Si uno juzgara a
Catupecu Machu como la banda más saludablemente inquieta de la
escena local, probablemente terminaría siendo injusto con un montón
de pibes que andan por bares y pubs (y salas de ensayo) con
propuestas jugadas que escapan a facilismo y la repetición. Pero si
uno reduce esa afirmación al parámetro de los grupos más
convocantes, sin duda ese lugar les pertenece con holgura. Madera
Microchip es una propuesta en la cual la promesa de fusionar música
y tecnología no resulta en principio nada innovadora a esta altura
del siglo XXI. En cambio sí lo hace el formato íntimo del show, con
cena incluída (150 personas sentadas en mesas de a cuatro, más otro
tanto paradas detrás) que permite un contacto entre la banda y su
gente, infrecuente en estos tiempos masivos. “Opus 1”, uno de los
temas rescatados para la ocasión empieza diciendo: “Este encuentro
que se da hoy aquí en este momento, tornando a mi ser de gala y
mordiendo mis ansias en puro placer al fín”, y de esa manera
define casi a la perfección el espíritu de la propuesta.
El Samsung Studio es un
recinto ideal para los encuentros de todos los miércoles de Agosto,
y para hacerlo aún más hospitalario cada uno de nosotros fuimos
recibidos con porrones de cerveza gratis y degustación de vino. El
menú de ayer (cambia cada función) incluía un arrolladito
primavera, una cazuela de fideos con salsa de hongos, un cheescake, y
un desorientado grupito de camareras superadas por la situación.
Pero aún así, si bien no todo el menú llegó a tiempo, sí lo hizo
en forma. Y más tarde la música, porque de eso en escencia se
trataba el asunto. Catupecu abrió con “El mezcal y la cobra”,
con Fernando sentado en el centro con una guitarra acústica ,
Agustín Rocino en batería y Sebastián Cáceres en el bajo a la
derecha del escenario, y del otro lado Macabre con su despliegue de
Laptops, teclados y tablets. De entrada nomás quedó claro que la
propuesta distaba bastante de aquella otra versión low fi de
Catupecu Machu, en la época de las presentaciones de “Laberintos
entre aristas y dialectos”. Los arreglos y programaciones se suman
a las reconocibles melodías que se mantienen intactas en su lírica.
Y el recorrido musical de la noche encontró a un Catupecu contenido,
pero con toda su electricidad en estado latente.
El show se dividió en
dos tramos, pero la dinámica fue similar en ambos: algunos hits
mezclados con otros temas rescatados de lo profundo de su
discografía, que precisamente son los que terminan por darle
identidad a la propuesta. En el primer tramo se destacaron
especialmente “Hormigas” y “Refugio”, y un emotivo
“Vistiendo”, canción que solía estar a cargo de Gabriel Ruiz
Diaz, cuyo nombre funciona como una especie de mantra que lo vuelve
omnipresente. En las versiones de “En los sueños” y “Musas”
queda claro que la adrenalina urgente en la voz le impide a Fernando
Ruiz Diaz sacarle todo el brillo a temas cuyo potencial crece en un
formato como el de anoche. Por momentos la informalidad en el trato
con la gente y en algunos comentarios entre los músicos, le dan al
concierto una impronta de ensayo con público, como los cuarenta
grados de fiebre de Agustín, divagues que van desde los elfos de El
Señor de los anillos, pasando por comentarios sobre los shows de
Björk en Buenos Aires, para llegar hasta las anécdotas del viejo y
recordado Ave Porco. Pero más que un ensayo la escena parece un
proceso de creación permanente con detalles que van madurando sobre
la marcha. La primera parte del show termina con Mariana Baraj
invitada en percusión y coros para una arrolladora versión del
viejísimo “Mil voces finas” (de “Dale!”), que le saca el
mejor de los provechos al formato.
La segunda parte abre
sumando la presencia de Mariano Mazzella en guitarra y su hermana
Laura como bailarina para darle un aire flamenco a “Vi llover”
(Agustín se encargó del cajón). Y lo mejor llegó a continuación
cuando otro tema de “Dale!”, “Ritual”, fue acumulando capas
sonoras hasta conseguir una sobrecarga que la colocó al límite de
la psicodelia. Fernando parece sorprenderse con las posibilidades de
la tecnología y adopta una pose de neófito en el tema, cosa que a
todas luces no es tal. Más tarde jugará en vivo probando las
posibilidades de la pedalera instalada en su tablet, a la que
confiesa haber comprado solo “porque todos los demás tenían una”.
A la versión de “Más y más” de Draco Rosa (en la que citó
cambiándole la letra al “Chan chan” de Compay Segundo), le
siguió otro punto alto de la noche: “Cuadros dentro de cuadros”.
Algunas personas le acercan regalos a Fernando pensando en su futuro
hijo, y el espacio reducido convierte al show en una reunión
familiar. Tanto que como en una fiesta de cumpleaños, al amigo que
se emborracha (ayer un par de pibes aprovecharon a full la
generosidad de las promotoras de Quilmes y se volvieron locuaces)
primero se le festejan las ocurrencias, después se le dedican
reprimendas cuando quiere volverse el centro de la noche, y al final
se lo termina disculpando porque en definitiva “quién no se puso
en pedo alguna vez”.
“Opus 1”, otro
temazo del que se encargaba Gabriel Ruiz Diaz, devolvió la
emotividad a la sala, clima que se cortó con los “Hablando a tu
corazón” (pensar que Fernando alguna vez bajó de su escenario de
una trompada al Charly García bardero de los '90) y “Persiana
americana” a capella. A pesar que no tocaron “Seguir viviendo sin
tu amor” (si lo hicieron la primera fecha) hubo tiempo también
para recordar a Luis Alberto Spinetta. “Dialecto” fue otro de los
momento más experimentales en cuanto a sonido, y “Magia veneno”
y “Y lo que quiero es que pises sin el suelo” consiguieron poner
de pie a la gente de las mesas. Entre medio de anécdotas sobre Jorge
Corona contando chistes sobre el Padre Grassi en The Roxy, el show
se fue con “Metropolis nueva” y una versión tecno y bailable de
“Eso vive”.
En mi caso, mas que
conclusión sobre la apuesta sonora de Madera Microchip, me llevé
una confirmación de lo que ya sabía de Catupecu Machu. Es probable
que alguien exigente pueda llegar a cuestionar cierta uniformidad en
el sonido, cosa que, dada la experiencia, bien podría haberse
evitado. O bien el trabajo experimental aún está en proceso, o el
sello de la banda es tan fuerte que resulta imposible de romper en su
escencia. Sea cual fuere la respuesta, la posibilidad de ver a una
banda masiva en un espacio íntimo y en pleno proceso de
experimentación no deja de ser una oportunidad digna de aprovechar.
Y aún cuando algún dueño de un espíritu menos aventurero prefiera
los shows masivos y hiteros, los hongos de la salsa de los fideos
bien valen la visita al Samsung en los próximos miércoles de
Agosto.
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