lunes, 14 de octubre de 2013

Muse, Jane's Addiction y Albert Hammond Jr Personal Fest 2013 Dia 2

Esta era para mí una semana de vacaciones. Después de una especie de retiro del mundo virtual  y una vida silvestre y un aire puro impropio de estos tiempos, volví a la ciudad con un montón de opciones para cerrar la semana de descanso. Entre pizzas con amigos y la excelente vuelta de Woody Allen al drama con “Blue Jasmine”, el domingo tenía dos opciones: o quedarme sufriendo una (a esta altura) previsible derrota de River frente al único equipo del futbol argentino que sabe a qué juega, o acercarme a la segunda fecha del Pesonal Fest en el GEBA San Martin. Si estoy escribiendo en este blog  y no descargando broncas en foros millonarios, está clara cual terminó siendo la elección.
Confieso que tenía decidido dejar pasar este festival, pero los cupones de descuento sobre la hora se han transformado en el límite de mis convicciones. La verdad es que Muse, después de haberlos visto dos veces, no está en un momento que pueda llegar a sumarme mucho en particular, pero la presencia de Jane’s Addiction y, en especial, Albert Hammond Jr hicieron que termine por decidirme. Del resto poco me atraía, así que llegué al predio tarde, y antes de lo que me interesaba, apenas vi el último tramo del set de Mystery Jets: folk bien arreglado, un slide llevadero, algo de psicodelia y armonías vocales interesantes. Cuando estaban empezando a interesarme, cerraron su performance con dos temas de bastante menor factura de lo que venían haciendo. De todas maneras que en el mundo de la música aun haya gente intentando invocar el espíritu de Syd Barrett no está nada mal.
Lo interesante del line up de la segunda fecha del Personal Fest fue que la manera en que se alineaban los grupos, convertía a la experiencia en un viaje musical por buena parte del hemisferio norte. De Inglaterra nos íbamos a la costa este norteamericana. Más adelante el salto sería hasta la costa oeste, y finalmente un regreso al Reino Unido. Y de la costa este tocaba más específicamente el turno de Nueva York.  “AHJ” el reciente EP de cinco canciones que acaba de editar Albert Hammond Jr es a mi juicio mejor que todo el último álbum de The Strokes. Si bien el último disco de la banda madre ayuda mucho para llegar a este juicio, no quiero eximir de méritos al guitarrista, cuyos dos trabajos solistas son una buena demostración tanto de sus dotes de compositor, como así también de cuánto del sonido de The Strokes le pertenece.  En el mismo escenario en donde en 2011 tocara con sus compañeros de banda, Albert hizo un set de poco más de una hora sostenido en los temas nuevos y en especial en su segundo disco “Yours to keep”. De allí arrancó con “In transit” y “Everyone gets a star” y junto con dos guitarristas más (uno de ellos igualito a Martin Lousteau) armó una pared eléctrica que nos retrotrajo a los tiempos de “Is this it”. Alentado por un persistente grupo de fans femeninas que lo tiene por sex symbol, bailó con la música que llegaba de los escenarios menores, se mostró de buen humor y a gusto con su banda, e intercaló algunos temas nuevos y covers. Entre estos últimos sonó “Postal blowfish” de Guide by Voices, y entre los nuevos se destaca la furia de “Carnal cruise”. Hay que decir que cada vez que Albert Hammond Jr juega a ser Pete Townshend el rock gana diez años de vida extra. Y como corolario de un show compacto que nos dejó a punto para Perry Farrell y los suyos, cerró con una incendiaria versión de “Last caress” de The Misfits.
El caso de Jane’s Addiction es particular. Después de demorarse años en pisar estas tierras, ahora resulta que vienen todos los años. La primera vez fue tocando, paradójicamente, para una compañía de telefonía celular competencia de la que organizaba este festival.  Y habiendo visto aquel primer show, tengo que decir que este tercero fue casi el mismo. En su reunión la grabación de material nuevo es apenas una excusa (“The great escape artist” los coloca a la altura de una anodina banda de hard rock y poco más), y sus shows se sostienen, felizmente, en los tramos más logrados de su carrera, allá por los principios de los ’90. La puesta y las dotes de Jane’s Addiction son las de siempre. Las chicas que bajan al escenario vestidas de novia y que terminan en una cita sadomasoquista, y una puesta que destila sexo sucio en todos los detalles. Pero además la base de Chris Chaney y Stephen Perkins sigue resultando imbatible y poderosa, la guitarra de Navarro sigue incendiándose en cada solo, y la voz aguda y el despliegue escénico de Farrell consuman un suceso que por repetido, no pierde su poder avasallante. Si bien abrieron con “Underground” de su último disco, la línea de bajo de “Mountain song” y luego “Just because” pusieron las cosas en su lugar. La energía liberada desde el escenario contagió a un público que no era mayoritariamente el propio (condición que se notó cuando sobre el final de su set la gran mayoría de gente prefirió abandonarlos para encontrar mejor ubicación frente al escenario principal). Perry Farrell aprovechó para promocionar la edición local de Lollapalooza para 2014, y recordar una vez más que hizo las veces de DJ en Pachá mientras el país se deshacía en Diciembre de 2001 (con una sola referencia a un presente mucho más esperanzador, se ganaba un lugar en los spots de Filmus). En “Ted, just admit it” las chicas volvieron a mecerse sobre el escenario, pero ahora enfundadas en cuero y armaron con Farrell su escena hardcore mientras el tatuado Dave Navarro  toca como ajeno a lo que sucede a sus espaldas, aunque si uno presta atención percibe que es la tensión de sus dedos aferrados a la guitarra lo que conduce toda esa puesta. “Ocean size” fue adrenalina pura, y “Stop!” (con el “señores y señoras: nosotros tenemos más influencia con sus hijos, que tú tienes. Pero los queremos” incluido) cerraron el show. Aunque en realidad continuaba, pero decidieron salirse un minuto del escenario y eso resultó fatal. La gente empezó a cambiarse de escenario y cuando volvieron e hicieron “Chip away” y cerraron con la contagiosa y acústica“Jane says”, buena parte del público les daba la espalda. Insólito y solo explicable bajo el eclecticismo del público de festivales. Jane’s Addiction estaba dando un show del carajo, y algunos (muchos) eligieron quedarse sin el postre.
Con Muse puede que termine siendo injusto. Creo que cuando llegaron por primera vez con “HAARP” bajo el brazo, estaban en el punto culmine de su carrera. Todo lo que hicieron

después me pareció de un tono menor, en algunos casos impropio de su potencial. La banda tiene dos caras, con canciones a las cuales se abocan desde un lugar progresivo, pero muchas veces abusan de una emotividad que los coloca al límite de lo empalagoso. Si se trata de dividir mejor las aguas, yo podría decir que Muse me interesa muchísimo más cuando remite a Rush, que cuando imita descaradamente a Queen. Eso sí, pocos entienden como ellos el concepto de rock de estadio (no por nada fueron teloneros de U2 en su segunda visita al país), y cuando lo ponen en práctica construyen un espectáculo digno del tamaño de la banda. Tengo que decir que me sorprendió la masividad del show, jamás creí que pudieran meter 25 mil personas. Eso significaba que muchos (la mayoría en realidad) los estaba viendo por primera vez, y por eso resulta comprensible el asombro casi pasmoso que se produjo en algunos rostros ante la puesta. Después de un video con “The 2nd law: Unsustainable” de fondo, la banda dio comienzo al show con “Supremacy”. Enseguida “Map of the problematique” los retrotrajo a sus mejores tiempos, y con “Panic station”, se convierten un banda bailable y funk, en una de sus más sorprendentes formas en las que se reinventan en su último disco.
En la primera parte del  set, Muse se preocupó por poner a la gente ante las canciones más conocidas y celebradas: “Plug in baby”, “Resistance” (gracias Brian May) y la imbatible “Knights of Cydonia”. La banda es precisa, Bellamy no deja de lucirse sin abusos, Chris Wolstenholme es una máquina perfecta, y la batería de Dominic Howard sabe trabajar sus golpes potenciando los impactos emocionales.  En el cover de “Feeling good”, Matthew Bellamy juega a ser Freddie Mercury, aunque resulta meloso al extremo. A continuación con “Follow me” la noche se convierte en una apoteosis de luces y rayos laser, haciendo el tramo de mayor despliegue desde lo  visual. Si uno intenta seguir el concepto del concierto se encuentra ante una alerta casi apocalíptica, cargada por una épica que por momentos satura (“Guiding light”), aunque los idas y vueltas en los climas son los que sostienen al show. Entonces “Liquid state” (con Wolstenholme en la voz) me devuelve la esperanza, “Madness” los regresa al pop más pegadizo (no choreen, yo también tuve  “A kind of magic”, chicos), y “Time is running out”, con intro de “The house of the rising sun”, suena como en sus mejores tiempos.
El tramo final incluyó “The 2nd law: isolated system” sobre la proyección de un video agobiante con unos chicos corriendo escapándose de un mundo que parece perseguirlos en su destrucción, y el pop directo de “Uprising” y “Starlight” como para amenizar y cantar con la gente. Para el final guardaron “Survival”, con el cual expanden su pretensión épica hasta el infinito, y lo que era una alegoría sobre la competencia deportiva (fue la canción oficial de las olimpíadas de Londres), termina siendo una ofrenda por demás pretenciosa con Bellamy cantando “revelaré mi fuerza a toda la raza humana. Sí, voy a ganar”, como si se tratase de un líder salvador entre ese mundo alienado sobre el cual por casi dos horas, intentaron alertarnos. Puede que alguien se haya quedado esperado algún bis, pero robarles ese final heroico hubiese sido un pecado.


jueves, 3 de octubre de 2013

Bicicletas en La Trastienda - Presentación de "Magia amor locura animal"

Magia, amor, locura animal. Estas palabras que bien podrían ser un compendio del universo que rodea a Bicicletas desde hace doce años, son además el atildado y preciso nombre del tercer disco de la banda, cuya presentación aconteció ayer en una concurrida noche en La Trastienda de San Telmo. Yo llegué con la abierta expectativa que me había provocado un disco, al cual en un principio miré con sospecha, que a la segunda escucha empecé a tomarle simpatía, y al que una vez puesto a prueba sobre un escenario, le auguro el mismo destino inamovible en mi Ipod que al resto de los trabajos de Bicicletas, incluyendo EPs, covers, y cuanto material esté dando vueltas por allí. Pero cuidado! Las conclusiones deben ir al final, y yo me estoy adelantando un poco.
A pesar de que la previa con buena música invitaba a adentrarse temprano en la sala, la gente prefirió quedarse afuera, esperar a los suyos y no entrar hasta último momento, o bien hasta que el insistente llamado del patovica de la puerta terminara por hartarlos. Yo sí entré temprano y me mandé directamente a la barra a buscar una empanada, porque mi organismo imponía la necesidad de un estómago lleno para aumentar la tolerancia a la suma de antigripales de la semana. De todas maneras no hubo que esperar mucho para que Bicicletas iniciara el show con “Sicario”, uno de los nuevos temas que guarda el espíritu del viaje que hicieran a Mexico hace un par de años, y que evidentemente dejó algunas huellas en su música. Los arreglos de la guitarra de Federico Wiske, el sintetizador contagioso de Ignacio Valdez y las voz inconfundible de Julio Crivelli, y todos los rasgos característicos de la banda dijeron presente de inmediato sobre el escenario.
El show fue de menor a mayor. No solo por el clima que se fue generando a partir de la sucesión en la lista de temas, sino porque la banda pareció afianzarse con el correr de los minutos y las nuevas canciones comenzaron a irradiar la frescura y la alegría que en su esencia pretenden. El espíritu del disco es festivo, muchos momentos invitan al baile, más que al éxtasis psicodélico de otros tiempos. De todas formas, este paso adelante, esta suma de ritmos y climas, no le quita a Bicicletas un ápice de identidad. “Magia” es un electro rock bailable que los convierte en los Franz Ferdinand locales. “Buen muchacho”, con una base que remite al Sumo circa “Mejor no hablar de ciertas cosas”, transmite toda su energía, y hace que los pasos que venían danzarines comiencen a convertirse en rígidos y persistentes. Y “Buen día” y “El viento” son canciones de un optimismo que, si bien no es inusual en la música de Bicicletas, pocas veces había sido expresado de manera tan elocuente.
Hasta ese momento solo habían tocado canciones del nuevo álbum, así que a la hora de sumergirse por primera vez en su discografía, viajaron (nunca mejor usado el verbo) hasta “Deslizate naranja”, (su primer EP de 2003). De allí hicieron “Elefantes” y luego de otra nueva (“Siempre”, que remite inevitablemente a esos primeros tiempos de Bicicletas), “Ojos”, como para los que no habían esuchado aún el disco nuevo, empiecen a sentirse a gusto entre sonidos reconocidos. Y “Pica pica” y su ritmo frenético y punzante, que disparó los primeros flashes, tan típicos en sus puestas lumínicas. A esa altura el show había alcanzado una temperatura que ni esas baladas somnolientas, con guitarras etéreas e hipnóticas, como “Adelante” y “El gran Houdini” consiguieron apaciguar.
Anoche el quinteto estuvo acompañado en todo momento por Sergei Grosny, quien aportó alguna programación, teclados y percusión adicionales. Aunque se trate de un solo músico más sobre el escenario, para una banda que construye su mejores arreglos a fuerza de sobreponer sonidos y texturas, el detalle no resultó menor, y le otorgó un plus más que valioso, que en los momentos de mayor contundencia del show, resultó fundamental. “El extranjero” también proviene de su experiencia mexicana. Ya lo habían presentado en la celebración por sus diez años en Niceto, y eso lo convirtió en el más rápidamente adoptado de los temas de “Magia amor locura animal”. “Un jueves” (otra vez el viaje hasta “Deslizate naranja”) se hermanó naturalmente con la nueva” Amigos”, una balada mid tempo que inevitablemente remite a esas primeras épocas. A “11 y 20” la oímos renovada, con los contagiosos teclados más al frente en la mezcla, y ese tramo del show se cerró con una (otra en realidad, porque siempre resulta así) infernal versión de “Granada y pasaíso”.
Como si hubiesen necesitado desembarazarse del disco nuevo para dar paso a la celebración de las canciones más conocidas, a partir de ese momento Bicicletas tocó en continuado las cuatro que les restaban presentar. Primero “Mañana”, otra muestra de optimismo, con Agustín Pardo abandonando el bajo y sumando un tercer teclado. “La gran fiesta” invitando a un baile lento, con algunos de los tips clásicos de la banda puestos en tiempo presente, como ese deseo de viajar al sol. “No pienses nena que lo que suena es novedad”, canta Julio Crivelli, como anticipando lo que llegaría después. “Pistolero”, el irresistible corte de difusión, fue el más cantado de los nuevos. Y con “Número 1” tengo que hacer una aclaración personal. Cuando la escuché la primera vez creí que a esa canción la iba a terminar odiando. Resulta una especie de chiste sobre lo que podría ser una insufrible canción del verano, y en muchos casos cuando la repetición le quita gracia al jueguito, la melodía no sabe sostenerse por sí misma. Sin embargo anoche se transformó en el climax del show. Los flashes avasallantes, el ritmo frenético, las guitarras perforando los tímpanos y unos Bicicletas desaforados en una performance brutal, que bien podría haber significado el fin del concierto, y nadie hubiese presentado queja alguna. Y aún cuando alguien lo hubiese pretendido, le habría llevado unos cuantos minutos salir del estado de shock, como para componerse en una queja creíble.
Finalmente llegaron los hits con una evocación a la noche de Abril de 2009, cuando en el mismo sitio, Bicicletas presentara “Quema”. Entonces “Pájaros” preparó el ambiente para que “Araña negra” sea el otro gran climax de la noche, con el grito de “piso la mierda de mi perro para tener suerte”, al cual la gente vocifera como un mantra enajenado mientras desde el escenario descienden las últimas dosis de energía. Y después “Quema”, para seguir agitando los espíritus a esa hora poseídos por la música y las luces. Pero si hay algo que Bicicletas sabe hacer es elevarte a esos grados de exaltación, y conseguir luego que el veloz descenso parezca en realidad un lento transitar por una atomósfera que entre chispazos de colores se amortigua y desvanece. Y casi sin darse uno cuenta, uno se descubre canturreando “Tren” y su despertar entre sábanas blancas.
El cierre fue con “Cara de rojo”, y el desafío al insufrible y lavado verde esperanza de Diego Torres. “Quiero volver a casa” canta Julio y cantamos todos tan convencidos, que los en extremo rigurosos hombres de La Trastienda, nos pusieron la música ni bien terminó el tema y nos privaron de un par de bises. O acaso no ameritaba “El sol” y/o su versión de “La casa del sol naciente” como para cerrar la noche con un plus? Pero claro, en La Trastienda se aprovechan de que ya no hay un Charly García (no hace falta aclarar que me refiero a aquel otro Charly García) que les haga notar a los sillazos, que diez minutos extra en el rock, es bastante más que tiempo recuperado en un anodino partido de futbol.