Cuando uno entraba anoche al Gran
Rex le entregaban como programa un cuadernillo de tapas negras en donde
figuraban las listas de temas de los tres conciertos de la serie con que Charly
García festejaba sus sesenta años. La vanguardia es así, Detrás de las paredes
y El ángel vigía. Tres conciertos, a veinte temas por noche. Sesenta años y
sesenta canciones. Nada fuera de lo común, pero lo suficientemente tentador
para estar allí cada una de las presentaciones. En mi caso, que fui solo la
tercera, la primera reacción al estar ya acomodado en mi butaca, fue abrir el
cuadernillo y decepcionarme con los setlist de los días previos. Empecé
entonces por ese acto masoquista, mientras me negaba a ver la lista
correspondiente a mi noche, algo que mi ansiedad hizo fracasar tras breves
minutos de cavilaciones. Y comprendí que aún cuando hubiese ido las tres
noches, también me hubieran quedado canciones en el debe. Claro, es Charly
Garcia. El mismo Charly García que hacia el final del show va a decir algo como
“van diecisiete canciones en este concierto, más las cuarenta de los otros dos,
son cincuenta y siete. Y pensar que algunos con una sola...”, y un gesto de
resignación irónica al que la gente va a responder rompiendo en furiosos
aplausos.
Cuando el telón se descorrió, se oyó
la voz en off de Graciela Borges que inició su speach con un “La vida es una
droga a la que se le acabó el efecto”, y por la pantalla trasera del escenario
empezaron a mostrarse las tapas de cada uno de los discos de toda su carrera, acompañado por un pedacito del tema más
emblemático de cada trabajo. Si a alguno le faltaba memoria, allí tuvo un
verdadero parámetro de la trayectoria del artista que engominado iba a aparecer
sobre el escenario para dar puntapié al concierto con “Piano bar”. Junto a él,
la banda que lo viene acompañando desde su regreso, con dos variantes: el
japonés Hiuge Hayashida en segunda guitarra, y Rosario Ortega en reemplazo de
Hilda Lizarazu. Pero además anoche, un trío de cuerdas, más un polifacético Fernando Samalea se
encargaron de darle un marco más que
especial a las versiones que Charly eligió para cerrar la triada de recitales.
Y precisamente Samalea en bandoneón, es el que tiñe de tono tanguero a los dos
primeros temas, porque pegadito a “Piano Bar”, “Canción de 2x3” sonó más
porteña y melancólica que nunca. “I'm not in love” cambió a Gardel por Beatles,
y “Plateado sobre plateado” resultó uno de los grandes rescates de la noche,
con un destacado Samalea en vibrafón. Algunas huellas ya son la piel, y vaya si
lo son.
Las canciones eran interrumpidas por
otra voz en off, la de Badía, que narraba historias absurdas sobre una mujer
que robaba globos terráqueos de las escuelas y extraterrestres que embarazaban
a las mujeres bellas de la tierra; o sobre una pregunta periodística al
sobreviviente de un incendio, que consultado sobre el origen del fuego
responde: “No sé. Estaba en llamas cuando me acosté”. Pasan también “El día que
apagaron la luz” y “Deberías saber por qué” a la que la gente canta como
cualquier otro clásico y provoca que Charly diga que es la primera vez que el
público entiende esa canción. Alguien le agradece con un: genio!, a lo que
Charly veloz responde: no. Genio es Maradona. Y anuncia una canción de la época
“en que Maradona todavía hacía jueguitos y firuletes”, y cierra la primera
parte del show con “Nuevos trapos”.
El anunciado intervalo incluyó la
proyección de partes de “Un perro andaluz”, el sueño surrealista de Luis
Buñuel, mientras se escucha el piano de “20 trajes verdes” y la voz de Graciela
Borges recita frases selectas de la poesía de García. Breve, pero a tono con la
puesta conceptual del show. Un concierto que al regreso nos recibe con una
andanada de rock and roll fenomenal, con “Popotitos” y “No se va a llamar mi
amor”. Vaya uno a saber cuál es la fórmula de la alquimia química que consigue
mantener a Charly en ese estado de lucidez. Pero lo cierto es que el tipo, aún
con sus dificultades, pasea por el escenario, dirige a sus músicos, seduce a
Rosario Ortega y hasta baila flexionando sus rodillas de una manera imposible
de imaginar, cuando un año y medio atrás nos conformábamos con saberlo vivo y
estábamos dispuestos a perdonarle cualquier torpeza con tal de escucharlo
cantar aunque sea una vez más. Es tal el éxtasis sobre el escenario, que Charly
decide bajar un poco los decibeles presentando a cada uno de los músicos de su
banda, porque a continuación venía “Llorando en el espejo” (esta canción me
hace llorar hasta a mí, García dixit) en una versión a la que las cuerdas
hicieron más intensa que nunca. Y después “Por qué no te animás a despegar?”
para seguir con el clima más denso, que se volverá a romper con “Raros peinados
nuevos” y “Rap del exilio”.
Ya no se trata de la sorpresa ante
un tipo al que uno no creía poder ver de vuelta arriba de un escenario como en
aquel diluvio de 2009, ni siquiera del músico prolijo que encaraba el repaso de
su carrera con dignidad interpretativa en los Luna Park de 2010. No. Se trata
de un artista que se muestra con sus neuronas abiertas a revisionar su obra
desde otro lugar. Reentendiéndola, incluso autosorprendiéndose, reinventándola
a veces y resignificándola otras. O acaso hay manera de recibir el impacto de
la súplica de “Asesíname” (con dedicatoria a Celeste Cid) de la misma manera
que diez años atrás? O la “Canción para
mi muerte” con la que cierra el tramo central del show que es cantada de
memoria por todo el teatro mientras la banda intenta sostener la cadencia
blusera de la versión que se habían propuesto ,sin desairar a la gente que sigue
el tiempo de la melodía tal cual fuera grabada en el lejano “Vida”.
Antes de los bises, que en realidad
son parte programada del concierto y los que en definitiva le van a terminar de
otorgar el carácter de glorioso, suena la versión García del himno mientras la
pantalla muestra los créditos del concierto como si se tratase de un film. Para
destacar la mención a Juan Alberto
Badía, que provoca aplausos al mismo nivel que la del “negro” García Lopez. Ya
de regreso, Charly en el escenario acompañado solo por el trío de cello, viola
y violín, se lanza a una emotiva versión de “Desarma y sangra”. El ángel vigía,
leit motiv del tercer concierto de la serie, dice presente con unos arreglos de
cuerdas deliciosos y que arropan al clásico de “Bicicletas” con una intensidad
conmovedora. Y aunque en la platea todos sabemos lo que sigue cuando Charly
dice que va a hacer un tema, que en realidad son tres (una suite! anunció),
nadie podrá evitar los ojos enrojecidos que como inmediato correlato aparecen
ni bien el maestro nos canta “Quiero verte la cara brillando como una esclava
negra, sonriendo con ganas”. Sí, una “Eiti Leda” emocionante con el (aquí sí
imprescindible) aporte de Rosario Ortega en la voz y una banda expandiéndose en
su perfección sonora y llegando a lo más profundo de cada uno de los tipos que
de pie no podemos quebrar nuestra perplejidad. Pero habrá más. Según el
programa, lo que seguía era “Fanky” como para terminar todos bailando. Pero
“Eiti Leda” habá dejado algo el ambiente que insinuaba que esa no era la
continuidad adecuada. Y Charly llama a García Lopez y en voz baja le hace una
sugerencia, entonces el negro arranca con “Cerca de la revolución” y el Gran
Rex estalló para un final apoteósico.
Poco se hizo esperar Charly para
volver a cumplir con la lista prometida y regalarnos el “Fanky” que una vez
superado el trance Seru, sí nos predisponía mejor a despedirnos bailando.
Claro, todo esto si la palabra despedida hubiese estado en la cabeza de alguno
de los que poblábamos el teatro. Porque no se movió nadie. Cantos, gritos,
llamados. Que esta es la banda de Say No More, que si este no es aguante, el
aguante donde está, y todo para convencer a un Charly, que aunque se demore
unos cuantos minutos en volver, ya parecía convencido de antes. Y si al principio
hablé sobre redescubrir canciones, “Instituciones” fue el gran redescubrimiento
de esta serie de conciertos. Una versión que se inició en un tempo más veloz
que la original, pero resultó implacable. “Tenes sábados, hembras y
televisores” vocifera Charly, que se había dedicado parte de la noche a joder
con Tinelli y su programa. Y es cuando todo va llegando a su fin el momento en
el que uno realmente cae de lo que acaba
de ser testigo, con Charly arrodillado en el escenario, cantando aquello de
"pero siempre el mismo terror a la soledad.....".Y uno que de tantos
recitales que le ha visto cree haber pasado todo en materia de emociones se da
cuenta que no tuvo ni para empezar. Inolvidable. A llevar los sueños al justo
lugar entonces, aunque el teclado que quedó a salvo del telón clausurado genere
alguna expectativa y haga que por casi veinte minutos nadie se mueva del
teatro, hasta que la seguridad indique amablemente el camino de salida.
Se repite 4, 8 y 11 de noviembre en
el mismo teatro. Yo que ustedes en lugar de hacer cola en Casa Piano y lidiar
con la AFIP por
un puñado de billetes que si están verdes no los dejan salir, me voy derechito
al Gran Rex a invertir en este Charly García. Que no conforme con haber
resucitado una vez, promete que habrá más resurrecciones en su mundo.
3 comentarios:
Merdre. Y yo que desde que hizo esa presentación en Puerto Madero que después aparecería como "Demasiado ego" juré no ir a ver jamás a Charly en vivo.
Me has puesto en un brete. ¿Rompo mi juramento o me cocino en mi impotencia?
Como sea, uso este comentario para iniciar mi campaña de recolección de firmas para que Charly saque al menos un disco instrumental (que no sea banda de sonido, claro)
"El arte de La Crónica", que dijo Charlie Haden.
Adictivo. Se agradece :)
aaai HERNAN!!! gracias ...inmensas gracias por esta bellísima crónica del ángel vigía... Gracias por esta otra buena nueva del alma que canta de un "alma que piensa y que por pensar no es alma". El que nació en el sur, el que encendió la luz de mi amor... Ese "hábil jugador (...) que desintegra con un blues esta oscura prisión".
Claro que sí, es tan cierto: "Algunas huellas ya son la piel, y vaya si lo son."
Gracias otra vez HERNÁN!
...y gracias otra vez a CHARLY.
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