viernes, 25 de julio de 2008

Muse en el teatro Gran Rex

Me había entusiasmado con la llegada de Muse a Buenos Aires. Demasiado. Saqué las entradas ni bien salieron a la venta y esperé ansioso la llegada del día del show. La edición del DVD H.A.A.P. grabado durante sus shows en Wembley a medidos de 2007 me entregó la posibilidad de tener alguna noción de lo que significaba ver a la banda que desde 2004 es considerada por la prensa especializada británica, la dueña del mejor show en vivo del momento.
Está más que claro a esta altura que con la edición de OK Computer, Radiohead marcó a fuego a una generación de músicos de las islas y que su influencia perdura hasta estos días. Coldplay, Travis, Starsailor, Doves son algunos ejemplos. Y el estilo de Thom Yorke puede ser reconocido en los cantantes de cada uno de esos grupos. Muse, por supuesto, no escapa a esto. Pero con una particularidad: Muse ha elegido recorrer el camino que Radiohead decidió premeditadamente sortear al hacer “Kid A”. Muse le suma a una lírica de tinte dramático, cierta teatralidad y un componente de hard rock progresivo, deudor de bandas como Rush y hasta (por momentos) Dream Theater, que lo convierte en una rareza en el panorama del rock actual.
Cuando poco antes de las 22hs las luces se apagaron y empezaron a sonar los acordes de “La danza de los caballeros” del “Romeo y Julieta” de Prokofiev, el Gran Rex se transformó en un pequeño Wembley; la versión en miniatura de aquellos shows grabados en el DVD. Porque más allá de algún cambio en el orden y ligeras variaciones en la lista de temas, el show resulta casi una réplica de aquel. Una puesta en escena sobria, una iluminación más efectista que pretenciosa y una pantalla de estadio que bombardea la vista con imágenes vertiginosas fueron el marco en donde Muse se movió con comodidad y alto nivel de profesionalismo. Sin descollar, y apoyándose en un sonido impecable entregaron un set list previsible y regalaron algunas sorpresas. El público recibió a la banda de la mejor manera, cantó los estribillos, coreó los riffs de guitarra y permaneció en un éxtasis que lo mantuvo de pie a lo largo de todo el recital. Matthew Bellamy demostró ser un gran cantante, un muy buen guitarrista, y a la hora de sentarse en su piano blanco lo hizo con autoridad aunque reveló una peligrosa tendencia a cierto clasicismo almibarado. Mucho me sorprendió el bajo de Chris Wolstenholme, cuyo aporte es fundamental para conseguir cohesión en el sonido, y a su machaqueo saturado, Muse le debe buena parte de su identidad. La banda se completa con el baterista Dominic Howard y recibe el aporte en teclados de Morgan Nicholls como invitado.
A mi entender el show tiene un déficit importante: carece de matices. Es absolutamente lineal; el clima es exactamente el mismo de principio a fin. El orden de los temas se puede cambiar cuantas veces a uno se le ocurra que el resultado final no se va a ver afectado. De hecho ayer abrieron con “Knights of Cydonia” el tema que fue cierre en el show del miércoles. Claro que si uno repasa la discografía de Muse se va a encontrar con que esta es una característica habitual en sus canciones, y en todo caso esta salvedad corresponde hacérsela al estilo de Muse más que al show en sí mismo, que en definitiva lo que hace es sacar a la luz la pretensión de una banda que tiene muy en claro a donde apunta y que no duda un solo momento como plasmarlo sobre el escenario. Lo mejor en este sentido sucede al promediar el show, cuando con la interpretación de temas como “Map of the problematique” o “Butterflies and hurricanes” el grupo parece soltarse un poco más y consigue pasajes instrumentales cambiantes y muy logrados. Este tramo del show termina con una zapada de bajo y batería.
Las sorpresas vinieron por el lado de la inclusión de “Fury” (un bonus track incluido en la edición japonesa de “Absolution”), “Space dementia” (de “Origin of simetry”) y “Apocalypse please”, casi un manifiesto extraído de “Absolution”, (inocultable la referencia al “On the run” de “The dark side of the moon”) que según pude ver por allí no tocaron el primer día y que funcionó como guiño a los fans que sacaron entradas para este show que en definitiva fue el primero que se puso a la venta.
Pasaron “Invincible”, “Starlight”, “Supermassive black hole” y al cabo de una hora y media, y entre mangueras de humo y globos gigantes botando sobre las plateas, el show termina tal cual lo hace el DVD: “Stockholm syndrome” y “Take a bow”. Nadie pide más nada. Los rostros reflejan la alegría de saber que han tenido el privilegio de presenciar un momento único. De haber estado frente a lo que es, sin duda, una de las performances más destacadas del panorama del rock actual. Yo me fui con una sensación extraña y dual, y que es la misma que me produce escuchar H.A.A.R.P.: por un lado la felicidad y la convicción de haber disfrutado a una gran banda de rock pasando por su mejor momento y entregando lo mejor de sí, pero por otro lado una ligera sensación de agobio que me reclama una urgente tregua de Muse por un buen tiempo.