sábado, 29 de diciembre de 2012

Kevin Johansen + The Nada + Liniers en el Teatro ND Ateneo


                Ayer, mientras iba al ND Ateneo al recital de Kevin Johansen con su banda The Nada, y que contaba, como en otras oportunidades, con el aporte del dibujante Liniers, pensaba en otros casos de relación tan directa entre la música y el dibujo. Y seguro debe haber sido por la fecha, tan cara a los gustos de Patricio Rey, que lo primero que se me vino a la cabeza fueron los aportes del “mono” Rocambole para los trabajos de Los Redonditos de Ricota. No voy a hacer, ni me interesa hacerlo, una comparación entre la perversidad y la elocuencia de aquellos dibujos con la candorosa ingenuidad propia de los de Liniers, pero sí tengo que decir que llegar al teatro con esas imágenes me obligó a tomarme un respiro para adaptarme a la inocencia bien entendida que se respiraba adentro.  Eso sí, una vez en clima, la cosa se hizo más fácil y dejarse llevar por la múltiple propuesta resultó más que sencillo.
                La historia no tiene muchos prolegómenos: ni bien se apagan las luces, y cuando el telón se va levantando lentamente, los artistas ya están ubicados en su sitio, y “Amor finito”, el tema elegido para abrir el concierto, ya había empezado a sonar cuando todavía el escenario estaba cubierto.  Kevin Johansen ocupa el centro y a su derecha está sentado Liniers garabateando sus primeros gráficos, cuyo proceso de creación se puede observar  sobre la pantalla que cubre el fondo del escenario.  Después tocaron “Desde que te perdí” y “En mi cabeza”, del primer disco de The Nada, al que Kevin definió como un catálogo de obsesiones.  Y esa será la fórmula de ahí en más: Kevin Johansen y sus canciones entregando consignas para que el dibujante improvise dibujos a tono con las palabras y los sonidos que guían su inspiración.
                En términos estrictamente musicales, el show tiene como eje el último trabajo de Kevin Johansen + The Nada, es decir “Bi”, un disco doble dividido por una impronta tropical y rioplatense en el primer volumen, y un sonido de pretensiones más rockeras en el segundo.  Y esos vaivenes están muy marcados en el show, cuyo clima varía a merced de esos distintos tonos. Eso sí, la atención que pone el público en la construcción del trabajo del dibujante, hace de la experiencia una situación tan fascinante como compleja.  El show dura alrededor de tres horas y consta de una innumerable sucesión de canciones breves, con lo cual testimoniar el orden de los temas resultaría tan tedioso como inútil. Puedo, eso sí, citar algunos pasajes destacados. Como el delicioso aporte que significa la segunda voz del bajista Juan Alvarez en “Tan fácil”, (en el álbum grabada junto a Paulinho Moska), o los celebrados solos de armónica, saxo y guitarra en “McGuevara’s o CheDonald’s”. Johansen es dueño de un ingenio que le permite cantar con ironía tanto sobre paradojas sociales como sobre dilemas existenciales. Jamás caerá en el trazo grueso de, por ejemplo, un Copani, y lleva adelante el show con una dosis de sutileza que contagia. A su lado Liniers hace del dibujo una experiencia de improvisación jazzística, aunque en algunos casos la pantalla muestra animaciones y dibujos pre grabados.  Adaptaciones propias de Flanders y Homero Simpson sirven para graficar el conflicto de los “Vecinos”, y su personaje Enriqueta le pone calidez a “Hamaca”. Más tarde la letra completa de “Everybody knows” se irá sucediendo en hojas que son descubiertas de a una mientras Kevin hace su versión del clásico de Leonard Cohen.
                Hay una cuestión importante: la variedad de disciplinas no se detiene en la música y el dibujo, sino que también el humor de estilo stand up está presente en todo momento de la noche. Los diálogos entre Kevin Johansen y Liniers son recibidos con sonrisas y carcajadas, y son componente esencial del show. Y ese cúmulo de situaciones se producen de manera simultánea, con lo cual obliga a la gente a tener varios de sus sentidos puestos al máximo de su atención para no perder detalle. En mi caso además se sumó el del olfato, ya que llevo grabado en mi nariz la más espantosa fragancia, que para mí, es el aroma del perfume de la señora que tenía sentada al lado. Hay baile (el breakdance de Liniers en un “Take on me” a dos charangos), juegos de palabras (“Hotel California” devenido en “Hotel Patagonia”), referencias de actualidad (dicen que es más probable que se amiguen Clarin y el Gobierno, antes de que yo haga un agudo, cuenta Kevin en “Oops”), e historias relatadas en un tono monótono digno de Leo Masliah, como en la introducción de “Timing”. La complicidad entre el cantante y el dibujante es absoluta y con todos esos aditamentos, Kevin Johansen y Liniers hacen del concierto una auténtica celebración de la amistad.
                Además de los dibujos, se pasaron un par de videos: el make up de las fotos de Kevin Johansen y Liniers convertidos en John Lennon y Yoko Ono (que forma parte de la gráfica publicitaria del concierto), y el estreno de “No digas quizás”, con la participación de Lisandro Aristimuño (con cita en vivo a “You can’t always get what you want” de Rolling Stones). En lo musical se destaca la versión folk de “Modern love” de Bowie, la festejada “Daisy” y hacia el final el clásico “Down with my baby”. Los dibujos más logrados son la cita floydeana en “Dark side of me” y “El grito” de Munch como gesto desesperado para suplicar “No me abandones”.  Y ambas disciplinas encuentran la mayor empatía en “Cumbiera intelectual” (imposible no emparentarla con la “Cumbia epistemológica” de Les Luthiers), en donde una referencia a Piet Mondrian sirve como disparador para un cambalache que incluye a Luis Majul, Bucay, Ari Paluch y Victor Hugo Morales (???). Antes también había recibido sus palos Alex Ubago en “S.O.S. fashion”. “Anoche soñé contigo” es el tema elegido para cerrar el concierto antes de una prolongada sesión de bises.
                El regreso al escenario incluye la repartija de algunos de los dibujos de Liniers que son arrojados a la platea bajo la forma de avioncitos de papel. Y lo primero en sonar es un meddley entre “Ni idea” y “So lazy”, canciones interpretadas a pedido de la hermana de Kevin. Después “Apocalypso” y “Sur o no sur” contagiaron su ritmo seguido por las palmas de la gente, y luego Liniers y Kevin Johansen intercambiaron los roles. Entonces fue el cantante el que intentó graficar la musicalización de “The fly”, el poema de William Blake (mucho Lou Reed allí, Mr. Liniers), y un “Knocking on heavens door”, en donde el dibujante imita la voz nasal de Bob Dylan, que termina por devenir en los aullidos de Axl Rose. Los dibujos serán juzgados con humorística severidad por Liniers, y el recital entró en su final definitivo con “Guacamole” (trencito incluido en la platea)  y el clásico “Fin de fiesta”. 
Cuando me iba, detrás de la consola un hombre llevaba un remera con la inscripción “Del deporte se puede salir”, y me fui pensando cuánto demorará Kevin Johansen en hacer una canción con eso. Eran más de las doce y el día de los inocentes ya había terminado, sin embargo me subí al taxi de regreso con la convicción de que la inocencia esta vez, sí que había valido la pena.
                

martes, 11 de diciembre de 2012

Festival Rock y Reggae DIA 3 - Mimi Maura, Dancing Mood, Onda Vaga, El Cuarteto de Nos

El domingo fue un día raro. Había muchísimas opciones y de todo tipo para decir presente. Estar en San Juan con el debut de Ramón Diaz en el banco de River, o en la Plaza de Mayo en el Festival por la Democracia y los Derechos Humanos eran dos de las opciones por las que el corazón hacía más fuerza. Pero también la tercera fecha del Festival Rock y Reggae en el Microestadio Islas Malvinas, una interesante propuesta de fin de año y que incluyó dos tarde/noche más, además de la del domingo. Novedosa y ambiciosa propuesta, porque un evento de esas pretensiones sin sponsor resulta todo un desafío en sí mismo, más allá del prestigio de la grilla (que incluyó nombres como Guasones, Bersuit y La Vela Puerca). Pues bien, entre la política el futbol y la música, esta vez prevaleció la música, y allí fui para Paternal en el domingo caluroso de Buenos Aires. Mientras tanto el celular traía las alegrías de los goles de Sanchez y Lanzini, y me enteraba también de la masividad del festejo democrático en la plaza.
Llegué cuando arrancaba Mimi Maura con “Todos los días de sol”, para pegarle en seguida “Canción a Nereida”, ambas de “Dias de sol”, el último disco de la banda que ya tiene buen rodaje, puesto que se editó en 2009. Supongo que cantar la canción con la que Mike Acevedo, padre de la cantante, le dedicara su amor a la madre de Mimi debe significar para ella una emoción muy particular, pero hay que decir que la pasión y la entrega de cada una de las interpretaciones tienen ese mismo condimento. Hacía mucho que no veía a Mimi Maura en vivo, y en su caso uno no espera evolución ni sorpresas, sino esa intensidad con la que viste de encanto caribeño a cada canción, más allá del ritmo y los diferentes climas. Por momentos prevalece la intimidad con “Al borde del tiempo”, “ Loiza aldea”, pero lo más festejado llega con canciones como “Ya no lloro más”, en las que la gente pareciera tomar impulso. A decir verdad el horario relativamente temprano en el que tocaron hizo que muchos chicos se vayan sumando al show a medida que este avanzaba, y tal vez por eso el calor llegó al final, con más gente, pero también con la llegada de los clásicos como “Otra copa” y “La huella”. El cierre de su set los encontró, considerando las premisas de rock y reggae que proponía el festival, asumiendo su identificación con la segunda palabra, y la versión de “Judge not”, el tema que Bob Marley que grabaran para el tributo de 2004.
No quiero ser injusto con las bandas que tocaron antes, porque resulta que el Festival arrancaba muy temprano, a la hora en que mi aparato digestivo culminaba por metabolizar las pastas domingueras. Así que apenas me limito a nombrar a Prófugos del Borda, Hernán Biondi y a Heladeros del Tiempo, quienes se encargaron de ponerle música al primer tramo de la fecha y de los que no puedo hacer ningún comentario.
Entre cada show había que salir a tomar aire, porque a pesar de la buena circulación en el estadio, los 30º se hacían sentir. El predio estaba muy bien aprovechado, con un puesto de helado, un patio cervecero y varios puestos de ventas de Cds y remeras en la parte exterior del estadio propiamente dicho. Eso sí, los precios de las bebidas y comidas parecían tener la intención de financiar la parte de los costos que la ausencia de sponsor no alcanzaba a cubrir. De todas maneras la cerveza encontró muchos adeptos.
El caso de Dancing Mood es especial, porque era la banda de todas las que tocaban ayer la que más intriga me provocaba ver. Más que nada porque me resultan una gran deuda ya que todos las veces que los escuché me prometí dedicarles una atención más exhaustiva, cosa que siempre terminé postergando. Pues bien, ayer finalmente me di el gusto de estar frente a esta Big Band, auténtico catálogo de músicos de la escena reggae/ska local. Fue el trompetista y líder Hugo Lobo quien tomó el centro del escenario, manejando todos los hilos de la orquesta. No casualmente vestía la casaca de Cuauhtémoc Blanco, como para que no queden dudas de quien marca los tiempos en ese conjunto. A decir verdad tanto Lobo como el saxofonista Sergio Colombo, en realidad volvían al escenario, pues ya habían estado sobre él como miembros de Mimi Maura. Con base en el ska jamaiquino, temas como “Take five” o “Dandimite” son la escusa para el despliegue individual de solos que se van sucediendo en una improvisación jazzera que permite citas y juegos melómanos en los que se descubren desde clásicos como “Rezo por vos”, temas tribuneros como “Muriendo de pena” de Ruben Rada, hasta citas fiesteras con el “Ilarie” de Xuxa. Con adaptaciones de clásicos como “Take the A train” y con The Skatalites como guia y referencia absoluta, mantuvieron a la gente en un leve, cansino y permanente baile, mientras arrancaban aplausos a fuerza de intervenciones solistas en especial de los vientos, aunque también se destacó un solo de guitarra de matriz “santanesca”. “Latin goes ska” y el coreado por todos “No me pisen las flores” fue la única parte vocal de un set íntegramente instrumental que nos dejó a todos con una enorme sonrisa y bien a punto para disfrutar de Onda Vaga.
Cuando entré para ver a Onda Vaga confieso que lo hice con prejuicios, porque los había visto en el Festival que cerró Café Tacuba en el Planetario y me habían parecido bastante frios. Mas allá de la simpatía que me producen sus canciones tenía esa deuda, que adelanto, saldaron por completo. Después de la “Vaguiseñal”, “Marineros” puso de buen humor a todo el mundo. Y a partir de allí mantuvieron a la gente cantando todas y cada una de las canciones, que los pibes se saben de memoria. “Ya” y “Me pega fuerte” son dos buenos ejemplos de la atmósfera fumona de sus letras y melodías. Pero también muestran que saben apropiarse de canciones ajenas, como el caso de “Como que no? De “el príncipe” Gustavo Pena en la que incluyeron cita de “La saeta”, aquel poema de Antonio Machado que musicalizara Serrat a fines de los 60. La invocación de Gustavo Pena funcionó como gesto para con los uruguayos que venían más tarde y que no fueron los únicos, porque La Vela Puerca había estado a cargo del cierre de la fecha 2 del festival. “Baila”, “Jovens”, “Vayan a ser” (“va a nacer una pena en una flor, una oreja en tu caparazón” los pibes son definitivamente delirantes) son una mezcla de inocencia e ingenuidad, que a veces resulta natural y otras bañada de sarcasmo. Tocaron un tema nuevo, en “Rayada” abogaron por el fin de la violencia de género y con “Sequía de amor” parecieron cerrar un set, que terminó por ser un gran fogón bajo techo. Pero la gente pidió más y en un guiño inusual en estos festivales (tal vez aprovechando la disponibilidad de tiempo que había dejado el cambio de fecha de Bersuit, inicialmente programado para ayer), les dieron unos minutos más, en los que los Onda Vaga regalaron “Mambeando”, la frenética “Cartagena” y “Te quiero”. Aunque a decir verdad el final quedó a cargo del público que se quedó coreando “El experimento” mientras los plomos reacomodaban el escenario.
Antes de El Cuarteto de Nos pasaron varias cosas. En primer lugar la demora entre banda y banda se prolongó más que los intervalos anteriores, pero una de las diferencias más notorias fue el público, que se renovó en buena parte. Domingo tarde y un lugar en el que no abundan los medios de transporte influyó, aunque el principal motivo tuvo que ver con que El Cuarteto de Nos y las bandas reggae no comparten el 100% del público. De hecho buena parte de la gente con las remeras de “Porfiado” se quedó afuera tomando fresco durante los shows de Onda Vaga y Dancing Mood. No eran muchos, pero eran los que más agitaron en la previa que se demoraba, y los que consumieron toda la energía en la hora y cuarto que duró el show de los uruguayos. Que abrieron con “Algo mejor que hacer” y “El hijo de Hernandez” en una seguidilla que despabiló a todos, como un sopapo que despertó a los que quedábamos, cuando hasta entonces el humo no había hecho otra cosa que acercar a los estómagos bajoneados a los super panchos de precio inaccesible. Suponiendo estar frente a un público no del todo propio (solo en una mínima parte puede llegar a ser cierto), El Cuarteto de Nos apeló a la energía y dieron el show más potente de todos los que les llevo visto. Compacto y demoledor, casi punk por momentos. Se olvidaron de temas como “Mi lista negra”, y sacaron a relucir su repertorio más rokero, al que solo le dieron respiro con las intervenciones de Tavella (entre ellas “Enamorado tuyo”, con notorios problemas de sonido), aunque “No te invité a mi cumpleaños” también sonó más enérgica que de costumbre. Tal vez la única concesión en serio a ese clima fue “Todos pasan por mi rancho” en el que insólitamente la gente se sentó en el piso del Malvinas. Si hasta ese momento la tercera fecha del Festival Rock and Reggae se había caracterizado por el baile tenue y el tarareo hipnotizado, con el Cuarteto todo fue desborde. Los fans más aguerridos no interrumpieron el pogo en ningún momento, y ni siquiera midieron el enorme costo de las botellitas de agua fría que se vacíaron entre ellos en medio de los saltos. Con “Nada es gratis en la vida”, los desaforados “Buen día Benito” y “Miguel gritar”, mas “Yendo a la casa de Damian” el Microestadio Malvinas quedó regado de sudor. Y a pesar de la hora, el calor y lo poco práctico del estadio como para salir a esa hora, a nadie se le ocurrió irse sin pedir una más. “Me amo” e “Invierno del '92” cerraron el set del Cuarteto, la noche y el festival todo.