Me vino bien esta dosis de adrenalina. Después de la delicadeza pop de Belle and Sebastian, la intensidad de Benjamin Biolay y la destreza técnica de Jeff Beck, necesitaba la presencia de cuarto tipos arriba del escenario que me recuerden que el rock a veces es contar hasta tres y dejarse llevar por guitarras endiabladas y por una potencia arrasadora. Cuatro tipos que además son mucho más que eso, pero en la previa eso es garantía de lo que uno puede llegar recibir desde arriba del escenario. Que pueden haber sido mi último show del año (aunque nunca se sabe….), y que si se trata de hacer balances, la energía que Stone Temple Pilots desplegó anoche en el Luna Park, fue el mejor cierre para un 2010 bien movido.
En el Luna Park se han tomado demasiado en serio el tema de la seguridad. El ingreso fue extremadamente lento, por la única culpa de una requisa tan exhaustiva como inútil: cuando uno va a ver a Stone Temple Pilots, va más dispuesto a morir que a matar a alguien. Pero ese tiempo de espera me llevó a detenerme en la variedad del público que congrega STP. Bastaba con concentrarse en las remeras para confirmarlo: Dream Theater, Pearl Jam, Nirvana, Ramones, Pixies, Led Zeppelin, Miles Davis, Indio, y Catupecu lucían en los pechos de chicos y chicas que esperaban ansiosos el inicio del recital. Hasta Don Juan Manuel de Rosas estampaba el pecho de un muchacho, tal vez atraído por el rojo punzó y la “V” peronista de la tapa del último disco.
Cualquiera que conozca a la banda puede imaginar lo que fue el show si yo le cuento que los tipos de subieron al escenario en silencio, con Scott Weiland con un megáfono en su mano y arrancaron el recital con “Crackerman”. El riff es irresistible, la banda suena compacta, la marea humana en el campo no sabe si saltar o volar. En seguida la cosa se puso espesa con “Wicked garden”. Can you see just like a child? Can you see just what I want? Can I bring you back to life? Are you scared of life? De acuerdo, entonces lo mejor que podrías haber hecho es estar ahí abajo saltando con los STP. Un arranque implacable y clásico que encima tiene a “Vasoline” como continuidad, con la gente coreando el estribillo y sacudiendo sus brazos a más no poder. Y encima “Heaven and hot rocks”…..demoledor es poco. Aún cuando desde las cabeceras el sonido no es recibido todo lo claro que a uno le gustaría, pero es el Luna Park y al menos yo, ya estoy curado de espanto.
A esa altura mi celular vibró con un SMS de mi hija que me puso eufórico. “Gol de Pavone en el último minuto!”. Y Scott por un momento se vuelve hincha de River, y a tono con mi exaltación anuncia una canción del nuevo disco, que no fue otra que su tema de apertura “Between the lines”. Desde su regreso en 2008, STP había demostrado que estaba en buena forma, pero siempre quedaba la duda de cómo ese estado se plasmaría en nuevas composiciones. Y el disco de este año resultó una confirmación, una reafirmación de identidad. No es casual que lo hayan llamado igual que la banda, porque es un resumen perfecto de todas las variantes que Stone Temple Pilots tiene para ofrecer. Y entonces a continuación la banda nos deja el glamoroso “Ickory dichotomy” como prueba de esta diversidad. Scott Weiland camina el escenario y se trepa a las tarimas. Se muestras exaltado, transpira, y su vestuario (pantalón negro, camisa blanca, corbata suelta y chaleco negro) lo hace aparecer en las pantallas como un abogado celebrando en after hour un arreglo ventajoso. Dean De Leo cambia de guitarra para cada tema y luce prisionero de una campera de jean que alguien le va a tener que avisar que ya le queda chica. Su hermano permanece a la izquierda del escenario concentrado en machacarnos el cerebro y a Eric Kretz apenas puede vérselo detrás de su batería, pero su pulso marca el ritmo de los corazones abajo del escenario.
Después de ese arranque arrollador, la banda decidió poner un freno. “Still remains” le entregó algo de country a la noche y los coros beatlescos de “Cinnamon” nos pusieron a cantar optimistas. Y como una necesidad de reafirmar su origen en los ’90, el slide de Dean nos introdujo en una versión de altísima intensidad de “Big empty”. Jugueteando con las cuerdas la guitarra anticipó el inicio “made in Page” de “In my darkest hour”, pero la cita a Zeppelin vino por otro lado: una versión de “Dancing days” que honestamente me dijo poco; creo que le faltó fuerza a la guitarra. Esa debilidad se corrigió con “Silver gun superman”. En ese momento la gente se puso a corear el infaltable, por estas tierras, “….Temple Pilots es un sentimiento, no puedo parar…” mientras las remeras giraban por encima de las cabezas y la banda conmovida respondía en tiempo de blues que lentamente derivó en una dupla que si bien estaba prevista en el setlist, pareció un regalo ante tanta pasión: “Plush” e “Interestatal love song”. Sí, juntas! Pegadas una a la otra resultaron el final para muchas gargantas que no se cansaron de seguir a Scott en los estribillos, en lo que fue el punto culminante del show.
Cómo salir victoriosos después de ese momento? La respuesta es el rock, responde STP, que con su “Huckleberry crumble” suena como…..Velvet Revolver! “Down” nos trajo a la banda en su versión más pesada, y en el repaso parejo por su discografía (solo dejaron a fuera a “Shangri-la dee la” en el recorrido de anoche) cerraron el show con “Sex type things”; “I konw you want what’s on my mind. I know you like what’s on my mind. I know it eats you up inside. I know. You know, you know, you know”. Quedó claro Scott. Vaya si quedó claro.
La vuelta se pareció visualmente al comienzo del concierto. La banda acomodándose en sus lugares mientras Weiland avanza hacia el borde del escenario con un megáfono en la mano. Desde la bocina se escucha el “I’m smelling like the rose that somebody gave me on my birthday deathbed”, tremenda sentencia que da inicio al “Dead & bloated”. Los Stone Temple Pilots más oscuros y trágicos. No casualmente el tema que reemplazó a “Dead…” en algunas fechas de la gira fue “Creep”; bien claro queda cuál es el tono que STP quiere darle a ese momento del show. Y el final definitivo para una noche eufórica tenía que estar a la altura. Y “Trippin’ on a hole in a papel heart” no solo resulta ideal, sino que después de sus innumerables desintoxicaciones y recaídas, el grito “I'm not dead and I'm not for sale” en boca de Scott Weiland tiene un significado doble. Porque representa a la perfección tanto su s convicciones y su actualidad, así como las de su banda. Que siguió estirando su música mientras la gente no paraba de saltar en un Luna Park que excepto por algunos claros en las plateas (otra vez los precios…) desbordaba de un público extasiado. Y que con los brazos en alto aplaude a unos tipos que entregaron todo, y que no solo son concientes de eso, sino que no ocultan su buen humor lanzando palillos, púas y hasta un frisby hacia la gente, mientras Scott y Dean improvisan un tango bailando hacia uno de los lados del escenario. Rápido se tuvieron que encender las luces y expeditivos fueron los asistentes en subir a apagar los equipos. Tenía que ser así, porque ante la menor duda, no nos íbamos más.
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