sábado, 17 de octubre de 2015

Isabel de Sebastian en Bebop Club

Hay una especie de frase hecha que dice que la música sana y a la que, como con todas las frases hechas, cuando a uno le cuadran a la perfección, no puede evitar la tentación de recurrir a ella. Así que un poco de eso se trató mi noche ayer en el downtown porteño, en el hermoso sótano Bebop Club, con una copa de vino y una seguidilla de canciones a cargo de Isabel de Sebastián y su banda, que dieron vuelta una semana dificil.
La excusa de la noche era la presentación del video de “En camino”, dirigido por Adrián Caetano, y que luego de algún problema técnico se empezó a proyectar justito cuando la focaccia se llegaba a mi mesa. Un video en tono vintage, con algunas citas melancólicas para teñir a ese sinuoso, inseguro y perseverante camino entre espejismos. Seguramente en breve estará en la web, así que no me voy a extender en la descripción. Simplemente decir que si bien la presentación era la excusa, la noche terminó siendo una gran noche de música y evocación. De amores y desamores, de poetas, de los '80, de amigos, de músicos, de fantasmas que parecen sobrevolar algunos momentos más intensos como para seguir aferrados a esta tierra. Intimidades y complicidades.
El show en sí abrió con el “Skatango” de Roberto Marcelo Delgado. “Dónde va el amor cuando se va?” pregunta Isabel cantando, y luego en tono íntimo complementa preguntándose por los temores para cuando el amor llega. Podría ser un detalle menor, pero no lo es. Porque ese será el tono del show. Cada canción será acompañada por una historia. Propia o ajena, íntima o pública, un recuerdo o un estado de ánimo. Todo el concierto terminará por ser un recorrido íntimo y a la vez festivo que terminará por crear ese tono evocativo que cité al comienzo.
Los '80 llegan con “Tormenta en la Bristol”, pasa Melingo con “Corazón y hueso”, y el enorme homenaje a Mercedes Sosa con “Aquí”. Los sonidos latinos (con la impronta rockera del oeste que le aporta la guitara de David Bensimon) que gobernarán el show, se hacen a un lado para dar espacio a aires folklóricos que se expanden y exceden en su tributo a Mercedes Sosa, incluyendo en la cita a Atahualpa Yupanqui.
Después llegan las idas y vueltas de poetas españoles. Renaceres. Isabel canta “Se equivocó la paloma”, pero en el arreglo de su hijo David. La historia es casi mágica: un joven lee a su bisabuelo y decide que el poema “La paloma” merece tener música sin saber que ya la tenía. Y la madre del joven canta reinventados los versos de quien fuera la pareja de su propia abuela. Y de Rafael Alberti, a Federico García Lorca: “Pequeño vals vienes”. Su poesía que via Enrique Morente regresa al idioma español luego de ser tamizada por el sello canadiense de Leonard Cohen. La canción es bella, el vals invita a hamacarse, y los músicos y la voz de Isabel hacen del momento una verdadera delicia.
Todo el tramo musical nos había encantado, pero si hubo algo que cualquiera que haya estado anoche en Bebop contará en primer lugar, será la irrupción de Rita Cortese al escenario, para, champagne en mano, leer a Alejandro Urdapilleta. Los recuerdos de infancia citados con el brío que impone el licor. De nuevo los '80 pero con un tono atemporal, que llegan desde una voz que retumba en un sótano porteño. Si las canciones pudieran opinar, “Sin excusas” (de los chilenos Chico Trujillo) se hubiera quejado de tener que romper con semejante momento.
De allí hasta el final, el concierto mantuvo los tópicos y los climas del comienzo. “En camino” en este caso fue solo música, con la banda levantando temperatura con el aquel tema de “Signos” que Isabel de Sebastián compusiera con Cerati y Alberti. Y Spinetta, que musicalizó “Canción del angel sin suerte” de Rafael Alberti para el truncado proyecto Isabel y Los Milagros, y que fue recuperado para el disco de 2013. El “búscame en el aire” suena tan spinetteano que cuesta vincularlo con el poeta gaditano.
Para “Te mataría” nos privamos de tener a Carmen Baliero, que estaba presentando su musicalización de “Centésimas del alma” de Violeta Parra, a esa misma hora en Almagro. Y decía al principio que cada tema venía acompañado por su historia. Pasaron “Heroes anónimos” (acá la cita es propia, la última vez que la había visto a Isabel de Sebastián sobre un escenario fue cuando subió a cantarla en los 20 años de Catupecu Machu), y “No me prometas cielos”, otra canción de Metropoli, que Isabel confiesa que hoy no compondría, y que fue motivada por las maléficas misas de FAMUS. Los '80 de nuevo, pero en versión lúgubre. Aunque habría rápida revancha, porque para “La apuesta” subió al escenario Celsa Mel Gowland para, en una participación improvisada, recrear el duo de tantas noches de aquella década.
Para el final quedó un tema nuevo (al menos para mí), único en ingles y que se trata de explicarle Buenos Aires a un norteamericano. Después cerraron con “Cariñito”, la cumbia psicodélica de los peruanos Los hijos del Sol, con el rapeo intermedio del último invitado: Machito Ponce.
Casi que pedir el regreso no fue necesario, y la despedida formal fue con el “Por qué te vas” de Jeanette, que, aunque alejado del espíritu ramonero de Attaque 77, resultó lo más rockero de la noche. Y si a esa despedida la llamé formal, fue porque tras unos pocos minutos, la despedida en concreto fue entre abrazos y besos, con Isabel y sus músicos entremezclándose en las mesas, y sellando el encuentro con brindis. 







domingo, 4 de octubre de 2015

Eruca Sativa en el Luna Park

                Había decidido estar en el regreso de Eruca Sativa a los escenarios desde que conocí la fecha. Diferentes circunstancias hicieron que no haya sacado entrada hasta último momento y hubo una inesperada noticia en los días previos que puso mi presencia en duda: El Siempreterno anunció la salida de Ariel Minimal de la banda, y que el del sábado 3 sería su último concierto antes de un impasse sin límite. Aún así, dudando entre uno y otro destino elegí estar en el Luna Park, y aunque ya me contarán que fue lo sucedió “allá”, yo estoy más que conforme con mi elección: Eruca Sativa demostró que le sobra paño para meterse en la primera línea del rock local.
                El Luna Park, con las cabeceras cubiertas con largos telones negros a pesar que se vendían con anticipación (estimo que a los que sacaron allí los reubicaron en las plateas de los codos) y el campo rebalsado de gente, no le quedó grande al trío cordobés, que luego de los embarazos de Lula Bertoldi y Brenda Martin, regresó a los escenarios con su apuesta más pretenciosa desde que empezaron a tocar en Buenos Aires.
                Sin exageraciones  la puesta resultó efectiva. El show comenzó con las chicas golpeando tambores elevadas al costado de Gabriel Pedernera. Debajo de los tres una pantalla de led mostraba símbolos que parecían seguir las indicaciones de un dictado en morse. Lo tribal, lo primitivo cruzado con lo tecnológico. Los signos de la pantalla se resolvieron en una leyenda: No pueden callar la voz. Entonces sí Lula y Brenda acapararon la parte baja del escenario y largaron con “Fuera o más allá”, al igual que como abre el disco “Blanco”, el que las terminó por consolidar entre los oídos porteños. “Paraíso en retiro”, “El genio de la nada”, “La carne” se fueron sucediendo mechando los dos últimos trabajos de estudio.
                Hasta ese momento sentí una sensación extraña. La banda sonaba bien (algunas quejas con el volumen me resultaron injustificadas, al menos desde uno de los codos donde yo estaba), la precisión, la ductilidad arrolladora de la base que conforman Brenda Martin y Gabriel Pedernera (de lo mejor que se haya visto por aquí en años, y aunque esto ya no sea novedad no puedo dejar de decirlo), construían un show técnicamente perfecto, pero algo frio. Las chicas parecían contendidas (intimidadas por el recinto?), como si algo dentro de ellas les indicara que ya no son dos chicas rockeando, sino dos madres rockeando. Como sea, esto se limitaba a arriba, porque abajo el público no tomó nota, a tal punto que el pogo derrumbó uno de los vallados, y después de la gran versión de “Eleanor Rigby”, tuvieron que parar el show hasta reconstruirlo.
                Si se trataba de ir tomando temperatura y coraje, el incidente no ayudó para nada. Brenda agradeció a los que viajaron, y terminó siendo la gente la que corrigió el incómodo impasse. Cuando Gabriel saludó y dijo “desde chico, y no tan chico, siempre quise gritar esto: buenas noches, Luna Park!”, se le pidió un solo. Y luego lo mismo con el bajo. Y lo que la inexperiencia y las dudas arriba no había podido resolver, el empuje desde abajo indició el camino y fue lo que terminó por enderezar la noche. Porque a partir de allí el show no volvió a ser el mismo y Eruca Sativa directamente la rompió.
                Desde “Quemás” en adelante el escenario pareció reducirse. Branda y Lula se animaron a transitar las pasarelas que en “V” se abrían entre la gente. A cruzarse entre ellas, a abandonar el estatismo inicial y devorarse a un público que si bien tenían comprado desde el primer tema, tenían que pasar por arriba. Ese tramo terminó con el “No pueden callar la voz” que lo preanunció: el grito contra el poder sobre un riff machacante, casi trash, un rapeo intermedio y  un impiadoso juicio frente al espejo de “No pueden”.
Después volvió el sonido tecnológico y la pantalla a anticipar el signo del tramo que se venía “Es tiempo de activar el corazón”. Y desde que lo tocaron en “Siempre es hoy”, un homenaje de la TV  Pública a Gustavo Cerati, “Corazón delator” no abandona sus setlist. Gran versión mientras a sus espaldas unas manos enguantadas sostienen a un corazón que late fuera del cuerpo.
De allí al tramo “Huellas digitales”. Brenda y Lula se ponen a la par de Gabriel y muestran otra versión de la banda: guitarra acústica, octopad, y arreglos que llevan a las canciones a lucir en otro plano. “Mi apuesta” y “Tu trampa” sonaron en ese tramo, con el bajo de Brenda Martin alcanzando un sonido melodioso que la puso a la altura del mejor Pedro Aznar.
Cuando volvieron al sonido eléctrico los climas estuvieron tan bien dosificados que todo fue un espiral sigiloso que nos fue envolviendo hasta explotar en un estallido de energía liberadora. La base de “Real ficción” remite a Divididos, pero la intensidad con la que Lula canta y toca sobre ella, la envuelve en intimidad. “Guitarras de cartón” es una de las joyas de “Blanco” y así avanzó ese tramo hasta que Gabriel Pedernera con la acústica dio comienzo a “Amor ausente”. El más logrado cruce entre Hendrix y el folklore desde que Divididos versionara a Yupanqui. En el final, la voz de Bertoldi se desgarra desde lo más profundo de sus entrañas y como si ese grito hubiese significado una señal de largada, el trío se propuso cerrar la noche en un encadenado power que abrió con el estreno (en vivo, porque el tema circula ya hace varias semanas) de “Nada salvaje”, un anticipo que promete y mucho para lo que se viene.
Mas allá de citar nombres de canciones (el conocido pero inédito “El límite”, “Ultimo. Parte I: El balcón”,  “Agujas”, el funk irresistible de “Para que sigamos siendo”, con el público coreando el estribillo sanador), a esa altura yo empecé a valorar otras cosas del desafío de Eruca Sativa en el Luna Park. Eran la primera banda de rock cordobesa en tocar en ese escenario, y asumieron el compromiso solos. Sin invitados, sin sostén alguno, apelando a ellos mismos,  a su esencia, a sus armas y su convicción. Con una puesta lograda  y un set lumínico más que efectivo, volvieron y vencieron. Conquistaron otro templo del rock argentino y preanuncian que la escalada no tiene límites. “Quiero todo el control para hacerlo a mí manera” canta Lula Bertoldi y no parece haber alma dispuesta a negarse a semejante convicción.
Las dudas iniciales se había dispersado y el cierre con el chiste-hardcore pendenciero de “Queloquepasa”, “Desdobla” y “Magoo” cerraron una noche inolvidable y consagratoria, que los despidió de manera demorada repartiendo palillos de batería y saludan con palmas a los más avanzados fans por un largo rato mientras las luces del Luna Park se encendían de a pocoy tres fotos de cada uno de ellos cubría parte del escenario vacío.

Eruca Sativa es la avanzada de una movida de rock cordobesa cada vez más amplia y reconocida. Rayos Laser, Martín Rodriguez, Un Día Perfecto Para el Pez Banana. son algunos otros nombres que suenan cada vez más fuerte. Y a diferencia de otras plazas, por ejemplo, La Plata, en las cuales las propuestas inundan la escena indie, al cordobés la masividad no lo asusta. Y si no, preguntale a las casi diez mil almas que salían anoche extasiadas a la calle, sin percibir que sus remeritas de algodón tenían poca resistencia para ofrecerle al frio de esta inusual primavera porteña.