La trayectoria de
algunos artistas es sobrada información para que uno se permita
presumir que su bagaje musical es lo suficientemene amplio como para
que su paleta de recomendaciones resulte tan tentadora como sus
propias creaciones. Tal es el caso de Richard Coleman, al que uno
imagina tan exigente e inconformista a la hora de ser oyente, como a
la hora de componer. Por este motivo un shows suyo basado en
versiones de canciones ajenas no solo es motivo de goce sino también
de expectativa, porque uno no solo llega con la seguridad de
disfrutar melodías dóciles y conocidas, sino también para aprender
y sorprenderse.
La idea del show, o
mejor dicho de la serie de shows que recorren los cuatro miércoles
de Septiembre, es presentar el disco “A song is a song”, cuya
edición fue financiada por fans de Richard, quienes recibieron a
cambio remeras, cd's autografiados y otra serie de privilegios y
exclusividades que no vienen al caso. Las canciones habían empezado
a escucharse en los recitales de presentación de “Siberia country
Club”, el excelente primer (y tardío) disco solista de Coleman y
todas se transformaron en un disco completamente en ingles. También
para estos shows se supieron sumar otro puñado de temas extra. Pero
nada define mejor la propuesta del disco y show íntimo del
guitarrista que las primeras palabras de Leon Rusell en “A song for
you”, tema elegido para abrir el recital: “He estado en tantos
lugares en mi vida, y ha pasado tanto tiempo. He cantado muchísimas
canciones, he hecho algunas malas rimas. He actuado, mi amor, en
escenarios con diez mil personas mirando. Pero estamos solos ahora, y
estoy cantando esta canción para tí”.
La selección de
canciones es ecléctica, como así también las tonalidades que
exigen a la garganta de Richard Coleman (en excelente estado por
cierto) algunas interpretaciones en tonos medios y altos en los que
uno no está acostumbrado a oirlo. Ese buen estado, más los efectos
de micrófono muy bien administrados y algunos falsetes poco
habituales en su estilo, consiguen que la apropiación de los temas
no suene forzada en ningún momento. En ese sentido hay canciones
como “Give me to love to Rose” de Johnny Cash, “Love me tender”
de Elvis o “Personal Jesus” de Depeche Mode, que le sientan
naturalmente de maravillas, mientras que otras como “Changes”
(inusual balada extraída del cuarto álbum de Black Sabbath), o el
conocido “Psycho Killer” de Talking Heads, reclaman una
adecuación que en todos los casos resulta exitosa.
Richard toca casi todo
el show con una guitarra electroacústica y una colección de pedales
de efecto (falló en la primera “patada” en el tema de Russell,
inusual blooper de su parte), y en varios de los temas es acompañado
por Bodie Datino, que se sucede en guitarras, bajo, teclados y hasta
una armónica. En tren de continuidad pasan “Satellite of love”de
Lou Reed, “Midnight rider” de Allman Brothers (con uno de los
pocos punteos de la noche). Mas tarde Coleman se calzará una Gibson
SG para “Jeepster” de T Rex y, a mi gusto lo mejor de la noche,
“To bring you my love” el denso blues que abría y bautizaba el
tercer disco de P.J. Harvey.
Coleman habla poco,
apenas nombra las canciones y sus autores, y solo dedica mayor tiempo
para explayarse sobre compositores de culto como Terry Reid y Nick
Drake (la versión de “Pink Moon” tal vez haya sido la única que
me dejó la necesidad de otra escucha para terminar de convencerme);
o para contar sobre la historia del disco maldito de Luis Alberto
Spinetta en inglés (“Only love can sustain”), del que extre, con
letra de Guillermo Vilas, “Children of the bells”. Los estilos
varían, y una viajera Martin Backpacker sirve para acopañar la
versión de “Thick as a brick” de Jethro Tull (Anderson fue el
primer cantante que me provocó querer cantar como él, confesó
Richard). Del barroco se puede pasar al insólito romanticismo,
viniendo de quien viene, del “Drive” de The Cars (otro highlight
del concierto).
Así como los cuatro
quesos de la pizza con los que acompaño el “fogón” de Richard
Coleman se funden y hacen uno solo y nuevo sabor entre todos, las
canciones seleccionadas se mixturan, cruzan, se acoplan con
naturalidad y en su sucesión otorgan al show una identidad que las
vuelve naturalmente cómplices. Pero hay además un claro hilo
conductor que, para seguir con la absurda metáfora de los quesos,
así como el roquefort termina preponderando entre lo sabores de la
pizza, en el show lo otorga la indeleble impronta que la oscuridad y
melancolía de Coleman le imprime a las canciones. “Spider en I”
de Brian Eno, es otro gran momento y “Wild is the wind” (que más
allá de la original de Johnny Mathis, y de Nina Simone y cuanto otro
la haya interpretado, todos sabemos que si está incluída en el
repertorio es debido a la versión que David Bowie grabara en
“Station to station”), termina por redondear el show que uno fue
a buscar. La despedida es con un falso bis, porque jamás Bodie y
Richard bajan de escena, y un tema que ya venía formando parte desde
hace unos meses del repertorio de Coleman : “No big deal” de Love
and Rockets. Único tema en el que el disparo de pistas con percusión
le dan al show un sonido de banda completa.
La mayoría de las
versiones que disfrutamos anoche están contenidas en un disco cuyo
nombre es seguido por un prometedor “volumen 1”. Canciones hay;
además del repertorio de ayer, Coleman ha hecho en el ciclo algún
tema de Tears for Fears y prometió repetir, junto a Andrea Alvarez,
para la última fecha, “Please read the letter” del disco de Page
y Plant “Walking into clarksdale” (al que por la voz femenina
imagino más cercana a como Robert la hiciera junto a Alison Krauss).
Hasta dónde el músico continuará con esta veta, no lo sabemos.
“Siberia country club” merece tener más rodaje en los
escenarios, pero la excelente recepción que ha tenido este proyecto
probablemente lo mantenga con vigencia, o en paralelo con la propia
carrera solista de Coleman. Y si no quedará en estado latente,
perdido en algún laberinto cuyos caminos enrevesados volverán a
juntar al músico con estas y otras muchas canciones. Laberintos
dije, borgeana palabra que viene como anillo al dedo para un proyecto
concretado en un bar que recibe a sus visitantes con la “Anatomía
de mi ultra” del gran Jorge Luis. Y si a eso se le suma la
presencia de Maria Kodama en la primera fecha del ciclo de Coleman,
la parábola cierra a la perfección. El miércoles 12 sale la última
función, yo no desaprovecharía la oportunidad.
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