domingo, 23 de febrero de 2014

The Bad Plus en La Usina del Arte

                 Confieso que estuve a punto de cometer un pecado imperdonable: ahorrarme noventa pesos y no ir a ver el show de The Bad Plus en la Boca. Pero por suerte los que cometieron el pecado fueron muchos más de los que nos arrepentimos a último momento, así que casi sobre la hora me hice de tickets para ver al trío originario de Minnesota.  En primer lugar, y esto para quienes me conocen no es novedad, empiezo por  decir que no tengo la menor simpatía con la alcaldía del Ingeniero Macri en Buenos Aires. Pero si todos estos años de calles rotas, engendros viales, hospitales abandonados, aulas containers y escuchas telefónicas tienen que encontrar una compensación, el espacio creado en una vieja usina en la Boca, llamado La Usina del Arte, probablemente sea el mejor de los contrapesos. Un concepto moderno, un lugar cómodo en extremo, y una sala de conciertos para alrededor de unas mil personas, en la que uno se siente en otro planeta. Yo ya había estado allí cuando Josep Roca inauguró la semana de la cocina catalana en Buenos Aires, y esta vez, ya dentro del recinto, sentí que no había mejor sala para disfrutar de la noche que se venía. El escenario dispuesto en forma circular, permitió que además de la platea al frente, algunas personas puedan ubicarse en los laterales e incluso atrás del escenario, lo que le otorgó al concierto un ambiente de cálida intimidad.
                El encargado de abrir la noche fue Marco Sanguinetti, quien desde su piano y acompañado por Jerónimo Carmona en contrabajo, Fermín Merlo en batería y DJ Migma en bandeja de vinilos, presentó temas de su cuarto trabajo titulado “8”. Como el mismo Marco lo definió, su propuesta se trata de una música de impronta porteña, integradora de estilos que evocan el carácter cosmopolita de la ciudad, y que resultó un agradable aperitivo. No hay solos, los temas son melodías que disparan sonidos y climas reconocibles, y que por momentos a mí me dejó la sensación de música incidental. Si yo fuera director de cine prestaría atención al cuarteto de Sanguinetti, quien además del piano tocó armonio, se mostró nervioso cuando le tocó hablar y presentarse, y maravillado de poder tocar en ese hermoso escenario. En el cierre hicieron en continuado “Brain damage” y “Ecplise”, el final de “The dark side of the moon”.
                Si Marco Sanguinetti había sido el primer aplaudido de la noche, el segundo turno le tocó al afinador del Steinway de Ethan Iverson, quien hizo su trabajo frente al público que esperaba el inicio del show. Después sí entraron los músicos y dieron comienzo al concierto con “Pound for pound”, tema que también inaugura “Made possible” (2012), el último trabajo del trío, excusa para la presentación de anoche.  Siguieron con “Wolf out”, composición de Dave King, a la que le continuó la primera exposición de Reid Anderson, presentando en español a los músicos, los temas y anunciando una nueva composición de Iverson, llamada “Mr. Now”. La placidez del comienzo, provocada por la melodía suave y repetida de “Pound for pund” (que se intensifica y vuelve a la calma inicial), contrastó con la intensidad de “Wolf out”, y en ese tipo de contraste es que The Bad Plus construye el clima del concierto. De lo relajado a lo visceral, con cortes, quiebres y crescendos, haciendo gala de su ductilidad como músicos, pero sin caer jamás en excesos pretenciosos ni virtuosismos exagerados.  Incluso cuando Dave King cierra “Mr. Now” con lucimiento individual, nada suena forzado ni mucho menos.
                Siguieron dos temas de “Prog”, el trabajo de 2007. Primero el celebrado “Thrifstore jewerly”, con el piano de Iverson que de pronto se vuelve rioplatense, y “Giant”, en donde ese mismo piano construye una melodía que se vuelve épica sobre el loop hipnótico del bajo de Anderson. Y otra vez a “Made possible”, con "I want to feel good Pt. 2", y una batería vertiginosa que anticipa a un Iverson frenético que en el devenir del tema de pronto pareciera estar tocando standards, yendo y viniendo a contramano sobre ese pulso inicial.  Al final del tema Reid Anderson pide disculpas por un problema en el retorno de su instrumento, y luego de improvisar cantando una canción sobre el incidente, y cuando la solución se demoraba en llegar, provocó carcajadas con un insólito “bueno, igual el contrabajo no es muy importante”.
                En “Re-elect that” Ethan Iverson maravilla, y después deja espacio a breves momentos de lucimiento personal de Anderson y King. Y en “Seven minute mind” el trío se monta sobre un impulso rockero, aquel de sus comienzos, cuando se destacaron por sus particulares versiones de clásicos del pop y el rock. En este caso el show se basó (al menos en su cuerpo principal) en todos temas propios, manteniendo el espíritu de “Never stop” y “Made possible”, sus dos últimos trabajos, dueños íntegramente de esa característica. Cortes y contrapuntos hicieron del tema un momento fascinante, en lo que a mi juicio es el mejor momento del disco.
Para el final guardaron el prolongado “In stiches”, luego de que Reid Anderson mostrara que le había tomado el gusto, y ensayara una despedida cantada. El tema arranca en tono melancólico, va creciendo en intensidad, adquiere un ritmo alborotado, el piano de pronto se vuelve de fantasía y retorna al comienzo dejando al contrabajo despidiéndose casi en una sutileza tímida, que provocó la ovación, con todo el público de pie, que saludó a los músicos que dejaban el escenario.
                Yo ya había visto a The Bad Plus en vivo, pero en aquella oportunidad vinieron en medio de su proyecto junto a Wendy Lewis, y el despliegue del poderío instrumental del trío lo había podido disfrutar en cuenta gotas. No porque aquel proyecto no valiera la pena ni mucho menos, pero lo cierto es que la esencia y encanto del trío pasa por otro lado. Esta vez sí pude gozarlos en todo su esplendor. Y avasallado por el poderío del grupo y mientras esperaba los bises, me quedé pensando en que es tal la variedad desde donde abordan su música, que hasta la imagen de cada integrante evoca un origen diferente. La seriedad de Iverson con traje y corbata, el look casual de Anderson con la camisa suelta y mangas arremangadas, y los tatuados antebrazos de King, quien además toca con un gorro de lana coronado por un absurdo pompón blanco.
                Volvieron con un meddley que tuvo como eje (casi en un acto de rebeldía para con el floydeano cierre de Sanguinetti) a “Smells like teen spirit”. Después sí se despidieron de manera definitiva,  y yo decidí coronar la noche con un malbec de espíritu toscano, del cual cuando tenga un blog de vinos, tengo un montón de cosas para contarles.
               
                
               

               





sábado, 1 de febrero de 2014

El Cuarteto de Nos en Groove

                Cuando uno vuelve de las vacaciones, y más cuando llega de un paisaje tan placentero y armónico como es la Patagonia norte, pisar la ciudad suele provocar un impacto difícil de asimilar. Aunque en mi caso es cierto que el espíritu urbano nunca me abandona del todo, no por nada la lectura de Vonnegut y los discos de Nacho Vegas me mantuvieron en contacto con mi esencia mientras recorría bosques y lagos del sur. Ahora bien, así como dicen que para meterse en un mar de agua fría la mejor manera de aclimatarse es haciéndolo de manera veloz y repentina, para asumirse en una ciudad húmeda y calurosa, nada mejor para aclimatarse que pasar una noche en Groove. Así que un poco siguiendo esa premisa, y otro poco por el placer que me produce la banda en vivo, casi que recién bajado del avión, rumbeé para Palermo para presenciar el show de El Cuarteto de Nos.
                Los conciertos de verano tienen de por sí una característica particular. Por lo general ninguna banda anda girando con material nuevo, ni con proyectos pretenciosos, sino simplemente los músicos se abocan a shows a los que uno podría llamar, sin desmerecerlos,  demagógicos: listas de hits a medida de un público excitado por el aire veraniego y el ímpetu vacacional. Y el concierto que los uruguayos dieron anoche en Groove no abandonó esta premisa en ningún momento.
                Largaron temprano, alrededor de las nueve, porque a continuación había una fiesta que incluía a los inefables Pibes Chorros. Así que el programa de todos anoche era escuchar, saltar, cantar, tomar impulso y huir rápido del lugar. Y gritar, desde ya. Porque con “El hijo de Hernandez” como apertura, las gargantas fueron exigidas desde el primer estribillo. Y en seguida “Algo mejor que hacer”, cuyas líneas complacientes resultan un canto a la inactividad vacacional y al asueto permanente. Casi como una continuidad conceptual, el “Ya no hacer conmigo” de Raro comenzó a hilvanar una especie de recorrido, que tal vez inconsciente, que se transformó en un relato que a lo largo de la noche glorificó la holgazanería, la indecisión, el inconformismo y la celebración desmedida y sin razón.
                En una pista atiborrada de gente de todas las edades, el pogo se sucedía como pocas veces, y la escena me recordó que habiendo visto a El Cuarteto de Nos en diferentes escenarios, los ambientes reducidos producen una versión de la banda que rescata su carácter más enérgico. Así que aunque Santiago Tavella le bajó un poco el clima a la noche con su “Enamorado tuyo”, “Así soy yo” y “Nada es gratis en la vida” devolvieron al show a su rumbo original. A continuación Roberto Musso quedó solo y sentado hizo “Todos pasan por mi rancho”, mientras parte del público también se sentó en la pista, para estallar el unísono cuando el resto de la banda se sumó para el cierre del tema.
                Cada canción fue cantada por el público a viva voz de manera tan unánime, que en muchas oportunidades las voces taparon a la de los músicos. Tal vez por eso Musso gritó más que otras veces, aunque por momentos también eligió cederle a la gente la voz principal. “Mi lista negra”  y su declaración de principios, el capricho ingenuo e inmaduro de “No te invité a mi cumpleaños” (tan Big Bang Theory….), la ironía de “Lo malo de ser bueno” y “Cuando sea grande”, precedieron a una dupla que tuvo al trabajo como eje: la entrevista laboral de “Breve descripción de mi persona” (con la máquina de escribir en escena), y “Pobre papá” y el disgusto con el peso de las tareas diarias.
                Yo me había ubicado en una de las pasarelas laterales elevadas, con lo cual la visión del despliegue físico del público más exaltado me quedaba en primer plano, y en mi caso aproveché  una leve corriente de aire que me aliviaba un poco. Los chicos parecían muñequitos de goma rebotando adentro de un baño sauna. Cuando “Bipolar” dio comienzo al tramo final del show, más de una chica con presión baja fue atravesando en brazos la pista, en busca de aire y agua. Y eso que anoche no fue precisamente la más calurosa de Enero….Groove en su máxima expresión.
                La lista había sumado muchos hits, así que por descarte resultaba sencillo preanunciar los temas que sonarían como despedida: “Miguel gritar” e “Invierno del ‘92”, primero; y luego de un receso breve, el vengativo  “Buen día, Benito”, y el descontrol absoluto con “Yendo a la casa de Damián”, previo anuncio de un show en el Gran Rex para el 17 de Mayo.  Y aunque la gente pedía espacio para Alvin, el batero, finalmente llegó una caricia de despedida con “Me amo”, vaya a saber si dedicada al público, a ellos mismos, o a todos.
                Confieso que escuché los últimos acordes bien cerca de la puerta, buscando aire por cierto. Pero también movido por el temor de quedar encerrado y terminar rodeado por la fiesta de trasnoche que se venía. A la salida, comida chatarra como para seguir reambientándome al ritmo citadino.