
Tres horas antes, con
media hora de demora y mientras miles de personas todavía pugnaban
por ingresar al predio, Gilmour se había subido al escenario apenas
iluminado, y cuando en “5 A.M.” (la breve pieza instrumental que
abre “Rattle that lock”) sus dedos estiraron la primera nota
alcanzando el sonido inconfudible que lo identifica, todos entendimos
que la noche sería única.

Un punto a favor en
medio de esa desorganización, fue el sonido. En un predio abierto y
una noche ventosa, a más de cien metros del escenario la música
llegaba con una calidad de audio digna de un teatro. Jamás se “voló”
una nota, jamás decayó el volumen, los climas desde hipnóticos e
íntimos hasta los psicodélicos y épicos se transmitieron de forma
asombrosa. Y ese punto, sumado a la buena cantidad de pantallas
dispuestas a lo largo y ancho del predio, hicieron que en ese sentido
nadie salga defraudado.
Para cualquier fan de la
música en general y de Pink Floyd y todo lo que lo rodea en
particular, el solo hecho de leer la lista de temas, le bastará para
tomar conciencia del pedazo de concierto al que asistimos. El
comienzo fue tal cual “Ratlle that lock” el último trabajo de
David Gilmour que lleva apenas un puñado de meses en la calle. Pero
cuando la guitarra de 12 cuerdas hizo reconocible los primeros
acordes de “Wish you were here”, los corazones empezaron a sentir
los primeros síntomas del cimbronazo emocional al que quedarían
expuestos.
El show se dividió en
dos partes, con un intermedio de unos veinte minutos. La primera
parte tuvo a “Rattle that lock” como protagonista, con “Money”
(en una semana tan especial en la Argentina, que si uno no supiera
que el tema ya integraba la lista de la gira, pensaría que fue
incluida a propósito), “Us and them”, y más tarde, ya citando a
ese Floyd que tiene más de Gilmour solista que de Pink Floyd (con
perdón de Manson y Wright) , “High hopes”.
El escenario estuve
presidido por el reconocible círculo rodeado de luces, tan típico
de los shows de Pink Floyd en los '90, dentro del cual se proyectaban
imágenes alusivas a los temas, y también primeras tomas de Gilmour
y sus músicos. Las luces alrededor de él hicieron el resto.
La segunda parte del
concierto abrió con “Astronomy domine”, e iluminación y música
construyeron un momento lisérgico que nos elevó los sentidos para
que “Shine on you crazy diamond” nos sostenga en el aire por vaya
uno a saber cuánto tiempo. Desde algún sitio tan incierto como
embriagante, Syd Barret nos guiñaba un ojo.

De allí al final
Gilmour eligió citar nuevamente al Floyd de “The division bell”
(“Coming back to life”), al de “A momentary lapse of reason”
(“Sorrow”) y presentó a su impecable banda antes de la bluseada
perla de su último disco: “The girl in the yellow dress”. A
propósito de su banda, si arriba del escenario anoche no hubiese
estado David Gilmour, le estaría dedicando un par de párrafos al
extraodinario trabajo de Phil Manzanera en la segunda guitarra.
Sumado a ellos, el curitibano Joao Mello en el saxo tuvos sus grandes
momentos en “Money” y “Us and them”. Guy Pratt en el bajo y
John Carin en guitarras, teclados y voces, fueron dos de los viejos
colabradores que lo acompañaron ayer, y el grupo se completó con
Kevin McAlea en teclados, Steven Distanislao en batería, y los coros
a cargo de Biran Chambers y Lucita Jules.
A esa altura de la
noche, la voz de Gilmour daba signos de cansacio. Algunos agudos o
tramos más melódicos eran resueltos con más oficio que entonación,
pero cada vez que la guitarra se elevaba por sobre el resto de la
banda, un manto de piadosa justicia borraba cualquier reproche
posible. Y en ningún momento el público dejó de reverenciar al
“gordo”, apodo que ya no podrá sacarse de encima a pesar de que
sus formas lo desmienten, y sus casi 70 años lo muestran en buen
estado físico.
“Run like hell” (con
Manzanera haciendo las voces de Waters, y ambos cubriendo su vista
con anteojos negros) fue el apoteósico cierre de un show que quienes
presenciamos no olvidaremos jamás, y que tendremos bien arriba a la
hora de contabilizar los highlights de nuestras vidas.

La hora, la ventisca y
el cansancio hicieron de la desoncentración un andar lento al que me
adelanté para evitar lo que seguro fue tan caótico como la llegada.
Un colectivo de un número de tres cifras que no me atrevo a repetir
me alejó hasta Puente Saavedra.
“De un modo relativo
el sol es el mismo. Pero vos sos más viejo, tu respiración es más
corta y estás un día más cerca de la muerte” había cantado
Gilmour en “Time”. Sin embargo, como aquél incesante led de la
tapa de “Pulse”, todos regresamos a casa sintiéndonos más
inmortales que nunca.
(Gracias Sandra Calandrino por las fotos!)