El Rio de la Plata funciona de manera diferente a la
hora de simbolizar la relación entre argentinos y uruguayos. A veces resulta
casi un frontera infranqueable, como a la hora del futbol de selección, ciertos
prejuicios basados más en mitos populares que en realidades concretas, la
nacionalidad de Gardel, e incluso ahora hasta
la soberanía sobre las Malvinas (???) podría entrar en ese rubro. Pero en
varios otros puntos, y en especial a la hora de la música, la cosa funciona
diferente: el adjetivo de rioplatense resulta un manto que cubre a toda la zona
bajo una misma hermandad, que transforma al cauce de agua dulce más ancho del
mundo en ese charco al que solemos referirnos cuando el espíritu siente que las
distancias se acortan hasta casi extinguirse.
En el caso de El Club de Tobi, el cuarteto de cuerdas
montevideano que felizmente se ha tomado la costumbre de cruzar el charco cada
vez más seguido, lo que describí en el párrafo anterior funciona de manera más
que elocuente. El repertorio (al menos en vivo) tiene tanto de acá como de allá,
y el bagaje cultural que los lleva a sumergirse en su tan particular manera de
interpretar esas canciones, es fácilmente reconocible y asimilable. Hace rato
que tenía ganas de volverlos a ver en vivo, pero por lo general habían adoptado
la mala costumbre de venir a tocar los días en que juega River, y el cruce de
pasiones internas siempre me llevo a privilegiar a la banda roja por sobre
cualquier evocación musical. Ayer no solo esto no sucedió, sino que llegaron
para tocar en La Oreja Negra, el amigable recinto de Palermo, cuyo ambiente no
solo permite acompañar el disfrute del show con un rico y variado tapeo, sino
que también es capaz de construir una previa visual con una brochette ecléctica
que incluyó a La Naranja Mecánica y al DVD de Spinetta y las Bandas Eternas.
El tránsito entre la proyección del video y el inicio
del concierto se dio de una manera tan natural como sutil. El DVD de Las Bandas
Eternas iba por la parte de Jade, y cuando nos quisimos dar cuenta, los
violines sobre el escenario sugerían la melodía de “Mañana en el Abasto” de
Sumo, dándole a los sonidos una continuidad asombrosa. Tal vez era muy pronto
como para concluir definiciones terminantes acerca del concierto, pero ese
hecho, la naturalidad con que se cruzaron la música en teoría tan lejana de
Jade y Sumo, es uno de los mejores argumentos de El Club de Tobi: las cuerdas
rescatan la esencia de cada melodía, y en ese ámbito instrumental todas las
expresiones hallan un punto en común que las hermana.
En la continuidad del concierto, hubo algún
privilegio para con “Tobismo”, su último trabajo hasta el momento, pero a
diferencia de la vez anterior que los vi, este show tuvo una rítmica más
marcada. La selección de los temas dejó de lado a los pasajes más melancólicos
y desde el escenario se desprendió una mayor energía. En el propio “Arde puch” se lució por primera vez Sebastián
Estigarribia en la viola, quien desde el año pasado ocupa el lugar de Fernando
Luzardo, y en “Sabadaba” sonaron más orientales que nunca, reclamando a la vez
mayor reconocimiento para el talentoso Urbano Moraes.
La disposición de los músicos sobre el escenario no
parece ser caprichosa, y separados por la percusión de Paolo Buscaglia, se
conforman dos pequeñas sociedades: del lado izquierdo entre el cello de Bruno Masci y el violín de Fernado
Rosa, mientras que del otro lado sucede los mismo entre el otro violín, el de
Mario Gulla, y la viola de Estigarribia. Es Gulla el que más diálogo tiene con
el público (esta vez hubo menos chiste interno, menos diálogo entre los
integrantes) y el que por lo general presenta las canciones y sus autores.
Spinetta se mezcla con Eduardo Mateo y Charly García; y los únicos dos temas
sin percusión fueron la propia y “doble oriental” (SIC) “Milonga Japonesa” (compuesta
a poco de nacer su hija, según confesó Mario Gulla) y “Albañil” de Jorge
Lazaroff. La rítmica volvió con “Post Crucifixión”, y Paolo Buscaglia tocando
su batería con escobillas en la mano izquierda, y golpeando con la derecha los
tambores a mano abierta. Pero con sutileza, nada de estruendo. Digamos que como
una especie de John Bonham, pero bajo los efectos del Rivotril.
Un tema que no está en ninguno de los cuatro discos
de El Club de Tobi y que sonó ayer, fue “Mandolín” del “príncipe” Pena,
presentado como amigo de la vida por Mario Gulla (me pregunto si habrán
escuchado la hermosa versión que grabó Jimena Lopez Chaplin de esa canción). “Come
together” es siempre un punto alto en sus conciertos, y el momento Marley de la
noche se consuma cuando los uruguayos se transforman en la Pizzicatto Reggae
Band y entre “Jamming” y “Get up, stand up”, construyen el momento de mayor
improvisación, con citas a otras melodías, incluyendo un regreso fugaz a “Mandolín”.
Si antes hablé de un show más energético, esa
percepción probablemente se deba al recuerdo que me dejó la interpretación de “Foxey
negro”, ese mix entre Hendrix y Ruben Rada, proveniente de su primer trabajo, “Anselmo”
de 2003. “La bestia pop” y su cita a “Sweet dreams”, fue seguida de “Vencedores
vencidos”, y el espíritu de Patricio Rey se hizo presente en la noche de Palermo.
A propósito, me pregunto si el uso de esa versión de “Vencedores….” por parte
del programa TVR tuvo algo que ver en el éxito de convocatoria, puesto que el salón
estaba colmado. Aunque la verdad es que prefiero pensar que lo que haya
movilizado a los oídos expectantes haya sido el boca a boca y las
recomendaciones, que a la larga terminan siendo más beneficiosas para un grupo
que un eventual y pasajero empujón de la TV. Para el final hubo tiempo de promover la venta
de “Tobismo”, de tocar “Fuck you” y de una especie de chiste de despedida con pasitos de cumbia incluidos. Mientras preparan un
nuevo trabajo, prometiendo composiciones propias, El Club de Tobi volvió a
pasar por Buenos Aires dejando ese encanto particular que provoca el sonido de
las cuerdas y su manera tan límpida que revalorizar las melodías.
Y como todo tiene que ver con todo, en una noche de
cuerdas, no puedo dejar de citar que en el taxi de vuelta a casa sonaba la
versión de “Black dog”, que Robert Plant hace como solista, y que tiene a un violín africano como protagonista estelar. Nada
puede ser casual, y si a alguien se le llegara a ocurrir lo contrario, la
música siempre le va a encontrar la lógica que le dé sentido a esa comunión de
eventos concatenados. Aunque no es mi caso, yo siempre preferí pensar menos en caprichos del
destino y más en un universo misteriosamente ordenado por la música. Porque es la que en definitiva, ayuda a saltar charcos aún más grandes que el del Rio de la Plata.
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