sábado, 20 de febrero de 2016

Rufus Wainwright en el Teatro Colón - Prima Donna

 Rufus Wainwright canta su desencantada pintura de América en “Going to a town”. América claro, es Estados Unidos. “Demasiadas decisiones equivocadas en el pasado reciente” dijo Rufus acerca de ese tema que ya tiene casi diez años de publicado. Y la habilidad del mitad canadiense, mitad neoyorquino para que un desencanto amoroso se vuelva un descripción de la desilusión de toda una época es casi tan admirable como su voz y esas melodías de pop barrocas que lo llevaron, entre otras tantas cosas, a que como citaba el programa del evento, Elton John lo declarara el compositor vivo más grande de este tiempo. Rufus canta el primer tema fuera de programa sentado al piano con su capa bordada de dorado mientras la orquesta del Colón decora la melodía, agregándole sonoridad, elocuencia y también, por qué no, glamour.
La noche había empezado bastante antes. Porque la propuesta era de por sí original. En primer lugar se interpretaría la primera ópera compuesta por Rufus Wainwright llamada “Prima donna”, y luego sí aparecería una selección de su obra más conocida por el público que lo sigue. Y en aquel comienzo Rufus Wainwright solo limitó a entrar al escenario para presentar a Bernanrdo Teruggi, director de la orquesta, y las tres voces que le darían vida a la obra: la mezzosoprano Guadalupe Barrientos (en el papel de Regine St. Laurent), la soprano Oriana Favaro (Marie, su criada) y y el tenor Carlos Ullán (el periodista).
La ópera no es lo mio así que mi crónica de esa parte del show no va a ser muy minuciosa desde lo técnico. Voy a decir, eso sí, que la pretensión de “obra de arte integral” es tal vez demasiado ambiciosa. La historia inspirada por una entrevista filmada a Maria Callas en Paris, versa sobre una Prima Donna retirada, que intenta retornar a los escenarios y recuperar la gloria de antaño. El amor, el paso del tiempo, Paris y la fama son algunos de los tópicos de la ópera, en donde el periodista y crítico insidioso y conspirador, resulta el malo de la película.
La orquesta ocupa todo el escenario, las tres voces líricas al frente y sobre el fondo se proyectan imágenes que remiten a Maria Callas, y durante el aria final se proyecta un corto en donde Cindy Sherman filmada por Francesco Vezzoli indaga sobre el culto a la diva. Esta condición audiovisual es la novedad para esta puesta de la obra cuyo estreno data de 2009. Hasta allí la reacción del público fue calma, respetuosa, pero se notaba que la parte que todos habíamos ido a buscar era la segunda. Solo diré para terminar que a pesar de encuadrarse en una ópera moderna, en varios tramos de la obra se pudo apreciar rastros de la lírica que caracteriza a las composiciones de Rufus.
Tras un intervalo de unos veinte minutos en donde un piano fue acomodado al frente del escenario y se colocaron un par de micrófonos (uno para cuando Rufus estuviera en el piano, y otro de pie), la orquesta retornó al escenario y Rufus Wainwright comenzó el set solista con la lejana y melancólica “April fools”. La orquesta al principio tapó un poco su voz y a pesar que yo creí que iba a ser un problema permanente, el inconveniente se corrigió rápido. Y el concierto mostró una cara del artista que cuando vino en 2013 no pudimos disfrutar: la orquesta y los arreglos se sumaron a las melodías teatrales de un músico que tiene tanto de Elton John como de Phillip Glass. Su voz lució impecable, luminosa, amplia y expresiva. Aquella vez en el Gran Rez cantó solo, y aunque quienes estuvimos quedamos maravillados, está más que claro que sus canciones relucen mejor cuando los arreglos orquestales dicen presente.
El set incluyó entre otras a emotiva “Vibrate”, el desencanto amoroso que se define en un deseo antimaterialista de “The art teacher”, la musicalización del “Sonnet 20” de Shakespeare y una canción llamada “Argentina” que cuenta acerca de cómo extrañó a su marido Jörn durante aquella gira sudamericana de 2013. Esta vez su esposo estaba presente y lo citó varias veces dedicándole unos cuantos gestos cariñosos hacia la platea. Rufus estuvo de extremo buen humor, charlatán y visiblemente a gusto en el Teatro Colon. El momento inusual de ese segundo tramo fue el retorno a la ópera, cuando hizo “Last rose of summer”, el aria de Martha de Freiherr Von Flowtow junto a Oriana Favaro. Sin embargo lo mejor llegaría al final.
En “I don't know what it is” el arreglo de Maxim Moston resulta prodigioso y la canción resplandece como nunca. “Cigarretes and chocolate milk” es pegadiza y casi tan adictiva como los caprichos y antojos a los que está dedicada. Aparecen algunos intentos de palmas que se diluyen, tal ven intimidados por la magnificencia del teatro. Y el cierre estuvo a cargo de “Oh what a world”, con la conocida cita a “Bolero” de Maurice Ravel y la orquesta otorgando máxima intensidad a la versión.
El tramo de despedida y fuera de programa comenzó de la manera en que empecé esta crónica. Pero si tuvo un clímax fue cuando Rufus convocó a las tres voces líricas a retornar el escenario, apartó su micrófono y animado por la acústica del Colón se animó en una íntima y preciosa versión del “Hallelujah” de Leonard Cohen. Y tras una breve segunda salida, regresó para despedirse definitivamente con “Poses”. Una elección perfecta, porque el abandono y el miedo al éxito desnudados en los versos de esa canción que dio nombre a su segundo álbum de estudio se emparenta directamente con la temática de Prima Donna. Y aunque las calles vacías de Nueva York reemplacen a la escenografía parisina, los mismos temores y debilidades quedan expuestos en cualquier espacio y de manera atemporal.
Bajando las escaleras desde el quinto piso, una abonada preguntaba a la gente de dónde conocíamos al artista, y se mostraba gratamente sorprendida por la cantidad de jóvenes que poblaron las butacas del teatro. Por al lado de la señora pasó un pibe con una remera de Fun People, y yo me pregunté hasta dónde se extendería la capacidad de sorpresa de la elegante señora. Afuera dos tipos hacían un torpe juicio de la voz de Rufus pretendiendo juzgar el pop desde la óptica academicista de la lírica. Y unos doscientos metros más adelante, y ya en la avenida Corrientes, los embelesados fans de Rufus Wainwright pugnábamos porque las fans de Nicolas Cabré que salían del Lola Membrives no nos arrebaten las últimas mesas libres de Banchero. En definitiva, si hay algo que iguala a todos los hombres es la muerte y una grande de mozzarella.





viernes, 12 de febrero de 2016

Richard Coleman en Bebop

Los shows de verano de Richard Coleman felizmente se han vuelto costumbre. El tipo se arma de ganas, desenpolva una guitarra, reune varias canciones y convoca a su gente a escucharlo en un ambiente íntimo, con tono casi familiar. Se rodea de los fans más fieles, les da algunos gustos y se conecta con ellos con una distensión que los recintos más grandes por lo general impiden.
En mi caso era el primer show del año (que como empezarán a ver en este blog viene cargado), y si me siguen por acá saben que el Bebop es un lugar que me encanta. Plato sencillo, copa de vino y Coleman cantando ahí nomás. De paso aproveché para estrenar la remera del Hansa Studio que me compré cuando tuve la oportunidad de visitarlo hace unas semanas. Sí, voy a presumir un poco. Pero no se trata solo de eso, sino que la cita no es caprichosa, porque será una de las coincidencias que se enhebraron a lo largo de la noche el jueves y que ya irán leyendo.
Para empezar Coleman salió vestido todo de negro, y eso, sabemos, es una señal. Si bien el concierto nunca salió del tono relajado y amable de sus shows acústicos (que en verdad nunca son estrictamente así, porque las guitarras llevan efectos y aparecen instrumentos eléctricos) marcó la tónica del repertorio. Tiempo atrás en un show similar en Ultra, Coleman se había mostrado con ganas de charlar, de contar historias acerca de las canciones y llenarnos los oidos de anécdotas de su vida que linkeaban con los temas que estábamos escuchando. En este caso (y el negro necesariamente no es inocente) eligió abandonar la prioridad de su etapa solista, y recreó canciones de todas sus épocas, inclusive muchas que hace rato no sonaban sobre los escenarios.
El fan acérrimo de Los 7 Delfines disfrutó del primer tramo del show casi como un regalo personal. “Never du nozin”, “En tu cabeza”, “Desierto” (el tema que daba nombre al disco de mediados de los '90, disco que volvería a citar hacia el final de la noche con la tensión erótica de “Canción de cuna”) fueron los temas que apenas le dejaron lugar a “Corre la voz”, que se entrometió como para anclar ese pasado con la etapa más cercana de Richard. La última cita a L7D de ese tramo fue ese temazo (que el mismo Coleman presentó como una de sus preferidas) que es “Meteoro”. “Mi nombre está en lugares” se oye, y uno sabe muy bien que uno de esos lugares, inevitablemente es la memoria. La gente escuchaba tranquila, repitiendo en algunos casos en voz baja los versos que esa memoria rescataba al unísono con la interpretación. Y como si se tratara de una retrospección hipnótica, la música siguió hurgando en el inconsciente, y llegaron desde “Consumación o consumo” dos perlas del primero de Fricción: “Entre sábanas” (que anticipaba el Coleman de letras de amores al filo del tormento) y “Perdiendo el contacto”. Fiesta para cuarentones, claro. Recién cuando entró Bodie Datino (su inseparable cómplice en estas incursiones íntimas) las canciones más recientes afloraron: “Jardines líquidos”, “Normal”, “Perfecto amor” y “Hamacándote”, con la que cerró la primera parte del show.
La última vez que estuve en Bebop fue viendo a Isabel de Sebastián, y recuerdo haber contado aquí acerca de la cumbre ochentosa que significó que Celsa Mel Gowland se sumara al escenario aquel día. Pues bien, (y por eso hablaba de coincidencias al principio) aunque Celsa no estaba allí, no me pude sacar la voz de su coro de la cabeza cuando Richard abrió la segunda parte con “Autos sobre mi cama”. De allí a “Anexos” un outtake que apareció en la reedición de “Siberia Country Club” y que muchos conocíamos de la web oficial donde podía escucharse.
Y acá es el momento en donde entra la otra coincidencia y el por qué de la cita a mi remera del Hansa Studio. Bowie, Berlin, Heroes, todo se sumó en ese momento. El 11 de enero yo iniciaba mi periplo europeo y con el wifi de Ezeiza leía a Richard en su Face contando que no podía para de llorar mientras escuchaba “Nothing has changed”. Claro que la muerte de Bowie nos tocó a todos, y en ese tramo de la noche Coleman contó que la última vez que tocó “Heroes” fue el día del cumpleaños 69 de Bowie durante su show en Groove. Y agregó que su tributo al Duke (que confesó que no sabe si va a poder cumplir) será no tocarla más por un año. Pero Bowie no iba a dejar de estar presente y aunque la versión original es de Johnny Mathis, muchos conocimos “Wild is the wind” por la versión que cerraba “Station to station”. Probablemente David Bowie haya conseguido en esa versión la mejor performance vocal de su carrera, y anoche Coleman (que la grabó en “A song is a song”) no solo estuvo a la altura, sino que la tensión que cubrió al escenario mientras la cantaba impactó bien profundo en cada uno de los que estuvimos ahí. Homenajear a Bowie con esa versión era un desafio gigantesco y el “uffff” aliviador de Richard y el trago de agua que siguieron al tema dieron la pauta que el tributo se había consumado con éxito y que no solo nosotros nos habíamos dado cuenta.
Bien, se me hizo largo contrar esa parte, pero no podía dejar detalle de lado. El show continuó con otros cover (ahora sí resumo) como “Love me tender” y el “Changes” de Sabbath, aunque por allí se colaron otra vez Los siete delfines con “Versos secretos” (Richard en slide guitar), la citada “Canción de cuna” y, después de la versión de “Escarabajo” con Bodie en el piano de Bebop que lo dio un sonido original al tema, el cierre con “Carnaval de fantasmas”.
El ciclo incluye dos fechas más en el mismo escenario durante los próximos jueves de febrero, y Coleman anunció que los setlist van a cambiar, además de anticipar la presencia de invitados. Las ganas de recuperar canciones recorriendo toda su carrera dan la pauta de que las sorpresas seguramente serán muchas. Anoche la despedida final se concretó con temas que seguro sonaran en diferentes momentos de los jueves por venir. Primero “Cuestión de tiempo”, despues “Caja de fotos” en donde el piano de Bodie tomó un tinte blusero que le sumó muchos puntos al tema, y el cierre quedó a cargo de “Como la música lenta”, ya con participación masiva del público en el estribillo y muchas palmadas rítmicas.
Como anécdota queda que me quisieron cobrar una copa de vino de más, pero la gente de Bebop es honesta y lo corrigieron. Afuera no corría una gota de aire, el carnaval había terminado pero los fantasmas seguían ahí. Si van los jueves siguientes, me cuentan.