viernes, 19 de julio de 2013

Nubes en mi Casa y Sobrenadar en La Oreja Negra

Por cuestiones en las que no voy a entrar en detalles, últimamente las cosas no me están saliendo del todo bien. Dios debe andar enojado conmigo por mi manía de negarlo, o qué sé yo. Pero la cuestión es que más allá de algunos contratiempos personales, sumados a problemas cotidianos menores, pero que en su sucesión no hacen otra cosa que sumar fastidio, yo no andaba con ganas de mover el culo la noche de un jueves de invierno. Y en ese contexto, si me hubiese llegado un mail de una banda punk llamada Suicidas Reincidentes invitándome a la presentación de su disco “Los hermanos Schoklender le cantan al amor”, hubiese sentido que el mundo por fín me comprendía. Pero no; la banda no existe (quiero creer), el disco mucho menos (quiero creer más aún), y lo que recibí fue una invitación de los Nubes en mi Casa para su show en La Oreja Negra. Para los que siguen el blog recordarán la buena impresión que me dejaron en el poco tiempo que alcancé a escucharlos teloneando a Cat Power en el Coliseo, así que sabrán de donde viene mi curiosidad. Pero para ser honesto, el envión que me llevó a aceptar la invitación tuvo menos que ver con ese recuerdo que con una repentina intuición de que era la oportunidad para que el universo se empiece a recomponer, al menos el mío. Por todo esto, este post puede convertirse en un crónica de mi noche, la cual incluyó a una banda llamada Nubes en mi Casa, más que una crónica sobre su show. No estaría bien que así sea, así que intentaré evitarlo. Un par de párrafos más adelante sabremos si lo logré.
Llegué a La Oreja Negra y mientras elegía el tapeo y el vino encargados de saciar las necesidades menos espirituales, en la pared de mi izquierda Dennis Hopper encerrado en un placard espiaba a Isabella Rosellini mientras ella se desnudaba. “Blue velvet” no podía ser mejor augurio, y aunque el peinado de Isabella en esa película resulte un atentado terrorista, la cita a los '80 no sería una referencia fuera de lugar en la noche.
Nubes en mi Casa me seduce desde el nombre. Enterarme que proviene de un tema de Voivod no va a cambiar mi opinión al respecto. Me remite a George Harrison, pero también a Vox Dei, por aquello de encerrar a las nubes. Y ni siquiera la idea de (mal)pensar el nombre como matáfora sobre un cuarto lleno de humo marihuano le quita poesía a la imagen. Y además cuando uno ve la banda en escena, en seguida se da cuenta de que ese nombre les cae perfecto. Arrancaron el set con “Cuenta”. “Yo me aburro de lo absurdo y prefiero derribar tu juego” canta Josefina Mac Loughlin (a quien conocía por los temas que grabó con Entre Rios), haciendo un enorme esfuerzo por vencer una angina inoportuna, que no logró opacar su performance. El sonido prolijo y los detalles delicados que motivaron mi atención aquella noche en el Coliseo fueron apareciendo de a poco, y de a uno fueron confirmando de que no me había equivocado. “Cuerpo” fue el segundo tema de un set breve, pero encantador.
Antes dije que los '80 no serían una referencia desubicada, y “Después” es lo que confirma esa apreciación. La película de David Lynch es del '86, y poco antes (Noviembre del '85 para ser preciso) se editaba “Psychocandy”, el disco de The Jesus and Mary Chain desde el que los hermanos Reid parecen inspirar a la guitarra con la que Hernan Dadamo acompaña la melodía de la canción. Esta fórmula se repetirá en “Acostumbrados” y a mi juicio es, dentro de una propuesta variada, lo que mejor le sienta a Nubes en mi Casa. Las canciones por momentos tienden a un clima melancólico, pero si uno afina los sentidos los colores y las luces no tardan en aflorar. “Me suelto y vuelvo”, su segundo disco los descubre maduros y confiados, y en vivo la banda consigue transmitir cada sensación pretendida en las pistas grabadas.
El intenso y logrado final de “Los gigantes”, la dulzura pop de “Aceleremos”, y la bella melodía de “La ventana” (canción que los llevó a rotar en Club Fonograma) se fueron sucediendo para redondear el concierto precioso y delicado que fui a buscar. Cerraron con “Mareo”, incluída en la banda de sonido de “Voy a explotar” de Gerardo Naranjo, y que permitió al grupo hacerse de un lugarcito entre los oidos mexicanos. Para cuando volvieron para despedirse definitivamente con el optimista “Ser feliz”, mi botella de malbec estaba lo suficientemente vacía como para dedicarles un brindis a tono con la melodía.
Aunque yo fui a ver a Nubes, la noche musical venía por duplicado. También tocaba Sobrenadar, el proyecto solista de la chaqueña Paula García, quien tocó acompañada de un muchacho todo vestido de jean, a quien no presentó, al que googleando supe que se llama Javier Medialdea, y que es dueño de un look que a Federico Moura le hubiese fascinado. Sabiendo que los iba a ver, había buscado alguna info previa en internet y lo que había encontrado me había abierto expectativas que no llegué a confirmar. Pero ojo, que esto no se entienda como una crítica, porque como dice el profeta Diego Peretti: en este caso no sos vos, soy yo el del problema. La propuesta no estaba a tono con mi ánimo (mucho menos después de la cena y el brindis) y siento que me perdí la oportunidad de disfrutarla como se debe. Las melodías tienen una ineludible impronta dream pop, que por momentos me remitió a esos primeros y extraordinarios discos de Lush. Pero en lugar de guitarras, con dos laptop. Definitivamente Paula sabe trabajar los arreglos, la electrónica no se vuelve fria en ningún momento. A las letras no llegué a entenerlas, cosa que a decir verdad, no me hubiese importado tanto de haber tenido ganas de ser hipnotizado y no seducido. Ese susurro débil con el que Paula García dice las melodías es tan indispensable como coherente en la propuesta. Ya lo dije antes: era yo el del problema. Mientras escribo suenan algunos temas del bandcamp de Sobrenadar y mi inicial juicio indiferente lentamente se va revirtiendo. A esta altura podría llegar a decir que tal vez se trate de música más para escuchar en casa que para ver en vivo, pero no quiero meter la pata de nuevo. Con lo que a mí me gusta Cocteau Twins, la posibilidad de tener en Paula una Elizabeth Fraser vernácula, me entusiasma de sobremanera. Así que los invito a que como yo abramos los oidos a Sobrenadar.
Al final de la noche, y mientras la avenida Córdoba sufría un embotellamiento impropio para la hora, aquella intuición inicial se había confirmado. El universo (el mío al menos) empezaba a recomponerse. La almohada se encargaría de terminar el trabajo que el menú de La Oreja Negra, y la música de Sobrenadar y Nubes en mi Casa había comenzado. Ahora falta que se vaya el frio, pero el invierno es un enemigo dificil. Toneladas de combustible fosil quemado a diestra y siniestra aún no consiguen terminar con las olas polares que nos azotan.