A fines de los '90 y
cuando mi situación económica no me permitía abundancia de
recitales y mucho menos de artistas internacionales, mientras hablaba
de shows con un amigo que había tenido la posibilidad de verlo en
Wembley, recuerdo que me dijo algo así como “hasta que no hayas
visto a Wonder en vivo, hacé de cuenta de que no viste nada”. Esa
sentencia me quedó tan grabada que jamás la dejé de tener presente
y en especial anoche mientras iba en el 4 para Velez. Pero recién
cuando caminaba por Barragan a la salida y apresuraba el paso para
conseguir un taxi antes de tener mayor competencia en esa empresa,
terminé de comprenderla del todo. Porque lo que se vivió anoche fue
una celebración extraordinaria de música, de “negritud”, de
elevación espiritual y al que cualquier adjetivo exagerado al que
uno pueda llegar a acudir, le queda chico.
Llegué al estadio
mientras se despedía Fabiana Cantilo (más temprano había tocado
también Maria Eva Albistur), y cuando rumbeaba para ingresar al
campo trasero, un “gentil” muchacho me ofreció acceder a las
plateas bajas. Negociamos un poco el valor de la prebenda, finalmente
(y después de confirmar que yo no era hincha de San Lorenzo),
accedió a la rebaja y me acompañó hasta la platea sur baja, desde
donde tuve una mejor visión. Así que no puedo dejar de agradecer a
la gente de La Pandilla, desearles suerte para el domingo y
aconsejarles desde este humilde espacio que no malgasten lo recaudado
en drogas (???).
Poco después de las
nueve y media apareció Stevie Wonder por primera vez en un
escenario argentino, bastante más gordo de lo que uno lo recuerda,
algo más pelado (aunque con sus largas trenzas inamovibles), una
especie de túnica verde y una teclado colgado de sus hombro a lo
Pablo Lescano (???). “How sweet it is (to be loved by you)” de
Marvin Gaye fue el tema elegido para arrancar, y ya cuando el reggae
en tono pop “Master blaster (Jammin')” empezó a sonar, varias de
las personas saltaron de sus asientos para ponerse a bailar en el
pasillo inferior de la platea.
En mi caso (y creo que a
la mayoría también le sucedía) descontábamos una banda
contundente. Y en todo ese primer tramo del show vamos a confirmar
esa idea, y a ir incorporando los sonidos de tal manera que cuando
estalla “Higher ground” los extraordinario nos resulta natural.
En esos primeros temas se repite el esquema, con música y ritmo que
gana en intensidad hasta alcanzar climax inolvidables. El groove que
la banda contagia, la voz de Stevie Wonder que gana en temperatura y
no da signos de desgaste, y regalos como “The way you make me feel”
de Michael Jackson hacen que uno quede anonado ante un conjunto que
se supera minuto a minuto. El tono recién bajó cuando hicieron
ingreso las banderas sudafricanas y Stevie cantó “Keep our love
alive”, (igual que dos días antes en Chile) dedicado a celebrar
la vida de Nelson Mandela. Este tema viene siendo presentado como
estreno, pero cuenta con al menos una versión anterior, en el Madela
Day de 2009. En el final, cuando Stevie canta “And am blessed with
air on earth to breathe, I know I'll live to keep our love alive” y
deja su garganta flotando en una nota interminable, resulta casi
imposible no soltar una lágrima.
Es cierto que ante
figuras del tamaño del artista que teníamos enfrente no hay manera
de no sumirse en la devoción más absoluta. Pero en particular
Stevie Wonder irradia un carisma dificil de explicar. Tal vez no haya
mejor forma de graficar la alegría de un músico haciendo lo que le
gusta, que esa imagen del Stevie sonriente, elevando levemente su
rostro y moviendo su cabeza de un lado al otro a un ritmo que no
siempre está en sintonía con lo que canta, y que pareciera estar
regido por un éxtasis interior. Al mismo tiempo se vuelve terrenal
y guia a las voces masculinas y femeninas del público armando coros y
contrapuntos vocales fascinantes. Y su humildad no parece encontrar
límites, actitud que mantiene debajo del escenario, como cuando
elije que el reconocimento otrogado por el Gobierno de la Ciudad se
haga en privado, o como cuando se puso a zapar hace unos días en San
Pablo, sumando su armónica a un saxofonista callejero.
Aún en los tramos más
“easy listening”, como la triada “Overjoyed”, “Lately” y
“Ribbon in the sky”, el clima no descendió jamás. Justamente en
esta última, al comienzo la garganta le juega una mala pasada a
Stevie (el tema arranca unos cuántos tonos más abajo que su
registro promedio), que pidió disculpas, y terminó descollando
mientras el tema se funde lentamente con “Waiting in vain” de Bob
Marley.
Si hay un punto
culminante en la carrera de Stevie Wonder son esos discos
inolvidables de la primera mitad de la década del '70. “Talking
book” (hace poco versionado íntegro por Macy Gray), por supuesto,
y también “Innervisions”. De allí escuchamos la extraordinaria
“Golden lady”, con la percusión sutil haciendo maravillas, y
congeniando sonidos de una forma admirable. Y después la sorpresa
con la presencia de Fabiana Cantilo, quien machete en mano, compartió
con Wonder “Love's in need of love today”, el tema que daba
cominenzo a ese otro disco que no puede faltar en ningún hogar:
“Songs in the key of life”.
El ritmo volvió con
“Don't you worry about a thing”, y en “Living for the city”
el sonido de Nueva Orleans deriva en funk bien bailable. Saltaron
después los illya Kuryaki and The Valderramas, en otra sorpresa
enorme (Dante se lo había cruzado un día antes y hablaba de haber
saludado a Dios, no me imagino lo que debe haber sentido al estar
allí arriba con él), quienes sumaron rimas de temas propios, como
“Ula ula” y “Abarajame” a “Do I do”. Las
citas argentinas siguieron en “You are the sunshine of my life”,
aunque en ese caso solo se trató de la aparición en las pantallas
de la imagen del negro Rada descubierto por las cámaras en la
platea, que fue saludada con efusividad por el público. Y después
“Isn't she lovely” y el estallido con “Signed, sealed,
delivered (I'm yours)”, que aunque no tenga de por sí un mensaje
religioso, en su éxtasis gospel vuelve creyente al más ateo.
“My cherie amour”
fue otro tramo romántico que culminó con “I just called to say I
love you”, esa canción que odiamos desde siempre, (odio que por
otra parte reafirmamos con el hilarante tramo de “High fidelity”)
y que sin embargo anoche tarareamos embobados. Y “Sir Duke” y su
sección de vientos demoledora fue levantando otra vez la
temperatura, para que el show se cierre con “Superstition”, de la
que solo diré que para describirla, tomen cada palabra, cada
adjetivo y cada elogio que leyeron hasta ahora y lo multipliquen por
diez. En medio la presentación de la banda, el agredecimiento para
Fabiana, y Dante y Ema (sic), y un público que cuando guarda la
mayor ovación para el bajista Nathan Watts, demuestra que entendió
todo. Stevie Wonder se retira del escenario acompañado por las
coristas, mientras la banda cierra el show a puro swing. Recién
cuendo las luces se encendieron, comprendimos que no habría más.
Aunque a decir verdad, después de ese “Superstition”, nada mejor
hubiese sido posible.
Me fui entonces
acelerando el paso hacia Rivadavia, asumiendo como propia aquella
sentencia de mi amigo, y recordando la decepcionante noche del 27 de
Abril de este año, cuando bajo una tormenta descomunal, de ese mismo
estadio salí decepcionado por la anodina victoria de Sergio Martinez
sobre Martin Murray. Pero todo eso quedó atrás, porque después de
lo de anoche, sí que voy a poder contar que por fín vi a un
Maravilla en Velez, ganando por knock out.
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