Antes de contar sobre el
hermoso show de Hamacas al Rio anoche en el no menos bello Ultra Bar,
tengo que confesar que si yo me guiaba por mis energías disponibles
a las siete de la tarde, lo último que debería haber hecho era
salir el jueves a la noche. O en todo caso ir a ver a alguna banda
tipo Metal Church que me despierte a guitarrazos. Pero recordé al
poeta Almafuerte que decía que no te des por vencido ni aún
vencido, y ese empujón a la confianza que de pronto se me vino a la
cabeza, me movilizó hacia el downtown (???) porteño. Hubo además
dos cosas más que me activaron. Primero el hambre. Porque no había
almorzado, en casa no había nada para cenar y en Ultra hacen una
pizza individual de cuatro quesos de esas que te dejan los dedos
todos llenos de aceite, que está buenísima. Y en segundo lugar, y
principalmente, porque tenía muchísimas ganas de ver a Hamacas al
Rio tocando en vivo.
Los que siguen este blog
saben de mi debilidad por la banda, pero entre el parate/licencia de
embarazo de Laura Ciuffo, y mi abultada agenda (??), no había vuelto
a verlos después de su regreso. Así que tratándose del último
show del año casi que era una obligación, al menos para mí. Y
tengo que decir, aunque las conclusiones deben ir al final, que el
reencuentro no hizo más que renovar cada uno de los motivos por los
cuales yo me acerqué a su música.
De por sí, tratándose
de un concierto breve y sin pretexto prefijado (como podría ser la
presentación de un disco, por ejemplo), la selección de temas tenía
mucho que ver en el impacto del set. Y Hamacas al Rio elegió abordar
toda su discografía sin complejos, pero haciendo especial hincapié
en los dos extremos de su trayectoria: el último disco “Al final
el parque” (2010), y el debut homónimo de 2005, un trabajo cuyas
muchas de sus canciones venían redescubriendo desde un tiempo atrás
Abrieron entonces con
“Calmas”, y siguieron con “Andar” de “Mitad de Junio”. De
entrada noté que a diferencia de otros shows la guitarra estuvo más
emparejada con los teclados en la mezcla, y el sonido envolvente que
los caracteriza ganó en “ruido” (en el mejor sentido de la
palabra), especialmente en los tramos más intensos. Grandes
novedades de arreglos no esperaba y tampoco las hubo. Pero el
imprevisible recorrido que fueron trazando a traves de su propia
historia hizo del viaje un llevadero y acogedor devenir para mis
oídos.
“Sin decir” sigue
teniendo el pulso de hit que el hermético mundo de las radios
mainstream se pierde. “El tiempo” trasmite en clave íntima la
impotencia ante lo inasible, y “Un pequeño relato” me sorprendió
diciéndome hacia mis adentros: “che, pero qué bien que canta
Laura!”, como si fuera la primera vez que la escuchaba, en una
especie de inusual experiencia de extrañamiento. En “Irreal”,
Hamacas al Rio sonó ameno y transparente, y recuperaron la clave
intimista con “En mi”, del primer disco.
Tal vez lo mejor de la
noche haya estado en la interpretación de “En el aire”, un tema
al cual cuando salió “Al final el parque” no le otorgué la
importancia que merecía. Tal vez por lo prioritario que me resultaba
abocarme a las canciones menos usuales en su estilo, y esta me
remitía inmediatamente a “Mitad de junio”. Pero anoche en vivo
la redescubrí en su esplendor con una gran versión del tema.
Después tocaron “Suerte” y cerraron con un excelente estreno,
con final in crescendo de altísima intensidad que abre las mejores
expectativas para lo que, uno espera, llegará a futuro.
Dije de entrada que se
trató de un show breve y mientras Hamacas al Rio se despedía, yo
pedía la segunda copa de vino, y llegaba rápidamente a la
conclusión que en la calidez que me había cubierto el ánimo a esa
hora, tal vez estaba la mejor prueba de la contundencia del show de
anoche de Hamacas al Rio en el Ultra.
La noche no terminaba
allí, sino que incluía una segunda propuesta musical, a cargo de Un
Día Perfecto para el Pez Banana; la banda cordobesa que anda por
Buenos Aires para grabar sus nuevas canciones, y de la cual yo tenía
apenas referencias lejanas. Su disco “Suena” fue producido por
Manza Esain (presente en la sala) y en ellos descubrí un pop/rock de
guitarras, que en sus momentos de mayor experimentación y cuelgue de
medidas pretensiones psicodélicas, es en donde ganan en eficacia.
Eso sí, tienen una pequeña cantante llamada Lucila Escalante, que a
pesar de que su voz me sonó algo monótona y chillona por momentos,
por presencia y actitud, se nota que nació para estar sobre un
escenario. Muchos de sus movimientos me hicieron acordar de Gwen
Stefani, pero adelanto que mi cerebro es demasiado generoso a la hora
de crear ese tipo de imágenes. Voy a escucharlos más tranquilo y
después les cuento con mayor autoridad. Porque además de los
méritos que les descubrí, tienen un nombre hermoso, que a decir
verdad, exige un sacrificio enorme en términos de espacio para los
más leales fans que quieran tatuárselo. Aunque si de tatuajes
hablamos, con los antebrazos tatuados que vimos esta semana en los
medios, cualquier cosa parece posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario