La última vez que Enrique Bunbury había actuado en la Argentina como solista, (en 2007 nos visitó con la gira de regreso de Héroes del Silencio) fue exactamente en el mismo teatro Gran Rex y salió al escenario íntegramente vestido de blanco. Esta vez, y con el objetivo de presentar “Las consecuencias”, el trabajo más oscuro e íntimo de su carrera, optó por lo opuesto y salió todo de negro. Ese hecho, sumado a la tarima central del escenario en donde el español apareció elevado solo con su micrófono y el inicio con “Las consecuencias” hizo suponer que la noche iba a ser de tono bajo. Pero esa sensación duró apenas cuatro o cinco canciones. “Por qué siempre conviene alegrar a la gente? También de vez en cuando está bien asustar un poco”, dice la letra de la canción de apertura y resultó profética. Porque esos iniciales cinco temas fueron los únicos que Enrique eligió como para dar su disco por presentado en sociedad y que, además de la apertura, fueron la doliente “Ella me dijo que no”, “De todo el mundo”, el cover de Jeannette “Frente a frente”, que sin el contrapunto de la voz femenina perdió algo del encanto con respecto a la versión grabada y “Los habitantes”.
Para entender lo que ocurrió después es obligatorio hablar de “Los Santos inocentes”, la banda con la que Bunbury viene tocando desde “Helville de luxe”. Los dos guitarristas (Alvaro Suite y Jordi Mena) forman un tándem fantástico y junto a Jorge Rebenaque en los teclados (Jarabe de Palo, al igual que Jordi Mena) son la columna vertebral de una banda de gran ensamble y pulso rockero. Sonido clásico, mucho Hammond, guitarra acústicas y eléctricas que se complementan, y una base precisa con Roberto Castellanos en el bajo y Ramón Gacias en la batería, este último, único sobreviviente del “huracán ambulante” que acompañó a Enrique hasta 2005. Sobre esa base Bunbury hizo un repaso por todos los discos de su carrera (excepto “Radical sonora”, el primero como solista) que llevó a la gente a cantar a viva voz cada una de las canciones. La primera fue “Enganchado a ti”, y luego bastó que Rebenaque descienda a la parte baja del escenario con su acordeón y arrancaran con “El extranjero” para conseguir la primera gran reacción de la noche. Acto seguido un rescate inesperado: “Desmejorado”, del trabajo que bajo el nombre de Bushido, Enrique compartiera con Carlos Ann, Morti y Shuarma en 2004. A diferencia de otras oportunidades, Bunbury dialogó muy poco con su público, se limitó a nombrar algunas canciones, y a estirar el micrófono hacia la gente para participarlos de los estribillos más conocidos.
Desde ese momento y hasta el final no hubo respiro. “Hay muy poca gente”, la melodía más cercana a Héroes que Bunbury haya hecho fuera de la banda, fue el puntapié para “Senda”, aquel tema de 1991 que sonó completamente distinto al original, bien alejado ahora de los rastros del sonido ’80. Hay canciones que la gente quiere más que otra, “Que tengas suertecita” y “El rescate” de “El viaje a ninguna parte”, por ejemplo. Pero también “Solo si me perdonas”, con intensos arreglos en los que se destacaron una vez más los teclados de Rebenaque. La seguidilla “Sácame de aquí”, “Si” e “Infinito” (sin rastros latinos en esta versión) fueron un cierre perfecto que terminó por decorarse con la única canción de Héroes del Silencio que Enrique Bunbury ha adoptado sin culpa: “Apuesta por el rock and roll”. La banda se retiró del escenario solo por un momento, porque su regreso no se demoró, y porque el inicio de la primera tanda de bises con “El hombre delgado que no flaqueará jamás” resultó una continuidad absoluta con el final del primer tramo. “Los santos inocentes” estaban sueltos, podían tocar toda la noche sin perder intensidad, y se notó. “Puta desagradecida”, fue un remanso extraído de “El tiempo de las cerezas” (trabajo a dúo con Nacho Vegas) y la energía volvió con un riff cortado y poderoso que se reveló en una renovada versión de “Lady blue”, en donde el viejo hit de “Flamingos” pareció acomodarse al “Moonage daydream” de Bowie.
Hubo más. Sin sorpresa, porque ni bien los músicos volvieron a despedirse, los colaboradores empezaron a acomodar unas sillas sobre el escenario que hicieron suponer un cierre acústico. No fue todo así, aunque sí el comienzo. El nombre de Atahualpa y el recuerdo del recorrido americano que dio origen a “El viaje a ninguna parte” fue el prefacio para la bellísima “Canto (el mismo dolor)”, canción que cerraba aquel trabajo. La despedida estuvo a cargo de dos canciones que encierran una rareza en el repertorio del zaragozano: el optimismo. Primero “Porque las cosas cambian” de “Helville….” Y después el clásico “Viento a favor”, que abandonó su forma original para montarse sobre una base funk que la volvió irresistible. Entonces sí, final definitivo para el primero de tres Gran Rex para un artista que no defrauda nunca, y que Argentina y América Latina toda ha adoptado como propio hace ya mucho tiempo.
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