A mí siempre me gusta
hablar de las casualidades. O será que soy tan detallista, que a
veces hechos menores, superfluos y secundarios son los que terminan
por ser el hilo que encuentro para armar una historia. Digo esto
porque ahora recuerdo que la vez anterior que hice una crónica de un
show de Lendi Vexer, contrapuse el clima amigable e íntimo con el
que me había encontrado escuchando al duo en vivo, con una imagen de
marquesina de calle Corrientes con Ricardo Fort, que resultaba más
que ofensiva. Y resulta que tengo la oportundad de volver a verlos
justo en la semana en la que el nombre de Ricardo Fort inunda cuanto
medio de comunicación exista en el país. Así que imagino que la
música de esta banda de trip hop argentina funciona para mí como
una especie de antídoto ante la vulgaridad, o algo por el estilo.
Como sea, ayer aún no había hecho esta relación, simplemente
disfrutaba de la espera en la puerta de Liberarte, con un encuentro
fortuito y más que agradable, mientras entretenía al estómago
demandante con caramelos de mentol.
Anoche las excusas eran
varias. Como si la música ya no fuera suficiente, Lendi Vexer
decidió celebrar sus diez años con un concierto abarcativo,
aprovechando para presentar también su reciente EP “Princess of
nothingness”, que además de tener su edición en CD, incluye la
original (por estas tierras) versión en vinilo de 7” (acompañado
por una tarjeta de descarga para 3 temas extra). Tal vez por todos
esos condimentos, el tono melancólico de su música estuvo
acompañado por un público que, entre tema y tema, se mostró
festivo, acoplándose a ese marco celebratorio.
Abrieron con “Escape”,
de su primer EP de 2004 y a partir de allí y hasta el “Simple
circle” repetido al final, construyeron una atmósfera repleta de
sensaciones melancólicas, cálidas e íntimas que como trazos que se
decoloraban y recuperaban su brillo, arroparon y cobijaron a un
público que solo rompió su carácter ensimismado cuando necesitó
sacudirse el hipnotismo a fuerza de la algarabía cómplice de la
celebración. El recorrido musical de Lendi Vexer fue casi en clave,
pero si uno seguía las pautas y se incorporaba a la propuesta, no
resultaba dificil sentirse parte de ese mismo camino. Porque si el
punto de partida de la noche es ese sentirse libre como el viento
planeando un escape, y el final una tácita admisión del carácter
circular de la vida, uno encuentra que en definitiva los comienzos y
los finales son relativos, y que cuando uno se encuentra bajo el
influjo de esa música, el ambiente pareciera volverse atemporal.
En términos musicales,
el duo integrado por Diego Guiñazu y Natalie Naveira (acompañados
por la guitarra de Mariano Enriquez), sigue transitando la veta del
trip hop en su versión más pura. Anoche desempolvando su versión
electrónica, la que más los emparenta con el Portishead de “Dummy”,
pero al que le han ido incorporando pequeños detalles acústicos,
que los ha vuelto más tangibles y cercanos. Claro que no todo es tan
ameno como parece, y la fragilidad de las melodías saben también
recorrer otros climas más confesionales, nostálgicos o incluso
desolados. Una voz en off recupera al Orwell de 1984 alertando que si
“queres una foto del futuro, imagina una bota aplastando un rostro
humano para siempre”, en “A boot doesn't ask, just trample”, y
el despertar se vuelve un proceso tortuoso en “Refran suicida”.
En ese contexto “Missing time” o “Tribute to desolation”
transmiten el agobio del encierro, “Nothing was special”
abandono, “Courtesy excess “ regala cínica ironía, y los climas
crecientes como en “To play again” resultan maléficamente
liberadores. La voz de Natalie sabe transmitir la atmósfera de cada
tema, y es en su entonación en donde Lendi Vexer encuentra su mayor
signo de identidad.
Para el final quedaron
las cuatro breves y nuevas canciones. Primero “Stormy clouds”,
tal vez la más emparentada con los trabajos anteriores del duo, y
después la novedad del francés en “Désert”, con otra letra
atormentada, y una mujer llamada Valerie extraviada, ahogándose en
un desierto y secándose en el mar. Después “Luna de sal”, que
es bastante más que un título spinetteano, ya que los colchones de
teclados de la intro remiten irremediablemente a los inolvidables
arreglos del Mono Fontana en temas como “Al ver verás”, por
ejemplo. En estos temas Natalie se acompaña con la guitarra
acústica, y son adornados por sonidos de viento, que terminan de
volverse también acústicos en la armónica del tema que da nombre
al EP: “Princess of nothingness”, y con el que iban a cerrar el
concierto, sino fuera por el repetido “Simple circle” que
complació a un público que pidió por una más.
La noche había
comenzado algo más tarde de lo previsto, así que aproveché que ya
había pagado mi cerveza, para hacerme rápido de un CD y luego de un
taxi en la Avenida Corrientes, que me estacione directamente al borde
de la cama. Aunque ni el cansancio, ni el casette de Cacho Garay que
escuchaba el taxista, (muy divertido, pero poco a tono con mi
noche), me hicieron desistir de una oida extra al EP ni bien llegado
a casa. Puede que hoy sea todavía viernes, pero para mí, el fin de
semana ya había empezado.
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