buena manera de tener presente los tantos temas que no iban a sonar durante el show, que puntualmente empezó con un Paul elegantísimo haciendo “Venus and Mars” pegado a “Rock show”. Pero se sabe que ningún show de McCartney empieza del todo hasta que no se escucha “Yet”. Ahí sí ya estábamos todos en clima. Yo, desacostumbrado a las plateas lejanas, temía por un sonido débil o algún rebote debajo de las tribunas, pero no. Todo era perfecto, y encima Paul arrancó con “All my living”, provocando la primera gran explosión. El show va a ir cambiando de climas según el instrumento que Paul tenga a su cargo. En ese comienzo el bajo cambió por la guitarra eléctrica (el bajo quedó a cargo de Rusty Anderson, una extraña cruza entre el “pollo” Vignolo y Guido Suller) y ese tramo resultó bien rockero. Primero “Letting go” y un cierre con una tremenda versión de “Let me roll it” que incluyó una cita al final a otro zurdo, Jimi Hendrix, con el riff de “Foxy Lady”. Cita homenaje al tipo que cuarenta y tres años atrás, él mismo recomendó en reemplazo de The Beatles para tocar en Monterrey.
Cuando Paul se sentó en el piano, yo sentí que el estadio quedaba grande. Ese tramo del concierto era ideal para un teatro. Claro, habría que ver a qué precio, pero el clima de “The long and winding road” exige intimidad. Después Wings en versión casi progresiva con dos temas: "Nineteen hundred and eighty-five" y “Let ‘em in”, y la primera dedicatoria: “My love” para traer el recuerdo de Linda. Paul sonríe entre tema y tema. Conversa en español con la gente. Repite gestos al final de cada tema y espera la reacción del público. Eleva su brazo festejando las reacciones de la gente y juega con sus tiradores en un gesto de mímica clown. Es prolijo y políticamente correcto. De él no se puede esperar que mande a sacudir las joyas a las primeras filas (que pagaron más de $ 7000). Sabe que su propia presencia basta para que la gente lo adore, que todo lo que haga será bienvenido. Y baja del escenario a buscar una guitarra acústica y uno supone que se viene algo grande. Toca “Two of us” y después “Blackbird”. Y entonces es imposible no lagrimear. Yo me niego a mirar las pantallas laterales que amplifican la figura de Paul. Me quedo con la imagen del escenario y con ese tipo de camisa blanca solo en el medio, iluminado por un único haz de luz. Uno de los más grandes artistas de todos los tiempos haciendo una de las mejores canciones que se hayan compuesto jamás. Ese punto, ese haz de luz, esa guitarra delicada son en ese momento el centro mismo del universo. All my life, I was only waiting for this moment to arise.
“Here today” dedicada a Lennon se transformó en el segundo homenaje de la noche. “Dance tonight” retomó el clima festivo, con Abe Laboriel Jr. bailando detrás de su batería. El gordo es un fenómeno. No solo por su simpatía y por lo que toca la batería, sino porque su apoyo vocal es fundamental para envolver y coronar las canciones. Y Paul sigue: “Mrs. Vandebilt” y otra vez a pegar fuerte a las emociones con “Eleanor Rigby”. La gente canta todo. Se anuncia otro homenaje, esta vez para Harrison. Y arranca un “Something” que tiene reservado un momento conmovedor, cuando la banda se suma a Paul y en ese preciso instante la pantalla muestra una foto de un joven McCartney en blanco y negro con su cabeza reposando sobre el hombro de George. Esa imagen, reemplazada luego por otras de la época Beatle arranca lágrimas a todos. Y desde el escenario se nota y deciden bajar un poco ese tono. Entonces el clima se corta con “Sing the changes” de The Fireman, con la imagen de Obama armándose y desarmándose desde las pantallas, como símbolo de una esperanza que la últimas noticias llegadas del norte parecen desmentir.
De allí en más, todo fue cantar, cantar y cantar. “Band on thu run” abrió ese tramo, y pegadito “Ob-la-di ob-la-da”. Y yo que siempre creí que esa era una canción indigna en la discografía de The Beatles, sentía que podía quedarme idiota tarareando ese estribillo por el resto de mi vida. “I’ve got a feeling” (alguna duda?), “Paperback writer” y “A day in the life” con el estribillo de “Give peace a chance” como corolario y que resulta el auténtico homenaje a John en la noche. Las pantallas muestran por primera vez a la gente, que canta y sacude sus brazos. En una de las tomas me parece identificar a Charly García cantando, pero la cámara viaja rápido y la toma no se repite. Paul sube al piano y empieza “Let it be”. Nadie podrá encontrar palabras para la emoción porque no existen. Por suerte no todo puede describirse con palabras, pienso, y me dejo ser. Y después la adrenalínica “Live and let die”, con las explosiones efectistas, los fuegos artificiales y el escenario teñido de un tono rojo anaranjado. Otro punto culminante del show. En medio del humo, alguien acercó un piano multicolor. Paul se sienta y empieza “Hey Jude”. Y todos sabemos que el “na na na, nana na na” va a ser interminable. Paul dirige: ahora solo los varones, ahora solo las chicas y todos de nuevo. Las plateas de atrás se habían vaciado y mucha gente se agolpaba a las vallas que le señalaban el límite de su espacio. Un paso más adelante vale $ 2000. Paul saluda, llama a sus músicos y se despide. Nosotros seguimos “na naneando” felices.
De regreso Paul hace flamear una bandera argentina. Demagogia o un ex-beatle que se suma al Bicentenario, da lo mismo. El grito de “Argentina, Argentina” no se sostiene, entre otras cosas, porque Paul hace de ese primer bis una extrema descarga de energía beatle: “Day tripper” primero, “Lady Madonna” luego y el cierre con “Get back” que es justamente lo que nos quedamos todos pidiéndole cuando Paul abandona el escenario por segunda vez. Y hubo más. “Yesterday” a esa altura resultó un premio final para el cúmulo de emociones de una noche que ya está guardada entre los tesoros más preciados de mi memoria. Pero Paul no va a dejarnos ir en tono melancólico y se despacha con un “Helter skelter” que nos pasó por arriba. “Sgt. Pepper” y “The end” fueron una excusa para irse a casa batiendo palmas. Último saludo, agradecimientos varios a técnicos y músicos y saludo final. Apenas diez minutos faltaban para cumplir tres horas de show.
No viví a los Beatles. No estuve en el ’93. “Pipes of peace” fue uno de mis primeros discos en inglés después de la castellanización obligada de Malvinas, pero recuerdo haberlo comprado más por la presencia de Michael Jackson en “Say say say” que por el mismísimo McCartney. Cuando avancé en mi conocimiento con la música Beatle, John y George se adelantaron en preferencias a Paul. Pero me bastó tenerlo enfrente esas tres horas para darme cuenta del tamaño de la energía que ese tipo y sus canciones son capaces de provocar. Caminando lento por Udaondo miro el Monumental que se va vaciando y sueño con que la noche de música de Paul todavía escondida entre los rincones del estadio funcione como conjuro para terminar con la mala leche que venimos soportando las gallinas estos años. Pero claro, el sábado tocan los Jonas Brothers, así que es probable que los centros de Chiche Arano sigan pasando lejos, por atrás del arco. Así que será cuestión de encontrar al Brian Epstein capaz de calzarse el buzo de DT, pero ese es otro tema.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Enrique Bunbury en el Teatro Gran Rex

La última vez que Enrique Bunbury había actuado en la Argentina como solista, (en 2007 nos visitó con la gira de regreso de Héroes del Silencio) fue exactamente en el mismo teatro Gran Rex y salió al escenario íntegramente vestido de blanco. Esta vez, y con el objetivo de presentar “Las consecuencias”, el trabajo más oscuro e íntimo de su carrera, optó por lo opuesto y salió todo de negro. Ese hecho, sumado a la tarima central del escenario en donde el español apareció elevado solo con su micrófono y el inicio con “Las consecuencias” hizo suponer que la noche iba a ser de tono bajo. Pero esa sensación duró apenas cuatro o cinco canciones. “Por qué siempre conviene alegrar a la gente? También de vez en cuando está bien asustar un poco”, dice la letra de la canción de apertura y resultó profética. Porque esos iniciales cinco temas fueron los únicos que Enrique eligió como para dar su disco por presentado en sociedad y que, además de la apertura, fueron la doliente “Ella me dijo que no”, “De todo el mundo”, el cover de Jeannette “Frente a frente”, que sin el contrapunto de la voz femenina perdió algo del encanto con respecto a la versión grabada y “Los habitantes”.
Para entender lo que ocurrió después es obligatorio hablar de “Los Santos inocentes”, la banda con la que Bunbury viene tocando desde “Helville de luxe”. Los dos guitarristas (Alvaro Suite y Jordi Mena) forman un tándem fantástico y junto a Jorge Rebenaque en los teclados (Jarabe de Palo, al igual que Jordi Mena) son la columna vertebral de una banda de gran ensamble y pulso rockero. Sonido clásico, mucho Hammond, guitarra acústicas y eléctricas que se complementan, y una base precisa con Roberto Castellanos en el bajo y Ramón Gacias en la batería, este último, único sobreviviente del “huracán ambulante” que acompañó a Enrique hasta 2005. Sobre esa base Bunbury hizo un repaso por todos los discos de su carrera (excepto “Radical sonora”, el primero como solista) que llevó a la gente a cantar a viva voz cada una de las canciones. La primera fue “Enganchado a ti”, y luego bastó que Rebenaque descienda a la parte baja del escenario con su acordeón y arrancaran con “El extranjero” para conseguir la primera gran reacción de la noche. Acto seguido un rescate inesperado: “Desmejorado”, del trabajo que bajo el nombre de Bushido, Enrique compartiera con Carlos Ann, Morti y Shuarma en 2004. A diferencia de otras oportunidades, Bunbury dialogó muy poco con su público, se limitó a nombrar algunas canciones, y a estirar el micrófono hacia la gente para participarlos de los estribillos más conocidos.
Desde ese momento y hasta el final no hubo respiro. “Hay muy poca gente”, la melodía más cercana a Héroes que Bunbury haya hecho fuera de la banda, fue el puntapié para “Senda”, aquel tema de 1991 que sonó completamente distinto al original, bien alejado ahora de los rastros del sonido ’80. Hay canciones que la gente quiere más que otra, “Que tengas suertecita” y “El rescate” de “El viaje a ninguna parte”, por ejemplo. Pero también “Solo si me perdonas”, con intensos arreglos en los que se destacaron una vez más los teclados de Rebenaque. La seguidilla “Sácame de aquí”, “Si” e “Infinito” (sin rastros latinos en esta versión) fueron un cierre perfecto que terminó por decorarse con la única canción de Héroes del Silencio que Enrique Bunbury ha adoptado sin culpa: “Apuesta por el rock and roll”. La banda se retiró del escenario solo por un momento, porque su regreso no se demoró, y porque el inicio de la primera tanda de bises con “El hombre delgado que no flaqueará jamás” resultó una continuidad absoluta con el final del primer tramo. “Los santos inocentes” estaban sueltos, podían tocar toda la noche sin perder intensidad, y se notó. “Puta desagradecida”, fue un remanso extraído de “El tiempo de las cerezas” (trabajo a dúo con Nacho Vegas) y la energía volvió con un riff cortado y poderoso que se reveló en una renovada versión de “Lady blue”, en donde el viejo hit de “Flamingos” pareció acomodarse al “Moonage daydream” de Bowie.
Hubo más. Sin sorpresa, porque ni bien los músicos volvieron a despedirse, los colaboradores empezaron a acomodar unas sillas sobre el escenario que hicieron suponer un cierre acústico. No fue todo así, aunque sí el comienzo. El nombre de Atahualpa y el recuerdo del recorrido americano que dio origen a “El viaje a ninguna parte” fue el prefacio para la bellísima “Canto (el mismo dolor)”, canción que cerraba aquel trabajo. La despedida estuvo a cargo de dos canciones que encierran una rareza en el repertorio del zaragozano: el optimismo. Primero “Porque las cosas cambian” de “Helville….” Y después el clásico “Viento a favor”, que abandonó su forma original para montarse sobre una base funk que la volvió irresistible. Entonces sí, final definitivo para el primero de tres Gran Rex para un artista que no defrauda nunca, y que Argentina y América Latina toda ha adoptado como propio hace ya mucho tiempo.