Refugio para ocultarme
de esta feroz tormenta. Así cuenta la letra del tema de “El número
imperfecto” que si bien no sonó ayer era la perfecta descripción
para el significado que tenía para mí la música el domingo, en una
ciudad de Buenos Aires que sacó a pasear toda su mugre y olía más
pestilente que nunca. Un refugio para borrar cualquier tipo de
referencia deportiva de mi mente. Ideal entonces el Luna Park, ideal
además que sea con Catupecu, una de las pocas bandas de las
consideradas grandes que escapó a la parafernalia futbolera que a
veces rodea al público de rock. Noche de celebración musical porque
Catupecu hacía la presentación oficial de “El mezcal y la cobra”,
su último trabajo discográfico. En el mismo lugar elegido para
presentar el anterior (“Simetría de Moebius”), pero que esta vez
quedó grande. Las populares cubiertas por cortinados, con la gente
que tenía esa ubicación reacomodada entre los lugares libres de la
platea y del campo, daban cuenta como la sucesión de figuras
internacionales (y los precios de esos tickets) afecta injustamente a
las bandas locales. Me pregunto por ejemplo si el Indio fue capaz de
cortar los 80,000 tickets que se había propuesto cortar en Tandil.
Cada uno en su nivel, claro. Pero lo que indigna es la manera en que
la venta y promoción de los grandes espectáculos incita a la gente
a comprar entradas con seis meses de anticipación, mintiendo
deliberadamente sobre la disponibilidad de lugares (Pergolini viene
anunciado que casi no quedan tickets para los shows de Foo Fighters,
lo mismo que hizo con Roger Waters, cuando hoy por hoy se consigues
tickets para todas las fechas y en todas la ubicaciones). Como
víctima consciente de esto me hago cargo de mi parte de culpa, e
intentaré dejar de obrar de financista de “empresarios” que se
llenan los bolsillos sin asumir ningún tipo de riesgo.
Bien, parte de esto que
conté es lo que estaba pensando cuando las luces del estadio se
apagaron y el cortinado que protegía el escenario se derrumbó para
mostrar a Catupecu dando inicio al set con “El mezcal y la cobra”.
Al comenzar igual que el disco recordé la presentación de
“Simetría...” y su interpretación completa y de corrido. La
fórmula podría repetirse, pero no. Porque “Confusión” y “Óxido
en el aire” como continuidad, quebraron mi orden mental. Catupecu
es una banda inquieta e imprevisible. No porque no hayan conseguido
plasmar un estilo ni sonido propio, sino porque sobre esa solidez que
los años les han dado, han sabido tomar y retomar caminos sin perder
identidad. Cada disco guarda secretos y sorpresas, y es dueño de
rupturas y reafirmaciones que muchas veces de entrada desconciertan,
pero que a fuerza de escuchas terminan convenciendo (y seduciendo).
“El mezcal y la cobra” tiene una característica en particular:
posee citas sutiles, tanto desde lo letrístico como desde lo
musical, a cada uno de los trabajos anteriores de la banda. Los fans
saben armar mejor que nadie el rompecabezas. Entonces la presentación
salteada de los nuevos temas no resulta inocente, y cada canción es
un guiño para su público, pero también hacia ellos mismos.
“Gritarle al viento”, un tema que hace años no tocaban, y
que anoche tuvo una nueva y acelerada versión fue uno de esos
guiños. En especial porque llega desde “Cuadro dentro de cuadros”,
tal vez el disco que más empatía tenga con “El mezcla y la
cobra”.
La presencia de Agustín
Rocino en la batería en lugar de Javier Herrlein le quita
teatralidad al vivo de la banda, pero ni un ápice de precisión. El
resto es lo conocido: la potencia de tandem Fernando Ruiz
Díaz-Sebastián Caceres, y el laboratorio cada vez más
preponderante de Macabre en los teclados. Fue con el enigmático
“Cristalizado” que Catupecu retomó “El mezcla y la cobra”,
aunque la dosis fue otra vez mínima. Pasaron el celebrado “A veces
vuelvo”, “Grandes esperanzas” y “Nuevo libro”, pero el
show iniciará un espiral ascendente hacia el clímax a partir de
“Klimt...pintemos”. Fernando lo presentó como su tema preferido
del disco y contó como mucha gente del staff se lo pedía como
primer corte. Mientras lo tocaban en las pantallas seccionadas detrás
del escenario, se deshacía y reamaba “El beso”, clásico trabajo
del pintor austríaco. Catupecu se mostró bien a gusto con su nueva
canción. Un orgullo más que justificado, por otra parte. Y de allí
al pasado. Porque Fernando quedó solo en el escenario para cantar a
capella la lejana “Hay casi un metro de agua”. Tengo que confesar
que esta costumbre adoptada ya hace un tiempo no me termina de
convencer. Es más, la canción elegida bien merecía una versión
más moderna, a tono con los nuevos tiempos de la banda. Pero la
anécdota que la acompañó, y en la que Fernando recordó un casette
sonando en un Escort durante la primera gira de Catupecu en la costa,
allá por el '94, terminó por redondear un momento cálido. Después
“Persiana americana”, y los deseos y rezos para Gabriel Ruiz Diaz
y Gustavo Cerati.
“Metrópolis nueva”,
el primer corte del disco volvió a poner a la gente a los saltos y
cantando el estribillo irresistible. Y si las cruces del cementerio
son las que nos recuerdan que estamos acá, entonces todos a
respirar, emborracharse, morir y seguir viviendo. “Magia veneno”
entrega entonces otro puente entre dos etapas del grupo. Y lo que
siguió fue una sorpresa de las lindas. Fernando solo con la guitarra
empezó a cantar eso de “Se sentaba en el pasto y tanto amor no les
entraba en el corazón”, mientras Walas y Pablo M. de Massacre se
acomodaban sigilosos a sus espaldas. El histrionismo de Walas se hizo
cargo del esenario, y la versión de “Plan B” resultó
estremecedora. Sorpresa que siguió cuando continuaron haciendo
“Danza de los secretos”, un tema al que reconocieron que le habían
dedicado apenas un ensayo juntos. Un lujo, porque sobre el escenario
estaban presentes los máximos responsables de dos de los mejores
trabajos del año en estas tierras (yo le sumo al trío máximo a “Mugre” de
Acorazado Potemkin, y pido perdón a Valle de muñecas, Pez, Pablo
Krantz entre otros excelentes discos). Entre tanto Fernando rescató una billetera
perdida en el pogo cuya dueña, a pedido del público, subió a
recibirla y se llevó un “bombonazo!” de parte de Walas como
piropo.
“Aparecen cuando
bailamos”, “Toro terciopelo” son de las canciones más potentes
del disco y sonaron juntas para decantar en el “Origen extremo”
de (otra vez) “Cuadro dentro de cuadros”. Después “Eso espero”
con renovados arreglos. Y las pantallas que anuncian “Come on”,
“Allez” y un ideograma chino (o japonés, vaya uno a saber) que
lo que sigue es “Dale!”. Las rondas de pogo se arma y desarman, y
si alguien más perdió la billetera, ya no hubo cantante que la
rescate. La gente descargó sus últimas energías con un grito de
ánimo que desde el accidente de Gabriel, tiene dedicatoria
exclusiva.
El cierre fue con otro
invitado de lujo, Zeta Bosio, que se hizo cargo del bajo y permitió
que “Y lo que quiero es que pises sin el suelo” suene a dos
guitarras con una contundencia superlativa. Dueño de uno de los
mejores riffs de la historia del rock argentino (si no me atrevo a
decir el mejor, es porque Pescado Rabioso grabó alguna vez un tema
llamado “Post Crucifixión”), “Y lo que quiero...” era un
cierre ideal para la noche, pero Catupecu eligió darle un tono
diferente. Porque la despedida estuvo a cargo de “Musas” y su
cadencia intimista que rompe en un emotivo estribillo que en su
repeteción se vuelve épico. El clima me hizo recordar a aquellas
despedidas a principio de siglo con el “Le dí sol” del primer
disco. La orquesta suena como en el cine al final, canta Fernando
mientras algunos apuran los pasos hacia las bocas de salida pensando
en un lunes laborable. A diferencia de conciertos maratónicos, poco
más de dos horas alcanzaron para que Catupecu diera testimonio en
vivo de un disco cuidado y prolijo, y que en sus pliegues y
recovecos, funciona como merecido auto homenaje. El 22 de Diciembre
en La Trastienda, la fiesta tendrá una versión más íntima y
definitiva. A los que les interese, están avisados.
2 comentarios:
Buena crónica. A mi gusto, la banda más potente. Excelente show. Cambié la piel. Vamos por la Trastienda.
Me dan muchisimas ganas de escuchar este disco.. ahi voy! :)
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