domingo, 22 de marzo de 2015

Lollapalooza 2015 Dia 1 - Jack White + 10

            Uno de los grandes problemas de los mega festivales es que puede suceder que haya artistas que uno quiera ver sí o sí y toquen a horas insólitas. Como el caso de St. Vincent para esta primera fecha del Lollapalooza 2015. Espero que quienes hayan podido verla la hayan tratado lo suficientemente bien como para tentarla a volver, porque yo no llegué. Al margen del horario, el hipódromo de San Isidro queda lejos y trasmano y para los que trabajamos medio día, nos resulta imposible llegar a tiempo para esos primeros sets. Pésima elección de zona para un festival. Y seguro que alguien de Zona Norte que lea esto estará pensando “pero nosotros siempre tenemos que viajar, era hora que por una vez los porteños muevan el culo”. Y yo digo: no. Cada uno se mueve acorde a su hábitat y costumbres, y no le pidamos al chancho que migre. Para eso Dios (!) creó a las golondrinas  y a los de Zona Norte.
            Bien, como había previsto según mis cálculos, llegué para el final de Interpol. La verdad es que con ellos tenía una mala experiencia, y del show gratuito que dieron en Puerto Madero me fui media hora antes completamente hastiado. Pero mientras buscaba lugar para tirarme un ratito en el pasto después de los dos millones de kilómetros que hay que atravesar dentro del hipódromo si se entra por Santa Fe para llegar a la zona de los escenarios, “Slow hands” sonó como la mejor bienvenida. Y para entonces ya estaba en clima.
            Se supone que una de las gracias de estos festivales es pasear de escenario en escenario y escuchar un poquito de cada cosa. Pues bien, yo en esto soy muy conservador, así que elegí lo que iba a ver y me abstraje de lo que sucedía a mi alrededor. Y para la hora en que yo llegué, todo se repartía entre los escenarios 1 y 2.  Al término de Interpol, llegaba The Kooks, luego Foster The People, y finalmente Robert Plant y Jack White como plato fuerte.
            Con respecto a las dos primeras bandas me pasó algo extraño: si bien ninguna de las dos me impresiona demasiado, esperaba menos de The Kooks, y algo más de Foster The People. Tal vez un hueco hipster en mi espíritu, no sé. Y resultó al revés. Porque si The Kooks que arrancó medio demagogo, prolijo y no mucho más, a la altura del tercer tema sonaban de primera y derrochaban energía. “It was London” y “Bad habit” resultaron un dueto fantástico. Aunque la gente coreó “Seaside” junto a Luke Pritchard, a mí esa versión de la banda me resulta menor. Lo mismo cuando se pretenden una banda de power pop. Sin embargo cuando se ponen más bailables es en donde se vuelven más interesantes, como en el caso de “Forgive & forget”. Eso sí, cuando los tipos tocan un hit irresistible como “Junk of the heart (happy)”, uno comprende que solo por haber hecho eso se merecen todo lo bueno que les pase.
            Para el caso de Foster The People, mi expectativa estaba puesta en una experiencia algo más psicodélica, que nunca sucedió. Es cierto que esa característica en ellos aparece en cuenta gotas, pero mi mente imaginó que el vivo le podría abrir más espacio a esa veta de la banda. Pero no sucedió. Y si bien parte de la decepción pueda deberse a mis expectativas equivocadas, lo cierto es que los tipos me resultaron una heladera. Si el viento del sur había traído de prepo al otoño disfrazado de invierno la noche anterior, Foster The People se encargó de consolidar el reinado del frio. No es que los temas estén del todo mal, hay cositas interesantes, pero a mí no me generaron absolutamente nada. Paradójicamente cuando sí se pusieron a tono a final del set, especialmente a partir de “Call it what you want”, la gente se les empezó a ir y repartir entre los dos escenarios linderos, esperando los sets de Cypress Hill por un lado, y Robert Plant por el otro. “Pumped up kicks” por supuesto fue la mejor manera hitera de empezar a despedirse, cosa que sucedió definitivamente con la guitarrera “Don’t stop (color on the walls)”.
            A Robert Plant lo había visto en el Luna Park en 2012 y considerando la ausencia de nuevo material y la consolidación de los Sensational Space Shifters como banda de apoyo, no esperaba nada nuevo. Simplemente la felicidad de estar frente a frente ante uno de los máximos próceres del rock. Sin embargo Plant me sorprendió. De aquel show de 2012 extrajo los momentos más bluseros y rockeros, dejó de lado los temas más étnicos, acomodó el setlist al contexto de festival y privilegió los clásicos. Y literalmente, la rompió. Le costó algo engranar con la voz durante el “Baby, I’m gonna leave you” con el que abrió (notable y lucida intro en acústica a cargo del barbado Liam Tyson), y después fue tomando temperatura. “Tin pan valley” y “Rainbow” le abrieron paso a “Black dog” y su riff bluseado, que le encuentra una vuelta de tuerca fantástica al clásico. En el medio aparecieron las intervenciones de Juldeh Camara y su violín africano de una cuerda, que construye pasajes de auténtico trance en medio de las canciones. “Going to California” y “Ramble on”, cada una en su clima, son los temas que Plant toca lo más fiel posible a las originales de Zeppelin, y en momentos como el “Spoonful” de Willie Dixon o “Fixin’ to die” de Bukka White (lucimiento a cargo del otro violero, Justin Adams), la banda saca lo mejor de sí. Los samplers y efectos disparados  John Baggot (frecuente colaborador tanto de Massive Attack como de Portishead) son los que le aportan al grupo los sonidos más modernos. El cierre fue con “Whole lotta love” en mix con “Who do you love”. Contradiciendo el correcto comportamiento en los festivales que aconsejan la ausencia de bises, Plant volvió al escenario para hacer “Rock and roll” cuando la gente ya se acomodaba para ver a Jack White.
            La gente no se había terminado de pasar del frente de un escenario a otro cuando la banda de Jack White ya había salido al escenario y arrancado con “Just one drink”. Y fue un anticipo perfecto: todo fue así. Urgente, sin pausa, adrenalina al máximo sin descanso. Que Jack White haya repartido el set entre todas las etapas de su carrera es lo de menos. Que haya pasado por The Raconteurs con “Broken boy soldier”, por White Stripes con “Dead leaves and the dirty ground”, y hasta haya metido un cover de Gene Vincent como “Baby blue”, nada de eso fue lo trascendental. El tipo es un compilado perfecto de la música norteamericana. Un manual abierto del folk, del country, del blues rural, del blues en general y por supuesto del rock and roll. Sabe todo, porque antes de músico es un gran melómano y aplica todo ese conocimiento a sus temas y a su concreción en vivo. Es un concierto por momentos cocainómano, porque hasta para hablar con el público Jack parece apresurado. Como si la misión fuese liberarse de una sobrecarga de energía a lo largo de la hora y media de show. Con una banda extraordinaria a la que dirige con gestos y órdenes al oído. A la que la muerte de Isaiah Owens no la afectó, y en la que se destacan el baterista Daru Jones, y la violinista y cantante Lillie Mae Rische.
            Cuando suceden momento con el concierto de anoche es casi imposible transmitir las sensaciones con palabras. Ver a Jack White en vivo fue como gritar setecientas veces en dos horas el gol de Pisculichi a los bosteros. Un éxtasis total, pero que además está lleno de música y condimentos que hacen que el tipo sea una bendición y lo mejor que le pasó al rock en el siglo XXI. Ese rock que han dado por muerto tantas veces y que gracias a Jack White se ganó cien años más de vida. “Lazaretto” es un disco del carajo y en vivo suena aún mejor. Y los muchos temas de White Stripes que tocó, se muestran más vitales y expansivos cuando abandonan el minimalismo original, como “We’re going to be friends” o “Ball and biscuit” (ya en la segunda parte de show).  Cuando Jack White cierra la primera parte del set con “Power of my love” de Elvis Presley, representa de manera perfecta al pasado y presente del rock al mismo tiempo.
            Si en todo ese primer tramo el concierto había hecho méritos para ganarse el adjetivo de descomunal, el cierre fue todavía mejor. Primero la sorpresa, el riff de “The lemon song” y la presencia de Robert Plant sobre el escenario, algo que yo había soñado pero que como no se había dado en Chile, creí que jamás se concretaría. Y la cita al “Killing flor” de Howlin’ Wolf, que en voz de Plant y en medio de ese tema, es casi una confesión de parte. Sin duda a la hora del racconto será EL momento de esta edición del Lollapalooza argentino. “Steady and she goes” y “Little bird” prepararon el terreno para la apoteosis que significó el final definitivo con “Seven nation army”. Lo único que podrá superar a Jack White será el mismo Jack White. Inolvidable, a la altura de los mejores conciertos que vi en mi vida.  
            Para el cierre de la jornada quedaba todavía a Calvin Harris, pero después del despliegue valvular de Jack White, resultaba una herejía. Me volvían a la cabeza los prejuicios y aquello del “trabajo honesto” del que hablaba Pappo. Así que aproveché para huir, además por aquello de las distancias, y que en horario nocturno se podía duplicar el trastorno. Sin embargo un colectivo al que ni siquiera le vi el número pero que decía “Puente Saavedra” me sacó rápidamente de allí; sumado a que en General Paz me esperaba con el motor encendido el único 133 que queda con vida, convirtieron al regreso en un trámite.  Lla sucesión de hechos fortuitos me permitió que una media de la mañana haya estado en Flores devorando unas porciones de pizza con la misma voracidad con la que Jack White toca su guitarra.






sábado, 7 de marzo de 2015

Marco Sanguinetti plays Radiohead - Bebop Jazz Club

            Recién al empezar a escribir me di cuenta de que este era el primer post de 2015. Raro, porque por lo general a esta altura  del año ya tuve un par de conciertos vistos dignos de comentar acá. En realidad, ahora que lo pienso, lo que no hubo fueron posteos, porque durante enero la vida me permitió conocer algunas ciudades europeas y la música en muchos casos funcionó como guía turística. Pero además me pude dar el lujo de ver a Vincent Delerm actuar en el Olympia de Paris. Y si bien por estar mente y cuerpo de vacaciones no lo comenté, no lo puedo dejar de citar por dos motivos. El primero para darles un poco de envidia (que asumo será de la sana), pero el segundo y principal es porque aquella noche Delerm, quien se caracteriza por su arreglos prolijos y a veces hasta orquestales en su manera de abordar la chanson, tocó solo con su piano. Y el piano es el protagonista principal de este post.
            Mas allá de algún comentario previo ocasional y muy por arriba, a Marco Sanguinetti lo conocí cuando tocó con su cuarteto teloneando a The Bad Plus en La Usina del Arte. Recuerdo que de aquella noche me quedaron algunas ideas grabadas asociadas a su música: impronta porteña como hilo conductor ante la integración de estilos, y la música como incidencia en el andar cotidiano, a tal punto que lo relacioné con el cine.
            En este caso la propuesta no dejaba lugar a dudas: Sanguinetti Plays Radiohead. Pero lo que yo sí tenía era la inquietud de cómo sería abordarda la música de Yorke y los suyos. Porque a la hora de adentrarse en las estructuras de las canciones de Radiohead, para desarmarlas y reinventarlas, los caminos se pueden cruzar con varios escollos. Hay antecedendes en todos los estilos. En el jazz, Brad Mehldau desde ya, y también los Bad Plus hicieron “Karma Police”. Chistopher O'Riley hizo lo propio desde una óptica clásica hace más de diez años. Incluso hay una versión dub y reggae de “OK Computer”. Pero si había algo valioso en la apuesta de Sanguinetti era agregar un desafío extra: que cada disco de Radiohead tenga por lo menos un tema durante el concierto. Y para quien conozca la discografía de la banda sabrá perfectamente de lo inquieto e impredecible de los caminos transitados por Radiohead a lo largo de su historia, y que este recorrido  sinuoso impide aproximarse a todos los trabajos desde el mismo ángulo de una mirada musical. Acotación extra para cerrar la larga introducción: el Bebop Jazz Club es ideal para este show. No solo por su comodidad y estilo, y porque el jazz tocado en sótanos siempre tiene un plus místico, sino porque además, si hay una versión de Radiohead que más me sorprendió y siempre recuerdo, fueron aquellos videos de “In rainbows” grabados para “From the basement” que los mostraban ensimismados, creando un mundo musical aparte en aquella abstracción.
            Una vez ubicados sobre el escenario Ezequiel “chino” Piazza en la batería, DJ Migma frente a sus bandejas, y Sanguinetti en su piano, el único elemento que decora la presencia de los músicos es la tapa del vinilo de “OK Computer” sobre un atril. Un detalle escenográfico que no es menor, sino una pista. Porque serán esas tapas de cartón intercambiadas tema por tema los únicos indicios que Sanguinetti nos dará sobre cada versión. Eso, y el “preparen sus airbags”, que aconsejaba el flyer en la web, y que nos sumergiría en el concierto. La noche en definitiva no solo se trataba de la música reinventada de Radiohead, sino también del encuentro y desafío entre una cofradía de fans.
            Acumular palabras para describir lo que sucedió con cada canción interpretada anoche resultaría un sinsentido, así que voy a limitarme a contar sensaciones y de cómo me transportó y a qué me remitió cada momento musical. En “Black star” el motivo se repite hasta alzarse en un clima que decaerá hasta recuperar su original calidez. En “I might be wrong” aparece uno de los momentos más jazzeros y emparentado (en especial por el tempo rockero de la percusión) con The Bad Plus. El “Everything in it's right place” de “Kid A” se vuelve chacarera, aunque el 6/8 no alcance para explicar absolutamente nada de lo que escuchamos. Sanguinetti habla de destruir temas, sin embargo no es esa la sensación que llega a mis oídos. Los loops y fraseos siguen sosteniendo las versiones, y el carácter ya de por sí expansivo de la música transita carriles paralelos sin abandonar nunca su guía original. Y a veces sorprende, como en “Creep”, cuando la melodía confesional se consagra en un estribillo digno de una balada de Chopin.
            Hacer versiones instrumentales de canciones que originalmente tienen letra puede desatar varias consecuencias. En algunos casos la melodía despojada puede brillar por cuenta propia y revelar detalles que las palabras opacaban. Pero otras veces, como en la mayoría de los casos de las versiones de Radiohead de Sanguinetti, los patrones obsesivos, paranoicos y enclaustrados permanecen vigentes aún despojados de la letra. Y aunque con esto no quiere desmerecer un ápice al intérprete de anoche, está claro que la virtud está en la cohesión de las creaciones originales.
            La continuidad muestra a “Kid A” con “The national anthem” y un despliegue percusivo extraordinario. Y luego la intimidad de “Motion picture soundtrack” en la que Marco Sanguinetti se aboca con su pequeño armonio. Si bien el aporte de DJ Migma es digno de valorar a lo largo de todo el concierto (cuéntenle a Pappo lo que puede hacer un DJ, desafía Sanguinetti en un momento), por lógica iba a tener su momento más destacado en “King of Limbs”, citado con “Little by little”, luego del tenue pasaje por “In rainbows” con "Nude".  Y a la hora en que el concierto ya había pasado bastante más de la mitad, uno se da cuenta que la propuesta se trata tanto de un abordaje y desafío artístico como de un homenaje. Un gusto personal ahondado por la fascinación con la música de la banda de Abigdon, en el marco de un descubrimiento personal y permanente. Por ese motivo Sanguinetti rescata el valor de “Hail to the thief”, colocándolo entre sus discos preferidos, cuando la crítica (y buena parte del público)  lo ha destinado a la categoría de un disco menor dentro de la discografía de la banda, a la hora de versionar “Scatterbrain”
            Para el final se rompieron todos los misterios (si es que para alguno todavía los había) y entonces el  “Idioteque” que cerró el concierto fue el único tema en ser anunciado por su nombre. Aunque a decir verdad quedó un bis también anunciado, que a pedido del público,  quedó a cargo de la expansiva “Paranoid android”, tema que forma parte de la discografía de Sanguinetti a partir de su presencia en su disco “El otro” de 2011. 

            Mientras Marco Sanguinetti se prepara para regresar a los escenarios con su propia música, quedan dos fechas más para esta más que recomendable propuesta, así que queda hecha la recomendación. Una ideal manera de acompañar la transformación de la noche del viernes en la madrugada del sábado, con una copa de vino en la mano, y una música maravillosa  reinterpretada de la mejor manera. Porque aquel “the sound of the brave new world” del tema de Talking Heads que sirvió para bautizar a la banda homenajeada, anoche se mostró más vigente que nunca.