lunes, 25 de agosto de 2014

Spiritualized en el Teatro Vorterix

A veces sucede que en el fin de semana se juntan un montón de cosas. En este en particular, en términos musicales, tenía todo cubierto. Sold Out. El sábado los veinte años de Catupecu Machu en el Luna Park. Y ayer, el regreso de Spiritualized en el Teatro Vorterix. Quienes estuvimos en Octubre de 2008 en La Trastienda, guardamos en la memoria a aquella noche de Jason Pierce como una función inolvidable. Y si bien aquel show incluyó bises, yo me quedé con la explosión de electricidad y psicodelia de “Take me to the other side”, como última imagen. Así que pensar este regreso de Spiritualized en una versión acústica, casi que resultaba la contracara perfecta y complementaria de aquella noche.
El formato acústico no es caprichoso y tiene un motivo: Jason Pierce y su salud. En aquella primera visita llegaba cantándole a las salas de “ambulaces and emergency” luego de la internación, con dos paros cardíacos incluidos, a causa de sus pulmones. Y una dolencia hepática crónica fue lo que llevó a Jason a pensar que jamás podría volver a estar parado sobre un escenario y a cranear esta versión desenchufada de Spiritualized.
Con el Vorterix expectante, muy concurrido (no a reventar como otros conciertos a los que fui a ese teatro) el concierto tuvo un arranque fallido. O un “no arranque” como diría un tristemente célebre personaje. Las luces se apagaron, por debajo del telón se vieron algunas pies que caminaban, y de pronto volvieron las luces y la música del DJ. Diez minutos después sí largó el show, casi en paralelo con los SMS que me informaban de los goles de Teo y Carlitos Sanchez, situación que me dispuso aún mejor para el cocierto que se venía.
Abrieron el show con “Sitting on fire” y enseguida le pegaron “Lord let it rain on me”. Jason Pierce sentado con una acústica del lado derecho del escenario, sus lentes oscuros de siempre, y un atril delante suyo. Del otro lado un piano Rhodes, y en el fondo un coro de cuatro voces femeninas más un cuarteto de cuerdas. Tenues luces azules eran el complemento perfecto para ambientar el show. Íntimo, cálido, confesional. Es probable que estas palabras resulten repetidas, pero no hay mejores. Delicado por donde se lo mire. “True love will find you in the end”, esa belleza de Daniel Johnston que Pierce nos regaló anoche, casi que podría sonar eternamente en ese clima.
Fiel a su costumbre, no hubo más que silencios y afinaciones entre tema y tema. Jason Pierce parecía tan absorto como el público. Apenas unos tibios aplausos se sumaron para el coro de “Soul on fire”, pero nadie se animó a quebrar el clima. Y en la continuidad de canciones, esta versión reducida de Spiritualized citó a Spacemen3 con “Walking with Jesus” y cada canción funcionó como una caricia. “Feel so sad”, “Stop your crying”, “Anthing more”...el concierto resultó una sucesión de plegarias y gratitudes, dichas y tristezas, súplicas, amores y desamores. Todo ambientado por el extraordinario estado de la garganta de Pierce, un piano sugestivo, cuerdas deliciosas y un coro de impronta gospel que reforzó el feeling en cada canción.
Si se trataba de graficar con música el estado en que nos encontrábamos en el teatro, tal vez “Ladies and gentelmen we are floating in space” podría ser la expresión más precisa, y cuando hacia el final se cita al “(I can't help) falling in love with you”, la reacción de todos es tan conmovedora, que hasta el abstraído Pierce dedicó un saludo. Y todo era dejarse llevar y conmoverse. Abrazos y caricias. El lamento de la armónica en “Broken heart” estremece. Y el final con “Lord can you hear me” resume a la perfección la impronta del concierto. Porque a pesar de que el tema fue publicado en el '89, parece compuesto pensando para ese formato que gozamos anoche, en el cual el coro se lució como nunca.
Había más y la prueba fue que ni el coro ni el cuarteto de cuerdas se movieron de su sitio. Y entre tantas otras cosas que rondan el mundo Spiritualized, había un disco nuevo. O un último disco, mejor dicho, porque “Sweet heart, sweet light” data ya de 2012. Y es un gran disco, por muchas motivos, pero principalmente porque Jason Pierce nunca hace discos malos. Y entonces con “Too late” dio comienzo el tramo definitivo del show. “Love always shows when theres hearts that can break “ canta Pierce y como una contracara, un antídoto o una afirmación liberadora, como si la reincidencia resultara inevitable, “I think I'm in love” sacude y despabila. El coro replica en español a Pierce y en términos rítmicos, se consumó el momento más alto de la noche.
Jason Pierce no habla. Apenas si saluda agitando su mano, como despidiendo un tren desde un anden. Pero es educado y tiene canción de despedida. Y esa es “Goodnight goodnight”, por cierto algo lúgrube, pero que funciona. Y uno a esa hora no sabe si subirse a abrazarlo, consolarlo o bendecirlo. Yo ya había recibido el SMS con la noticia del cuarto gol de Teo y a esa altura estaba bajo una sensación intermedia entre la hipnosis y el éxtasis dificil de explicar. Si una noche antes Catupecu Machu me había hecho pisar sin el suelo a pura energía, ayer también me fui en el aire. Pero en este caso no resultó de un salto, sino de una elevación en el sentido más espiritual de la palabra.

domingo, 17 de agosto de 2014

El Asunto en Cafe Vinilo

                Anoche era un día de estrenos. O mejor dicho, para mí era un día de estreno, así, en singular. Pero sucedió algo inesperado, cuando en una heladería en la esquina de Corrientes y Billinghurst descubrí que existe el helado de Pico Dulce. Una revelación, una utopía consumada que me dejó bien a punto y con el ánimo más en alto que nunca para el otro estreno, al que sí estaba programado, y que se trataba del debut de El Asunto en el Café Vinilo.  Minutos antes, en una  célebre taberna de picadas de Almagro, una octogenaria que debió llamar al SAME en medio de la cena, celebraba el éxito en la medición de su presión arterial con….una tabla rebosante de salames y quesos (!!!). Bizarra escena que bien pudo ser una toma descartada de “La Nona” y que yo no podía pasar por alto en este posteo.  
                Bien, este blog habla de música así que vuelvo  a lo que de verdad importa. El Asunto se trata de la reunión de cinco voces femeninas, compositoras todas, que han sabido ponerle música a estos primeros años del siglo XXI. Con diferentes historias, estilos y recorridos, pero con una vocación común por la melodía cuidada y la delicadeza vocal. Laura Ciuffo de Hamacas al Rio, Sol Fernandez de Enero será Mío, Eloísa Lopez, Paula Meijide y Carolina Pacheco y su Señorita Carolina, decidieron reunirse en un proyecto común que funciona paralelo a su actividad, pero que ayer, puesto a prueba sobre un escenario, mostró argumentos como para dejar en claro que la propuesta vale  para tener  vuelo y recorrido propio.
                La gacetilla prometía canciones “apenas intervenidas por elementos armónicos y electrónicos” y entonces uno estaba preparado de antemano para un concierto en donde la preponderancia estaría puesta en lo vocal. La curiosidad estaba entonces en cómo la suma de composiciones consumarían una unidad que le otorgue al proyecto una identidad propia y que no lo limite a una suma de “individualidades”, como diría Macaya. Y ya en la apertura con “Savasana” de Carolina, el funcionamiento empezó quedar claro. Arreglos cuidados, clima intimista, y una paleta de sonidos tenues que se modelan con la contraposición de colores que expone el tema. De allí en más cada compositora aportará dos canciones que parecieran fundirse en un crisol y que renacen guiadas por un hilo invisible que las enhebra y les da nueva identidad.
El conjunto resulta  una reunión de amigas. El nombre del proyecto remite a lo que no se puede decir, al secreto, a una especie de pacto de lo que se evita nombrar. Y en ese contexto la voz sutil, el low fi y la intimidad pareciera encontrar su mejor y lógico ambiente para expresarse. El nerviosismo confesado por Carolina en el comienzo no se notó, y en gran parte se debió al clima desestructurado que se vivió en el escenario. Comentarios entre ellas y algún chiste interno, le otorgaron al show la forma de un ensayo con público. Pero cuidado, no confundir. Porque a la hora de las canciones, cada arreglo, cada detalle minucioso, dejó en claro que estábamos ante la concreción de un proyecto maduro y trabajado.
Decía que cada una de las integrantes aporta dos canciones que, si bien fueron presentadas informando la autoría, ninguna pareció reclamar propiedad alguna. En ese sentido, el desprendimiento suma siempre y no resta nunca. Además de “Savasana”, “Luna nueva” de Paula Meijide, “Decanta” de Enero será Mío, “Abrázame” de Eloisa y “Sin decir” de Hamacas al Rio formaron parte de la primera mitad. Por sus características originales, tal vez las canciones más “desarropadas” resultan las  Eloisa y las de Sol, pero sorprendió el renacer la pegadiza melodía de “Sin decir” sobre apenas un base programada.
La segunda mitad funcionó de la misma manera. Y si bien en el ambiente se respiraba un clima más femenino que feminista, la fortaleza retratada en  “Tractor” de Señorita Carolina, introdujo en la noche la temática de la violencia de género y los femicidios. En resto de los casos (en especial en los temas de Sol y de Eloisa) las letras resultan pinturas surrealistas, o breves retazos de momentos íntimos u oníricos. Paula aporta “Hécate” en la que refiere a la Diosa de la Oscuridad y con ello una dosis de misticismo. “Un nuevo amor” de Hamacas abandona su lado bolerístico y se muestra a gusto en esa fineza vocal que la reviste.  Y para el final quedó “Espiral”, el tema que abría “Por un paisaje”, el disco de Eloisa de 2009 y que resulta una paradoja, porque el “no voy a esperar más” contrasta con la paciencia, la construcción  minuciosa, y la serenidad con las que El Asunto aborda el desafío de presentar sus canciones.
Sin negarse al pedido y sabiendo que no había más temas trabajados, esta vez la despedida fue un auténtico bis. Y como si ese vértice  de energías coincidentes guiara a su aportantes por el camino apacible que las define, la elección de “Luna nueva” resultó más que lógica. Los ciclos, el ritmo natural, la cadencia de la marea y su influjo en los ánimos dibujo un cierre ideal para la noche de presentación en público de El Asunto. Ya hay dos fechas más definidas, y el tiempo será el encargado de determinar hasta donde este remontar hermoso que presenciamos anoche, consigue tomar vuelo.






sábado, 9 de agosto de 2014

Vero Verdier y Lucho Cervi en el C.C. de la Cooperación

            Este viernes ofrecía una buena cantidad de opciones musicales. Entre ellas, la presentación de “Remolino”, el extraordinario segundo disco de Acorazado Potemkin. Yo no llegaba por horario, y la verdad es que fue una lástima, porque el evento que motiva este posteo era ahí nomás y a continuación, así que hacer el doblete hubiese resultado formidable. Eso sí, de salir más temprano de casa me hubiese perdido del show que dio un loquito vagabundo que se subió al 26 mientras iba para el centro y, a cambio de unas monedas, se despachó con unos cuantos covers a capella de Guns'n Roses en versón Capusotteana, que incluyeron, en el caso de “Don't cry”, hasta traducción simutánea de la letra. La simpatía maravillosa que solo pueden provocar los locos, y si el pibe no oliera todo lo mal que olía, se compraba el colectivo conpleto. Como despedida unos pibes del fondo le pidieron una de Soda, y el loco reveló que en su vida cuerda (o no tanto) resultó un melómano hecho y derecho, pues nos cantó la nada condescendiente “Ella usó mi cabeza como un revolver”. En Primera Junta lo invitaron a bajar, porque los pasajeros se amuchaban adelante; ya sea porque querían apreciar su desafinado canto a una resptable distancia, o directamente porque no querían olerlo. Lástima, era divertido y yo elegí imaginar que no se bañaba porque había hecho una promesa hasta que se despierte Gustavo Cerati. O Axl Rose baje de peso, vaya uno a saber.
            Bien, volviendo al tema que nos ocupa (??), en la sala Osvaldo Pugliese del Centro Cultural de la Cooperación, a medianoche cantaban Vero Verdier y Lucho Cervi, presentando “Pink moon”. Que un espectáculo que promete canciones sin otra pretensíón que ofrecerlas en una versión despojada, elija ese  nombre para presentarse, ya de por sí es un excelente augurio. En mi caso además se sumaba la profunda necesidad de escuchar cantar a Verónica Verdier, porque aún no pude superar el síndrome de abstinencia de Proyecto Verona (?'??). Y además se sumaba la presencia de Lucho Cervi (ex-Auge, hoy solista con una interminable lista de presentaciones compartidas que incluyen, entre tantos, también a PV) en guitarra, con lo cual la noche venía completita.
            Además del hermoso nombre con el que la bautizaron, la sala del Cooperación es perfecta para este tipo de propuestas. Sillas y mesitas rodeando un escenario que en relación con la sala, es muy amplio. Es esa forma la que permite construir ese ámbito de intimidad que un recital así requiere. En mi caso, un café que despabile (era medianoche, había laburado todo el día y los años no vienen solos) y a disfrutar. Y vaya si me recibieron bien, tanto que ya el primer tema fue “Vértigo”,  de Proyecto Verona. Tanto Vero como Lucho salieron con lentes oscuros (después Vero aduciría un problema ocular, y explicaría el otro par de lentes en la solidaridad de Lucho) y tocaron toda la primera parte con dos guitarras acústicas, algo que me provocó intriga, porque el despliegue del escenario ofrecía además un teclado, un bajo y una elemental batería. Enseguida con “Mrs. Robinson” el concierto sí tomó el rumbo que prometía: folk de los '60 y '70, más ese mismo espíritu replicado en décadas posteriores. Bienvenida entonces la canción, esa que sumadas a las imagenes de la película, me llevaron a tener alguna vez la primera y elemental noción del concepto de MILF.
            Esa primera parte exclusivamente con guitarras incluyó  versiones de “Something stupid”, “Cruzando puertas” de Draco Rosa, “Tu voz bipolar” (Vero habló de ella como la primera y única canción que compuso en guitarra y para mí fue un regalo; “Caravana” quedó inamovible en mi Ipod desde el mismo día de su edición), y una de Corinne Bailey Rae que cuando dice “go, put your records on, tell me your favourite song” bien podría resumir el espíritu del encuentro musical al que asistíamos. Además Vero Verdier alcanza, a mi gusto, la más destacada performance vocal de la trasnoche del viernes. “Tiny dancer” y “California”, rescatando la etapa folk de Joni Mitchell, cerraron esa primera parte.
            Cuando uno relata o comenta shows como este corre dos riesgos: el primero, limitarse a nombrar una sucesión de canciones, lo cual, con su solo encadenamiento, es capaz de reconstruir una noción patente del clima que se creó a partir de ellas. El segundo riesgo es extenderse en cada canción, porque su historia, la manera en que uno la conoció, el sginificado y sentimiento particular que despierta en cada uno, provoca innumerables caminos posibles. Así que para la segunda parte del show, voy a ser más resumido. “Like star”, la luminosa y dulce melodía de Corinne Bailey Rae abrió ese segmento, ya con Vero Verdier sentada el teclado. A partir de allí el clima tomó un ritmo más marcado que terminó por consumarse cuando un baterista invitado le marcó el pulso a “Fixing a hole”. “Be bop”, ese tema jazzeado que abría “Encendida” cerró la lista de citas a Proyecto Verona, ya con Lucho Cervi tocando el bajo.
            Hacia el final fueron y volvieron en el tiempo. “Easy” de los Commodores, “You send me flying”, rescatando a la Amy Winehouse más jazzera, y por supuesto “Pink moon”, leit motiv de la cita. Confieso que yo ya me daba por satisfecho, pero unos aplausos tibios, mínimos, como cuidando de que un bullicio repentino no quiebre el clima encantador que nos había impregnado durante ago más de un ahora, consiguieron que Lucho y Vero regresen para despedirse con un par de regalos más: “Más y más”, del Draco más masivo, y “Valerie” de The Zutons, aunque abordada desde el mismo lugar con el que la versionaron Amy Winehouse y Mark Ronson.

            Si mi viaje de ida al centro había incluido a un lunático imitador de Axl Rose, el regreso estuvo acompañado por un taxista que no paró de murmurar todo el viaje. Como un rumiante, su boca se movía y despedía sonidos ininteligibles, que en la mente del conductor seguro se consumaban en palabras e ideas, vaya a saber acerca de qué dilema. O tal vez, a su tímida manera, él también volvía cantando.




sábado, 2 de agosto de 2014

Juana Molina en el Teatro Vorterix

                Anoche, cuando llegué a casa de regreso del recital, escribí en mi perfil de Facebook: Thom Yorke + Björk + Nini Marshall = Juana. Fue algo muy intuitivo y casi como para dejar testimonio de dónde había estado, y caracterizado por mi tendencia a la exageración, aún a la hora de exagerar. Pero lo cierto es que ahora cuando me pongo a escribir, vuelvo a ese capricho y casi que se me ocurre la necesidad de justificarlo. Entonces pienso en la letanía de la voz de Yorke, en “The eraser”, en la superposición de texturas y loops electrónicos. Y si se trata de la islandesa la cosa viene por los modos en el uso de la voz, en algunas palabras elegidas y pronunciadas por su sonoridad, en la modulación gutural de “Medulla” y hasta algunos gestos tribales de “Volta”. Y bueno….lo de Nini  Marshall es más que obvio, aunque de solo pensarlo se me aparezca la voz de mi abuela recordándome que “Nini Marshall hubo una sola, nene. No escribas pelotudeces”.         
                En el Vorterix el público era de lo más ecléctico a pesar de que el prejuicioso pueda imaginar un ambiente hipster. Hoy por hoy, y por suerte, ciertas etiquetas no significan limitaciones, y si uno ve una campera de Kiss en un recital de Juana Mollina, es porque la batalla está más cerca que nunca de ganarse.         
                El show empezó muy pocos minutos después de lo programado, con un teatro colmado (tuvo que agregar una nueva función para el 23) y expectante. Abrió con el tema que nombra al disco, “WED 21”, y siguió con “Eras” y “Lo decidí yo”, también de ese disco. Ella en el centro del escenario, con la SG colgando de sus hombros, un teclado, una consola e infinidad de pedales.  A su izquierda Diego Arcaute en la batería, y del otro lado, Odín Schwartz en teclados y una electroacústica. Muchos aparatos y cero escenografía. Como si en definitiva, más allá de toda la tecnología, en el fondo se pretendiera representar que la esencia de los sonidos sigue siendo la misma.
                Con “WED 21” Juana ha abandonado la preeminencia de las texturas acústicas y fue incorporando complementos eléctricos y beats más agresivos. La manera en que los sonidos son sampleados en vivo y se van incorporando a los temas permite una versión gráfica de la composición de las canciones. De las armonías que se van concretando y también desarmando, porque los recorridos son sinuosos, imprevisibles y enrevesados.  Cada canción avanza en una espiral hacia un climax sonoro que pone a todo el mundo a bailar. Un baile leve, de pequeños cabeceos de personas que tampoco se comportan de manera sincopada, sino que parecieran sumirse en la misma  imprevisibilidad de la música. En ese punto, “Un día”, del disco anterior, resulta el punto más alto, con un crescendo que eleva al éxtasis. Es fantástico sentir como el letargo bagualístico original se desvanece para reconvertirse en una catarata de beats que dejan al público a los gritos. Antes dije Björk y en ese momento yo pensé mucho en “Declare Independence”
                “Vive solo” y “Ay, no se ofendan” también pertenecen al último disco y continúan en la misma línea, y luego Juana cambia de guitarra y se adelanta en el escenario para un set más intimista. Allí aparece la versión mínima de Juana Molina, en donde su voz susurrante se vuelve frágil, y el clima se tiñe de una ligera somnolencia que se hamaca entre sensaciones angustiantes y placenteras. Eso sí, el clima se vio interrumpido durante “Curame” cuando le avisaron a Juana de un desmayo en el fondo de la sala y eso dio lugar a un paso de comedia (Juana improvisó una letra acerca de traer a la chica desvanecida al escenario que estaba fresquito), que aunque resultó hilarante, cortó con la pretensión de la artista. Incluso “Rara” sonó desubicada y la desconcentración provocó algún leve pifie. Temas “oldies” (Juana dixit) y una especie de relax para retomar el impulso rítmico.
 
                “Las edades” resulta reflexiva, y “Ferocísimo” fue  recibida como hit. “Bicho auto” fue otro momento clave en la noche (también lo es en el disco) en donde  unos teclados oscuros encierran a las guitarras de espíritu country, al tiempo que los sintetizadores construyen una vorágine sonora sin respiro que continua en una superposición de voces y sonidos, que sumadas a la música, se resuelve en un caos tan pavoroso como seductor. Por momentos, hasta surrealista. Y como si para la despedida fuera necesario redoblar el clima, el cierre quedó a cargo de “Sin guía no”, sumando angustia a todos los sentimientos anteriores. Más coros se incorporan y superponen, y la pregunta “Cuándo va a venir el día?” termina convirtiéndose en una súplica al límite de lo tolerable. El final requiere de un prolongado respiro reparador.
                Hubo bises, por supuesto, y primero escuchamos la pesadilla consumada en “Final feliz”, y un nuevo (falso) cierre con “Los hongos de Marosa” (una de las más pedidas, además de un insistente muchacho que no dejó de pedir “El perro”) en donde una especie de psicodelia  tenebrosa recompone el estado de trance al que nos había llevado el concierto. Y aunque Juana volvió al escenario una vez más para despedirse definitivamente con la culposa “Quién?”, a los efectos de un concierto cautivante, se trató más de un regalo de que un complemento.
                    Volviendo a casa, cuando me bajé del 42 pasé por una cuadra por la que casi nunca paso, pero que me encanta por el siguiente motivo: es bastante oscura, muy poco transitada y las casas tienen tantos sensores de movimiento que a medida que voy avanzando se encienden a mi paso y me hacen sentir una estrella. A veces sucede que también pasa un perro, las luces se encienden igual y me desilusiono. Pero después me consuelo pensando que también Pier llenó Obras. Bo sé si esto último tiene mucho que ver con el recital, pero en mi memoria todo forma parte de la misma noche.