viernes, 6 de junio de 2014

Yo La Tengo en Teatro Vorterix

Un jueves porteño bien otoñal resultaba ideal para recibir a Yo La Tengo. Aunque yo venía de una semana movida, sin demasiado tiempo para detenerme a aclimatarme y casi que llegue al Vorterix por inercia, había algo en el ambiente que indicaba que los planetas estaban alineados para recibir a los músicos de Nueva Jersey. El show estaba anunciado temprano y mi puntualidad me llevó a disfrutar de buena parte del set de atrás Hay Truenos, la banda local que los teloneaba. Grata sorpresa, no los conocía (apenas me había informado de que son de Neuquen), y casi que la elección fue perfecta. Con su sonido que en buena parte coincide con la expansión instrumental de Yo La Tengo, pero con algunos otros condimentos interesantes. Por momentos las melodías tienen reminiscencias dark, las guitarras se complementan perfecto y cuando se internan en climax distorsivos saben manejar muy bien los volumenes y los tiempos como para no saturar y salir airosos. Por otra parte se enfrentaban a un público acostumbrado a esa propuesta, con lo cual no estar a la altura los hubiese dejado en evidencia. Fueron muy bien tratados a lo largo de todo el set y se llevaron un gran aplauso de despedida.
Bien, una vez cerrado el telón y mientras apenas se podían ver piecitos que se movían acomodando equipos e intrumentos, el Teatro Voerterix que lucía bien poblado desde temprano, terminó por completarse el límite de la sobreventa (Algo que sucede siempre allí, y presumo que si algún día alguien se toma el laburo de verdad de chequear este dato, se deberían comer un garrón. Aunque con la radio del mismo nombre cubriendo eventos oficiales del Gobierno de la Ciudad, sospecho que los inspectores no estarán muy interesados en entrometerse en estos menesteres).
Yo había visto a Yo La Tengo en La Trastienda en 2010, y aunque uno sabe que las listas de tema cambian según cada ciudad y son imprevisibles, hay un espíritu en sus shows que sí es permanente y que marcan el clima para el que uno se predispone: distorsión noise, hipnosis, belleza acústica y un rumbo imprevisible, siempre guiado por un Ira Kaplan, quien es el que lleva la voz de mando a la hora del sube y baja de sensaciones por las que va transitando el show.
Abrieron con “Stupid thing” de “Fade”, su último trabajo. Georgia Hubley estaba a cargo de una de las guitarras, y James Mcnew en la batería, sitios que intercambiaron al segundo tema. Justamente fue el último disco en el que se centró el show. Un disco que si bien continua la linea que vienen trazando desde hace unos cuantos años (en donde la primera escucha resulta más accesible para oidos desprevenidos), a mí me resultó más logrado y menos previsible que el predecesor “Popular songs”. Pero esa no fue la única premisa en un lista que entre “Fade” y “Fakebook” (1990) se llevaron buena parte del show. Porque el concierto tuvo preeminencia de sonido acústico. Y si bien hubo tiempo para la distorsión en temas como “Super kiwi” o el rítmico y casi funk falsete de “Mr. Tough”, fueron las canciones más suaves las que constituyeron la esencia de la noche de Colegiales.
“Autumn sweater” fue el primer clásico en aparecer, y a partir de “Before you run” encadenaron unas cuantas canciones de “Fade”, entre ellas “The point of it” y la encantadora “Cornelia and Jane”, con Georgia al frente. En todos los casos se trata de melodías casi susurradas, con arreglos mínimos, que cuando las canta Ira parecen lamentos y que se vuelven súplicas cuando es Georgia la que se hace cargo de la voz. La gente se contagia del clima, a tal punto que pareciera hipnotizada y se limita a una escucha pasiva. Cerca mio unos discuten por el destino del humo de un cigarrillo (la prohibición de no fumar en los boliches no se cumple, y si no la van a hacer cumplir, que la saquen. De esta manera lo único que genera son rispideces entre fundamentalistas del humo y sus víctimas alérgicas) y son acallados de manera vehemente. Otros intentan acompañar con palmas algún tema y son silenciados con chistidos. Como si nada pudiera interferir el trance que prosigue en “The one to cry”, “Griselda” y “I'll be around”. Ira cambia de guitarras, se sienta frente a los teclados, la percusión pasa de las sutiles escobillas a la firmeza de los golpes de tambor, y la banda parece reinventarse a sí misma con cada tema.
Recién hacia el final, mas allá de los climas que fueron intercalando entre los tramos acústicos y que parecieron una provocativa forma de jugar con los extremos, es en donde la electricidad finalmente gana su espacio. Un equilibrio entre un ruido ordenado y la delicadeza tensionada al límite de la fragilidad. Y allí “Ohm” es un mantra que abre “Fade” y que compila los mayores atributos de Yo La Tengo, con destino de clásico. Antes “Sugarcube” había provocado que algunos headbangers evidencien que no todo era quietud en la sala. Y el final demoledor con “Pass the hacket, I think I'm goodkind” y una linea de bajo repetida hasta el infinito, una métrica perfecta sobre la cual Ira Kaplan despliega su éxtasis de ruido, acribillando la guitarra, golpénadola con palillos de batería, mientras la abandona en un acople e intenta entrometerse entre la gente, lo cual va a terminar resultándole imposible. Fueron casi diez minutos de una espiral sonora que rompió el encanto al que los oidos habían sido sometidos durante todo el tramo previo del concierto.
Si la elección de los temas del cuerpo principal de un show de Yo La Tengo es imprevisible, los bises suelen ser un misterio aún mayor. Abrieron con la propia y calma “Our way to fall”, y pasaron a una tremenda versión de “Can't seem to make you mine”, aquel tema de The Seeds que pasara también por manos de los Ramones. Y como si ellos mismos se dieran cuenta de que para bajar necesitaban hacerlo de manera abrupta, se sumergieron en el enorme desafío de “By the time it gets dark”. Y digo enorme desafío porque la voz de Sandy Denny será inalcanzable, y entonces es en la cadencia initimista que Yo La Tengo le imprime, en donde la canción reluce diferente, pero impregnada de la misma gracia otoñal que la original.
El escenario se fue despojando de instrumentos y en la despedida, que amagó a ser definitiva y no fue tal, con el cover de Sun Ra “Somebody's in love” las armonías casi que se limitaron a los arreglos vocales. Toda ese clima se mantuvo en el segundo regreso, aunque con el agregado de una cuota de informalidad, ya que el tema de cierre lo terminó eligiendo Ira Kaplan sobre el escenario, mientras invitaba a los asistentes a sumarse a la banda. “Speeding motorcycle” de Daniel Johnston fue entonces la encargada de la despedida definitiva con Yo La Tengo convertido en quinteto.
La lenta salida de la gente, la levedad de los gestos sonrientes y conformes, casi que fueron una continuidad de lo que habíamos presenciado. Y a poco de empezar a vernos enfrascados en la euforía típica del Mundial de futbol, ese cierre mínimo y tranquilo funcionó como una especie de paso por un spa, que nos permita disponer de las energías renovadas para las experiencias que se vienen.