viernes, 13 de diciembre de 2013

Stevie Wonder en el Estadio Velez Sarfield

A fines de los '90 y cuando mi situación económica no me permitía abundancia de recitales y mucho menos de artistas internacionales, mientras hablaba de shows con un amigo que había tenido la posibilidad de verlo en Wembley, recuerdo que me dijo algo así como “hasta que no hayas visto a Wonder en vivo, hacé de cuenta de que no viste nada”. Esa sentencia me quedó tan grabada que jamás la dejé de tener presente y en especial anoche mientras iba en el 4 para Velez. Pero recién cuando caminaba por Barragan a la salida y apresuraba el paso para conseguir un taxi antes de tener mayor competencia en esa empresa, terminé de comprenderla del todo. Porque lo que se vivió anoche fue una celebración extraordinaria de música, de “negritud”, de elevación espiritual y al que cualquier adjetivo exagerado al que uno pueda llegar a acudir, le queda chico.
Llegué al estadio mientras se despedía Fabiana Cantilo (más temprano había tocado también Maria Eva Albistur), y cuando rumbeaba para ingresar al campo trasero, un “gentil” muchacho me ofreció acceder a las plateas bajas. Negociamos un poco el valor de la prebenda, finalmente (y después de confirmar que yo no era hincha de San Lorenzo), accedió a la rebaja y me acompañó hasta la platea sur baja, desde donde tuve una mejor visión. Así que no puedo dejar de agradecer a la gente de La Pandilla, desearles suerte para el domingo y aconsejarles desde este humilde espacio que no malgasten lo recaudado en drogas (???).
Poco después de las nueve y media apareció Stevie Wonder por primera vez en un escenario argentino, bastante más gordo de lo que uno lo recuerda, algo más pelado (aunque con sus largas trenzas inamovibles), una especie de túnica verde y una teclado colgado de sus hombro a lo Pablo Lescano (???). “How sweet it is (to be loved by you)” de Marvin Gaye fue el tema elegido para arrancar, y ya cuando el reggae en tono pop “Master blaster (Jammin')” empezó a sonar, varias de las personas saltaron de sus asientos para ponerse a bailar en el pasillo inferior de la platea.
En mi caso (y creo que a la mayoría también le sucedía) descontábamos una banda contundente. Y en todo ese primer tramo del show vamos a confirmar esa idea, y a ir incorporando los sonidos de tal manera que cuando estalla “Higher ground” los extraordinario nos resulta natural. En esos primeros temas se repite el esquema, con música y ritmo que gana en intensidad hasta alcanzar climax inolvidables. El groove que la banda contagia, la voz de Stevie Wonder que gana en temperatura y no da signos de desgaste, y regalos como “The way you make me feel” de Michael Jackson hacen que uno quede anonado ante un conjunto que se supera minuto a minuto. El tono recién bajó cuando hicieron ingreso las banderas sudafricanas y Stevie cantó “Keep our love alive”, (igual que dos días antes en Chile) dedicado a celebrar la vida de Nelson Mandela. Este tema viene siendo presentado como estreno, pero cuenta con al menos una versión anterior, en el Madela Day de 2009. En el final, cuando Stevie canta “And am blessed with air on earth to breathe, I know I'll live to keep our love alive” y deja su garganta flotando en una nota interminable, resulta casi imposible no soltar una lágrima.
Es cierto que ante figuras del tamaño del artista que teníamos enfrente no hay manera de no sumirse en la devoción más absoluta. Pero en particular Stevie Wonder irradia un carisma dificil de explicar. Tal vez no haya mejor forma de graficar la alegría de un músico haciendo lo que le gusta, que esa imagen del Stevie sonriente, elevando levemente su rostro y moviendo su cabeza de un lado al otro a un ritmo que no siempre está en sintonía con lo que canta, y que pareciera estar regido por un éxtasis interior. Al mismo tiempo se vuelve terrenal y guia a las voces masculinas y femeninas del público armando coros y contrapuntos vocales fascinantes. Y su humildad no parece encontrar límites, actitud que mantiene debajo del escenario, como cuando elije que el reconocimento otrogado por el Gobierno de la Ciudad se haga en privado, o como cuando se puso a zapar hace unos días en San Pablo, sumando su armónica a un saxofonista callejero.
Aún en los tramos más “easy listening”, como la triada “Overjoyed”, “Lately” y “Ribbon in the sky”, el clima no descendió jamás. Justamente en esta última, al comienzo la garganta le juega una mala pasada a Stevie (el tema arranca unos cuántos tonos más abajo que su registro promedio), que pidió disculpas, y terminó descollando mientras el tema se funde lentamente con “Waiting in vain” de Bob Marley.
Si hay un punto culminante en la carrera de Stevie Wonder son esos discos inolvidables de la primera mitad de la década del '70. “Talking book” (hace poco versionado íntegro por Macy Gray), por supuesto, y también “Innervisions”. De allí escuchamos la extraordinaria “Golden lady”, con la percusión sutil haciendo maravillas, y congeniando sonidos de una forma admirable. Y después la sorpresa con la presencia de Fabiana Cantilo, quien machete en mano, compartió con Wonder “Love's in need of love today”, el tema que daba cominenzo a ese otro disco que no puede faltar en ningún hogar: “Songs in the key of life”.
El ritmo volvió con “Don't you worry about a thing”, y en “Living for the city” el sonido de Nueva Orleans deriva en funk bien bailable. Saltaron después los illya Kuryaki and The Valderramas, en otra sorpresa enorme (Dante se lo había cruzado un día antes y hablaba de haber saludado a Dios, no me imagino lo que debe haber sentido al estar allí arriba con él), quienes sumaron rimas de temas propios, como “Ula ula” y “Abarajame” a “Do I do”. Las citas argentinas siguieron en “You are the sunshine of my life”, aunque en ese caso solo se trató de la aparición en las pantallas de la imagen del negro Rada descubierto por las cámaras en la platea, que fue saludada con efusividad por el público. Y después “Isn't she lovely” y el estallido con “Signed, sealed, delivered (I'm yours)”, que aunque no tenga de por sí un mensaje religioso, en su éxtasis gospel vuelve creyente al más ateo.
“My cherie amour” fue otro tramo romántico que culminó con “I just called to say I love you”, esa canción que odiamos desde siempre, (odio que por otra parte reafirmamos con el hilarante tramo de “High fidelity”) y que sin embargo anoche tarareamos embobados. Y “Sir Duke” y su sección de vientos demoledora fue levantando otra vez la temperatura, para que el show se cierre con “Superstition”, de la que solo diré que para describirla, tomen cada palabra, cada adjetivo y cada elogio que leyeron hasta ahora y lo multipliquen por diez. En medio la presentación de la banda, el agredecimiento para Fabiana, y Dante y Ema (sic), y un público que cuando guarda la mayor ovación para el bajista Nathan Watts, demuestra que entendió todo. Stevie Wonder se retira del escenario acompañado por las coristas, mientras la banda cierra el show a puro swing. Recién cuendo las luces se encendieron, comprendimos que no habría más. Aunque a decir verdad, después de ese “Superstition”, nada mejor hubiese sido posible.
Me fui entonces acelerando el paso hacia Rivadavia, asumiendo como propia aquella sentencia de mi amigo, y recordando la decepcionante noche del 27 de Abril de este año, cuando bajo una tormenta descomunal, de ese mismo estadio salí decepcionado por la anodina victoria de Sergio Martinez sobre Martin Murray. Pero todo eso quedó atrás, porque después de lo de anoche, sí que voy a poder contar que por fín vi a un Maravilla en Velez, ganando por knock out.



sábado, 7 de diciembre de 2013

Amparo Sanchez en Niceto

La música tiene el poder maravilloso de cubrir con su propias características a quien decida someterse a ella y dejarse llevar. Y cada estilo, cada sonido y cada ritmo encuentra la manera de filtrarse en los poros y transformar al público cuando se somete a ellos. El jueves por la noche yo había visto al trío de Adrian Belew, y el poderío del grupo me había literalmente avasallado y me había dejado con los pies en el aire. Y anoche, después de la fiesta que armó Amparo Sanchez, salí de Niceto con los pies devueltos al suelo. Suelo que a decir verdad, no es solo el piso, sino también tierra, raíces y esencia. Porque hay que decir que aunque Niceto sea una especie de cajón cerrado con escasa (o nula) ventilación, la música hizo que quienes nos acercamos hasta el boliche de Palermo hayamos sentido la brisa y la libertad de una fiesta al aire libre.
Habían pasado pocos minutos de las nueve y media, y cuando todavía éramos unos pocos en el recinto, Jairo Zavala (ex La Vacazul) ingresó al escenario para amenizar la espera con algunas canciones de su proyecto solista Depedro. Sólo con su guitarra se centró en su disco “La increíble historia de un hombre bueno”, que grabara en 2008 con los Calexico, amigos en común con Amparo. Con mucha simpatía y a sabiendas de que el público no lo conocía, llamó a participar a la gente, se comunicó con humor, e hizo algunas buenas canciones como “Hombre bueno” y “El pescador” (todas en ese estilo latino marcado a fuego por los hermanos Auseron y Quique Sierra desde que grabaran “La canción de Juan Perro” en los '80). Se mostró como buen guitarrista y eso suplió la ausencia de banda de acompañamiento. El set tuvo como perla la presencia de Amparo Sanchez, vestida casi de entre casa todavía, para compartir una bella versión de “La llorona”.
Soy el poder dentro de mí. Soy el amor del sol y la sierra. Soy gran espíritu y soy eterna, mi vida está llena de amor y alegría ” dice Abuela Margarita, la chamana heredera de los chichimecas, inspirando desde la introduccción al disco “Alma de cantaora”. Y es su voz repitiendo esas palabras la que se escucha como bienvenida mientras Juan Sans (piano y acordeón), Juampi Noriega (guitarra), Emilio Farias (contrabajo) y Luciano Maro (batería), los chicos argentinos que formaron la banda de acompañamiento para esta gira de la española por las pampas, se acomodaban en el escenario. Y mientras Juan Sans le otorgaba “oficialmente” la doble nacionalidad española y cordobesa, Amparo Sanchez entró al escenario mientras los músicos se acoplaban a la grabación y el vivo empezaba a concretarse. Entonces sí dieron comienzo al show con dos temas de la etapa solista de Amparo: “La flor de la palabra” (de “Alma de Cantaora”) y “Hoja en blanco” (de “Tucson-Habana”).
Dije al principio que la española había armado una fiesta, y fue justamente “La fiesta”, del disco “Somos viento”, el primer tema de Amparanoia que se escuchó en la noche. Bien, acá hago un parate, porque antes de seguir tengo que contar algo que tiene que ver con mis expectativas. La etapa solista de Amparo Sanchez la había alejado sutilmente del sonido de su banda. Los tópicos siempre fueron los mismos, la reivindicación feminista, la libertad, la hierba, la ecología y los legados ancestrales. Pero el sonido, en especial el de “Tucson-Habana” que grabara con los Calexico estaba impregnado del clima desértico de Arizona. La instrumentación delicada, las trompetas lejanas y otros elementos que ni bien comenzó el show, supe que no iban a estar presentes. La Amparo Sanchez más “cantaora” y menos declamativa que había asomado en ese disco quedaba a un lado al presentar una banda que, aún siendo menos numerosa, remitía al sonido y espíritu de Amparanoia. Y hago esta aclaración porque no se trata de un reproche ni mucho menos, pero sí confieso que tenía ganas de ver a una versión sutil de Amparo Sanchez que solo apareció por momentos. Quedará para otra oportunidad.
Para el concierto se había anticipado una larga lista de invitados, que se inauguró con la cubana Yusa. Sus magníficas dotes de guitarrista le impusieron un clima aún más caribeño a “Pulpa de tamarindo” que nos dejó a todos subyugados. Simpática y talentosa, la cubana nos ganó el corazón y dejó a todos con ganas de más. Luego fue el turno de GasparOm de Los Umbanda que acompañó a la banda en “Somos viento”. “No estamos de paso, no somos fracaso”, una de las consignas más fieles al espíritu de Amparanoia se hizo presente para anticipar a Mara Santucho, la cordobesa voz de Los Cocineros a la que le tocó el nada sencillo papel de reemplazar a Mane Ferret en “Vieja pasión”.
A esa altura la gente bailaba cada tema, y respondía (primero con sutileza, y recién ante la arenga repetida, con fervor) a los pedidos de Amparo y los suyos, a seguir coros y estribillos. En “Corazón de la realidad” fue inevitable la cita a Chiapas, y el reggae volvió con “El destino”, del lejano “Feria furiosa” de 2001. Entonces Amparo Sanchez anunció una serie de buenas noticias en continuado, que comenzaron con el anuncio de que va a telonear a Manu Chao en Ferro el 14 de este mes, y que continuaron cuando contó que un tema nuevo, “El último cuarteto en París”, había sido grabado por la Mona Gimenez. Haciendo uso y abuso de su fáctica nacionalidad cordobesa, Amparo Sanchez nos mostró la canción y después invitó al escenario a Ariel “bicho” Galeano, la voz de La Cartelera, banda de ska también cordobesa, junto a quien hicieron “La cuenta atrás”, una optimista canción al planeta, que anuncia la extinción de la ambición exagerada del ser humano, y que entre las proyecciones y algún grito de la gente, sumó consignas contra Monsanto y contra la minería a cielo abierto. Por último, cerrando el círculo iniciado por las palabras de Abuela Margarita, “Alma de cantaora” clausuró el primer tramo del show.
Conociendo a Amparo Sanchez (quienes presenciamos la histórica despedida de Amparanoia en La Trastienda podemos dar cuenta de ello), y considerando el espíritu del show, el regreso al escenario iba a sumar un nuevo tramo prolongado al show. Pero no se trató solo de eso, sino que además en ese cierre se vio lo mejor, musicalmente hablando, del concierto. Junto a Jairo Zavala hicieron “Don't leave me now”, un tema compuesto en conjunto, y que grabara Depedro junto a Calexico. Allí vimos la mejor versión de Amparo como cantante, luciendo sus dotes vocales y su expresividad al máximo. Luego al duo se sumó Malena D'alessio de Actitud Maria Marta, y mientras Jairo deleitaba con un suave slide, Malena descargó su verborragia al cierre de “Mi suerte”, elevando la temperatura de Niceto hasta lo imposible. El último invitado fue Chimango, rumbero callejero catalán junto a quien hicieron esa alabanza a la nocturnidad que resulta “En la noche” de “El poder de Machin”, primer disco de Amparanoia. Se mezclaron los idiomas, los continentes, y bajo el ritmo de la rumba, la noche se consumó celebrándose a sí misma en lo que apenas sería un anticipo de un after party interminable.
En una fiesta con semejante cantidad de invitados, no había manera de no terminar con todos subidos arriba del escenario. Encima faltaba una invitada que quedó para el final: Vivi Pozzebon, que sumó voz y percusión. Así que la despedida definitiva fue un colosal despliegue de emoción y alegría de un grupo de amigos, que entre algunos breves lucimientos individuales, ofrecieron una interminable versión de “La parrandita de las santas”, con los músicos prestándose los micrófonos y festejándose a sí mismos en una comunión absoluta.
Después del viernes y el doblete de shows, mi cuerpo pedía comida y colchón. Así que lo que haya sucedido puertas adentro una vez que se cerró el telón que se los cuente otro. El año se termina, pero a mí (y por lo tanto a este blog) le queda un nuevo hito musical para cerrarlo. El jueves 12 debuta en Buenos Aires un tal Stevie Wonder.


viernes, 6 de diciembre de 2013

Adrian Belew Power Trio en el Teatro Opera

Yo tengo dos blogs. Dos blogs bien diferentes, por cierto. De este no tengo que dar muchas precisiones, salta a la vista su contenido. El otro, para los que no lo hayan leído, es de cuentos. Y en ese otro blog, en uno de los últimos posteos me permití ironizar exagerando una situación sobre la decisión de mi banco de elevarme a la categoría de cliente exclusivo. Pues bien, meses más tarde de aquella decisión sobre la cual no tenía mayores expectativas, la condición de cliente exclusivo me hizo acreedor de un lugar para ver a Adrian Belew en el Teatro Opera sin desembolsar un solo peso. Ese tipo de situaciones, que un banco regale a sus clientes entradas para ver a Adrian Belew, son las que me hacen pensar que la revolución ocurrió mientras yo dormía. Aunque tambien son las que en el momento de pleno uso de conciencia, me llevan a dudar de todas mis convicciones y principios. Eso sí, no iba a hacerme ningún tipo de planteo ético acerca de aceptar o no la invitación, eso jamás estuvo en duda. Así que entre al Opera dejando todos mis principios en la Avenida Corrientes, y después en terapia intentaré resolver las culpas.
Yo había estado en el Estudio Samsung en la anterior visita de Belew a Buenos Aires, y no habiendo novedades discográficas, no esperaba un show muy diferente esta vez. Claro que no me interesaba eso del todo, porque si hay algo que atrae del trío que integran Adrian Belew, Julie Slick y Tobias Ralph, es que más allá del repertorio, está pensado para tocar en vivo. Así que las ganas de estar estar frente a una nueva demostración del poderío del trío, en mi caso funciona como esos nenes que se ponen de nuevo en la cola de la montaña rusa, ni bien salieron de la vuelta anterior.
Bueno, dije que no había novedades, y en realidad sí las había: la nueva recreación de King Crimson anunciada por Robert Fripp, no incluye al guitarrista de Kentucky. Así que verlo entrar solo al escenario y dar comienzo al show con nada menos que “Matte Kudasai” resultó todo un símbolo, que con el correr del show se iba a afirmar, aunque haciendo hincapié en la cuestión con humor, y sin ningún reproche por la decisión. Algo que por otra parte Belew ha aclarado en cuanta nota dio desde que se conoció la decisión de Fripp. Después cony “B”, ya a banda completa, empezaron a construir un clima dentro de un teatro que iba a terminar ardiendo.
De entrada sucedieron un par de problemas técnicos, como por ejemplo unos arpegios que Belew grababa para dispararlos repetidos desde su laptop y que se revelaban atronadores, o incluso alguna queja de los tres músicos por el volumen de los monitores. De todas maneras nada sacó de sus cabales a Belew, que no podía ocultar su sonrisa ni con la gorrita con visera que le hacía sombra sobre medio rostro. Sonrisa que la contagió definitivamente a toda la platea, cuando nos regaló otro tema de “Discipline”: “Frame by frame”. “Writing on the wall” fue otro tema propio que anticipó a un clásico propio ("Young lions") y otro compartido: “Dinosaur”, aquel tema de “Thrak” que naciera en estas tierras, y que convirtiera a Buenos Aires en un oasis progresivo promediando los años '90.
A partir de allí el show se encaminó en una espiral creciente, cuyo poderío total iba a estallar alrededor de media hora más tarde. Tobias Ralph (en un punto de estilo más identificado con Mastelotto que Marco Minnermann, quien estuvo a cargo de la percusión en 2010) tuvo su lucimiento individual en la intro del expansivo “Beat box guitar”. El contrapunto de la guitarra con el bajo de Julie Slick es formidable, y promediando el tema, los sonido provenientes de los pedales de efecto de Adrian Belew remiten a todo tipo de animales, y de pronto nos vemos sumergidos dentro de un capítulo de Tarzan. “Neurótica” (de “Beat”, 1982) fue otro momento Crimson repetido con aquel set de 2010.
Adrian Belew no suele hacer exageración de sus virtudes, por suerte (y por eso lo queremos tanto), y si hay algo que jamás nos hecha en cara es su ego. Pero cuando el trio toca “Futurevision” uno no puedo hacer otra cosa que rendirse ante semejante demostración de destreza, inventiva y virtuosismo. Belew juega con sus pedales, inventa sonidos, se sonríe cómplice con sus músicos y además, tal vez de manera inconsciente (porque el tema está incluido en su setlist desde siempre) se suma a los homenajes a Nelson Mandela cuando canta “ I hope we can see there's more than one side. I know there's no such thing as race, just a human race. I hope we can see the world is not black and white”. Cuando termina el tema, abre los brazos y sacude sus dedos. Puede ser un gesto jocoso de su parte, pero es muy dificil pensar después de haberlo visto, que al terminar no le ardan los dedos. El concierto se cierra con el progresivo “E”, durante el cual la gente se levanta de sus asientos y se arrima al escenario como para comprobar que si lo que sus sentidos les venían transmiento provenía de personas de carne y hueso.
El show fue breve, pero la contundencia había sido tanta que a esa hora nadie pensaba en cronómetros. Y además cuando el trio volvió al escenario e hizo “Three of a perfect pair”, nadie se hubiese animado a reprochar nada. Al terminar los músicos entrelazados se arriman a su público y algún privilegiado recibe una pua de recuerdo. Belew presenta a sus músicos y a él mismo se nombra gracioso “I'm Robert Fripp”. Después pregunta, como si hiciera falta, si queremos una más, y la versión de “Thela hun ginjeet” provoca espasmos en algunos que pretenden seguir con las piernas, brazos y cabeza el ritmo desbocado del clásico de “Discipline”. Cierre perfecto con el espíritu de King Crimson presente en el Opera.
Ya fuera del teatro recapitulo y me doy cuenta que el show fue muy similar al de su anterior visita, en especial el tramo final. Aunque, tal vez todavía sacudido por la contundencia de la música, a mí me resultó más potente que la vez pasada. Pero Belew es un artista inquieto, no muy amigo de las rutinas, y me acuerdo entonces que promete para el futuro un nuevo proyecto: Flux. Así que mientras Fripp y los suyos estén buscando estar a la altura de su leyenda, Adrian promete hacer “música que no pueda nunca ser escuchada de la misma manera”. Queda la incógnita entonces para el futuro cercano. Por mi parte yo busco desembarazarme del chip Belew, porque esta noche voy a ver a Amparo Sanchez, y el cima será diferente.