viernes, 26 de octubre de 2012

Jack Bruce & his Big Blues Band en el Teatro Gran Rex

Antes de empezar a hablar del show de anoche de Jack Bruce, no puedo dejar de contar que esta vez el Jueves musical de Octubre vino con yapa: la cantidad de lugares vacíos que ofrecía el Gran Rex permitió que por una exigua colaboración “a voluntad”, la lejana ubicación entre las últimas filas de las alturas, se transforme en una privilegiada vista desde la fila 10 de la platea (que más tarde, se convertiría en fila 4). Esto lo cuento, en parte porque imaginé la misma posibilidad con Feist y no resultó, pero también porque sentí la misma sensación de impotencia e indignación que con Roger McGuinn en el Teatro Coliseo. Cómo puede ser que leyendas de este nivel sean ninguneadas por el público melómano de Buenos Aires? No me atrevo a afirmar un motivo, y si me pongo a hilar fino, hasta me da miedo la posible conclusión. Lo cierto es que los generosos acomodadores del Gran Rex se hicieron el día, y muchos aprovechamos la oportunidad.
No sabía que Baltasar Comotto tocaba como soporte, me tomó por sorpresa. Ya lo había visto alguna vez en el Luna Park, no recuerdo antes de qué banda , y tuve exactamente la misma sensación: es un excelente instrumentista, pero sus temas no me terminan de convencer. La banda suena ajustada, la matriz de Pescado Rabioso es el molde de la mayoría de sus temas, que nunca pasan de lo correcto. Además la voz no ayuda (en este punto me pasa lo mismo con Skay). Tocó un buen rato, dedicó temas a Miles Davis y a Luis Alberto Spinetta, y saludó y agradeció a medio mundo.
Cuando se apagaron las luces, y mientras varios detectábamos los huecos en las primeras filas para ganar espacio con astucia, y ya no peaje de por medio, Jack Bruce entró al escenario acompañado solo por su baterista Frank Tontoh y el guitarrista Tony Remy. En formato trío hicieron “First time I meet the blues” de Buddy Guy, un artista que no hace mucho ocupó el mismo escenario. Después sí entró el resto de la Big Band Blues prometida, y se agregaron a escena los tres vientos (Paul Newton en trompeta,Derek Nash en saxo y Winston Rollins en trombón) más el tecladista Paddy Milner. Y en ese instante quedó claro que íbamos a presenciar una noche de blues clásico y con todos los aditamentos. De todas maneras no fue hasta que los oídos detectaron la linea de bajo de “Politician” que la gente no liberó sus primeras exclamaciones de asombro.
Es imposible contar el blues. En este blog me gusta describir los estados y reacciones del público a partir de los diferentes climas de un concierto, pero en este caso es imposible. Una mecla de reverencia, admiración y privilegio era lo que se percibía entre la gente que estaba viendo a uno de sus próceres musicales haciendo un repertorio que, felizmente, puso su énfasis en su etapa de Cream. Aquella banda es recordada y reconocida por sus improvisaciones progresivas, divagues psicodélicos y una complejidad en interpretaciones, pero en las versiones de anoche los temas desnudaron su esencia blusera como nunca. Despojadas, lucieron primales y atemporales, mientras la banda que acompaña a Jack Bruce desde hace dos años dejaba en claro que es un auténtico seleccionado de sesionistas. El trombón de Rollins tuvo su espacio destacado en “Spoonful”, y la guitarra de Tony Remy (una especie de Robert Cray menos prolijo, con algo de Vernon Reid podría decir) arrancó aplausos en cada intervención. Y una figura descollante que fue el tecladista Paddy Milner, quien a pesar de no tener su pasaje de lucimiento en solitario, es (además de Jack, claro) el alma de la banda.
Jack Bruce está viejo. A ver, para que se entienda sin que nadie se sienta ofendido: hay muchos músicos en actividad con su edad (69 años) y especialmente en el mundo del blues. Pero hay algo en el andar de Jack, en su paso lento, en cada uno de sus movimientos que dejan en claro esta condición. Para colmo quien le organizó la gira no parece tener mucha noción de Sudamérica, puesto que lo hicieron tocar el 25 en San Pablo, el 26 en Buenos Aires, para llevarlo otra vez a Brasil (esta noche en Porto Alegre). Salió a tocar con un pantalón de entrecasa que lo vuelve una especie de abuelo o padre (cada lector sabrá a qué imagen lo relaciona mejor) en la intimidad de un informal asado familiar, y además llevaba puesta una campera de cuero que tiene tantos recorridos y batallas como el propio Jack. Hasta guarda gestos paternales para con sus músicos, como la manera en que le acarica la cabeza a Frank Tontoh después de su solo de batería. Pero a la hora de tocar, no se nota en lo más mínimo. Y si bien la voz sí ha sufrido más el paso del tiempo, el oficio lo hace salir airoso, aún en momentos melódicos como “Theme for an imaginary western”, en donde se sienta en el piano y hace ingreso en el escenario Nick Cohen, un bajista “suplente” que luce el mismo alto nivel que el resto de los músicos de la banda.
Todo, o casi todo fue Cream. Salvo “Neighbor neighbor”, “You burned the tables on me” o “Born under a bad sign”, aunque el clásico de Albert King supo integrar el repertorio de esa banda. “We're going wrong” (con un descomunal Remy) fue el momento de mayor expansión estilística. A “Desert cities of the heart”, Jack Bruce la presentó como su canción favorita del repertorio de Cream, y justo la enganchó con mí preferida: “White room”. Allí cuando Bruce levanta la voz aparece su timbre inconfundible y uno puede decir que entonces el placer es completo. Y luego del solo de batería, “Sunshine of your love” significó el cierre perfecto, con los dos bajos en escena, tal cual lo hubiéramos ideado cada uno de los que estuvimos anoche en el Gran Rex.
We've been waiting so long, y por lo tanto nos merecíamos un poco más. Y Jack Bruce y los suyos volvieron para hacer un par de temas extra. La despedida con el “Mellow down easy” de Willie Dixon nos devolvió a la calle con la convicción de que podíamos tachar una de las grandes deudas musicales de nuestra lista de pendientes. El taxista del auto al que me subí para regresar a casa me recibió indignado diciendo algo como “estos ingleses se llevan la plata afuera mientras el pobre Guarany se muere de hambre (????). Y yo, como podrán imaginarse lo mandé, con toda mi alma, a mirar las plumas verdes.

martes, 23 de octubre de 2012

Suede en el Teatro Vorterix

En enero de 2010 Brett Anderson tenía prevista una fecha en La Trastienda y yo, aún con entrada en mano, me preguntaba cómo haría para conciliar la imagen del crooner adulto en el que se había convertido Brett, con la del andrógino y provocador frontman de Suede, al que pretendía ver por lo menos una vez en mi vida sobre un escenario. Pues bien, aquella presentación se canceló, yo me gasté esa plata probando centollas en Ushuaia, y me quité ese dilema de la cabeza. Pero el tiempo pasó, y las situaciones se fueron encadenando de manera tan maravillosa, que la revancha vino con yapa: Anderson había decidio reunir Suede y además hacer pasar su gira por Sudamérica.
Llegué al Teatro Vorterix esperando ver las anunciadas reformas y mejoras, a las que tengo que confesar no vi. Nunca había ido desde la reapertura, pero yo no noté demasiadas diferencias. Para colmo la barra es de una pobreza llamativa, limitándose a vender fernet y cerveza Quilmes, a la que a esta altura solo recurro cuando las alternativas son el agua o la muerte por deshidratación. Detalles sin importancia, pero que no quería dejar pasar.
A pesar de la trascendencia que en un hecho así debería tener, el Teatro Vorterix recién se llenó con las entradas vendidas en la puerta. La remanida sobreabundancia de recitales, con el agregado del inminente show de Pulp, otra banda pionera del brit pop con la que, obviamente, comparten público, seguro influyó. Pero lo cierto es que cuando puntualmente se apagaron las luces, el Teatro Vorterix lucía de la mejor manera. Y hablando de brit pop, cuando a principios de lo '90 en la "pelea" comercial entre Oasis y Blur se nombraban a los Beatles y a los Stones como referencia, algunas voces se atrevieron a reservarle a Suede el lugar de los Who. Pues bien, hasta no verlos sobre un escenario uno no tiene noción de cuan justo resulta aquel parámetro. A su show se lo puede resumir, haciendo una analogía con el boxeo, de esta manera: Suede te empieza a tantear con “Introducing the band”, “She” funciona como los primeros jabs que empiezan a sacudirte la cabeza, y la combinación “Trash”, “Filmstar” y “Animal nitrate”, resulta una sucesión de ganchos al hígado y directos al mentón que te deja groggy. Groggy hasta que algo más de una hora más tarde, y después de unos cuantos floreos, te terminan por noquear con “Beautuful ones”.
Entre medio de todo eso, durante el tramo de los floreos y el lucimiento, pasaron muchas cosas. El regreso de una banda clásica sin material nuevo asegura una catarata de hits y Suede cumplió. Tienen tantos que pueden darse el lujo de armar un set contundente dejando afuera éxitos como “Stay together”, “She's in fashion” y “Obsessions”, y que nadie reclame nada. A la andanada inicial, a la cual cerraron con un “We are the pigs” que dejó afónico a varios, la cortaron con momentos más densos y oscuros como “Pantomime horse” y “The drowners”. Y cuando parecía que iba a haber más tiempo para tomar aire, el riff de “Killing on a flashboy” sonó más filoso y agresivo que nunca. Y “Can't get enough”, esa mixtura entre guitarra y bases dance que los británicos dominan a la perfección, consiguió la síntesis perfecta de lo que fue el concierto: todos saltando y bailando, todos cantando y coreando cada momento como si fuera el último.
Antes nombré a The Who, y no es casual la referencia. Fue el mismísimo Roger Daltrey para su concierto anual en beneficio de la organización Teenage Cancer Trust, el que los incentivó para el regreso. Y hay que ver como se para, toma su instrumento y se perfila el bajista Mat Osman, para comprender que es una réplica de Townshend con dos cuerdas menos. Claro, no revolea su instrumento, cosa que sí hace Anderson con el micrófono, conviertiéndose por momentos en una versión delicada de Roger Daltrey. Desde ya que es el cantante el que controla la escena. Con el refinamiento de Morrissey, la elegancia de Bowie y la performance desaforada del cantante de los Who, Brett Anderson es un frontman de un despliegue y dominio escénico como pocos. Recorre el escenario de un lado a otro, arenga con gestos a un público subyugado, se les acerca y aleja a los más adelantados, baila como poseído sacudiéndo su torso tan delgado como cuando en los '90 lo contorneaba la heroína, y por momentos se somete ante una energía que se le devuelve por duplicado. La guitarra de Richard Oakes (a la cual un poco más de volumen no le hubiese venido nada mal) hace rato que hizo olvidar a Bernard Butler, y sin poses exageradas, colma a cada tema de una energía avasallante. Neil Coding acompaña alternando teclados, y guitarras eléctricas y acústicas, y Simon Gilbert es un relojito.
Los coros del público se escucharon más que las cuerdas irresistibles de “Everything will follow”, a la que Anderson cantó sentado al borde del escenario. Y como en un sube y baja, o para seguir con el boxeo, como un estilista que luego de cada paso atrás, retoma con su ofensiva demoledora, Suede alterna los climas y en una racha final encadena “So young”, “Metal Mickey”, “The wild ones”, “Heroine” y “New generation”. Y cierra entonces con el knock out inolvidable de “Beautiful ones”, cuyo riff permaneció en la garganta de todos los que estábamos en el Vorterix, y que se repitió durante los tres o cuatro minutos que duró el intervalo hasta los bises.
De regreso el show tuvo otro clima. “My dark star”, un oscuro tema de “Sci-Fi Lullabies” (el disco de B-sides del '97) fue una sorpresa, porque no venía integrando la lista de los últimos shows, y la despedida definitiva fue con un “Saturday night” casi épico, con un coro repetido hasta el hipnotismo y que redondeó una noche inolvidable. La velocidad en el encendido de las luces y la música que ganó la pista del Vorterix fue señal suficiente para comprender que no había más para pedir.
La salida resultó lenta porque afuera se llovía todo, pero a decir verdad, el agua funcionó como esas toallas húmedas que les ponen a los boxeadores noqueados en la nuca, cuando todavía no saben si la pelea terminó, está por empezar o si todavía el referee les está contando. Así quedamos, así nos dejó Suede. Y una convicción: si “Positivity”, el inminente nuevo disco de la banda, es capaz de reproducir la energía con la que encararon el repaso de su obra, seguro que vamos a estar hablando de algo grande.
Los seguidores del blog ya lo saben: se vienen días movidos. La próxima estación será el jueves con Jack Bruce.

viernes, 19 de octubre de 2012

Feist en el Teatro Opera


            Antes de empezar, anticipo que se vienen días movidos en este blog. La sucesión de conciertos de fin de año ha comenzado y, sin anticipos, los shows son muchos y bien variados. La idea original de hoy era contarles la primera fecha del Pepsi Music, de la cual me interesaba ver (especialmente) a Garbage y The Gossip. Los que me siguen por Facebook han leído mi frustración ante la organización de ese evento, la empresa fantasma que vende sus tickets, los horarios recortados de boletería y todos los etcéteras que me llevaron a desistir de ese festival. Como frutilla del postre la deserción de Kasabian, su posterior reprogramación y la cancelación definitiva, no hizo otra cosa que dejar al descubierto la desorganización extrema de una gente que poco sabe de gaseosas, mucho menos de música. Y justito me vino este concierto de Feist en el Opera para la misma fecha, al que debido a la (por ahora) imposibilidad de disociación molecular, creí que iba a perderme.
            Las promociones de última hora y la disponibilidad en boletería hacían suponer que el teatro iba a mostrar muchos lugares vacíos, cosa que no ocurrió. De hecho yo, que accedí aprovechando una promoción, no saqué una entrada más cara especulando con adelantarme a las ubicaciones que imaginaba vacías. E incluso cuando Juana Molina inició su set, el Opera ya lucía de buena manera. Bien, nombré a Juana Molina y lo primero que tengo que contar es que la misma Leslie Feist tuvo la delicadeza de ser la encargada de presentarla. No solo eso, la llenó de elogios y se declaró fan absoluta (más adelante, ya durante su show, confesaría que llegó por primera vez a la Argentina porque quería tocar con ella). Juana subió con su bajista Mariano Dominguez e hicieron un set de algo más de media hora centrado en “Un día”, su disco de 2008, último hasta la fecha. Loops y más loops entre los cuales se cuelan melodías que cuando ostentan un aire bagualero, como “Un día” y “Vive solo”, consiguen un efecto delicioso. Hicieron también “Lo dejamos”, y cuando canta cosas como “Elena viene anunciando vientos muy frescos o un vendaval”, (“Elena”, del disco “Son” - 2006) Juana presenta una dualidad que está implícita en varias de sus letras. Cerró con “Quién?”, una culposa confesión de madre angustiada, del álbum “Segundo”. Juana Molina sabe muy bien extraer belleza de una repetición, en apariencia monótona, que en sus sucesivas capas encuentra complejidad sin perder un ápice de frescura.
            Si el clima letárgico de Juana Molina provoca reminiscencias de sueños y recuerdos que van y vuelven en secuencias uniformes, lo de Feist funciona como un despertar; el regreso al estado de consciencia, las nociones y vivencias encarnadas en cada canción. El ser, sus angustias y goces, y la naturaleza como paisaje sanador para una mente perturbada. “Shadows of the mountain, don't tell them what's in store. The height and the breadth, is it wrong to want more?” se pregunta la canadiense en “The  undiscovered first”, tema elegido para abrir el concierto. Y en seguida nomás se despacha con una furiosa versión de “A commotion”, que produce exactamente lo que el título promete.
            “Metals”, el último trabajo de Feist ya tiene en la calle casi un año, y un par de semanas atrás fue galardonado con el prestigioso Polaris Music Prize en Canadá, como mejor disco de 2011. Y en lo que a la carrera de Feist se refiere, es un disco maduro, sombrío, repleto de matices que al pop que le conocemos, agregó aires jazzeros y mucho blues. Es un trabajo variado, explorador de soledades, por momentos paisajista, que en su amplia pretensión no pierde coherencia en ningún pasaje. Y que puesto a prueba sobre un escenario no hace más que engrandecerse. Las canciones ganan en intensidad, los climas in crescendo consiguen que cada canción sea un viaje en sí mismo. La instrumentación es por momentos espasmódica, y los instrumentos que funcionan todos como  percusión, otorgan a temas como “Bittersweet melodies” o “Graveyard” un halo de ritual místico fascinante.
            La virtualidad había mostrado a una Feist jocosa y divertida desde su página en Facebook durante toda la tarde, y eso se trasladó al escenario. Permanentemente bromeó con sus músicos, especialmente con las “Mountain man”, el trío de voces femeninas que desde los coros construyen gran parte del sello del sonido de la banda. Leslie es feliz tocando y se nota en cada detalle, como cuando acompaña con su pierna derecha el pulso de cada golpe de tambor, o cuando aprovecha una deficiencia técnica para improvisar a capella una canción al respecto. Se compromete emocionalmente con cada letra. Su voz es dueña de innumerables matices, y ella le saca provecho en cada versión, como en el blues “Anti Pionner”, en donde consigue deslumbrar. Pero lo que más me sorprendió fue su manera rústica de tocar la guitarra, rasgando las cuerdas como su compatriota Neil Young. Tanto  con la guitarra electroacústica como con la eléctrica, su sonido me remitió todo el tiempo al maestro de Toronto.
            Si bien el setlist se hizo fuerte en “Metals”, las canciones más festejadas y que encontraron mayor participación del público (a veces hasta de pie) fueron los clásicos como “Mushaboom” (de “Let it die – 2004) , y  “My moon, my man” y “I feet it all”, esta último devenida en punk, llegados desde “The reminder”. “Cicadas & gulls” recrea un paisaje que resulta una brisa fresca de aire marino, “The limit to your love” pone al público a cargo de los coros, y “The bad in each other”  construye el momento, musicalmente hablando, culminante del show.  Un show que cierra a pura emotividad con “Confort me” y “Caught a long wind”
            Para los bises, Feist invitó a Juana Molina, y entre todos hicieron una sorprendente, inesperada y logradísima versión de “Whole lotta love” de Led Zeppelin. Después volvió a sus discos pasados, e hizo “Sea lion” y finalmente cerró con una “Let it die” con la que nos tiró todo su escepticismo y desamor por la cabeza: “ The tragedy starts from the very first spark, losing your mind for the sake of your heart. The saddest part of a broken heart, is not the ending so much as the start”. Ya con la gente abandonando el teatro, Feist nos hizo correr a varios por las escaleras cuando volvió para despedirse sola con su guitarra con una versión de “Intuition”, que nos llevamos a modo de regalo.
            Todavía no leí repercusiones acerca de lo sucedido en Costanera con Garbage, The Gossip, Best Coast y el resto, seguro mi impaciencia me hizo perder de algo grande. Pero de lo que a esta hora estoy seguro, es que de lo obtenido a cambio no me voy a arrepentir jamás. La sucesión de conciertos que se viene no pudo tener mejor inicio.