Un
Buda pequeñito que alcanza su nirvana en una explosión de rock
industrial digna de Trent Reznor, es el leit motiv del segundo disco
de Octafonic. Un Buda que señala a occidente y su perdición, y que
invita a la salvación en una reencarnada vida libre de corrupción
espiritual. Una imagen que pareciera encontrarse en el preciso
instante de la transformación, de la liberación colosal de energía
cuyas consecuencias resultarán impredecibles. Una situación de la
que si uno es más o menos consciente, no podrá provocar otra cosa
que ansiedad. Y así se percibía el ambiente del teatro Vorterix a
pocos minutos del incio del show que significaría la presentación
oficial del segundo disco de Octafonic: ansioso.
Mi
tercera visita al teatro en menos de diez días, quienes siguen el
blog estaban avisados. Pero a diferencia de las dos visitas
anteriores, no se trataba de reencontrarse con un pasado dando
pruebas de vigencia, sino de un presente otorgando señales de
futuro. Octafonic, la banda más difícil de encasillar del ambiente
local, se proponía demostrar que un disco de sonido tan complejo
como “Mini Buda” era posible de ser plasmado sobre un escenario.
Y aunque mucha gente pareció demorarse en el acceso, al momento del
comienzo del show, media hora después de lo anunciado, el recinto se
encontraba repleto.
Un
guarda que pide tickets de ingreso en un tema de se llama “Welcome
to life”. Si bien cuando uno habla de Octafonic por lo general hace
referencia a su sonido, al alcance de los estilos abordados y a la
expansión de su búsqueda musical, yo no podía dejar pasar por alto
semejante ironía. Porque no hay manera que sea casual. Porque en un
disco que se propone trascender, o al menos juega con eso, la
parábola mercantilista del nacimiento tiene que ser necesariamente
una señal. Y en ese piano que se presenta progresivo y que da
comienzo tanto al disco como al concierto, hay mucho de lo que uno va
a poder absorber a continuación. Se percibe, fundamentalmente,
inquietud.
El
viernes Octafonic no solo ofreció un concierto consagratorio, un
nuevo paso en el camino de su creciente popularidad, sino que
reafirmó un hilo conductor que es su razón de ser:la fusión de
estilos inabarcables desde lo musical, una maquinaria perfecta a la
hora de la armonización de sonidos e instrumentos y un repertorio
que con dos álbumes en su haber, es capaz de plasmar sobre el
escenario una performance que no tiene antecedente directo en el
medio local.
“Nuestros
miedos crean un Dios”, terminan sentenciando en “God”, el
segundo de los temas del disco nuevo que tocaron y que es una
reafirmación de la idea inicial: sentidos y sensaciones cuyas
consecuencias son expuestas a carne viva. No se trata solo de lo
nuevo: pasan “Mistifying” y “Love” del disco anterior
(“Monster” - 2014) y la idea es la misma. En definitiva no hay
manera de no linkear, por ejemplo, a “Love” con Radiohead, y más
precisamente con el Radiohead de “Lotus flower”, como si una
nueva referencias a Buda resultara necesaria.
un repaso tema por tema de un show que consistió en todo el último
disco y casi todo el primero, resultaría tan aburrido como absurdo.
Solo puedo decir que hubo de todo: desde disco hasta funk metal
(incluso dentro del mismo tema, como en el caso de “Plastic”).
Aires house devenidos en más funk, pero cuasi psicodélico
(“Sativa”), synth pop que cita a los primeros '80s y hasta citas
latinas como en “Nana nana” , donde el calipso es una excusa para
terminar dando pasos de baile. Rock industrial con reminiscencias
orientales (“Mini buda”) o loops progresivos con estallidos en
donde los vientos arman un pandemonium de riffs agresivos (“Wheels”,
“Monster”). Y si bien el virtuosismo en Octafonic está puesto
al servicio del conjunto, el clima festivo de la presentación dejó
lugar a lucimientos individuales, como los de Hernan Rupolo en la
guitarra, con un solo citando a Steve Ray Vaughan al final de
“Wheels”, a Ezequiel Piazza con solo de batería durante
“Monster” y los vientos, con menos ostentación pero igual de
efectivos, haciéndose un espacio durante “I'm sorry”.
Nicolás Sorin dirige una orquesta que se caracteriza por el buen humor. No
solo el clima de fiesta se vive abajo del escenario, sino que además
se perciba sobre el mismo. Y en un punto el ambiente es hasta
familiar, como cuando Lula Bertoldi sube al escenario a sumar su voz
y despide a su pareja (Sorin) con un apasionado beso al paso, como s estuvieran en el living de su casa,
mientras la banda redondea su noche pasando primero por el paisaje
apocalíptico de “Over” y luego se proclama rebelde ante la
repetición y el hastío en “Slow down”, casualmente las
canciones que cierran cada uno de los álbumes de Octafonic.
Inevitablemente
se recurrió al formulismo de los bises, aunque por la rapidez en
salir y volver al escenario, lo de Octafonic haya significado solo
tomarse un respiro, quedaban dos canciones por presentar de “Mini
Buda”. Primero pasó “Thats OK”, tal vez la más amena desde lo
melódico, aunque no exenta del toque incalificable de Octafonic,
cuando los vientos guían al estribillo hacia un placidez de ribetes
épicos. Y el cierre fue con “What”, otro funk metálico con idas
y vueltas en tempos, vientos caóticos y un mensaje que quiebra la
ironía inicial y las pretensiones de trascendencia, cuando ante las
falsas máscaras y los mensajeros hipócritas, Octafonic se despide
anunciando “we´re not gonna stop till it bleeds” a un paso que
resulta un espejo del pogo que se ensaya frente al escenario.
Ya
con el clima apaciguado por las luces, las caras de satisfacción en
el teatro en retirada, resultaban indisimulables. Aunque más de uno
seguro seguía repitiéndose el “what” encolerizado, y andaba con
salir por las calles a patear tachos de basura. Diga que estamos
grandes para esas cosas.
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