El show de Pearl Jam de
anoche puede resumirse en una sola imagen: mientras la banda está
terminando de tocar ese temazo que es “Black” y la gente no para
de corear la parte de guitarra del estribillo, los músicos aminoran
el volumen hasta hacer silencio y se quedan embelesados mirando a la
gente cantar. Entonces los miles de tipos que hace seis años nos
íbamos con la piel de gallina caminando por las calles de Caballito,
en una noche tán cálida y húmeda como lo indica el mandato
porteño, preguntándonos si alguna vez íbamos a volver a ser
testigos de semajante química entre una banda de rock y su público,
nos damos cuenta que sí. Que no solo era posible, sino que para que
se repita solo bastaba con volvernos a ver cara a cara con esos
músicos que anoche terminan “Black” aplaudiendo a su gente, en
una reacción que tiene poco de demagógica y mucho de sincera
emoción. Porque realmente son conmovidos por esos cantos consagrados
hacia ellos y a los que Eddie Vedder, en un gesto de auténtico
peronista, llamará más adelante “música hermosa”. Pero eso
sucede cuando promedia la extensa segunda tanda de bises, y antes
Peal Jam hizo mucho para llegar a ese momento.
La primera sorpresa
había llegado cuando Eddie Vedder subió como invitado a cerrar el
set de X, la histórica banda punk de Los Angeles, casi desconocida
en Argentina y que oficiaron de teloneros de la gira Sudamericana.
Con una voz femenina al frente, la de Exene Cervenka (una especie de
versión moderada y previa en la linea evolutiva de Beth Ditto), se
las arreglaron para que la gente les preste atención al set, y con
un punk primitivo, más las versiones de “Soul kitchen” de The
Doors y “Breathless” de Jerry Lee Lewis, consiguieron animar la
previa. El cierre con invitado de lujo resultó el moño. Una
demostración de humildad por parte del cantante estrella de la
noche, pero también de afirmación de identidad: Pearl Jam tiene
especial preocupación en revelar las raíces de su música a la hora
de elegir telonero.
Veinte años de “Ten”,
veinte años de grunge. Y en Argentina con diferencia de días vamos
a tener el privilegio de tener tres voces emblemáticas: Cornell, con
su show acústico de la semana pasada, Scott Weiland y sus STP en
Diciembre, y anoche Eddie Vedder, que dio inicio al concierto
homenajeando a aquel puntepié inicial, con el confesional “Release”.
Pero enseguida “Go” y “Corduroy” se encargaron de entregar
las primeras andanadas de rock primal. En un show que se preocupó
por repasar la larga carrera de la banda, Pearl Jam supo administrar
energía e intercalar momentos calmos a las descargar brutales de
furia punk. Así fue que el dueto de “Backspacer”, “The fixer”
y “Amongst the waves”, fue interrumpido con la intensidad de
“Inmortality”.
Lo que sucede a lo largo
del show es la suma de pequeñas complicidades y anécdotas entre la
banda y su público. La banda sí, pero en particular Eddie Vedder.
Que pide tres pasos atrás a la gente cuando la ve agolpada contra el
vallado (Rosklide los curó de espanto), que no para de beber y que
hacia el final hasta se permite un cigarro. Que no olvida que en su
primera visita al país llegó como seguidor de los Ramones, y que
confiesa cuánto los extraña, antes de rematar la anécdota con “I
believe in miracles”. Y que desgarra su garganta en cada tema sin
medir consecuencias, entregando toda su vitalidad para un estadio que
no hace más que recibirla y devolverla por duplicado. Supliendo en
parte a un sonido que no favoreció a las guitarras, que en los temas
más poderosos sonaron algo saturadas, al menos desde mi lugar.
La gente extasiada se
entrega de manera absoluta. Salta con “Even Flow”, simplemente se
rinde ante el rescate de “Ederly woman behind the counter in a
small town” y corea a más no poder el fraseo de guitarra de “Do
the evolution”, tal vez la característica que más sorprenda y
atraiga a los músicos, del público argentino. Que en los intervalos
entre temas se preocupa de corear el nombre de la banda, y recordar
entre ole, ole y olas que Pearl Jam es un sentimiento y que no se
puede parar. Que revolea remeras, que salta las vallas que dividen la
parte trasera del campo de la del medio (la delantera, la VIP,
resultó infranqueable) a riesgo de comerse un golpe de los tipos de
seguridad, que impotentes observan como el orden que les encargaron
los abandona. Cuando Pearl Jam vuelve a “Ten” para cerrar la
primera parte del concierto con “Jeremy” y “Porch” (en un
final prolongado de altísimo vuelo), yo miré el reloj y cuando noté
que había pasado una hora y veinte, no podía creerlo. Parecía que
recién había empezado, y con solo mirar las caras a mi alrededor me
di cuenta que no era el único con esa sensación.
Volvieron al escenario
en una versión relajada. “Just Breathe” y “Garden” fueron
seguidas por la irresistible simpleza del cover de Wayne Cochran,
“Last kiss”, que fue acomañado con aplausos rítmicos por miles
de manos elevadas. Y luego del nombrado tributo a Ramones, cerraron
ese tramo con “State of love and trust” y un “Blood” en donde
la performance de Vedder se vuelve épica, exponiento al límite a
sus cuerdas vocales, y el desgarrado grito “Fuck, fuck, fuck”
resulta una mezcla de bronca y rebeldía descomunal.
Pero había más. Y
mucho más. Porque regresaron con el riff hiriente de “Smile” y
luego se embarcaron en “Mother” de Roger Waters, que aunque la
vienen haciendo en la gira y uno ha buscado entre los videos
disponibles en la web, solo es posible medirla en la dimensión de
emotividad que emana la versión, escuchándondo en vivo. Emotividad
que se incremeta y alcanza su pico en “Black” y la escena contada
al comienzo. Y que continua con “Better man”, como si fuera poco,
con el estadio cantando y Vedder saltando como un chico y alejándose
del micrófono para oir al público entusiasmado. La batería de Matt
Cameron da inicio a “Why go” y otra vez Pearl Jam desborda de
ímpetu rockero, con McCready y Gossard sacándose chispas, y que
llega a un final apocalíptico que se resuelve en el inmortal
“Alive”. Y si hasta ese momento se había cantado, entonces la
entrega, tanto arriba como abajo del escenario es absoluta. Y el “I'm
still alive” es entonces un grito de liberación y celebración.
Una éxtasis casi religioso por alabar el regreso de Pearl Jam a la
tierra prometida. Y después a rockear en el mundo libre, festejando
el cumpleaños de Neil Young, con las luces que se van encendiendo de
a poco, y que no solo no logran cortar el clima, sino que además dan
auténtico testimonio de la fiesta que se vive en el estadio colmado.
El final definitivo fue
con la hendrixiana “Yellow ledbetter” y Eddie Vedder correteando
frente a la gente y tocando cada una de las palmas a su alcance, y
McCready haciendo su solo final sentado al borde del escenario. Entre
amigos. Borrando los límites entre las estrellas de rock y el
público. En una abosluta comunión que no terminará nunca y a la
que solo podrá igualar una próxima visita de Pearl Jam.
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