martes, 15 de abril de 2014

Macy Gray en Niceto

Comenzar la crónica de una noche de música que me dejó en estado de gracia con una queja resultaría muy injusto. Pero dejar pasar la conocida, repetida y a esta altura irrespetuosa manera que tiene Niceto de tratar a sus concurrentes es imposible. Uno llega a un show anunciado a las 21 hs y se encuentra que ni siquiera abrieron las puertas del local. De allí todo el desplante que quieran imaginar. Bien una vez hecha la referencia, abandono el modo Defensa del Consumidor y me aboco a lo que de verdad importa. Porque después de una espera prolongada (tampoco se van a pensar que el show empezó cuando la gente estuvo adentro) bien musicalizada y con unos tragos que ayudaron a sobrellevar la espera, asistimos a una preciosa y encantadora versión de Macy Gray que contagió al público y que a partir de una lenta y progresiva sugestión, terminó por dejarnos en éxtasis absoluto.
Los primeros en acomodarse en el escenario fueron los músicos, quienes con unas corbatas luminosas se aprestaron en sus lugares e introdujeron musicalmente a Macy, quien entró con un traje de lentejuelas brillante y una sonrisa dibujada en el rostro que no se le iba a borrar en toda la noche. Allí nomás arrancaron con el rítmico “Why didn't you call me” al que le pegaron en seguida “Do something”, ambas del disco debut de Macy Gray, “On how life is”. Los quince años de aquel trabajo inicial que la posicionara junto a Erykah Badu y Lauryn Hill a la vanguardia de movimiento llamado neo soul, que para mí nunca fue otra cosa que la incorporación de sonidos modernos a las fórmulas clásicas del ryhthm and blues, era la visita. Claro que además estaba esa voz sugerente y delicada, y un carisma irresisitble.
Rápidamente Macy Gray presentó a sus músicos, interactuó con ellos casi tanto como el público y promovió los primeros gritos (cada vez que ella contaba cuatro había que lanzar un “ahhhh” lo suficientemente fuerte como para conformarla) y dedicó los primeros cumplidos. Los presentes pasamos a partir de allí a ser sexy people y un público maravilloso. Pero todo sucedió lentamente. En ese primer tramo lo que descollaba era la banda perfecta que la acompañó, y Macy Gray comenzaba a tomar temperatura privilegiando el diálogo con el público, con su voz bien afinada, pero a la que le faltaba la soltura que alcanzó varios minutos más tarde. En ese primer tramo, el bajista Michael Torres descolló en “Still” y Macy recién alcanzó su primera gran interpretación con la balada “Glad you're here”. Y entonces, como si la cadencia soul de ese tema hubiese roto un encanto, el resto fue de una energía y ritmo inigualable.
Hubo un elemento que Macy introdujo sutilmente a lo largo de la noche y a cuyo ritmo el show ganó obviamente en temperatura: el sexo. En su gestos, en algunos movimientos, y con sus manos “masturbando” el soporte del micrófono mientras observaba tocar a sus músicos. Pero también tuvo mucho que ver el repertorio elegido para ese tramo que empezó con “Sex-o-matik venus freak”, que incluyó “A moment to myself”, “Ghetto love” y la inédita “First time”, y que derivó en una desbordante “Sexual revolution”, que demostró que para disfrutar de la explosión de Macy Gray solo era cuestión de respetar sus tiempos. Hubo momentos de lucimiento para el baterista Shay Godwin al final de “Sex-o-matik...”, y para la trompeta en “Ghetto love”. Un crescendo que culminó con la banda tocando carnaval carioca y Macy meciendo sus brazos a la par de la gente.
“Sweet baby” fue la encargada de cortar el clima, como una especie de relajación premeditada para tomar impulso hacia el tramo final. Allí se lució el piano, y luego la guitarra de Martin Esstrada (es igual al Chino Luna) en “When I see you”, en lo que fue un tramo entre dulce y romántico. Entonces el “Da ya think I'm sexy” de Rod Stewart puso a todos a bailar, y el show cerró con el clásico que todos habíamos ido a buscar, y que era el broche perfecto para celebrar los quince años de la explosión de Macy Gary, “I try”. En una versión intensa, prolongada, con todos los tips de juegos con el público repetidos hasta el hartazgo, con la cita al Marley de “Three little birds”, la gente corando el “Here is my confession, may I be your possesion....”, y un cierre a solas de la banda, que se retiró muy aplaudida, mientras la gente a pesar del lunes y el horario solo pensaba en pedir un poco más.
El regreso al escenario repitió en tiempo reducido el recorrido del show. Primero fueron unos toques clásicos del pianista, quien luego se calzó la acústica mientras la batería era cubierta con una paño para que suene apocada en “Stoned”, el anticipo de “The way”, inminente octavo album de estudio de Macy Gray. Al alegato pro marihuana (aunque fuera del escenario Macy no muestra el mismo entusiasmo por el cannabis) le faltaron las imágenes del video alusivo, pero en lo melódico le dio al show un tono más limpio y pop. A ese clima se sumó la versión semi acústica de “Beauty in the world” tarareada por todo el mundo. Y a  ese canto casi inocente lo siguió el cover de “Creep” de Radiohead, paradójicamente la más cantada por el público de principio a fin. El “I’m a creep” tenía muy poco que ver con la noche, pero los modos de Macy hicieron sentir a la confesión más como un juego perverso que una auto flagelación psíquica.
Para el final quedó “The letter”, la historia del desafío de dejar el hogar en busca de la libertad y la decepción de asumir que en realidad no hay tal cosa. El coro gospel acompañado por el público con garganta y palmas no pudo ser mejor puesta para la historia con la que Macy Gray decidió cerrar el primero de sus conciertos en Buenos Aires. La cantante se retiró saludando y dejando que los músicos se despidan de a uno, recibiendo el merecido aplauso mientras los sonidos se apagaban de a poco. En su página en Facebook, Macy Gray se presenta diciendo que quiere ser tan famosa como la medianoche, poderosa como un arma y tan amada como una pizza. Quise buscar un mejor cierre la nota, y la verdad que no encontré.
Afuera el taxista que me llevó a casa me contó que había cambiado el turno para manejar durante el eclipse. Seguro soy más que injusto con él, pero en ese momento ni me importó. A esa altura hasta me había olvidado de que me hubiese gustado oir alguna de las versiones que Macy hizo en su reinterpretación de “Talking book”.



domingo, 13 de abril de 2014

Enrique Bunbury en el Luna Park

                El fin de semana tenía un montón de opciones musicales dignar de participar. Por un lado Placebo en el Estadio Malvinas.  Los vi en el mismo estadio, sé de lo que son capaces de dar en vivo y llegaban con un disco (“Loud like love”) mucho más interesante del que presentaban cuando los vi en 2010. Después estaba el show del Indio Solari en Gualeguaychu. Formar parte de esa fiesta requiere de una logística medio compleja que mis tiempos y responsabilidades hoy por hoy no me permiten, y por otra parte, desconfío del disfrute musical en medio de la exageración de la concurrencia. Claro que el goce pasa por muchos otros lados, aunque esta vez quedó (volvió a quedar) relegado. El tercer show era el que intento contar, y fue el de Enrique Bunbury, un artista ya a amigo de este blog, puesto que  lleva una buena cantidad de posteos dedicados.
                Bunbury volvía al Luna Park después de 2009 (Hellville de luxe tour) y no pareció desconocer el contexto de su noche en Buenos Aires, pues rápidamente agradeció a quienes lo habíamos elegido,  y mandó un saludo al Indio, a sus fans y confesó: a nosotros también nos hubiera gustado estar allí. Tal vez algún claro en la platea y el campo concurrido, pero no atiborrado, tenían en Gualeguaychu a sus posibles ocupantes. Antes de eso un plato volador desde la pantalla trasera del escenario había “depositado” a los músicos, que abrieron el show con “Despierta”, del disco “Palosanto”, excusa para esta nueva gira. “Despierta, todo ha cambiado, nada es como habíamos imaginado”  resultó una buena carta de presentación.  Y “El club de los imposibles” pareció una cita dedicada al estadio que supo ser catedral del boxeo en Argentina.
                A pesar del buen comienzo y de los primeros cantos con “El club…” el clima “Palosanto” comenzó de manera efectiva con “Los inmortales” y una mirada desencantada sobre las propias cruces y con una lapidaria y desencantada sentencia final “los inmortales están bajo tierra, y sus cenizas se perderán, como todo lo demás, sin dejar huella”. Después de “Licenciado Cantinas”, un disco dedicado a la bohemia y tugurios latinos, “Palosanto” devuelve a un Bunbury más oscuro, y por primera vez, por momentos siniestro. Aunque no la haya tocado, “Habrá una guerra en las calles” imagina un apocalipsis violento detrás de los últimos recursos del planeta. Y en ese sentido, “Destrucción masiva” y esa especie de Terminator aniquilando hormigas humanas a su paso sea tal vez el mejor símbolo del espíritu del disco.  Pero la lectura en vivo no es lineal. Antes de eso Bunbury va y viene sobre su discografía e hilvana un recorrido que lo hace tan reconocible como querible. “Contracorriente” (de “Radical Sonora – 1997) fue un regalo para los fans más rebuscados, “Hijo de Cortes” es una, a esta altura, innecesaria auto defensa sobre su origen ibérico, aunque el groove la vuelve irresistible. El cover de “Odiame” le sienta perfecto a su versión más latina y “Más alto que nosotros solo el cielo” es una súplica idílica que corta el clima agobiante de “Palosanto”.
                Si bien los músicos habían descendido de un plato volador, Las Santos Inocentes (que acompañan ya desde haces unos años a Bunbury), es una banda viajera con reconocible espíritu de rockeros gastados. Aunque el rock and roll no sea lo que abunde en el setlist, cuando se sueltan son impecables (aprovechando un sonido a la altura; las mezclas en los conciertos de Bunbury suelen rondar la perfección) y se sostienen en el tándem de guitarras que forman Alvaro Suite y Quique Mena, más el teclado por momentos delicioso de Jorge Rebenaque. Y ellos son los encargados de sostener a un Enrique Bunbury que mientras canta parece poseído por el espíritu de Marc Bolan, pero que cuando habla con su público, parece ese mismo  Bolan, pero luego de un improbable baño de humildad. “El extranjero”, “Deshacer el mundo” (con ejércitos marciales marchando desde la pantalla) y “El rescate”, del descomunal “Viaje a ninguna parte”, fueron momentos que pusieron a prueba las gargantas del público.
                “Salvavidas” fue la última cita de “Palosanto”. La imagen de un canibalismo gourmet le otorga un delicioso espíritu de belleza, distinción y sexo al apocalipsis. Después solo se trató de cantar y cantar. “El hombre delgado que no flaqueará jamás” es uno de los momentos en donde Los Santos Inocentes arrasan. Pasa “Hay muy poca gente” (tal vez el tema de su carrera solista  que mejor rescata la épica de Heroes), y con “Frente a frente” el público femenino toma la delantera de las voces. “Que tengas suertecita” parece desatinada a tener un arreglo nuevo en cada gira. “De todo el mundo” es una confesión, una declaración de principios proveniente de “Las consecuencias”, a esta altura ya clásica. “Sí” es una afirmación de desaforado optimismo (“ante la duda, un sí”) y “Lady Blue” fue la encargada de cerrar el tramo madre del concierto, volviendo al arreglo original, como si el retorno de Bowie hubiese inspirado ese nuevo/viejo arreglo. Justamente ese astronauta abandonado en la inmensidad del espacio tuvo bastante más que ver con el plato volador que regresó y que desde la pantalla “abdujo” a los artistas, porque al inicio la escena no se comprendió del todo.
                Nadie dudaba que habría más, pero nadie tampoco imaginaba las sorpresas. El concierto de anoche daba por fin a la segunda etapa de la gira de presentación de “Palosanto” (dato que yo, honestamente, desconocía), y eso resultó la excusa para el encuentro de Enrique con algunos amigos locales. Primero fue Manuel Moretti (Bunbury participó en “El costado izquierdo”, último trabajo de Estelares) quien puso voces en la versión de “Puta desagradecida” del disco con Nacho Vegas. Después volvió el rock con “Bujias para el dolor” y el cierre fue con el efectivo y clásico blues latino “Infinito”.
Otro breve receso y otra vez dos micrófonos en el centro del escenario preanunciaron otro invitado. Se trató del ovacionado Andrés Calamaro, junto a quien Bunbury le puso al concierto la nostalgia y  melancolía necesarias para hacerlo bien porteño, con la versión de “Cosas olvidadas” de José Maria Contursi. Pero en este caso Andrés se quedó, se calzó una guitarra y mientras Bunbury citaba a Jake y Elwood Blues diciendo “estamos en misión divina”, la banda a pleno apostó y ganó por el Rock and Roll. Después de esa descarga, el “si ya nada puede ir peor, haz un último esfuerzo y espera que sople el viento a favor” resultó un mantra, un lógico gesto optimista para contrastar con algunas escenas de “Palosanto”. Como si esas imágenes de un mundo arrasado que pintan algunas canciones fueran más un alerta que una descripción. Y si en todo caso se concretan, pues será cuestión resistir, hacer el esfuerzo y esperar que el viento sople para el otro lado.

               
               










viernes, 4 de abril de 2014

Johnny Marr en Niceto

Al final no fui al Lollapalooza. La lista de excusas es casi tan larga como la de motivos para arrepentirme. La cuestión, resumida, porque no es motivo de este posteo, es que de la grilla de ambas fechas, había dos artistas que no había visto nunca y me interesaban en particular por encima del resto: Arcade Fire y Johnny Marr. Dicen los que uno sabe que saben, que lo de los canadienses fue extraordinario. Pero un martes laboral, llegar a San Isidro a tiempo, para mí era casi como llegar a Chile, y en el mejor de los casos, pagar veinte shows y ver uno solo. El miércoles sí era feriado pero jugaba River, y como decía la campaña “en la vida hay que elegir”. Elegí y el gol de Carbonero compensó cualquier pena musical. Mi pequeña venganza sería (esto ya lo sabía de antemano y hace bastante tiempo) el sideshow de Johnny Marr; venganza que los deseos de “amo del universo del rock” de los que adolece Mario Pergolini, puso en riesgo al negar caprichosamente y sobre la hora el Teatro Vorterix. La producción actuó rápido, movieron los sideshows a Niceto y yo pasé sin culpa alguna de un miércoles cantando “el que no salta es un ingles” en Nuñez, a una cita de jueves con el guitarrista de Manchester.
Ni bien llegado a Niceto me topé con que la entrada que yo tenía para el concierto original en el Vorterix había que canjearla en la boletería, que además era la misma en la que se vendían remanentes. Media hora para entregar un papelito amarillo a cambio de uno rosa...parece que la burocracia ha copado también el rock. Dónde está Frank Zappa cuándo se lo necesita!, pensé antes de encontrar buena ubicación. Bien, una vez adentro no tuve mucha espera, algo insual en Niceto, que por lo general no respeta horarios en busca de que el público se hidrate en la barra. Será que había un evento de trasnoche o será que decidieron sumarse con timidez a la abstemia militante de Johnny. La cosa fue que apenas quince minutos después de las 9, y con un Niceto atiborrado de gente, Johnny Marr y los suyos entraron al escenario.
Para los que veníamos chusmeando lo que el guitarrista de Manchester venía haciendo, el show casi no tuvo sorpresas: abrió con “The right thing right”, uno de los temas bien “garageros” de su primer disco solista, y nos dio la pauta de dos cosas: que energía no iba a faltar, y que el volumen iba a sangrar oidos. Si bien encadenó “Stop me if you think you've heard this one before”, el primer tema de Smiths de la noche, recién fue con “Upstarts” (perteneciente a la veta brit de “The messenger”) que el público lanzó sus primeros saltos. Aunque mucha gente comentaba el show que un día antes Johnny había dado (en el insólito horario de las 15:45hs) en el Lollapalooza, se notaba que el concierto que todos esperaban era el de anoche. Digamos que la “mesa chica” de los fans presumía que sería en ese ámbito, en donde el tardío contacto de Marr con el público argentino, alcanzaría la gloria. Y vaya que no nos equivocamos.
Con “Sun & moon” y “The crack up” la banda retomó su espíritu y sonido más punk, y a partir de “Panic” el show alcanzó un estado de gracia. Hay que decir, salvando las enormes distancias, que Johnny Marr es a los Smiths lo que Skay a Los Redondos. Porque mientras Morrissey transita el camino de la masividad y el éxito, Johnny se recuesta en una ámbito de pretensión más acotada. Y a mí, que tuve la posibilidad de ver a ambos en vivo, no me costó mucho percibir que el público se sentía de verdad a gusto en esa pequeña montonera apretujada sobre el escenario. Menos histeria, y más agresividad al grito de “Johnny fucking Marr”, mientras desde el escenario se recibía la energía y se devolvía por duplicado.
Unos diez días atrás pasé por la muestra que Kevin Cummins presentó en Buenos Aires, así que “New town velocity” resultó la pincelada musical perfecta para decorar las imágenes del Manchester que las fotografías de Kevin me habían revelado, y de algua manera me sirvió para cerrar ese círculo. La adolescencia de Marr, el abandono del colegio, la arquitectura de aquella ciudad, son retratados en el que tal vez sea el tema que rankee entre lo más alto del disco a la hora de los arreglos. Y en “The messenger” la dupla de guitarras continua mostrando ese otro tipo de sutilezas (en este tramo es brillante el trabajo de James Doviak), que aunque sean interrumpidas por “Lockdown”, vuelven en el momento más denso de la noche, con “Say demesne”.
Al igual que en Lolla, “Generate! Generate!” estuvo dedicada al Kun Agüero, porque la pasión por el City no tiene fronteras (aunque sospecho que si Johnny llegara a escuchar alguno de los discos de la noviecita cantante del Kun, se olvida por completo de mezclar futbol y música por mucho tiempo). Y el descontrol se apoderó de todos con una rockerísima versión de “Bigmouth strikes again”, cuyo pogo excedió largamente a los más entusiastas fans y se prolongó a lo largo de todo el boliche, contagiando incluso a los más grandes (que no eran pocos) que se habían mantenido en una prudente pasividad. El show desbordó por todos lados, la temperatura hizo que el aire se vuelva irrespirable, y fue el bajo new wave irresistible en “Word starts attack” el encargado de cambiar empellones por pasitos de baile.
Un tema nuevo, “Boys get straight”, de frenético espíritu punk, fue la antesala para una demoledora versión de “How soon is now?”, con las guitarras al palo y una voz que por momentos apenas llegaba a oirse. El concierto se cerró con el mismo tema que Morrissey en su último paso por el país, lo que da la pauta que a la hora de allegarse a su vieja banda, sienten y asimilan parecido. Acá nadie canta “solo les pido que se vuelvan a juntar”, pero más de uno se imaginó lo que hubiera sido la voz de Mozz en semejante cierre.
Hablando de The Smiths: si hay algo en las versiones que Marr hace de los viejos temas, es que a pesar de intentar acondicionar un poco su voz a los tonos más melodiosos de su ex compañero, allí radica su principal limitación. Si bien en temas como “Panic” la fuerza y la actitud superan el condicionamiento, en otros como “Please, please, please let me get what I want” (el elegido para abrir la tanda de bises) la cosa se le dificulta. Y como si se rebelara a él mismo, el cover de “I fought the law”, lo reafirma en su crudeza vocal, mientras la banda arrasa a sus espaldas.
Siguió otra nueva, “Candidate”, con unos arreglos de guitarras que valdrá la pena oir en la prolijidad del próximo disco, y si de Manchester se trataba, “Getting away with it” (de Electronic, la banda que compartiera con Bernard Sumner de New Order), lo más parecido a un hit que hizo en su carrera post-Smiths, nos trajo el espíritu de la ex industrial ciudad del Reino Unido, y un trabajo en bajo de Iwan Gronow digno de destacar. Después había que cerrar, y no podía haber mejor despedida que “There is a light than never goes out”. Y aunque todos allí teníamos casa adonde regresar, la idea de no volvernos resultó una súplica, y el canto a la luz que nunca se apaga casi que quedó en manos (en gargantas, mejor dicho) del público que en su euforia llevó a Johnny Marr a apartarse del micrófono y limitarse a escuchar a los suyos.
En medio de las crónicas sobre el primer Lollapalooza argentino, tal vez este show termine siendo olvidado, o al menos, relegado a un segundo plano. Pero los que elegimos privilegiar (o en muchos de los casos sumar) el ámbito reducido a la experiencia, podemos inflar el pecho orgullosos.