Existe un famoso bootleg de Frank Black de los años ‘92/’93 titulado “The dream is over”. Así el compositor de Boston hacía propia la frase con la que Lennon sentenciara a los Beatles y a la década del ’60 toda, para despedirse de los Pixies. Pero a diferencia del espíritu sesentista, el devenir de su legado tuvo un destino diferente. “Nevermind” mediante, aquellas canciones cobraron una dimensión extraordinaria; la palabra alternativo se volvió un tag con valor agregado y el indie se convirtió en un estilo musical tan abarcativo y ecléctico como la mismísima definición de rock. Y por esos años todos los caminos empezaron a converger hacia Pixies. El inquieto Francis trabajó con The Catholics, fue solista, hizo música de películas, se volvió intimista con “Honeycomb”, produjo discos (lo último, el reciente trabajo de Pete Yorn, que después de la dupla con Scarlett Johanson y el low-fi de “Back and four” volvió al sonido guitarrero de sus mejores discos), y también devolvió a los Pixies a la vida. Acá en Argentina, esa historia está construida a fuerza de cassetes vírgenes, de recomendaciones entre amigos, como un secreto que fue ganando oídos adeptos, y finalmente esa banda que en su apogeo hubiese estado para un Obras, anoche debutó por estas tierras ante un Luna Park repleto. El único antecedente al que se podía recurrir era el show de Kim Deal y sus Breeders, allá por 2003 en La Trastienda, y del cual, quienes tuvieron la suerte de presenciar contaron maravillas, pero poco más.
Lamentablemente no llegué a ver a El otro Yo, que arrancó demasiado temprano, y que por una vez demostraba que cuando se quiere, se puede ser coherente con la elección de los teloneros. Aunque afuera me lo crucé a Walas, y la verdad que tampoco hubiese estado mal que Masacre hubiese tenido la oportunidad. Pero dejo de lado los aperitivos, porque la noche era toda de Pixies. Y de entrada nomás me tomaron por sorpresa. Porque yo venía siguiendo los setlist y me había resignado a quedarme sin “Bone machine”, y los tipos me lo tiran por la cabeza como el primer mazazo. Primero de muchos, porque seguidito vino un tandem punk demoledor (“Broken face” y “Somethings against you”), y después a cantar con “Holidays song” y “Nimrod’s son” (otra a la que me había resignado a no escuchar anoche). Arriba del escenario, Pixies es pura humildad. Nada de poses roqueras. Frank Black se arregla la camisa y afina la guitarra entre tema y tema; Kim es la que se dedica a entablar algún diálogo con el público. La escenografía no es más que cinco globos de papel que cuelgan del techo y un cortinado semitransparente en donde rebotan las luces y los flashes. Indie al 100%.
Si hasta ahí la cosa prometía e iba tomando temperatura, lo que siguió es muy difícil de contar. El riff de “Debaser” coreado por la gente dio inicio a leit motiv de la gira: celebrar los 20 años de “Doolittle”. Entonces ya no hubo sorpresas, porque más allá de alguno que dejaron de lado (“Dead”, “There goes my gun”) los temas fueron pasando de a uno y en fila. Los picos fueron previsibles: “Wave of mutilation”, los saltos y los coros en “Here´s come the man”, al que pegaron “Monkey go to heaven”, y la monada en su propio cielo. Se intentó seguir los cambios de clima de “Mr. Grieves”, y se silbó “La la love you” (alguna vez se pronunció un “i love you” de manera más desangelada que Kim en esa canción?). El final prolongado y denso de “Nº 13 baby” se volvió hipnótico, y como en el disco, la cosa se cerró con el potentísimo “Gouge away”.
Bien, a esa hora con “Doolittle” liquidado solo quedaba por esperar con qué hits se despedían, y ahí nomás arrancaron con “Velouria” y “Dig of fire”. Un cover de Neil Young (“Winterlong”) los sacó del libreto, y volvieron a la carga con “Caribou” y “U-mass”. Cuando empezó "La isla de encanta" el pogo fue descomunal. Y acá las quejas no son de los vecinos sino de los huesos de algunos que ya están grandes para poguear, pero que están dispuestos a sacrificar hasta la última de sus articulaciones. Y yo me acuerdo que la primera vez que escuché este tema, me dije que era ideal para que lo cante Luca. Y juro que sonaba el TDK en el walkman y yo imaginaba la pronunciación del pelado (del otro pelado, del nuestro) diciendo "donde no hay sufremento". Y después fue "Vamos"; la guitarra de Santiago perfora los tímpanos y todo el mundo sigue extasiado hasta que caemos que los tipos se acababan de descolgar los instrumentos y emprendían la salida del escenario.
Pero volvieron. Y el aullido de Kim anticipó en inicio de "Where is my mind?", y el nombre del tema era una pregunta para la que, a esa hora nadie tenía respuesta. Denso, conmovedor, irrepetible. Y para terminar, los Pixies le arrebatan el molde de componer canciones que Cobain les había afanado y nos ponen los pelos de punta con un "Gigantic" tan poderoso, tan imposible de explicar con palabras, que nos deja afónicos repitiendo el "gigantic...gigantic" junto a Francis, que inexplicablemente a esa altura del show, todavía tenía voz. Y yo impregnado de espíritu adolescente decidí en ese momento que a la salida me iba a hacer de una remera con la fecha estampada en la espalda. Una hora y media intensísima, sin descanso. Era el final, eran los saludos. Casi que nadie pedía más y tuvo que ser David Loverling el que levantando su índice insinuó que podía haber una más. Que fueron dos. Primero la versión UK Surf de "Wave of mutilation", y después un “Planet of sound” que nos quitó el poco aire que quedaba. Salí atontado, con el bajo de Kim Deal retumbando en mi cabeza, cosa que permanecerá por días y días y días. Adónde fuiste? A ver a los Pixies fui. Y la de anoche fue la primera escala de esta especie de Hernan Fest que me armé con 5 shows en una semana. Ahora tengo que cambiar el modo Pixies al modo Regina Spektor, que es como pretender bajar la euforia de un éxtasis con un té de tilo. Me quedan algunas horas para intentarlo.
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