Magia, amor, locura
animal. Estas palabras que bien podrían ser un compendio del
universo que rodea a Bicicletas desde hace doce años, son además el
atildado y preciso nombre del tercer disco de la banda, cuya
presentación aconteció ayer en una concurrida noche en La
Trastienda de San Telmo. Yo llegué con la abierta expectativa que me
había provocado un disco, al cual en un principio miré con
sospecha, que a la segunda escucha empecé a tomarle simpatía, y al
que una vez puesto a prueba sobre un escenario, le auguro el mismo
destino inamovible en mi Ipod que al resto de los trabajos de
Bicicletas, incluyendo EPs, covers, y cuanto material esté dando
vueltas por allí. Pero cuidado! Las conclusiones deben ir al final,
y yo me estoy adelantando un poco.
A pesar de que la previa
con buena música invitaba a adentrarse temprano en la sala, la gente
prefirió quedarse afuera, esperar a los suyos y no entrar hasta
último momento, o bien hasta que el insistente llamado del patovica
de la puerta terminara por hartarlos. Yo sí entré temprano y me
mandé directamente a la barra a buscar una empanada, porque mi
organismo imponía la necesidad de un estómago lleno para aumentar
la tolerancia a la suma de antigripales de la semana. De todas
maneras no hubo que esperar mucho para que Bicicletas iniciara el
show con “Sicario”, uno de los nuevos temas que guarda el
espíritu del viaje que hicieran a Mexico hace un par de años, y que
evidentemente dejó algunas huellas en su música. Los arreglos de la
guitarra de Federico Wiske, el sintetizador contagioso de Ignacio
Valdez y las voz inconfundible de Julio Crivelli, y todos los rasgos
característicos de la banda dijeron presente de inmediato sobre el
escenario.
El show fue de menor a
mayor. No solo por el clima que se fue generando a partir de la
sucesión en la lista de temas, sino porque la banda pareció
afianzarse con el correr de los minutos y las nuevas canciones
comenzaron a irradiar la frescura y la alegría que en su esencia
pretenden. El espíritu del disco es festivo, muchos momentos
invitan al baile, más que al éxtasis psicodélico de otros tiempos.
De todas formas, este paso adelante, esta suma de ritmos y climas, no
le quita a Bicicletas un ápice de identidad. “Magia” es un
electro rock bailable que los convierte en los Franz Ferdinand
locales. “Buen muchacho”, con una base que remite al Sumo circa
“Mejor no hablar de ciertas cosas”, transmite toda su energía, y
hace que los pasos que venían danzarines comiencen a convertirse en
rígidos y persistentes. Y “Buen día” y “El viento” son
canciones de un optimismo que, si bien no es inusual en la música de
Bicicletas, pocas veces había sido expresado de manera tan
elocuente.
Hasta ese momento solo
habían tocado canciones del nuevo álbum, así que a la hora de
sumergirse por primera vez en su discografía, viajaron (nunca mejor
usado el verbo) hasta “Deslizate naranja”, (su primer EP de
2003). De allí hicieron “Elefantes” y luego de otra nueva
(“Siempre”, que remite inevitablemente a esos primeros tiempos de
Bicicletas), “Ojos”, como para los que no habían esuchado aún
el disco nuevo, empiecen a sentirse a gusto entre sonidos
reconocidos. Y “Pica pica” y su ritmo frenético y punzante, que
disparó los primeros flashes, tan típicos en sus puestas lumínicas.
A esa altura el show había alcanzado una temperatura que ni esas
baladas somnolientas, con guitarras etéreas e hipnóticas, como
“Adelante” y “El gran Houdini” consiguieron apaciguar.
Anoche el quinteto
estuvo acompañado en todo momento por Sergei Grosny, quien aportó
alguna programación, teclados y percusión adicionales. Aunque se
trate de un solo músico más sobre el escenario, para una banda que
construye su mejores arreglos a fuerza de sobreponer sonidos y
texturas, el detalle no resultó menor, y le otorgó un plus más que
valioso, que en los momentos de mayor contundencia del show, resultó
fundamental. “El extranjero” también proviene de su experiencia
mexicana. Ya lo habían presentado en la celebración por sus diez
años en Niceto, y eso lo convirtió en el más rápidamente adoptado
de los temas de “Magia amor locura animal”. “Un jueves” (otra
vez el viaje hasta “Deslizate naranja”) se hermanó naturalmente
con la nueva” Amigos”, una balada mid tempo que inevitablemente
remite a esas primeras épocas. A “11 y 20” la oímos renovada,
con los contagiosos teclados más al frente en la mezcla, y ese tramo
del show se cerró con una (otra en realidad, porque siempre resulta
así) infernal versión de “Granada y pasaíso”.
Como si hubiesen
necesitado desembarazarse del disco nuevo para dar paso a la
celebración de las canciones más conocidas, a partir de ese momento
Bicicletas tocó en continuado las cuatro que les restaban presentar.
Primero “Mañana”, otra muestra de optimismo, con Agustín Pardo
abandonando el bajo y sumando un tercer teclado. “La gran fiesta”
invitando a un baile lento, con algunos de los tips clásicos de la
banda puestos en tiempo presente, como ese deseo de viajar al sol.
“No pienses nena que lo que suena es novedad”, canta Julio
Crivelli, como anticipando lo que llegaría después. “Pistolero”,
el irresistible corte de difusión, fue el más cantado de los
nuevos. Y con “Número 1” tengo que hacer una aclaración
personal. Cuando la escuché la primera vez creí que a esa canción
la iba a terminar odiando. Resulta una especie de chiste sobre lo que
podría ser una insufrible canción del verano, y en muchos casos
cuando la repetición le quita gracia al jueguito, la melodía no
sabe sostenerse por sí misma. Sin embargo anoche se transformó en
el climax del show. Los flashes avasallantes, el ritmo frenético,
las guitarras perforando los tímpanos y unos Bicicletas desaforados
en una performance brutal, que bien podría haber significado el fin
del concierto, y nadie hubiese presentado queja alguna. Y aún cuando
alguien lo hubiese pretendido, le habría llevado unos cuantos
minutos salir del estado de shock, como para componerse en una queja
creíble.
Finalmente llegaron los
hits con una evocación a la noche de Abril de 2009, cuando en el
mismo sitio, Bicicletas presentara “Quema”. Entonces “Pájaros”
preparó el ambiente para que “Araña negra” sea el otro gran
climax de la noche, con el grito de “piso la mierda de mi perro
para tener suerte”, al cual la gente vocifera como un mantra
enajenado mientras desde el escenario descienden las últimas dosis
de energía. Y después “Quema”, para seguir agitando los
espíritus a esa hora poseídos por la música y las luces. Pero si
hay algo que Bicicletas sabe hacer es elevarte a esos grados de
exaltación, y conseguir luego que el veloz descenso parezca en
realidad un lento transitar por una atomósfera que entre chispazos
de colores se amortigua y desvanece. Y casi sin darse uno cuenta,
uno se descubre canturreando “Tren” y su despertar entre sábanas
blancas.
El cierre fue con “Cara
de rojo”, y el desafío al insufrible y lavado verde esperanza de
Diego Torres. “Quiero volver a casa” canta Julio y cantamos todos
tan convencidos, que los en extremo rigurosos hombres de La
Trastienda, nos pusieron la música ni bien terminó el tema y nos
privaron de un par de bises. O acaso no ameritaba “El sol” y/o su
versión de “La casa del sol naciente” como para cerrar la noche
con un plus? Pero claro, en La Trastienda se aprovechan de que ya no
hay un Charly García (no hace falta aclarar que me refiero a aquel
otro Charly García) que les haga notar a los sillazos, que diez
minutos extra en el rock, es bastante más que tiempo recuperado en
un anodino partido de futbol.
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