Después de aquel 4D del año pasado en Velez, después de aquella noche sublime e interminable en la que el flaco nos regaló un compendio de lo mejor de su carrera y en la que revivió a sus bandas eternas. Después de habernos elevado por sobre cualquier expectativa que jamás nos hayamos podido fijar a la hora de gozar de su arte, me resultaba muy difícil volver a ver a Spinetta sobre un escenario desprendiéndome de aquella imagen y hacerme a la idea de un músico “terrestre y humano” que solamente tiene como objetivo brindar “un show más” en su extensa carrera. Así fue que llegué al Coliseo intentando desprenderme del recuerdo de esa noche mágica y reservar esas emociones para la espera del ansiado DVD, que se demora más de la cuenta. Aunque por otra parte, es el flaco Spinetta, qué tanto! Bajar las expectativas es por demás iluso.
El show arrancó contrariando los cánones de los conciertos de rock. Nada de golpe de efecto, porque cuando el telón del teatro dejó el escenario al descubierto, los músicos ya estaban ubicados en sus lugares y Spinetta saluda y empieza por presentarlos. Primero a su banda actual: Nerina Nicotra en bajo, Sergio Verdinelli en batería y Claudio Cardone en teclados. Después a los dos invitados estables: “Mono” Fontana y Baltasar Comotto. Anuncia además una sorpresa para más adelante, casi como al pasar, y ahí nomás arrancan con “Preconición”, “La verdad de las grullas” y “Despierta en la brisa” (primer gran momento de Baltasar Comotto). El sonido fue sencillamente perfecto, lo cual permitió disfrutar cada uno de los arreglos de una banda que se lució desde el primer momento. Sobre el fondo del escenario se proyectaban imágenes que parecían skins del Windows Media Player y visualmente fueron el único aporte en ese sentido.
En ese primer tramo del show hubo algunas sorpresas, rescates gratamente sorprendentes y un par de momentos particularmente emotivos. Tocaron “Guitarra”, el poema de Atahualpa Yupanki musicalizado por León Gieco y que el flaco ya venía haciendo en vivo; se largaron con “Cementerio Club” que motivó el primer estallido del público ni bien se escuchó el “Justo que pensaba en vos, nena”, y además se rescató a Hugo Fattoruso con su “Milonga blues”, un tema que exige un registro bastante más grave que el de Spinetta, limitación que de todas maneras el flaco sorteó sin mayores inconvenientes. Después hubo un rescate muy especial: “Ella bailó”, de “Peluson of milk”, en el cual Claudio Cardone se luce de una manera descomunal, y una estocada a las emociones: “Asilo en tu corazón”, con el “mono” Fontana y Cardone rescatando los arreglos de cuerdas que Carlos Franzetti hiciera para el lejano “La,la,la”. “Amar, amar hasta perder la noción”. Escuchar eso a los dieciseis años equivalió a lo que para otras generaciones significó el “si no hay amor, que no haya nada entonces” del Indio Solari. Los dos momentos especiales sucedieron cuando el flacó tocó “8 de Octubre” justo un día después de que se cumplan cuatro años de la tragedia de Santa Fe, y cuando Spinetta a punto de quebrarse anuncia que en la sala está Lidia, la madre de Gustavo Cerati, a la que le (nos) regala una versión de “Te para tres” que todos escuchamos en ese silencio que a veces simboliza tan bien a la impotencia.
Siguió “Oh magnolia” y después fue el turno de la sorpresa. La invitada fue Vera Spinetta, la hija del flaco que hizo coros en “Proserpina” y “Cabecita calesita”. “Canción de amor para Olga” tuvo una dedicatoria especial para dos personas muy cercanas y queridas por Spinetta que fallecieron en los últimos días: “Beto” Satragni, bajista que lo acompañara en Jade, y Nora, la esposa de Machi Rufino. En ese segundo tramo del show hubo algunos momentos hilarantes. Primero el flaco se despachó a gusto con un periodista que había anunciado el show diciendo que Spinetta se despedía del disco “Un mañana”. Cómo es que un artista se despide de su obra?, se preguntó el flaco, que además rescató la impronta de futuro que tiene el nombre de ese disco y agradeció el detalle “surrealista” que supone despedirse del mañana. “El único que se despide de sus discos es el discóbolo de mirón” sentenció el flaco. Después fueron los clásicos diálogos con su público: alguien le grita que los pantalones blancos le quedan lindos, y él responde que está practicando para trabajar de mozo, e improvisa “hubo un tiempo que fui mozo….” Y más tarde, alguien acierta en su pedido con el tema que seguía en la lista, y Spinetta lo hace acreedor de un oasis en la luna.
Pasaron “Buenos aires alma de piedra” con la banda suelta, con un ritmo increíble y con Nerina Nicotra que sencillamente la rompe, y “Yo miro tu amor” en donde las guitarra del flaco y Baltasar Comotto se sacaron chispas. Luego “Mi elemento”, que fue el tema que acertó el pibe que se ganó el oasis en la luna, y “Tu vuelo al fin” con la banda ganando en volumen y cerrando el concierto de la mejor manera. Aunque, en una especie de coda, la despedida fue con Spinetta y sus dos tecladistas haciendo el “Prométeme paraíso”, de otro de sus hijos, Dante.
Acá quiero traer un recuerdo. Entre los tantos conciertos de Spinetta que tuve la suerte de presenciar, ahora me viene a la mente uno gratuito en Barrancas de Belgrano, a principios del ’86. De este recital me acuerdo por varias particularidades. Una, porque el flaco, excepto en algunos temas en que lo acompañó “mono” Fontana, tocó solo con su Ovation en un show enteramente acústico. El otro motivo por el cual lo recuerdo, es porque fue la primera vez que lo escuché cantar en vivo “Credulidad”, mi canción preferida de toda su obra. Pero además, esa noche llegué a casa en el 42 y pude ver el final de un partido de verano entre River y la Selección de Polonia. Ese partido River lo perdía 4 a 2, lo empató, y en la última jugada, Enzo Francescoli en el borde del área y de espaldas al arco, recibió una pelota de aire, infló su pecho, la elevó apenas por sobre la altura de su cabeza, y arqueándose hacia atrás, clavó una chilena inolvidable. Y anoche, mientras esperaba el regreso de los músicos al escenario, la memoria me trajo ese recuerdo como un símbolo de lo que significa la música de Spinetta. Cómo aquel movimiento plástico del otro flaco, del uruguayo, la música de Spinetta es el punto cumbre de gracia, genio, inventiva y belleza al que cualquier artista pueda aspirar. Un aleph de que compendia talento e inspiración y que irradia su arte de luz infinita, bajo la forma de música y poesía. Y el show del Coliseo tiene entonces el mismo irremediable destino que aquella pelota despedida del empeine de Francescoli en la lejana y calurosa noche de Mar del Plata de veinticuatro años atrás: el ángulo. Porque al regreso al escenario se escuchan “Durazno sangrando” y “A Starosta, el idiota”. Y cuando no hay más nada que decir, lo mejor es ahorrar palabras. Así que, vámonos de aquí.
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