viernes, 29 de noviembre de 2013

Lendi Vexer en Liberarte - Presentación de "Princess of nothingness"

A mí siempre me gusta hablar de las casualidades. O será que soy tan detallista, que a veces hechos menores, superfluos y secundarios son los que terminan por ser el hilo que encuentro para armar una historia. Digo esto porque ahora recuerdo que la vez anterior que hice una crónica de un show de Lendi Vexer, contrapuse el clima amigable e íntimo con el que me había encontrado escuchando al duo en vivo, con una imagen de marquesina de calle Corrientes con Ricardo Fort, que resultaba más que ofensiva. Y resulta que tengo la oportundad de volver a verlos justo en la semana en la que el nombre de Ricardo Fort inunda cuanto medio de comunicación exista en el país. Así que imagino que la música de esta banda de trip hop argentina funciona para mí como una especie de antídoto ante la vulgaridad, o algo por el estilo. Como sea, ayer aún no había hecho esta relación, simplemente disfrutaba de la espera en la puerta de Liberarte, con un encuentro fortuito y más que agradable, mientras entretenía al estómago demandante con caramelos de mentol.
Anoche las excusas eran varias. Como si la música ya no fuera suficiente, Lendi Vexer decidió celebrar sus diez años con un concierto abarcativo, aprovechando para presentar también su reciente EP “Princess of nothingness”, que además de tener su edición en CD, incluye la original (por estas tierras) versión en vinilo de 7” (acompañado por una tarjeta de descarga para 3 temas extra). Tal vez por todos esos condimentos, el tono melancólico de su música estuvo acompañado por un público que, entre tema y tema, se mostró festivo, acoplándose a ese marco celebratorio.
Abrieron con “Escape”, de su primer EP de 2004 y a partir de allí y hasta el “Simple circle” repetido al final, construyeron una atmósfera repleta de sensaciones melancólicas, cálidas e íntimas que como trazos que se decoloraban y recuperaban su brillo, arroparon y cobijaron a un público que solo rompió su carácter ensimismado cuando necesitó sacudirse el hipnotismo a fuerza de la algarabía cómplice de la celebración. El recorrido musical de Lendi Vexer fue casi en clave, pero si uno seguía las pautas y se incorporaba a la propuesta, no resultaba dificil sentirse parte de ese mismo camino. Porque si el punto de partida de la noche es ese sentirse libre como el viento planeando un escape, y el final una tácita admisión del carácter circular de la vida, uno encuentra que en definitiva los comienzos y los finales son relativos, y que cuando uno se encuentra bajo el influjo de esa música, el ambiente pareciera volverse atemporal.
En términos musicales, el duo integrado por Diego Guiñazu y Natalie Naveira (acompañados por la guitarra de Mariano Enriquez), sigue transitando la veta del trip hop en su versión más pura. Anoche desempolvando su versión electrónica, la que más los emparenta con el Portishead de “Dummy”, pero al que le han ido incorporando pequeños detalles acústicos, que los ha vuelto más tangibles y cercanos. Claro que no todo es tan ameno como parece, y la fragilidad de las melodías saben también recorrer otros climas más confesionales, nostálgicos o incluso desolados. Una voz en off recupera al Orwell de 1984 alertando que si “queres una foto del futuro, imagina una bota aplastando un rostro humano para siempre”, en “A boot doesn't ask, just trample”, y el despertar se vuelve un proceso tortuoso en “Refran suicida”. En ese contexto “Missing time” o “Tribute to desolation” transmiten el agobio del encierro, “Nothing was special” abandono, “Courtesy excess “ regala cínica ironía, y los climas crecientes como en “To play again” resultan maléficamente liberadores. La voz de Natalie sabe transmitir la atmósfera de cada tema, y es en su entonación en donde Lendi Vexer encuentra su mayor signo de identidad.
Para el final quedaron las cuatro breves y nuevas canciones. Primero “Stormy clouds”, tal vez la más emparentada con los trabajos anteriores del duo, y después la novedad del francés en “Désert”, con otra letra atormentada, y una mujer llamada Valerie extraviada, ahogándose en un desierto y secándose en el mar. Después “Luna de sal”, que es bastante más que un título spinetteano, ya que los colchones de teclados de la intro remiten irremediablemente a los inolvidables arreglos del Mono Fontana en temas como “Al ver verás”, por ejemplo. En estos temas Natalie se acompaña con la guitarra acústica, y son adornados por sonidos de viento, que terminan de volverse también acústicos en la armónica del tema que da nombre al EP: “Princess of nothingness”, y con el que iban a cerrar el concierto, sino fuera por el repetido “Simple circle” que complació a un público que pidió por una más.
La noche había comenzado algo más tarde de lo previsto, así que aproveché que ya había pagado mi cerveza, para hacerme rápido de un CD y luego de un taxi en la Avenida Corrientes, que me estacione directamente al borde de la cama. Aunque ni el cansancio, ni el casette de Cacho Garay que escuchaba el taxista, (muy divertido, pero poco a tono con mi noche), me hicieron desistir de una oida extra al EP ni bien llegado a casa. Puede que hoy sea todavía viernes, pero para mí, el fin de semana ya había empezado.


viernes, 22 de noviembre de 2013

Hamacas al Rio y Un día perfecto para el Pez Banana en Ultra Bar

Antes de contar sobre el hermoso show de Hamacas al Rio anoche en el no menos bello Ultra Bar, tengo que confesar que si yo me guiaba por mis energías disponibles a las siete de la tarde, lo último que debería haber hecho era salir el jueves a la noche. O en todo caso ir a ver a alguna banda tipo Metal Church que me despierte a guitarrazos. Pero recordé al poeta Almafuerte que decía que no te des por vencido ni aún vencido, y ese empujón a la confianza que de pronto se me vino a la cabeza, me movilizó hacia el downtown (???) porteño. Hubo además dos cosas más que me activaron. Primero el hambre. Porque no había almorzado, en casa no había nada para cenar y en Ultra hacen una pizza individual de cuatro quesos de esas que te dejan los dedos todos llenos de aceite, que está buenísima. Y en segundo lugar, y principalmente, porque tenía muchísimas ganas de ver a Hamacas al Rio tocando en vivo.
Los que siguen este blog saben de mi debilidad por la banda, pero entre el parate/licencia de embarazo de Laura Ciuffo, y mi abultada agenda (??), no había vuelto a verlos después de su regreso. Así que tratándose del último show del año casi que era una obligación, al menos para mí. Y tengo que decir, aunque las conclusiones deben ir al final, que el reencuentro no hizo más que renovar cada uno de los motivos por los cuales yo me acerqué a su música.
De por sí, tratándose de un concierto breve y sin pretexto prefijado (como podría ser la presentación de un disco, por ejemplo), la selección de temas tenía mucho que ver en el impacto del set. Y Hamacas al Rio elegió abordar toda su discografía sin complejos, pero haciendo especial hincapié en los dos extremos de su trayectoria: el último disco “Al final el parque” (2010), y el debut homónimo de 2005, un trabajo cuyas muchas de sus canciones venían redescubriendo desde un tiempo atrás
Abrieron entonces con “Calmas”, y siguieron con “Andar” de “Mitad de Junio”. De entrada noté que a diferencia de otros shows la guitarra estuvo más emparejada con los teclados en la mezcla, y el sonido envolvente que los caracteriza ganó en “ruido” (en el mejor sentido de la palabra), especialmente en los tramos más intensos. Grandes novedades de arreglos no esperaba y tampoco las hubo. Pero el imprevisible recorrido que fueron trazando a traves de su propia historia hizo del viaje un llevadero y acogedor devenir para mis oídos.
“Sin decir” sigue teniendo el pulso de hit que el hermético mundo de las radios mainstream se pierde. “El tiempo” trasmite en clave íntima la impotencia ante lo inasible, y “Un pequeño relato” me sorprendió diciéndome hacia mis adentros: “che, pero qué bien que canta Laura!”, como si fuera la primera vez que la escuchaba, en una especie de inusual experiencia de extrañamiento. En “Irreal”, Hamacas al Rio sonó ameno y transparente, y recuperaron la clave intimista con “En mi”, del primer disco.
Tal vez lo mejor de la noche haya estado en la interpretación de “En el aire”, un tema al cual cuando salió “Al final el parque” no le otorgué la importancia que merecía. Tal vez por lo prioritario que me resultaba abocarme a las canciones menos usuales en su estilo, y esta me remitía inmediatamente a “Mitad de junio”. Pero anoche en vivo la redescubrí en su esplendor con una gran versión del tema. Después tocaron “Suerte” y cerraron con un excelente estreno, con final in crescendo de altísima intensidad que abre las mejores expectativas para lo que, uno espera, llegará a futuro.
Dije de entrada que se trató de un show breve y mientras Hamacas al Rio se despedía, yo pedía la segunda copa de vino, y llegaba rápidamente a la conclusión que en la calidez que me había cubierto el ánimo a esa hora, tal vez estaba la mejor prueba de la contundencia del show de anoche de Hamacas al Rio en el Ultra.
La noche no terminaba allí, sino que incluía una segunda propuesta musical, a cargo de Un Día Perfecto para el Pez Banana; la banda cordobesa que anda por Buenos Aires para grabar sus nuevas canciones, y de la cual yo tenía apenas referencias lejanas. Su disco “Suena” fue producido por Manza Esain (presente en la sala) y en ellos descubrí un pop/rock de guitarras, que en sus momentos de mayor experimentación y cuelgue de medidas pretensiones psicodélicas, es en donde ganan en eficacia. Eso sí, tienen una pequeña cantante llamada Lucila Escalante, que a pesar de que su voz me sonó algo monótona y chillona por momentos, por presencia y actitud, se nota que nació para estar sobre un escenario. Muchos de sus movimientos me hicieron acordar de Gwen Stefani, pero adelanto que mi cerebro es demasiado generoso a la hora de crear ese tipo de imágenes. Voy a escucharlos más tranquilo y después les cuento con mayor autoridad. Porque además de los méritos que les descubrí, tienen un nombre hermoso, que a decir verdad, exige un sacrificio enorme en términos de espacio para los más leales fans que quieran tatuárselo. Aunque si de tatuajes hablamos, con los antebrazos tatuados que vimos esta semana en los medios, cualquier cosa parece posible.











domingo, 3 de noviembre de 2013

Blur en Ciudad del Rock - Quilmes Rock 2013

                Hacia el final de “The universal” la gente no deja de corear en inglés eso de que esto realmente podría suceder, como si a esa altura nadie se hubiera dado cuenta de que en realidad la cosa no solo había sucedido, sino que estaba terminando;  como si ese canto fuera la comprobación de que todos siguieran viviendo adentro del sueño de una ilusión.  Damon Albarn con los brazos en jarra mirando a esa multitud, mitad asombrado y mitad  presumido, bien podría ser la postal de un final épico para una noche inolvidable.  Pero Blur no se conforma y con “Song 2” y una explosión lumínica fenomenal, va a gastar, y a hacernos descargar, las últimas energías que quedaban sin consumir en la noche de Villa Soldati.  Pero para semejante concreción había sucedido bastante, en un festival que había arrancado unas cuantas horas antes.
                Yo llegué escuchando a Richard Coleman a lo lejos terminar su set con “Memoria”. A esa altura el sonido denotaba potencia, y lo primero que pensé fue que me hubiese gustado escuchar en esas condiciones a Bicicletas, además de, por supuesto, el show completo de Richard.  No me dediqué a recorrer el predio del ex - parque de diversiones, cuyos únicos rastros son una montaña rusa oxidada, el doble soporte de lo que supieron ser unas sillas voladoras y la torre con la confitería giratoria que nunca llegó a girar. Pero a diferencia de sitios como el de Costanera Sur, los caminos  y el césped tienen límites más definidos, y una nueva carpeta de cemento cubre la parte de “campo” frente al escenario principal. Si bien los accesos no son sencillos, al menos temprano la cosa fluía con normalidad. No sé cómo habrá funcionado con la gente que llegaba sobre la hora, ni como funcionó con la desconcentración, porque también me fui rápido evitando tener que comprobarlo. El transporte público no abunda por la zona, menos a esa hora, y la idea de caminar hasta llegar a otro eventual punto en el que se pueda acceder a un taxi (por ejemplo) resulta por lo menos aventurada. El poco celo con algunos cuidados hizo que en un festival auspiciado por Quilmes, el campo se haya llenado de furtivos vendedores ambulantes  de Schneider. A nivel infraestructura no parece haberse hecho mucho en el lugar, así que por el momento la mentada Ciudad del Rock no parece ser otra cosa que un predio abierto, lo más alejado posible de los vecinos porteños con oídos sensibles y consecuentes votantes de PRO.
                El set que sí pude ver completo fue el de Café Tacvba. Los mexicanos largaron con “Pájaros” de su excelente último trabajo “El objeto antes llamado disco”, pero rápidamente apelaron a un repertorio festivalero, repleto de hits y centrado en los temas más latinos y bailables. “El baile y el salón”, “Cómo te extraño mi amor” y “La ingrata” le pusieron pimienta a la tarde, mientras un sonido que en su exceso de volumen había empezado saturado, se fue felizmente acomodando. De su último trabajo solo tocaron, además del inicio, “Aprovéchate” y “Olita del altamar”, y después del cover de Los Tres (que a esta altura ya les pertenece), “Déjate caer”, con canciones como “Chilanga banda” y “La chica banda” desataron su pequeño carnaval, entre un público que a medida que se llenaba de indies, iba perteneciéndoles un poco menos.  No faltó tiempo para promover la quema de florcitas, proclamas contra Shell y Monsanto (si de verdad alguien se las hubiese tomado en serio, habría que haber levantado todos los puestos de comida del predio), y cerraron mexicanísimos con “El puñal y el corazón”.
                Hubo que esperar unos minutos para que el escenario teñido de azul y el sonido de “Theme from retro” anunciara el comienzo del set de Blur, porque las bandas principales tocaron, a diferencia de otros festivales, todas en el mismo escenario. Después sí entraron los músicos, Damon Albarn saludó con un “Buenas noches”, y después de un “Are you ready?” de ocasión, desató una fiesta de hits, en una lista de temas perfecta.
Ya en el comienzo se abrió una paleta de todas las versiones en las que se puede  transfigurar la banda. Desde el beat disco house de “Girls & boys”, pasando por el punk de “Popscene”, el sonido Manchester de “There’s no other way” y la balada “Lennonista” con “Beetlebum”.
                A diferencia de lo que había pasado con Café Tacvba, en este caso el sonido se arremolinaba un poco, pero fue rápidamente corregido, e incluso quienes no estábamos cerca del escenario, escuchamos con enorme fidelidad. “Out of time” resultó una especie de gesto de Graham Coxon y Damon Albarn, ya que fue precisamente durante la grabación de “Think tank” en 2003 cuando sus diferencias se volvieron irreconciliables y motivaron la salida del guitarrista del grupo. Y después una especie de paradoja temporal: todo un set dedicado íntegramente a “13”, el disco que vinieron a presentar al Luna Park, en su anterior y única visita al país. En “Trimm trabb” el riff de Coxon guió a la banda y pasó de lo sugestivo al estallido made in Townshend;  en “Caramel”, el intermedio sonoro psicodélico hipnotizó por completo al público, y en ese punto tal vez se haya alcanzado el pico máximo del show, al menos desde lo musical. Después “Coffe & TV” le volvió poner ritmo a la noche, y luego de la cita homenaje a Lou Reed con unas líneas de “Satellite of love” (tal vez mi única decepción tenga que ver con que imaginaba que la tocarían completa), “Tender” se consumó como uno de los momentos más participativos por parte de las gargantas del público, que compartía a viva voz los “c’mon, c’mon” de la arenga de Albarn. Una chica adelantada que había llevado un cartel pidiendo cantar el tema con ellos, fue privilegiada con una invitación a subir al escenario.
                Como si el show se tratase de un homenaje a los mejores discos de su carrera, hubo una especie de segundo mini  set, esta vez dedicado a “Parklife”: con “To the end” fue todo hermoso, con la iluminación haciendo ver a la banda saliendo de una especie de salón en perspectiva; con “Country house” se permitieron un desvío de ese disco, con Damon Albarn (que no se sacó su campera de jean en toda la noche) corriendo por la pasarela del medio del público, palmeando gente, cantando y perdiendo el sonido del micrófono también.  Después hizo su ingreso el histriónico Phil Daniels, actor que llegó para resucitar en escena lo que había dejado grabado en el disco en 1999, y hacer “Parklife” mientras se cruzaban con Damon Albarn  en carreras desaforadas por el escenario, como dos dibujitos animados en pleno éxtasis lisérgico . Y por último y como cierre del show,  “End of the century”, y un final de alta emotividad con “This is a low”, y esa especie de caricia musical ideal para aliviar el desaliento.  
                Un acople distorsionado había quedado flotando en el ambiente, y cuando se agotó y las luces volvieron a iluminar el escenario, Damon Albarn estaba fumando, sentado frente al piano, listo para hacer “Under de Westway”, el tema nuevo que Albarn y Coxon estrenaran para el evento benéfico  War child, y que se convirtiera en el primer single del regreso del grupo. Y luego de “For tomorrow” llegó aquella escena épica con “The Universal”, la voz en estado admirable de Albarn cediendo protagonismo al público, y el golpe de knock out  con “Song 2” para terminar de redondear una noche  esperadísima por estos lares (las 30 mil personas que se acercaron a Saldati dan cuenta de ello), y cuya concreción terminó resultando perfecta.

                Después de haber visto a Oasis, y con los shows de los resucitados Suede y Pulp en 2012, el concierto de Blur de anoche fue para mí como completar un álbum de figuritas. Y Blur, como la última y más difícil, termina teniendo ese insuperable valor de la victoria y el premio extra.