miércoles, 19 de agosto de 2015

Nacho Vegas en Niceto

Eran poco más de las diez y media de la noche, y Adrián Paoletti decía algo así como “si quieren ver a Nacho me van a tener que fumar a mí primero”. Sin sacarse, con prudencia y hasta casi con elegancia, respondía a la impaciencia de buena parte del público que empezaba a aplaudir de manera socarrona el final de cada uno de sus temas. Si la cosa no pasó a mayores fue porque todos comprendimos que los culpables no estaban arriba ni abajo del escenario. Y además Adrian, ni su trayectoria, ni sus canciones merecían tipo alguno de destrato. Niceto, siempre Niceto. Nadie esperaba que el show anunciado 20hs empiece puntual, pero dos sets teloneros (El Príncipe Idiota y Adrian Paoletti y los Impares) de más de cuarenta minutos y comenzados pasadas las 21hs resultó demasiado para un día se semana y un show que no convoca precisamente jovenes desprovistos de responsabilidades. Claro que la espera que a esa hora parecía interminable no solo se iba a borrar de un plumazo, sino que además un par de horas más tarde el deseo común sería que la noche no se terminara nunca.
Mi llegada a Niceto había empezado con un rápido paso por la barra y la búsqueda de un lugar que, a medida que iba entrando gente, se veía que iba a escasear. Sabía de los artistas teloneros (a más de uno lo tomó por sorpresa) así que me tomé las cosas con calma, aunque no era fácil evadirme del cinismo nervioso que me rodeaba. La expectativa era alta, por diferentes motivos no había visto a Nacho Vegas en ninguna de las dos veces que anduvo por Buenos Aires, y que para abrir el concierto haya elegido un tema de “Desaparezca aquí” fue casi como una bendición. “Nuevos planes, idénticas estrategias” es una historia dylanesca repleta de personajes palpables, escenas diarias reconocibles (otras no tanto), y el esbozo de un plan de supervivencia. Nacho Vegas en estado puro.
Camisa blanca con el cuello desabrochado, saco abierto, el pelo del largo justo para que cubra sus ojos con solo inclinar la cabeza, pose de crooner tomando al micrófono con ambas manos, hablando poco, desgranando sus historias cantadas entre una falsa apatía y la confesión sentida. Ese es Nacho Vegas, que parado delante de su ajustada banda se abocó al magnífico “Resituación” (2014) con “Adolfo suicide”, dedicada, o influida vaya uno a saber, por Adolfo P. Suarez, el ilustrador de “La zona sucia” que parece no haberle caído del todo bien verse reflejado en ese espejo. Siguió “Perplejidad” (de “La zona sucia”) y “Ciudad vampira” (otra vez “Resituación”), el influjo de Daniel Johnston (que alguna vez pisó el mismo escenario) y el reclamo porque “nos devuelvan la ciudad”.
El escenario estaba presidido por el dibujo de una guitarra que llevaba la inscripción “this machine kills fascists”. Desde “Como hacer crac”, Nacho Vegas ha sumado una mirada social a sus muchos tips, una visión descarnada de la actualidad de España y de Europa toda. Sin embargo su rebeldía y su convicción no han cambiado sus modos. Cuando canta “polvo somos, lo sabemos, y en pólvora nos convertiremos” lo hace con tal suavidad, que parece guiado por aquel precepto del Che de no perder jamás la ternura. Aunque tratándose de Nacho Vegas la máxima debería ser “endurecerse sin perder la indolencia jamás”. La indolencia con la que anuncia, por ejemplo, la borrachera que coronará el abandono de “Taberneros”. La bebida, también estará presente junto al desamor, el sexo, y una de sus muchas referencias tangenciales a una probable bisexualidad en “Dry Martini S.A.”.
Cada uno de los personajes que forman parte del imaginario film de “Actores poco memorables” podrían protagonizar una canción completa del cantante. Todos exponen sus timideces, sus conflictos y las pocas certezas que los aferran a su mundo. Él mismo, si contamos que el Nachin medio maricón y con canciones lúgubres a cuestas se presta al juego de la primera persona. Junto con “Dry Martini S.A.”, “Gang bang” fue el momento más explícitamente sexual de la noche y no casualmente estuvieron casi en continuado. Todos mirábamos y cantábamos las canciones ensimismados. Había algún tubio intento de cantito tribunero entre tema y tema, pero el clima no se prestaba para eso. La ensoñación era absoluta. Los climas del show, el sonido de la banda (en especial cuando el órgano pasaba bien al frente) hacían justicia con aquella definición del “Nick Cave asturiano” con la que se lo calificó alguna vez. Quién si no un Nick Cave ibérico puede empezar una canción diciendo “Amanecí con la única certeza de que hoy iba a morir”. “La vida manca” es el tema que mejor expresa el espíritu de “Resituación”, donde la realidad social y los desahucios se mezclan con un recorrido por rincones y refugios de Gijón, amigos, personajes, arrebatos anárquicos (“podríamos llegar a expropiar el club de regatas”), pesadillas dueñas de un humor negro pavoroso (cadaver de Miguel Bosé hinchado flotando en una psicina incluído) y un final elegido, guionado y liberador en un desparramarse hacia el Cantábrico.
Para el último tramo del show, y cuando la noción del tiempo se había borrado y en Niceto nadie podía despegar los ojos del mismo tipo trasnochado que se había subido al escenario poco más de una hora antes, sonaron “Perdimos el control”, y “La gran broma final”, el tema que en “La zona sucia” le puso música y palabras cínicas a la ruptura de Nacho con Cristina Rosenvinge. Un cierre a la medida de un concierto que a esa altura ya resultaba inolvidable.
Nacho Vegas volvió al escenario solo y la “Luz de agosto en Gijón” fue también porteña por un rato. Los músicos se iban reacomodando para cerrar musicalmente la noche mientras un asistente le servía un vaso de whisky al cantante. Después quedó el único tema ajeno del setlist (que ya ha tocado en más de una oportunidad, inclusive en Argentina), que fue “Déjame vivir con alegría” de Vainica Doble, el duo femenino español que la creó a mediados de los '70 y que Nacho presentó como un canto contra el fascismo. El cierre quedó a cargo de otra de las canciones que mejor resumen su carrera, “El hombre que casi conoció a Michi Panero”, con el tipo desnudándose con versos mientras nosotros tarareábamos la ronda de niñas del estribillo. Después nos prendieron la luz rápido, no sea cosa que nos quedemos pidiendo una más. Para eso Niceto parece que sí es eficiente.
Llegué a mi casa y como nunca (mientras picaba algo, porque el estómago también se había puesto impaciente con el horario) me puse a recrear minuciosamente la lista de temas del show. Necesitaba repasar una y otra vez un recorrido musical que seguramente formará parte de un playlist imginario que me acompañará zumbando en mis oidos por mucho, muchísimo tiempo. 







lunes, 17 de agosto de 2015

Octafonic en La Trastienda

                Que River no haya jugado el domingo me vino fenómeno. Tenía muchas ganas de ver a Octafonic en vivo y un show en La Trastienda era una oportunidad ideal. Correr desde Nuñez ajustando los horarios hubiese resultado engorroso, así que como el calendario de AFA se puso de mi lado, y aproveché la ocasión.
                Confieso que tardé en escuchar “Monster”. No por desconfianza a las críticas que no escatimaban en elogios de manera unánime (eso a veces me resulta sospechoso) sino porque venía privilegiando a la hora de elegir música a la canción en su formato más desnudo, más despojado de arreglos. Había sí escuchado algunos temas y sabía de antemano que cuando me sumerja en el disco, me iba a abstraer en él por un buen tiempo. Y fue la visita de Dweezil Zappa la que me terminó de  dar la excusa para hacerlo, porque fue la que me sacó momentáneamente del espíritu fogonero. Y nadie que exponga sus sentidos ante “Monster” podrá resistir la necesidad imperiosa de ver su concreción en vivo.
                Mucha gente en La Trastienda, todos parecían haber cumplido con sus niños en su día, y se habían liberado de las obligaciones. Eso habla un poco de la edad promedio del público, aunque también hubo muchos jovenes, que por lógica resultaron los más entusiastas al ahora del agite. El origen jazzero de Nicolas Sorin pudo haber sido en un principio una guía para la gente que se acercara a la propuesta de Octafonic, pero el recorrido del grupo (hoy de nueve integrantes) ya ha dejado en claro hace rato que es lo que se va a escuchar y nadie podrá hacerse el sorprendido.
                Cuando el telón se descorrió los integrantes del grupo tenían cubiertas sus cabezas con los gorros de sus buzos y en pose de meditación dieron inicio al show con “Mini buda”. Sus brazos levantados a la altura de sus hombros rápidamente trocaron por movimientos sincopados que seguían al machacante riff que guía el tema. Nada de concentración, la noche proponía liberar energías.
                A la hora de citar influencias de Octafonic, el espectro es muy amplio, pero si alguien pretende trazar una guía en primer lugar aparecerá el inquieto nombre de Mike Patton. Sin embargo si hay un adjetivo que le cabe a la perfección, y que al mismo tiempo también deparará nombres que alguna vez fueron merecedores de la misma particularidad, es el de inclasificable.  Cuando en el segundo tema Nico Sorin canta belicoso “Yo are so plastic” resulta imposible no linkearlo con el “Plastic people” de Zappa (y por consiguiente, si uno pretende ir más allá todavía, con el Plastic People of The Universe de la vieja Checoslovaquia).  Aunque desde lo musical, será en “Adiós” (uno de los temas que no están en “Monster” y que forman parte de sus repertorio en vivo) el momento en el que resulte más apropiado citar el influjo del gran Frank.
                El vivo de Octafonic es la versión exagerada del disco: cada actitud sobre el escenario pareciera responder a la pretensión de llevar la propuesta todavía un paso más lejos. En “Wheels” aparece medio de sorpresa Lula Bertoldi  para el grito final, antes de un prolongado beso con Nicolás. “Monster” devuelve la versión más “industrial” de la banda, que por momentos se prueba el traje de progresiva, pero que en la suma de capas, sonidos, arreglos, efectos y voces procesadas, convierte la música en algo desmesurado. Y aunque esa calificación alguna vez pueda tener connotación negativa, en este caso créanme que es todo elogio.
                A veces el ritmo baja un poco (“estamos viejos” jura Nico Sorin, casi en chiste, como cuando define al grupo como una “bandita de jazz”), y la música adquiere pasajes hipnóticos, como en ese sueño entrañable que se vuelve pesadilla matutina, que es “I’m sorry”. En ese tramo del show aparecen los temas más “accesibles” aunque esa palabra solo pueda concebirse dentro del complejo e impredecible universo de Octafonic. “Whisky eyes”, “Love” fueron algunos de los temas de “Monster” que tocaron anoche, y  además estrenaron un “Dance, dance, dance” instrumental que sigue la guía de lo ya conocido, con una línea de bajo inicial que invita al bailoteo.
                A lo largo de la noche hubo momentos para lucimientos solistas, pero en ningún caso con demasiadas estridencias. La batería de Ezequiel Piazza se lució al final de “Monster”, los vientos antes habían armado su propio pasaje musical, mientras que la guitarra de Hernán Rupolo recurrió más a los pedales que a la digitación. Pero es en momentos como en el oscuro y pesimista “Over” (al que podría linkearse tranquilamente con NIN) en donde la banda pareciera encontrarse a pleno gusto descargando toda su potencia, con cada uno de los sonidos complotados para concretar  ese sonido compacto y arrasador que los caracteriza.
                Hacia el final quedó “Fool moon”, que arranca casi bailable, y que deviene en un pasaje psicodélico en donde toda la banda pareciera suspenderse en una nube sonora para con un click volver de inmediato al irresistible ritmo funk deforme del tema. Y cumplieron con el cover anunciado en notas de prensa de la semana, con un “Happiness is a warm gun”  que les sentó a la perfección y se adaptó con comodidad al sonido y clima de Octafonic. Para el final guardaron el efusivo y visceral “What?”, donde otra vez aparece su versión más cruda, atemperada por un intermedio que amaga con el hip hop, y que renuncia ante el envión descomunal del riff machacante de pulso industrial. El saludo final y las luces que se iban encendiendo dejaron en claro que no habría bises.
                Al salir, por Balcarce iba llegando el público reggae que se aprontaba para el show de trasnoche. Y mientras la seguridad apuraba para que no nos volviésemos y despejemos la zona con rapidez, yo me fui pensando en la cantidad de velas que iban a tener que quemar los rastas para contrarrestar la energía que había quedando rebotando adentro. Si la hierba les resultó o no, que se los cuente otro. A esa hora yo me fui a tomar un vino.