lunes, 29 de agosto de 2016

Nacho Vegas en Ciudad Cultural Konex

De Nacho a Nacho. De Nacho Fernandez en Nuñez a Nacho Vegas en el Abasto. Así terminó mi fin de semana, con un domingo que compuso todo lo que Santa Rosa había desarreglado el sábado. Aunque los meteorólogos en televisión dicen que Santa Rosa no existe. Pero a la televisión mucho no hay que creerle. A los Santos medio que tampoco. En realidad hay poco en lo que uno puede creer, así que no queda otra que aferrarse a lo que uno quiere. A los vinos, cantares y amores, a decir del Nacho Vegas, el asturiano que luego de un año, volvía a pisar Buenos Aires.
Aunque en el último tiempo (y en especial a partir del nacimiento del movimiento 15M en Madrid) ya nos tiene acostumbrados, la versión de Nacho Vegas resultó diferente a la del año pasado. Porque su costado social ha quedado más expuesto que nunca en su EP “Canciones populistas” y lo que en sus letras y repertorio venía insinuándose sutil, se transformó anoche en Ciudad Cultural Konex, en el hilo conductor de su concierto.
La noche no comenzó con él, sino con Manolos, un grupo local que no tiene nada que ver con los rumberos catalanes, y que básicamente me sonaron como un grupo tributo a Sabina. La paradoja es que especialmente más me sonaron como tributo a Sabina cuando hacieron sus propias canciones. Lugares comunes de la lírica y la prosa del madrileño repetidos como fórmula, dieron por resultado un somero anticipo al concierto de Nacho. Con poco para destacar a mi gusto, me resguardo de una opinión definitiva por dos consideraciones: tocaron en un formato acústico que no es el habitual en ellos que bien pudo haber exagerado mi percepción, y a la hora de tocar un tema de Joaquin, eligieron “Con la frente marchita”, lo cual necesariamente supone buen gusto de origen.
Empecé hablando de la diferente versión de Nacho Vegas que nos visitó este año, más que nada por el repertorio. Pero hubo otra diferencia con el concierto del año pasado: vino con banda reducida; apenas un cajón peruano, bombo y platillos en la percusión, y una guitarra eléctrica. Y necesariamente el formato no puede ser casual cuando el asturiano viene reivindicando el formato folk de la canción. Al juglar que se expresa con mínimos aditamentos y que hace de su sensibilidad artística el arma para contactarse con el público.
El show comenzó bien clásico: “El hombre que casi conoció a Michi Panero”, y varios temas de “Resituación”, en donde se destacó “La vida manca”, cantada por los porteños como si conocieran Gijon como la palma de sus manos. Eso sí, después de los dos primeros temas se sumó al escenario un coro presentado como “Coro Nacional Anti Fascista Tamara Bunke” y que significó la primera aparición de las garras rebeldes de Nacho. Además claro, de la imagen de la guitarra con la insripción “This machine kills fascists”, una forma de homenajear a Woody Guthrie, inevitable cita a la hora de hablar de juglares comprometidos.
A partir de allí comenzó el momento más combativo del repertorio, con temas como “Canción para la PAH” (que retrata el drama de los desahucios en España y colabora con el movimiento social que nació como respuesta a ello), “Polvorado” y “Vinu, cantares y amores”. En este último, el estribillo “Que sin una y vinu, cantares y amor, no, esta nun llega mío revolución” tal vez mejor se expresa el espíritu de este Nacho Vegas de mirada social. No hay renuncia a la bohemia para seguir el tono marcial de una proclama. Las arengas no están excentas de ironía, el humor abunda y el mundo resultante de la revolución será un mundo en donde no falten los brindis y las fiestas. En medio de todo eso, el guitarrista Hans Laguna fue presentado como adherente a la República Socialista Catalana, “odia tanto a España como al macrismo”, agregó Nacho y provocó risas.
Por suerte Nacho no se conformó con eso y nos llevó a pasear también por sus mundos intimistas, como “Dias extraños” (tal vez su mejor aporte al disco en común con Enrique Bunbury) y “Lo que comen las brujas”. De allí hasta el final los climas y temáticas se intercalaron, mientras el público no dejó nunca de cantar e intentó tibiamente algún comentario anti macrista. Pero estaba claro que quien dirigía la batuta era Nacho Vegas desde el escenario, haciendo uso de su tono cansino, a veces tímido, siempre poco adepto a las declamaciones, y felizmente el show nunca dejó de ser tal, evitando caer en clima de mitín (aunque la imagen de una guerrillera metiendo una bomba en el culo de Videla, colada en una canción, se le acercó bastante).
No por eso dejó de haber firmeza y consecuencia desde el lado social, como cuando se sumó el banjo de “El violinista del amor y los pibes que miraban” para una versión de “Santa Barbara bendita (En el pozo Maria Luisa)”, un himno de los mineros asturianos.
Para el final quedaron expuestas, con dos temazos de su repertorio, los diferentes abordajes del universo según Nacho Vegas: “Cómo hacer crac”, y la despiadada pintura de una sociedad a la deriva frente a la crisis, y “La gran broma final”, su tema de “La zona sucia” que recreó el final de su pareja con Cristina Rosenvinge.
Entre aprietes con el horario de cierre de la sala, Nacho se hizo lugar para volver, y de su paso por Chile se trajo una versión de “La Petaquita” de Violeta Parra. La gente le pedía canciones anarquistas e incluso “La internacional” (estuvo haciendo “Los dos gallos” en algunos conciertos de la gira), pero Nacho respondió con la nostalgia hacia su tierra natal cantando “Luz de agosto en Gijon”. Y cuando yo esperaba que el cierre definitivo nos traiga a su recreación de Phil Ochs en “Ámenme, soy un liberal”, Nacho eligió despedirse con Townes Van Zandt y “Que te vaya bien, Miss Carrousell”, con el público agolpado sobre el escenario.
Nacho Vegas agitando y abrigando a la vez en el agosto porteño. Una costumbre que, felizmente, se está volviendo habitual.




sábado, 20 de agosto de 2016

Octafonic en el Teatro Vorterix - Presentación de "Mini Buda"

  Un Buda pequeñito que alcanza su nirvana en una explosión de rock industrial digna de Trent Reznor, es el leit motiv del segundo disco de Octafonic. Un Buda que señala a occidente y su perdición, y que invita a la salvación en una reencarnada vida libre de corrupción espiritual. Una imagen que pareciera encontrarse en el preciso instante de la transformación, de la liberación colosal de energía cuyas consecuencias resultarán impredecibles. Una situación de la que si uno es más o menos consciente, no podrá provocar otra cosa que ansiedad. Y así se percibía el ambiente del teatro Vorterix a pocos minutos del incio del show que significaría la presentación oficial del segundo disco de Octafonic: ansioso.
  Mi tercera visita al teatro en menos de diez días, quienes siguen el blog estaban avisados. Pero a diferencia de las dos visitas anteriores, no se trataba de reencontrarse con un pasado dando pruebas de vigencia, sino de un presente otorgando señales de futuro. Octafonic, la banda más difícil de encasillar del ambiente local, se proponía demostrar que un disco de sonido tan complejo como “Mini Buda” era posible de ser plasmado sobre un escenario. Y aunque mucha gente pareció demorarse en el acceso, al momento del comienzo del show, media hora después de lo anunciado, el recinto se encontraba repleto.
  Un guarda que pide tickets de ingreso en un tema de se llama “Welcome to life”. Si bien cuando uno habla de Octafonic por lo general hace referencia a su sonido, al alcance de los estilos abordados y a la expansión de su búsqueda musical, yo no podía dejar pasar por alto semejante ironía. Porque no hay manera que sea casual. Porque en un disco que se propone trascender, o al menos juega con eso, la parábola mercantilista del nacimiento tiene que ser necesariamente una señal. Y en ese piano que se presenta progresivo y que da comienzo tanto al disco como al concierto, hay mucho de lo que uno va a poder absorber a continuación. Se percibe, fundamentalmente, inquietud.
  El viernes Octafonic no solo ofreció un concierto consagratorio, un nuevo paso en el camino de su creciente popularidad, sino que reafirmó un hilo conductor que es su razón de ser:la fusión de estilos inabarcables desde lo musical, una maquinaria perfecta a la hora de la armonización de sonidos e instrumentos y un repertorio que con dos álbumes en su haber, es capaz de plasmar sobre el escenario una performance que no tiene antecedente directo en el medio local.
  “Nuestros miedos crean un Dios”, terminan sentenciando en “God”, el segundo de los temas del disco nuevo que tocaron y que es una reafirmación de la idea inicial: sentidos y sensaciones cuyas consecuencias son expuestas a carne viva. No se trata solo de lo nuevo: pasan “Mistifying” y “Love” del disco anterior (“Monster” - 2014) y la idea es la misma. En definitiva no hay manera de no linkear, por ejemplo, a “Love” con Radiohead, y más precisamente con el Radiohead de “Lotus flower”, como si una nueva referencias a Buda resultara necesaria.
  un repaso tema por tema de un show que consistió en todo el último disco y casi todo el primero, resultaría tan aburrido como absurdo. Solo puedo decir que hubo de todo: desde disco hasta funk metal (incluso dentro del mismo tema, como en el caso de “Plastic”). Aires house devenidos en más funk, pero cuasi psicodélico (“Sativa”), synth pop que cita a los primeros '80s y hasta citas latinas como en “Nana nana” , donde el calipso es una excusa para terminar dando pasos de baile. Rock industrial con reminiscencias orientales (“Mini buda”) o loops progresivos con estallidos en donde los vientos arman un pandemonium de riffs agresivos (“Wheels”, “Monster”). Y si bien el virtuosismo en Octafonic está puesto al servicio del conjunto, el clima festivo de la presentación dejó lugar a lucimientos individuales, como los de Hernan Rupolo en la guitarra, con un solo citando a Steve Ray Vaughan al final de “Wheels”, a Ezequiel Piazza con solo de batería durante “Monster” y los vientos, con menos ostentación pero igual de efectivos, haciéndose un espacio durante “I'm sorry”.
  Nicolás Sorin dirige una orquesta que se caracteriza por el buen humor. No solo el clima de fiesta se vive abajo del escenario, sino que además se perciba sobre el mismo. Y en un punto el ambiente es hasta familiar, como cuando Lula Bertoldi sube al escenario a sumar su voz y despide a su pareja (Sorin) con un apasionado beso al paso, como s estuvieran en el living de su casa, mientras la banda redondea su noche pasando primero por el paisaje apocalíptico de “Over” y luego se proclama rebelde ante la repetición y el hastío en “Slow down”, casualmente las canciones que cierran cada uno de los álbumes de Octafonic.
  Inevitablemente se recurrió al formulismo de los bises, aunque por la rapidez en salir y volver al escenario, lo de Octafonic haya significado solo tomarse un respiro, quedaban dos canciones por presentar de “Mini Buda”. Primero pasó “Thats OK”, tal vez la más amena desde lo melódico, aunque no exenta del toque incalificable de Octafonic, cuando los vientos guían al estribillo hacia un placidez de ribetes épicos. Y el cierre fue con “What”, otro funk metálico con idas y vueltas en tempos, vientos caóticos y un mensaje que quiebra la ironía inicial y las pretensiones de trascendencia, cuando ante las falsas máscaras y los mensajeros hipócritas, Octafonic se despide anunciando “we´re not gonna stop till it bleeds” a un paso que resulta un espejo del pogo que se ensaya frente al escenario.

  Ya con el clima apaciguado por las luces, las caras de satisfacción en el teatro en retirada, resultaban indisimulables. Aunque más de uno seguro seguía repitiéndose el “what” encolerizado, y andaba con salir por las calles a patear tachos de basura. Diga que estamos grandes para esas cosas.  







domingo, 14 de agosto de 2016

Television en el Teatro Vorterix

 Me ha pasado, felizmente, más de una vez tener dos shows internacionales con apenas horas de diferencia. Y siempre que esto ocurrió, se dio que los shows suponían climas muy diferentes entre sí, más que nada por estilos de cada banda. Eso fue lo que pasó en el salto de Pixies a Regina Spektor, y también con Pulp y Joss Stone con apenas horas entre uno y otro. El sábado volví al Teatro Vorterix que había abandonado el jueves a la noche, luego del show de PIL, para ver por segunda vez en Argentina a los Television de Tom Verlaine. Pero a diferencia de aquellos conciertos disonantes, entre estos dos se encadena una lógica fácil de percibir. Así como Lydon con los Pistols le vomitó al mundo su furia y sacudió la música pop adormecida por el virtuosismo a mediados de los '70, Verlaine desde Nueva York redefinia la etiqueta “punk” con un sonido inédito, junto a Richard Hell, los Talking Heads, y el resto de la movida del CBGB.
Después del concierto de Television en 2013 (en el mismo teatro), saber que volvían y no verlos, hubiera significado una decepción. Los tipos me habían elevado los sentidos por poco más de una hora y media y no había manera de saber que eso podía llegar a repetirse y no estar presente. Y no solo estuve de nuevo, sino que además entré temprano, puesto que me interesaba la apertura a cargo de Barbi Recanati y Gustavo Fiocchi, la mitad de Utopians.
Salieron un tanto más tarde de lo pautado y dedicaron el breve set a mostrar tres de las nuevas canciones que serán parte de “Todos nuestros átomos”, el nuevo álbum de la banda que, producido por Jimmy Rip, presentarán en el mismo escenario el 23 de septiembre. Entre ellas, “El tren de la alegría”, canción que ya circula en las redes. Después, y para afirmar su ADN garagero frente a algún desorientado que aún no los ubique, se despidieron con dos covers: “Hurt me” de Johnny Thunders y “Dancing Barefoot” de Patti Smith. Mas allá de la buena recepción por parte del público (que fue llenando la sala mientras ellos tocaban, por lo que la idea de retrasar el set resultó positiva), y de escuchar los temas nuevos, resultó muy lindo percibir la emoción de los chicos ante la banda que estaban teloneando; una inocultable como sincera admiración.
Luego sí salieron los Television y luego de una breve intro, largaron el show con “Prove it”. Si bien la vez pasada nadie salió disconforme ni mucho menos del Vorterix, sí quedó claro que por tratarse de una banda tan esperada, a muchos nos quedaron varias canciones pendientes, en especial del imprescindible “Marquee moon”. El segundo tema fue “Elevation” entonces si aquellas ausencias en el setlist significaban algún tipo de deuda, Televisión las empezó a pagar con creces la noche del sábado.
Después de “Venus”, Verlaine (bastante parco como de costumbre a la hora de las palabras) miró hacia las bolas de espejos que cuelgan del techo del teatro y comentó que le resultaban hipnóticas. En ese momento a mí me pareció hasta gracioso eso en boca de él, cuando era su guitarra la que estaba produciendo ese efecto en nuestros cuerpos amuchados frente al escenario. Y el descomunal solo en “Tom Curtain” no hizo otra cosa que corroborar esa impresión. Cada vez que Verlaine punteaba en su guiitarra, era cuestión de cerrar los ojos y sentirse volar. A continuación, el turno de lucirse le correspondió a Jimmy Rip, en “1880 or so”(del tercer disco, el menos conocido de la banda), con una impronta más rockera, pero no menos inspirada.
El de anoche sí fue un show hitero, aunque la palabra hitero sea imposible de asociar al universo Television. Pero entre nosotros, cuando digo hitero, me refiero que hubo mucho de Marquee Moon y los nombres que fui citando son prueba de ello. Además volvieron a tocar un par de temas inéditos. “I'm gonna find you”, que es un blues rural al que Verlaine canta desgranando las palabras al estilo de Dylan. Y “Persia” una excusa para un descomunal cuelgue instrumental, donde las guitarras se cruzan en un prolongado ejercicio sonoro, en donde los climas orientales guían al momento más elevado en términos de inspiración. Los punteros laser de los encargados de seguridad que procuraban desalentar a los fumadores no conseguían otra cosa que complementar visualmente el efecto que la música nos traía desde el escenario. En un momento, Tom Verlaine se arrima a Jimmy Rip y le dice algo al oído, y el gesto casi que los vuelve humanos; oírlos complementarse parecía el resultado de un telepatía a prueba de interferencias. Tan ensimismado escribo recordando ese momento sublime, que casi se me escapa nombrar a Billy Ficca, quien desde la batería guió los climas de “Persia” con maestría.
El cierre quedó a cargo de la balada “Guiding light” y por supuesto, “Marquee moon” con los músicos sonriendo de ver a la gente coreado las intrincadas guitarras, que obviamente, vuelven a lucirse en esos más de diez minutos que el vinilo original, despidiéndose en fade, les impidió gozar a los melómanos contemporáneos a la edición del disco. Parafraseando aquella desgraciada traducción del tema de Harrison del Álbum Blanco en la edición local, podría titular a ese momento “guitarra, vas a volar”.

Comencé este posteo recordando el show de Television en 2013 y en el texto que le correspondió a ese show, con vergüenza por la osadía que significaba reclamarle algo a semejantes bestias, me acuerdo que anoté a “Friction” en la columna de pendientes. Pues bien, esa fue la elección de Television a la hora de regresar al escenario y despedirse de manera definitiva. Y entonces, aún para los que nos habíamos quejado de llenos, no quedaba más que reclamar y decir. Simplemente rendirse a que aquel recuerdo idílico, había quedado reducido a anécdota por un concierto todavía más grande que el anterior. Porque solo Television puede superar a Television.

viernes, 12 de agosto de 2016

Public Image Limited en el Teatro Vorterix

El show promediaba, John Lydon le cantaba a su insatisfacción, a la impotencia de no poder hablar ni caminar, a una memoria que le resulta esquiva. Relata allí (I'm not satisfied) la meningitis de su infancia y el esfuerzo por sobreponerse a la frustración de esas limitaciones, algo que según él mismo, lo terminaría definiendo como artista, pero fundamentalmente como persona. Delante suyo, en un atril, va pasando las hojas que le recuerdan las palabras que tiene que decir, cantar, gritar. Parece una Mercedes Sosa del punk. Está algo más ancho, sus pelos coloridos tienden a seguir parados, su noz nasal es más grave pero aún conserva la virtud de conmover en cada aullido, los aritos en sus lóbulos lo vuelven un “señor copado”, y yo desde abajo del escenario, mientras marcaba el ritmo con zapatazos en el piso, me repetía: envejeció bien, John Lydon envejeció bien.
Cuando hace unos años recibí el newsletter de NME (o Spin, o Mojo, no viene al caso) en donde se anunciaba que John Lydon reunía PIL, me acuerdo que lo publiqué en mi perfil de Facebook como una de las noticias destacadas del año. En ese momento no pensé en qué era lo que Lydon le podía aportar a la música en tiempo presente, en qué podía significar en mí escuchar nueva música de esa banda, pero escencialmente jamás imaginé que esa reunión me iba a permitir la posibilidad de verlos actuar en vivo.
Desde ese momento, Public Image Ltd. publicó dos discos. El nombre del primero remite a una reafirmación de identidad (This is PIL), desde el título del segundo (Whats the world needs now) la banda se ofrece a modo de respuesta a las ansiedades y carencias de este tiempo, pero también se toma espacio para aquello de ponerse de pie a señalar eso que está mal. En ambos, el sonido que los caracterizó en los '80 y que definió al post punk, renace actual sin perder un ápice su capacidad de sugestión y encanto. Y cuando su música se apodera de un escenario, el tiempo toma la precaución de hacerse a un lado.
Anoche el show empezó puntual. Puntualísimo. Cuando los músicos se acomodaban sus instrumentos, saqué el celular del bolsillo para sacar alguna foto que grafique este post y el reloj cambiaba de 20:59 a 21:00hs. Empezaron con “Albatross” del fundamental “Metal box”. Lydon se burla de Malcom McLaren. No se olvida, sigue siendo el mismo. La banda suena bien, crea atmósferas oscuras a fuerza de guitarras etéreas y el pulso de las bases obliga al cuello a provocar un cabeceo constante y sistemático. Pero es con los temas nuevos en donde esta versión de PIL se siente más a gusto y suena más aguerrida, como en el doblete “Double trouble” y “Know now”. La versión actual de la banda incluye dos miembros que pasaron por alguna de las encarnaciones de los '80: el baterista Bruce Smith y un guitarrista con pinta de granjero desarreglado: el ex The Damned Lu Edmonds. El cuarteto lo completa Scott Firth, un bajista sesionista, de origen jazzero pero que tiene como antecedente haber formado parte de la backing band de las Spice Girls.
Fue con “This is not a love song” que el público empezó a participar con coros y sería algo que no se detendría jamás. En medio de la pista, algunos hacían lugar para el pogo, al tiempo que le gritaban a John para que comparta el vino que tenía encanutado en el fondo del escenario y al que cada tanto le dedicaba un trago. Y los ritmos disco trajeron los primeros pasos de baile. Esta vez, a diferencia del histórico show en Obras en los tempranos '90, no hubo escupitajos ni petardo, todo transcurrió con normalidad.
El setlist combinó con habilidad temas nuevos (en una proporción alta para una banda de tanto recorrido, por lo general se apela a un par de temas nuevos y apostar a los seguro) como “The one” y “Corporate”, con clásicos como “Death disco”, en donde la guitarra se aunó con las gargantas para que Lydon pudiese concretar su terapia de gritos con la que pretende saldar la muerte de su madre. Y en ese contexto de comunión entre público y banda, “The body” fue una fiesta.
Si con “Deep water” Lydon se propuso describir musicalmente el bálsamo que resultan sus paseos aguas afuera con su yate, lo consiguió a todas luces. En tiempos en los que el medio rockero local se encuentra en la picota, con denuncias de abusos y declaracaciones tan absurdas como dañinas, con “Religion” Lydon le devolve al rock el lugar de acusador. Y si de condenar abusos e injusticias se trata, el cierre con “Rise” no pudo ser más adecuado. La ira es energía, sí. Y Lydon lo sabe más que nadie.
Quedaron unos bises de regalo. “Public enemy” para el PIL más punk en términos sonoros, y el dueto con el que viene cerrando todos los conciertos de la gira:”Open up” (el tema de Leftfield con el que colaborara en la grabación) y “Shoom”, tema que también cierra el último disco de la banda.
Día de semana, salí rápido y se me fue un 42. Quería ver el partido de basquet, así que invertí en un taxi. Aunque pensándolo bien me podría haber llevado una bolsa de dormir al Vorterix; el sábado allí mismo toca Television, y el jueves que viene Octafonic presenta su segundo disco. Después les cuento, obvio.




viernes, 5 de agosto de 2016

Martín Rodriguez y Darío Jalfin en el Centro Cultural Kirchner - Ciclo "En la Cúpula"

En los últimos años el rock local sufrió dos pérdidas irreparables: la de Luis Alberto Spinetta y la de Gustavo Cerati. No viene al caso convertir este posteo en una vindicación de semejantes artistas (innecesaria, por otra parte), sino simplemente necesito empezar citándolos, porque a la hora de contar el concierto de ayer en el Centro Cultural Kirchner, necesariamente tienen que ser el punto referencial de partida.
El ciclo En la Cupula, curado por Tweety Gonzalez, se aboca a darle el espacio a un montón de artistas nuevos (y no tanto) que el circuito comercial les retacea. Es muy dificil componer una lógica entre la cantidad de espacios culturales cerrados en los últimos tiempos (tanto por cuestiones económicas como amparados bajo absurdos burocráticos) y este ciclo, que en su esencia mantiene el espíritu que uno percibía en el Centro Cultural antes del cambio de administración. Lo cierto es que el ciclo existe y uno no puede hacer otra cosa que celebrarlo. Y en mi caso particular, disfrutarlo en vivo.
Ya había estado en la presentación del ciclo con los shows de Audia Valdez y Zero Kill, y ayer concurrí especialmente para ver la performance en vivo de Martin Rodriguez, cuyo disco homónimo (publicado por Twitin Records) fue una de las gratas sorpresas que entregó el 2016.
Pero la noche no estaba dedicada a él en exclusiva, así que no puedo dejar pasar por alto la apertura a cargo de Darío Jalfin, quien presentó su nuevo álbum “La ilusión”. Acompañado de Los Alquimistas, el pianista y cantante mostró un compilado de canciones que se sostienen en melodías de una belleza que exigen a los sentidos para su disfrute completo, y arreglos cuidados que son un compendio de sonidos delicados y arreglos preciosos(que incluyen cello, flauta y clarinete) que visten las canciones llevándolas al terreno de un jazz suave, al que resulta imposible no emparentar (y en eso el piano de Jalfin es fundamental) con el primer Spinetta Jade.
El show contó con invitados, como la violista Christine Brebes y la voz de Loli Molina para una versión de “Dulce condena” y más tarde María Ezquiaga (la pareja de Darío, con quien grabara “Entre los dos” hace un par de años) en “Deja”. A mi juicio el momento el mejor momento del set fue la versión musicalizada del poema “Everness” de Jorge Luis Borges, cuya inclusión en el disco fue vetada por la inquebrantable María Kodama. Hubo citas a Luis A. Spinetta (A Starosta el idiota) y hasta un estreno, para terminar con “La Balsa”, cierre que redondea con Nebbia otra de las referencias inevitables a la hora de hablar de la música de Darío.
Después sí llegó el turno de Martín Rodriguez, en formato trío, acompañado por Alejandro Castellani en batería y Mauro Toro en bajo. Para los que no escucharon la música de Martín, resultará imposible percibir la diferencia entre el cuidado sonido del trío en el disco y el expansivo alcance del grupo en vivo. Ya la apertura con “Señal azul”, da la pauta de una crudeza que en el disco aparece más medida. Y si antes con Jalfin la referencia spinetteana venía por el lado de Jade, acá la referencia se va corriendo desde el final de la etapa solista de Luis hasta Los Socios del Desierto (y en esto el formato del trío en vivo ayuda mucho). Están muy claras las influencias y el gran mérito de Martin reside en que eso no suele forzado, y que el acercamiento, además de honesto sea el punto de partida para construir canciones que encantan por sus propias virtudes. “Corré, vení”, “Siempre así” y “Para ver” son ejemplos de melodías de una belleza y cuidado estético que seducen a primera escucha, y encadenadas en el show convencen al más desprevenido de que está frente a algo grande.
Días atrás Martín tuvo la delicadeza de venir a cantar en vivo a mi programa radial de covers, y allí con su guitarra acústica pasó por la chansón francesa, el tango, el folklore latinamericano, además de por supuesto el rock al que solemos etiquetar como “nacional”. Anoche salió de ese molde a la hora de versionar temas ajenos, y sorprendió con un “Across the universe” convertida en un funk rockerísimo en donde el trío alcanzó momentos dignos de Divididos. Después con Jalfin como invitado, volvió a su tono con “Iluminante”. (Dato ad hoc, el arreglo de cuerdas original estuvo a cargo de Carlos Villavicencio, el mismo de alguna orquestación en "Los ojos").
Para el final quedaron el impecable “Si abres oiras”, primer tema del disco y tal vez el más logrado y entrador, y “Salto al vacío”, otra inocultable cita spinetteana que se resuelve en un estribillo que cita a la otra gran influencia de Martín: Gustavo Cerati. Allí más que influencias que convergen, lo que uno halla es la continudad de una línea compositiva que felizmente Martín se muestra decidido a continuar. Gran versión, con descarga emocional incluida, a la hora de recordar a su padre
“Saga (Dragón)” quedó para el cierre, otro rítmico momento de la noche en el tema con más de Cerati del álbum. Y si bien algunos nos quedamos con la idea de escuchar una canción más, los rígidos horarios del CCK primaron. No hubo bis, y sí aparecieron las amables sugerencias a desalojar la sala con ritmo. Lástima, porque después de dos horas de disfrute musical, sentado en el piso de madera de ese ámbito hermoso, la noche merecía un final más relajado.
El ciclo continua el próximo jueves 11 con Proyecto Gomez Casa y Ulises Butrón. Yo que ustedes, lo estaría agendando.