jueves, 23 de julio de 2015

Gastón Urioste en Bebop Club - Presentación de "Últimos soles del verano"

Desde la primera vez que escuché “Últimos soles del verano” me sentí a gusto con el disco. No es que no se requieran un par de escuchas para sumergirse por completo en el clima que propone la música de Gastón Urioste, pero automáticamente el sonido me remitió a intimidad, a pasajes reconocibles, a cercanía. Cada tema, cada melodía y arreglo es fácilmente aplicable a situaciones y paisajes diarios. La música llega a los oidos como procedente de una radio detenida en el tiempo de una ciudad más relajada, amena, imaginaria pero que a la vez resulta reconocible (Santa María, me anima a citar la nacionalidad uruguaya de Gastón, en un acto de asociación libre por demás pretencioso). En la música suenan tenues aires rioplatenses, pero eso no resulta un límite sino todo lo contrario: es un punto de partida para la imaginación y creación de sonidos, que llegan del jazz, pero también pueden evocar a paisajes alpinos, al tango apache parisino o incluso acercarse a los Balcanes. Nada directo, eso si. Todas son suaves reminiscencias, lo cual facilita la expansión imaginativa del oyente, y construye un disco que termina resultando a la medida de cada uno.
Aunque también toca guitarra y armonio, la novedad mayor en este artista uruguayo (que hoy vive en Argentina, pero que supo recalar también en Francia), es la incorporación del oboe como el elemento central de buena parte de sus composiciones. Sin la asiduidad del clarinete, el jazz recurrió a él en más de un oportunidad (Charles Mingus, es el primer ejemplo que se me ocurre), pero en la música popular de estas tierras es una auténtica rareza. Y si apuro a mi memoria al respecto en este mediodía de jueves, solo me devuelve como dato alguna reescritura de “Oblivion” por parte de Astor Piazzolla.
Para su presentación en vivo, Gastón estuvo acompañado por casi todos los músicos que grabaron el álbum: Nicolás Olivera en guitarra eléctrica, Agustín Uriburu en cello, Nicolas Ojeda en el contrabajo, Victoria Zotalis en voz, más el reemplazo de Omar Menendez en lugar de Pedro Bulgakov en la batería. Y en la noche de este miércoles porteño, el disco fue mostrándose reordenado, reforzando aquella primera impresión que me había causado el formato físico: el clima, los pantallazos fugaces que la música es capaz de evocar, cobran vida cualquiera sea el contexto en el que se los escuche. Aunque claro, en la calidez del Bebop y con una copa de malbec a mano, todo resulta siempre mucho mejor.
“Vals de Emilia” (el elegido para abrir el concierto) es un valsesito criollo al cual el tarareo de Zotalis es capaz de situarlo en el Tirol. En “Lemon paisano” el swing es contagioso, y hacia el final la voz de Zotalis y el cello de Uriburu se hermanan provocando un efecto bellísimo. Un cello que al igual que en “Remember la goutte d'or” encuentra sonidos que remiten a caminos piazzolleanos.
En “Ola de lago”, el intenso oboe de Gastón le deja paso al lucimiento de Nicolás Olivera en la guitarra eléctrica, y aunque “Groovy farm” haya sido presentada como una chacarera vaquera, situándola en la soledad de un campo uruguayo, yo no pude evitar que la mente me translade bastante más al norte, y que algunos pasajes de guitarra la hayan detenido en el desierto texano.
La única canción cantada del disco es “Flechazos”. O mejor dicho, la única canción del disco con letra, porque la voz está más que presente, y es un elemento central en la propuesta de Urioste. Hasta ese momento los exquisitos aportes de Victoria Zotalis se limitan a tarareos, a alguna palabra soltada con sentido rítmico, convirtiéndose en otro instrumento que aporta arreglos etéreos a las melodías. Pero en el caso de “Flechazos”, se trata de un poema breve, cantado con gravedad mientras la voz es acompañada por un cello que alterna entre el pizzicato y el arco. Hacia el final, cuando las palabras desaparecen, la voz apaciguada entrega algún rastro spinetteano. Dueño de una encantadora letanía, “Enamorarse es irse al agua cuando sube la marea”, el tema que le siguió, dejó lugar al lucimiento de Nicolas Ojeda en el contrabajo. El bajista, a la hora de la presentación de los músicos, también sería reconocido por Gastón por su aporte en los arreglos.
A partir de allí el concierto sumó un nuevo condimento: la complicidad mas allá de lo musical. Comenzaron algunos comentarios y diálogos entre Victoria y Gastón, que rápidamente encontraron respuesta entre el público. En “Intro” la excusa fue el lugar en la lista de un tema con ese nombre. Pero más adelante el origen oriental de Gastón será excusa también para divertidos contrapuntos. A pesar que en el disco “Intro” dura menos de un minuto, anoche, intervención de Menendez en la batería mediante, se prolongó por un tiempo más. “Levitando” fue el único tema ajeno a “Últimos soles del verano” que se esuchó anoche, aunque se acopla a la perfección con el espíritu del disco.
El final se construyó a partir de climas opuestos: “La goutte d'or” es rítmica, universal y le sentaría a la perfección a una Big Band, aunque al final la melodía baje las pulsaciones y los lamentos en la voz de Victoria Zotalis remitan a lejanos aires flamencos. Y que el cierre (al igual que en el disco) haya sido con “Oh!precipiciovolaromorir” no resultó casual. Es en ese tema en donde el oboe de Gastón Urioste se expresa con mayor profundidad en un cierre plagado de tintes melancólicos, que terminó por redondear una noche más que entrañable.
La vocación abarcativa de “Últimos soles de verano” tendrá sin duda un correlato en la expansión del incipiente recorrido solista de Gastón Urioste, y el soplo de originalidad que su disco significa será capaz de abrirle nuevos caminos y escenarios. Por lo pronto, para los que disfrutamos del concierto en el Bebop, tenemos mucho para contar y recomendar.



sábado, 11 de julio de 2015

Andrea Alvarez en el Teatro Vorterix - Presentación de "Y lo dejamos venir"

A fines de 2014 se editó el libro “El agua mala” de Josefina Licitra, una crónica acerca de la inundación que se llevó puesta a la localidad de Epecuén en Noviembre de 1985. Unos meses más tarde, Andrea Alvarez eligió al mismo pueblo como escenario para la cubierta de su cuarto trabajo solista, “Y lo dejamos venir”. El por qué de Epecuén lo explicitó en su momento la propia Andrea en su sitio oficial: “documento viviente del resultado de la capacidad de corrupción del ser humano”. De la desidia, acoto yo. Del exceso de confianza ante una naturaleza que tarde o temprano nos termina doblegando. Y así como en el libro de Josefina Licitra los testimonios compilados dan cuenta de sentimientos que van desde la impotencia y el asombro hasta la bronca, el disco de Andrea Alvarez expresa a esos mismos sentimientos con una fuerza arrolladora, que los expone a sangre viva y los grita a viva voz, en otro disco de rock directo y sin vueltas, visceral.
Anoche era la presentación en el Teatro Vorterix, una apuesta interesante para un trio que no suele tocar seguido ni habitar los grandes escenarios porteños. Los viernes en la ciudad suelen ser de por sí complicados, y para lo mi lo era doble, así que llegué cerca del horario anunciado para el inicio del show. Aún así pude ver el final del set de Billy James and His One Man Band, un uruguayo que toca blues del delta con su slide guitar mientras usa sus piernas para percutir un bombo y marcar el pulso en el hi-hat. Interesante el sonido, aunque a primera escucha a mí me resultó un tanto repetitivo y lineal. No dejó de ser un buen “amenitie” para la espera del show principal, puesto que lo hice a garganta seca; la barra del Vorterix deberían clausurarla por mal gusto: apenas esa bebida que pretende ser cerveza llamada Quilmes y Fernet con Pepsi (!).
Como si para abocarse al nuevo trabajo fuera necesario calentar motores, el trio dio inicio al show con varias citas de “Doble A”, el disco anterior de Andrea, de 2008: “Alter ego”, “Calladitos”, “Doble A” y “Sapo”. Y si bien el disco aquel y el nuevo tienen muchos puntos en común, en este nuevo trío con Tomás Brugués en guitarra y Lonnie Hillyer en bajo, la propuesta sanguínea de Andrea parece haber encontrado a sus mejores intérpretes. Las premisas son claras, un riff basta para desatar la energía de una banda que toca cada tema como si fuera el último. La potencia es arrolladora, y aunque esta vez la produccción del disco corrió por cuenta propia, el rastro de Jim Diamond y el espíritu de Jack White se perciben todavía en muchos de los temas nuevos. El disco finalmente debutó con “RU fucking with me”.
Como en toda presentación (y más tratándose de una artista que ha colaborado con infinidad de músicos), hubo invitados. Conce Soares fue la primera, y es una percusionista que Andrea conoció en el proyecto “Se trata de nosotras”, un colectivo de artistas femeninas que desde Enero giran por el país concientizando acerca de la trata de personas y la divulgación del número 145 para denuncias. Y el aporte de la percusión fue fundamental para que “Olas” (de “Dormis?” 2004) tuviera un pasaje al que la guitarra de Brugués terminará por darle un tinte “santanesco”. “Se pudre todo” (un tema que ya había tenido una versión de descarga digital y que fue regrabado para “Y lo dejamos venir”) es un grito casi apocalíptico, y “Vende humo” un desafío en modo futbolero que la cae tan perfecto a un político mentiroso como a las promesas vacuas de un ex.
Aunque desde que salió “Doble A” yo dije que el grupo de Andrea Alvarez es el Pappo's Blues de nuestro tiempo, el formato trío en el rock argentino tiene en Manal a su primer gran exponente. Y no fue casual entonces que “Porque hoy nací” haya formado parte del setlist. Andrea estaba contenta y divertida. Emocionada con el lugar, con la gente que había ido, pero especialmente, visiblemente orgullosa con su nuevo trabajo. En escena, su brazo izquierdo en alto por sobre la batería al final de cada tema cuenta como un pararrayos que se extiende para recargar la energía liberada en la interpretación del tema anterior, pero es también sinónimo de victoria. De la victoria de una heroina baterista que con cada tema tema y cada golpe de tambor derriba uno a uno los mitos machistas del mundo del rock.
Richard Coleman fue el segundo invitado, que empezó participando en “Toxico”, pero que escencialmente subió para hacer “Despertándote”, el tema que cierra el disco, y está dedicado a Gustavo Cerati. Y aunque la canción resulta una expresión de incomprensión ante una ausencia inesperada, en un disco cuyo uno de sus vectores es la desidia ante los alertas, el final de Gustavo no deja de resultar una paradoja. Por cierto, nadie lo nombró, pero todos sentimos que su espíritu nos sobrevoló en ese instante. Que de tan intenso mitigó mi pena porque no haya tocado “Aleluya”, la maravilla que hicieran en conjunto para “Doble A”.
“Y lo dejamos venir” (el tema) es un blues denso, pesado, brumoso con un grito agudo como estribillo que marca el punto más alto de Andrea desde lo vocal, y que no hace otra cosa que confirmar mi cita a Pappo's Blues. Después quedó tiempo para el tercer invitado, Mariano Martinez , que participó de “Te lo juro” y “Lastima todo”. Se había hablado de Mollo como invitado también, pero aparentemente una gripe lo dejó afuera.
Hacia el final se encaminaron “Vamos viendo” y “Muerto”, de “Doble A”. “Cargué mi cruz, jugué morir, resucité y te parí. Estás muerto”. Así es todo en las canciones de Andrea Alvarez. No requiere de grandes frases ni juegos de palabras. Son expresiones brutales, honestas, tan elementales como contundentes, expelidas con una fuerza imposible de contradecir y montadas sobre riffs que desentumecen al músculo más agarrotado. Y si el disco ya de por sí es capaz de expresarlo, en vivo la performance duplica el efecto. Las piernas zapatean el piso con cada golpe de redoblante, y en la pista unas chicas chispeadas se atreven a un pogo que reparte salpicaduras de la cerveza que emana de vasos a medio beber.
“Alucinado quiero vivir” propone Pappo en “Algo ha cambiado”, el tema que Andrea Alvarez y su trio (otra vez con Mariano Martinez sobre el escenario) eligieron para cerrar el concierto. Y sí, alucinado, no había otra manera de sentirse después de semajante dosis de rock. Tan convincente resultó, que cuando las cortinas del escenario se corrieron y mientras los oidos aún no dejaban de zumbar, nadie se atrevió a pedir nada más. No solo quedaba la convicción de que la banda lo había dado todo, sino la conciencia de que nuestros cuerpos ya no podían recibir más.