miércoles, 24 de abril de 2013

Television en el Teatro Vorterix

    Stephen Malkmus acaba de grabar junto a un puñado de amigos su versión de “Eye Bamyasi”, el disco que Can grabara en 1972. Qué tiene que ver este dato con el show de Television anoche en el Teatro Vorterix? Mas allá de que basta escuchar “No more shoes”, en “Face the truth” (el disco de Malkmus de 2005) para comprobar el grado de influencia que tiene Verlaine sobre el fundador de Pavement (y que bien serviría como excusa para trazar infinidad de lineas que crucen discos y artistas); se m
e ocurrió citarlo porque aquel álbum de los alemanes acaso sea junto a “Marquee moon” uno de esos trabajos emblemáticos que a pesar de los años siguen estando un paso adelante de la mayoría de música que se edita por estos días.
    Entré al teatro cuando Sol Pereyra, la mexicana compañera de Julieta Venegas, estaba terminando su set. El público la despedía con un aplauso apenas respetuoso y yo, que ni siquiera sabía que había telonero, me fui a buscar algo de cerveza y procurar un lugar más o menos cómodo. Se preveía que el Vorterix iba a estar lleno, la ventilación del lugar es más que insuficiente, y la idea era colocarse a salvo de esos concurrentes que no hacen otra cosa que recorrer la pista entre la gente como si estuvieran en los pasillos de las combinaciones del subte. De esas dos pretensiones lo único que conseguí fue la cerveza.
    La expectativa era grande, Television acá (especialmente acá) es más una banda de culto que otra cosa, pero quienes sostenemos ese culto lo hacemos con absoluta devoción. Que haya que haber esperado tantos años para tenerlos frente a frente hizo que nos privemos del lujo de ver a Richard Lloyd sobre el escenario, pero considerando que el establecimiento de Jimmy Rip en el país fue lo que probablemente haya posibilitado esta chance, no había mucho para lamentar. Por otra parte el ladero de Verlaine tiene años trabajando a su lado, y el mismo lider de la banda resalta que la química entre ambos lo hace un digno ocupante del puesto.
    Abrieron el show con “Prove it”, con la voz de Verlaine un tanto baja (aspecto que se fue corrigiendo a lo largo del show) y a partir de allí redondearon un show inolvidable. En casi 40 años de carrera Televisión editó apenas tres discos; aún así la banda en vivo rinde culto a su pasado pero se muestra activa y vigente. Por eso además de citar a “Adventure” (1978), “Televisión” (1992) y desde ya “Marquee moon”(1977), pudimos escuchar temas de lo que alguna vez podrá llegar a ser su cuarto trabajo. Aunque a decir verdad, con Television sobre el escenario, el setlist es lo de menos. Cada tema es una excusa para el despliegue de dos guitarras que recorren estilos, juegan con los sonidos, dialogan entre efectos y construyen un clima que va del hipnotismo a la fascinación, pasando por la psicodelia, dejando rastros de virtuosismo y no abandonando jamás la impronta rockera que las moviliza.
    Television permite que entre su público pueda haber tantas remeras de los Stooges como de Robert Fripp, y que ninguno vaya a sentirse sapo de otro pozo. La voz nasal de Verlaine y por momentos su manera casi recitada de cantar, lo pone a mitad de camino entre Lou Reed y Johnny Lydon. Y aunque la poética intrincada de Verlaine es uno de los grandes atributos de Television, en vivo lo que prima es el sonido de un tandem de guitaras inigualable. No quiero desmerecer el trabajo de Fred Smith en el bajo, ni de Billy Ficca en la batería, pero a las cosas hay que decirlas como son, y el vuelo llega a fuerza de slides, “noise”, escalas enrevesadas y notas sostenidas en el espacio y el tiempo. “El rock es inconciencia, audacia, transgresión y muchas veces tambien es musica. Amigos el rock es muchas veces producto del azar o de algunos hechos fortuitos que hace que seres que serian incapaces de usar un abrelata lleguen al exito ” ha dicho alguna vez Peter Capusotto. Mas allá del chiste, pensaba que tal vez la primera parte de esa frase resultaba una buena definición para la música de Television, mientras descubría al mismísimo Capusotto (Diego, no Peter; su versión "seria" más cercana a la sección “y sus videos” del programa, que a los hilarantes personajes que compone) disfrutando del show en la parte alta del teatro.
    “1880 or so”, “The fire”, “Glory” fueron las encargadas de sumergirnos lentamente en clima mientras escuchábamos los sonidos que nos resultaban más reconocibles. En “Choppy chunga” el vecino Rip nos invitó a repetir el coro, en “Little Johnny jewel” dijo presente la versión más jazzera de la banda, mientras que “Venus” fue una especie de regalo entre tanto clásico ignorado anoche. El coreado y extenso “Marquee moon” (hay veces en donde ciertos acompañamientos del público restan más de lo que suman, hay guitarras que hablan por sí solas y esto no era, dicho con todo respeto, “Ji,ji,ji” muchachos) dio por terminado el concierto. Aunque hubo un regreso, y el cover de Count Five “Psychotic reaction” nos despidió de Television en una versión cruda y garagera. Nos quedamos un rato largo esperando por algo más, un tanto absortos por el descomunal show que habíamos presenciado y otro tanto porque guardábamos esperanzas de llevarnos algo más. Estábamos conformes sí, pero escuchar “Friction” no hubiese estado nada mal. O “Call Mr. Lee”, así yo citaba (como tenía pensado) al gran Arthur Lee y tendía un puente musical imaginario entre los '60 y los '70, pero no pudo ser.
    Me fui con la convicción de que será muy dificil que el año nos depare un show que pueda superar al de Television anoche en el Vorterix (así como creo que no será fácil encontrar un disco más lindo en 2013 que “The messenger” de Johnny Marr). Y me fui pensando además en el carácter atemporal del concierto, porque no es muy común que una banda clásica como Television, nacida en el CBGB en pleno corazón de Nueva York y de los '70, consiga no solo mostrarse actual, sino que todavía sea capaz de sonar innovadora. Un auténtico salto al pasado y al futuro al mismo tiempo. Ya en casa el cable me mostraba otra versión de los '70 en un viejo capítulo de “That 70's show”. No sé bien qué tendrá que ver esto con el concierto, pero Mila Kunis está más buena que un pan con manteca espolvoreado con Nesquik.

sábado, 13 de abril de 2013

The Cure en River Plate


            “Say goodbye on a like that is, if it's the last thing we ever do”. No, este tema no sonó, pero bien habría valido como una despedida serena para una noche que las más de 40 mil personas que estuvimos en el estadio más lindo de la Argentina no vamos a olvidar jamás. Noche fría y  mágica.  Noche que cayó lenta con una expectativa mayúscula y que consiguió que cualquier previsión se haya quedado corta. Noche que terminó potente y bien arriba, pero que había transitado caminos oscuros, bien oscuros y densos, con algunas gotas de luz amigable casi como bálsamos brillantes entre tanta nebulosa gótica. “See you again” dice un intacto Robert Smith, que sin muestra alguna del desgaste de casi tres horas y media de show, nos despide con una frase para la cual ya estamos contando los días para que se concrete.
            Los viernes en Buenos Aires son imposibles. Atravesar la ciudad me llevó dos horas arriba del 15, intentando dormitar mientras dos nerds hablaban sobre vaya a saber qué complemento, una chica usaba el colectivo de oficina para pelearse con un proveedor, y un veterinario le recomendaba omeprazol a un perro que reaccionaba con vómitos a una dieta blanda. Ya en Libertador me hice de los imprescindibles Halls, y entré con relativa comodidad a un estadio todavía tranquilo. En la San Martin un hombre con sombrero exhibía orgulloso el afiche callejero del show de The Cure en Ferro, allá por el '87, y la gente se sacaba fotos junto al tipo que tuvo sus cinco minutos de celebridad. Previendo una noche larga, yo aproveché para pasar por un baño a oscuras (Passarella, la puta que te parió).
Puntualmente a las 20 hs salieron a tocar los Utopians frente a un público que los recibió apenas con curiosidad. El viento conspiró contra el sonido de una banda a la que vi sonar muy poderosa otras veces y que sin embargo ayer no logró del todo plasmar ese efecto. Barbie tiene carisma, “Trastornados” es un disco más que interesante, pero (al menos desde donde yo estaba) el sonido definitivamente no llegó como debía. Por ese motivo no voy a hacer mayores comentarios, solo decir que le pusieron garra, que se los notó emocionados por la oportunidad de telonear a The Cure (más tarde Robert Smith se les aparecería en su camarín con un champagne como ofrenda), y que River no es precisamente el garage para que se luzcan como deben. Ya sea si se quedaron con ganas de más o si les quedó alguna duda, vayan la madrugada del viernes que viene a Crobar y después me cuentan.
            La cantidad de gente que llegó sobre la hora obligó a demorar unos minutos el show que estaba a punto como para arrancar a la hora indicada (21hs), y cuando se apagaron las luces nadie podía ocultar la ansiedad que se respiraba en el estadio. Si hay un tag que jamás uno puede incluir a la hora de catalogar la música de The Cure, ese es euforia. Sin embargo las ganas de muchos estaban cerca de esa sensación, a la que Robert Smith y los suyos se encargaron de apagar con una triada inicial salida de “Disintegration”: “Plainsong”, “Pictures of you” y “Lullaby”. “High” mantuvo el clima, que recién se rompió cuando el bajo de Simon Gallup empezó a golpearnos los pechos en “The end of the world.
            Cuando The Cure llegó a la Argentina por primera vez en 1987 el desorden superó a una organización caótica. Aquel show en Ferro convenció a los productores de que si querían organizar eventos masivos, debían ser profesionales. No sé si alcanzaron a serlo del todo, pero al menos se acercaron más. Se vivía a destiempo. Recuerdo a Siouxsie sorprendida por los escupitajos del público en Obras, porque por ese entonces los otrora punks londinenes solo escupían cuando expulsaban el enjuague bucal. Aquellos primeros años de democracia fueron testigos de un necesario y saludable libertinaje, y entre las costas de esa época quedó la reticencia de Robert Smith a volver al país. Pero nada es eterno, y allí estábamos en la noche de Nuñez todos, público y artistas, saldando aquella deuda.
            Contar más de tres horas de concierto puede volverse tan aburrido como inútil. El repaso de la lista de temas da cuenta de que The Cure privilegió la parte más oscura de su obra, y que decidió interrumpir el “tormento” con temas adorables como “Lovesong”, o al ponernos a bailar con “The walk” y “Mint car”. Las canciones se sucedieron como una unidad asombrosa, y aún en los momentos de ruptura, formaron vínculos en pequeñas sociedades, como en las naturalmente hermanadas “In between days” y “Just like heaven”. En “From the edge of the deep green sea” Reeves Gabrels dio las primeras muestras de que su participación significaría mucho más que un lujo decorativo, cosa que confirmaría en “Wrong number”, single del '97 en el cual participó de la grabación original.
            Robert Smith apenas se limitó a saludar, casi no hubo diálogo con un público hipnotizado que fue literalmente abducido por los climas que provenían del escenario. Hubo atisbos de cantos entre tema y tema, algún estribillo coreado, pero la postal fue la de una marea humana con la vista fija e incrédula sobre el escenario. Faltando una hora para que termine el viernes, The Cure nos recordó que “Friday I'm  in love”, y más adelante tocarían el tema que le da nombre a mi blog de cuentos (al que tengo bastante abandonado, por cierto): “Fascination street”; así que mi ego lo asume como un pequeño gesto personal. “Charlotte somethings” sonó como una caricia áspera y por supuesto que también nos deleitamos con el espejismo de “A forest”; momento que 26 años atrás había sido culminante, al menos en la memoria de quienes entre perros policías muertos, botellas partidas, corridas y garrotes, recuerdan que en esas noches también hubo música en Caballito. Si faltaba algo, el mejor momento de todo el show llegó con “One hundred years” y las guitarras de Smith y Gabrels en un duelo sonoro que me ayudó a encontrar los adjetivos exactos para describir la reacción de todos: pasmados y perplejos. Cuando un prolongado acople quedó sonando como despedida al final de “Disintegration”, el círculo de la primera y larga parte del concierto se cerró a la perfección. Todos sabíamos que había más, pero si la cosa hubiese terminado allí, nadie se hubiese atrevido a reclamar nada.
            Uno sabía que tenían que llegar los hits más fiesteros (???), pero The Cure todavía no estaba dispuesto a explotar. Así que al regreso hicieron un miniset exclusivo con “Kiss me, kiss me, kiss me”: “The kiss” (con un sonoro beso de Robert de regalo), “If only tonight we could sleep” y “Fight”. Otra vez la fotografía de un encantamiento masivo. Todos subyugados sentíamos una guerra interna entre las ganas de saltar un poco y la voluntad de permanecer en el estado de suspensión al que nos elevaba la música. Cuando la banda se volvió a retirar unos pocos se acomodaban hacia las bocas de salida, pero nadie quería perderse el final.
            Y por fin llegó el poderoso cierre, que aunque tuvo un prolegómeno calmo con “Dressing up” (el “I could eat your face, I could eat all of you…Oh! This night will never let me go” sonó como una propuesta de compromiso eterno con nosotros, con la noche, con Buenos Aires toda), a partir de los maullidos guitarreros de “Love cats” comenzó de cargar de energía a la gente hasta el estallido final. En “Close to me” el sueño del encierro fue apagado a fuerza de las palmas rítmicas, “Hot, hot, hot”, valga la redundancia, levantó la temperatura. Para “Let’s got to bed” estábamos todos cantando y bailando, y si le repetimos a obert Smith aquello de “Everything you do is simply delicate, everything you do is quite angelicate, why can't I be you?” fue porque de verdad teníamos ganas de serlo. Después The Cure volvió a sus orígenes post punk, “Boy’s don’t cry” fue como la señal para viajar en el tiempo, y en “10:15 Saturday night” por primera vez el pogo ganó a parte del apretujado campo, con la guitarra de Gabrels como disparador. No por obvio el final definitivo no dejó de ser ideal, y en “Killing an arab” nadie pensó en el existencialismo ni en Camus, sino que cada uno se dedicó a gastar las últimas energías que le quedaban mientras la madrugada cada vez más fría parecía tomarse un descanso.
            El “see you again” que dejó Robert Smith como despedida promete que el tiempo de espera para el reencuentro no será tan prolongado. Guardo esa frase esperanzado, porque mientras salgo caminando por Quinteros una parte de mí continúa extasiada, mientras que mi lado más riguroso y exigente comienza a elaborar una lista interminable de pendientes, que incluye en primer lugar a “Bloodflowers”, “Shake dog shake” y “The hanging garden”. A mi lado veo más peladas que crestas, más camperas que sobretodos, y más ojeras que ojos delineados. Todos avanzamos pausado con unos pies a los cuales aún les cuesta reencontrarse con el suelo, mientras una voz etérea nos zumba en los oídos :“sleep sweet child, the moon will change your mind”.
           

Este dato nunca lo incluí en las crónicas, pero lo prolongado de la lista me lleva en esta oportunidad a hacer una excepción. El setlist completo de The Cure anoche:
Primer parte: 1) Plainsong 2) Pictures of you 3) Lullaby 4) High 5) The end of the world 6) Lovesong 7) Push 8) In between days 9) Just like heaven 10) From the edge of the deep green sea 11) Sleep when I’m dead 12) Play for today 13) A forest 14) Primary 15) Bananafishbones 16) Charlotte somethings 17) The walk 18) Mint car 19) Friday I’m in love 20) Doing the unstuck 21) Trust 22) Want 23) Fascination street 24) The hubgry ghost 25) Wrong number 26) One hundred years 27) Disintegration

Mini set: 28) The kiss 29) If only tonight we could sleep 30) Fight

Cierre: 31) Dressing up 32) The lovecats 33) The caterpillar 24) Close to me 35) Hot, hot, hot!!! 36) Let’s go to bed 37) Why can’t I be you 38) Boys don’t cry 39) 10:15 Saturday naught 49) Killing an arab

domingo, 7 de abril de 2013

Regina Spektor en GEBA




Desde el primer momento en que supe que Regina Spektor volvía al país tuve dos certezas: que GEBA no era el lugar indicado para una presentación suya, y que aún a pesar de eso, no me la iba a perder por nada del mundo. Bien, para empezar cuento entonces que anoche certifiqué esas convicciones iniciales: yo estaba presente en el concierto de Regina, y GEBA resultaba un lugar incómodo para gozar en plenitud de la música de la moscovita, adoptada y moldeada por Nueva York. Empiezo entonces por el lugar. La música de Regina Spektor es poseedora de una calidez que exige que su mayor posibilidad de goce se concrete en la intimidad. El motivo por el cual se eligió un estadio, aún de dimensiones moderadas, para montar su show de regreso al país resulta inexplicable. Por otra parte los precios de las entradas se condecían con lo de un teatro, con lo cual ni siquiera se obtenía un beneficio económico para el público.  Y encima de todo el frio que se levantó ni bien el sol abandonó al sábado porteño no hizo otra cosa que sumar cierta incomodidad al evento. Promotoras de cigarrillos sin olor (????), unos puestos de hamburguesas y papas que facturaron bastante aprovechando la gente destemplada (la última vez que estuve en GEBA tocaba Morrissey y si alguien tiraba una hamburguesa en la parrilla nos bombardeaba la OTAN), y el retraso del show, más un insólito corralito para discapacitados colocado en un incómodo y lejano espacio, completaron el ambiente previo.
El concierto de Regina Spektor estaba anunciado para las 21.30hs pero las luces se apagaron quince minutos antes para dar lugar a la presentación de Only Son, muchacho que toca bajo ese nombre, pero que en realidad se llama Jack Dishel. Arrancó solo con una guitarra acústica, pero enseguida sumó los sonidos de su banda a través de un Ipad, que no resultó muy beneficiado por la mezcla, ya que las pistas sonaron apagadas y chatas. De todas formas me convenció, su pasado como guitarrista de The Moldy Peaches (la banda de Adam Green y Kimya Dawson) está presente en sus composiciones, y se fue despedido con cálido aplauso después de realizar un set de media hora, durante la cual se destacaron canciones como “Magic”, “My museum”, y “Long live de future”.
What we saw from the cheap seats” es el nombre del último trabajo de Regina que bien podría valer como título para esta crónica, y explicación a la elección del estadio como sede para el concierto (explicación válida para todos menos para los estoicos y verticales presentes en el sector de campo). Y lo que vimos de entrada fue a Regina Spektor entrar sola al escenario para hacer a capella, apenas golpeteando el ritmo con sus dedos en el micrófono, “Ain’t no cover”. “The sun is setting, the day is done. Good night my lover, good night my son. I shouldn’t bother, he’s eight miles high. Buy I love no other, til the day that I die” desgarra con una voz que entra caliente y entonada al escenario, condición que no abandonará en toda la noche. Y ese tono confesional, autorreferencial a veces, siempre dueño de una enorme belleza poética y melódica, es el que conduce el clima de todo el show. Después entran el cello y la batería, pero será ella la única que pareciera concentrar toda la energía, la única que pareciera estar presente en el escenario , la única que se vuelve el centro y dueña de la noche. Continuará citando discos anteriores (“The calculation” de Far, y “On the radio” de Being to hope), para recién adentrarse en el nuevo álbum con “Small town moon”
Siempre que por diferentes motivos escribo o digo algo acerca de Regina Spektor cito la tapa de “Soviet kitsch”. La primera vista de la rebelde foto que ilustra la tapa de aquel álbum es la que la vuelve irresistible. En un programa de TV, de esos livianos de una media tarde entre semana, la podrían calificar, en términos estrictamente estéticos como dueña de una belleza exótica. Mas allá de la consideración personal que cada uno pueda hacer, yo traslado esa definición a sus melodías. Porque no son sencillas, no son fáciles, no tienen nunca rumbo previsible, y sin embargo (o tal vez por eso) seducen irremediablemente. Aquella imagen rebelde de 2004 tiene algún punto de contacto con la tapa de “What we saw from the cheap seats”, digamos que la nueva es una versión más prolija y madura de aquella, pero en el escenario Regina se muestra decididamente elegante, con un vestido que le jugó una mala pasada con el clima, según confesó. Y precisamente desde aquel disco de 2004 llegó “Ode to divorce”, una ácida letra repleta de dolor y sarcasmo: “I need your money, it will help me. I need you car and I need you love”. Una especie de cinismo forzado que no sabe, o no quiere, ocultar su fragilidad es el tono de cada canción de Regina Spektor, que varía apenas los climas con melodías más intimistas como “How”, “Patrol saints” o “Blue lips”, con otras de belleza más simple y pop, como el caso de “Better” e “Eet”.
Jack Dishel, (u Only son, como prefieran) volvió al escenario para hacer una hermosa “Call them brothers”, un tema compuesto en conjunto con Regina que Jack grabó en su disco “Searchlight”, y a continuación aconteció un momento cumbre del show, con “The prayer of Fracois Villon (Molitva)”, una bellísima  canción del songwritter georgiano Bulat Okudzhava, dedicada al poeta francés autor de “La balada de los ahorcados”. La canción fue interpretada en ruso, y los idiomas volverían a mezclarse con “Don’t leave me (ne me quitte pas)”, entre el francés y el inglés. Quedaron la graciosa e italianísima “Oh Marcello”, “Dance anthem of the 80’s”, “Ballad of a politician” en donde Regina evita el lugar común y se mete más con la intimidad del político y la oscuridad del abandono de sus principios, y  el cierre del concierto con la alegre “The party” de su último disco, con Regina imitando con su boca el sonido de una trompeta.
El frio había seguido ganando a la gente, buena parte de ella sin abrigos, y eso motivó que GEBA se parezca por un momento a la cancha de Boca: gente abandonando sus lugares antes del final del concierto. Sin embargo la mayoría esperamos por algo más, que Regina Spektor (con saquito sobre sus hombros) nos regaló por unos cuantos minutos, tan delicados y sutiles como durante la primera parte de la noche. Primero “Us”, y luego dos de sus canciones más divertidas  y que mueven al tarareo: “Hotel song” y “Fidelity”. Para despedirse definitivamente, quedó sola en el escenario como al principio del concierto, pero esta vez sentada a su piano y una deliciosa interpretación de “Samson”. “You are my sweetest downfall, I love you first” canta Regina Spektor a manera de despedida triunfal. A esa hora yo me había olvidado del clima y del espacio amplio mal elegido para el concierto, porque las distancias se había borrado, y la gran victoria de la artista había consistido precisamente en eso: en volver a ese estadio abierto y helado, en una tibia, íntima y  confortable habitación de otoño. 


jueves, 4 de abril de 2013

Pearl Jam y The Black Keys en Costanera Sur

Hay una escena que no por reiterada no deja de ser emocionante: durante la interpretación de “Black” la banda baja el volumen lentamente, apenas si quedan algunos leves punteos de la guitarra de Mike McCready que llegan a los oídos como despidiéndose, después del “what cant it be mine?” repetido y agónico de una voz desgarrada, y la gente se queda coreando por un par de minutos un fraseo que bien podría volverse eterno. Eddie Vedder mira a su público más austral y brinda bebiendo otro trago de su botella de vino. Ya sucedió antes, es cierto, pero es ahí en donde uno termina de darse cuenta de que Pearl Jam lo hizo de nuevo. Como en 2005 en esos dos Ferro cargados de magia. Como en 2011 en La Plata, cuando el reencuentro nos confirmó que aquello de seis años antes no había sido un sueño, que era concreto y real, y que podía repetirse. Y si esa segunda vez resultó una confirmación de la empatía absoluta de la banda de Seattle con el público rockero argentino, este tercer encuentro resultó una auténtica celebración. En un marco multitudinario y para cerrar un festival que se pretendió el más grande de la historia, y que terminó por ser uno más, aunque no por ello de mérito despreciable.
Yo llegué unas horas antes exclusivamente para ver a The Black Keys. No niego que los relatos que llegan sobre el vivo de The Hives no me entusiasmaban, pero el horario en un día laboral lo volvía imposible. En una ciudad todavía reponiéndose del temporal, y ya de por sí saturada de automóviles, a algún genio se le ocurrió juntar dos eventos de más de cincuenta mil personas con pocas cuadras de distancia. El partido de los bosteros en su cancha, y el festival en lo que supo ser la Ciudad Deportiva de ese club. Eso sumado al barro acumulado transformó el ingreso en bastante engorroso. Claro, lo del barro resulta lógico y nadie puede objetarle nada a los organizadores en ese sentido, pero sí remarco que en varios de los lugares más anegados del predio la iluminación era casi nula. Insólito descuido de gente que a esta altura debería ser un poco más profesional. El otro tema a remarcar es que el Festival de la gaseosa/jarabe pretendió un objetivo altruista en esta edición y lanzó algunas consignas de buen ciudadano ecologista desde las diferentes pantallas del predio. Sin embargo a ninguno de los organizadores se le ocurrió preveer que semejante congestión de gente ameritaba la posibilidad de organizar una colecta para tanto evacuado que tenemos por estos días. Boca sí lo hizo en su estadio, a estos la gaseosa berreta les arruina la única neurona que no se dedica a contar billetes. La cosa es que finalmente entré, y en el escenario 2 estaba tocando Hot Chip. No sonaba feo, pero el horario y las largas colas en los baños públicos me llevaron a ganar tiempo para encontrar una cómoda ubicación frente al escenario principal.
Con unos quince minutos de retraso entraron los Black Keys y desde “Howlin' for you” ( de “Brothers”, el disco de 2010 que los llevara a los primeros planos) hasta la dupla de “Lonely boy” y “I got mine” con las que cerraron su set, sencillamente la rompieron. Si el predio estaba sucio y embarrado, el duo de Patrick Carney y Dan Auerbach (convertido en vivo en cuarteto) llevó ese ambiente al escenario dando una demostración de rock primal, abrasivo y contundente que en vivo se vuelve una verdadera enciclopedia sobre cada uno de lasinfluencias y orígenes más recónditos que pueda encontrar el rock and roll. Cada riff es asesino, cada dejo blusero suena atemporal, cada aullido surge desde la fuerza más elemental. Acá no hay carisma ni poses arrogantes, es energía con los pies bien sobre la tierra, una descarga furiosa que atropella y arrasa. El slide de Auerbach en “Run right back” es un cuchillo que te recorre la médula espinal, “Girl is on my mind” suena como un viejo disco de soul atravesado por la Blues Explosion de Jon Spencer, y “Ten cent pistol” te adormece en un riff letárgico que en vivo gana con su desprolijidad. Sí, desprolijidad. Porque cada nota arañada y cada vez que la garganta se pierde en un grito no hacen más que volver más auténtico y convincente el sonido de una banda que funciona a tracción a sangre, y que rinde culto al sonido valvular de los garages. Casi no hay diálogo con el público, parte del cual celebró los temas más conocidos, pero que también incluyó a muchísimos que los veían apenas como una curiosidad que demoraba la llegada de Pearl Jam. Y estoy seguro que no hubo nadie que haya salido anoche de Costanera Sur que no se haya convencido de que The Black Keys es una banda que merece muchísima más atención de la que le dispensaba hasta ayer. No hubo pausa: el comienzo de “Little black submarines” fue apenas una brisa que en seguida se conviertió en electricidad pura. Incluso cuando quedaron Carney y Auerbach solos fueron demoledores. En la formación que más los iguala con la sombra de White Stripes (pero con baterista de verdad y no de juguete) no dejan de erizar los pelos de cuanto tipo tengan enfrente. Y el que tenga dudas que se le atreva al riff saturado de “Money maker” y después me cuenta.
Las dos bandas principales tocaron en el escenario 1, con lo cual se evitó el traslado del público por las lagunas de barro, pero motivó que la espera para ver a Pearl Jam se prolongue unos cuantos minutos durante los cuales se pudieron ver por las pantallas algunos celebrados sketches de Peter Capusotto (La Concha de Rolando y esa vagina asomando de un jogging cantando “Arde la ciudad” se llevó todas las carcajadas), y una especie de propuesta/consigna de la organización animando a la gente con un “Juntos podemos cambiar la realidad”. A continuación preguntaban “Y vos qué harías para cambiar el mundo?”, y se escuchaban varias respuestas que no pasaron de “hacer la música que me gusta” o “dejar de tirar papeles en el piso”. Nadie le pide a los chicos que se propongan una campaña en Sierra Maestra, pero la verdad que le podrían poner un poco más de sal a respuestas que parecen obviedades salidas de boca de una modelo en un concurso de belleza. Por otra parte la vista que dejaba la calle España a la salida daba cuenta de que eso de no tirar papeles al piso no prendió mucho que digamos.
Después sí llegó Pearl Jam que al igual que en La Plata año y medio atrás eligió a “Release” para abrir el concierto. Comienzo calmo pero que funciona como una especie de hechizo que termina de concretarse en el riff de “Even flow”. De entrada nomás grandes dosis de dos de los mayores atributos del grupo: la garganta de Vedder que entra caliente y a punto al escenario, y el solo interminable de McCready que prolonga a “Even flow” hasta que llega la furia punk de “Lukin”. Pero remitirse a la lista de temas es un detalle menor en este caso; con Pearl Jam en Buenos Aires lo que valen son las emociones. La manera en que la banda y su público congenian y se engrandecen mutuamente. No importa que hayan pasados dos o seis años, porque incluso funcionó así la primera vez: Pearl Jam es como esos amigos lejanos que ni bien descorchada la primera botella de vino, se borran los rastros del tiempo y la distancia. Siempre fue así, siempre lo será. Es comunión, complicidad entrañable y (ya usé esta palabra, pero vale la reiteración) celebración.
Me acuerdo que cuando terminó el show en La Plata me dije que Pearl Jam es peronismo. Si bien luego leí varias opiniones de tono similar, y que más allá de que las iniciales PJ son todo un símbolo, aquella sentencia vino de la mano de una declaración de Eddie Vedder refieriéndose a las voces de su público argentino como “música maravillosa”. La adoración es tan intuitiva como inexplicable y visceral. Hay códigos y momentos en donde la mística florece y convierte a cada minuto del show en entrega pasional. “Jeremy” por ejemplo, cuya dosis de dramatismo suicida queda desdibujado por una devolución absoluta por parte de la gente. Que acompaña con palmas en “Corduroy”, que canta a más no poder con “Better man” y que acepta el “Está bien” del estribillo en español de “Daughter” como si el despropósito de la improvisación tuviera sentido alguno. Ramones es una palabra clave en la relación público-artistas, el espíritu de Baco en la botella vacía al borde del escenario es otro de los símbolos de la hermandad.
Similitudes y diferencias: la masividad del show y lo abierto del espacio en donde se realizó el festival le quitó algo de la dosis de intimidad que tuvieron los anteriores pasos por el país, aún cuando se realizaron en estadios. El impacto del componente emocional entonces no llegó nunca a ser el mismo, a pesar de que sigue siendo el condimento más destacable de los shows de Pearl Jam en Argentina. A favor de la noche de ayer queda un sonido impecable que se contrapuso con aquel saturado y grave de los shows en La Plata. Sin material nuevo la lista fue similar a la última vez que vinieron, y por otra parte Pearl Jam sigue sosteniendo los climas de sus conciertos en los mismos pilares, muchos de los cuales en este caso sonaron en el prolongado set de bises: “Do the evolution” a la hora de la energía, “I believe in miracles” y “Rockin' in the free world” a la hora de los homenajes y los covers, y “Alive” como grito liberador. Pero más allá de todo el condimento extra que la relación del grupo y el público local tiene, Pearl Jam es una poderosa banda de rock con un repertorio infalible. No digo nada nuevo, pero esos argumentos pagan, y mucho.
Quedará como postal la imagen de Eddie Vedder y su largavista observando la interminable continuidad de las más de cincuenta mil cabezas que poblaban la Costanera Sur. Y la dedicatoria a Fabricio Oberto, uno de sus más enfervorizados y famosos fans locales, cuyo paso por la popular NBA le permitió hacerse acreedor de semajante cumplido.
Otra vez quedó para el final “Yellow ledbetter” y un “I don't wanna stay” tan metiroso en boca de Vedder como en las gargantas que lo replicaban. Era tarde, si bien el clima había dado una tregua, todo el mundo sintió el peso de unas jornadas complicadas. Por eso tal vez la gente se retiró mansa sin cantar el infaltable “una más y no queremos más”. Mientras caminaba por España esquivando el barro y los vendedores ambulantes, yo me fui abrazado a la felicidad infinita del reencuentro con Pearl Jam, y con la necesidad imperiosa de que mañana mismo comience el operativo de regreso de The Black Keys. Buenos síntomas que me preparan para unos días musicalmente agitados.