domingo, 15 de septiembre de 2013
Bruce Springsteen en GEBA - El Jefe y la banda eterna
Cuenta la historia que Emily Eavis quería sí o sí a Bruce Springsteen para la versión 2009 de Glastonbury. Agendas y miles de otras cuestiones se interponían para conseguirlo, pero Emily hizo jaque mate cuando en su última movida le faxeó a Bruce un manuscrito del ya por entonces fallecido Joe Strummer, que empieza así: "Bruce es grandioso, y si no estás de acuerdo es porque sos un pretencioso marciano de Venus”. Y anoche, cuando después de tres horas y media de show ininterrumpido, el Jefe exhausto y desalineado, se queda solo en el escenario y se deshace en disculpas porque su pobre español le impide cantar la canción que deseaba regalarnos, porque los veinticinco años que pasaron desde su primera visita habían sido demasiado no solo para nosotros sino también para él, y se despide con su armónica y su acústica cantando aquello de “Well make a plan. Well, if you can’t make it, stay hard, stay hungry, stay alive. If you can and meet me in a dream of this hard land”, yo comprendí que aquellas palabras de Strummer tienen una dimensión aún mayor a las que siempre les había llegado a otorgar.
El sábado frio me había llevado hasta GEBA casi sobre la hora, y mientras atravesaba vallados y pasillos llegué a oír la voz de Luciano Napolitano haciendo “Blues local”, cantando tan parecido a su padre, que hasta no verlo sobre el escenario uno no podía saber si lo que se escuchaba era él, un disco o el mismísimo fantasma del Carpo. Después “Hombre suburbano” y “Llegará la paz” (gran elección para abrirle un concierto a Springsteen) cerraron el mini set que yo llegué a presenciar. En el campo, al que ya se notaba que le iba a sobrar espacio, se mezclaban edades, voces, banderas e idiomas (muchos extranjeros aprovecharon la oportunidad de ver a Springsteen, había más que lo habitual en su show de estas características). Si bien la visión era buena desde todo el sector, encontré mi lugar justo delante de unas señoras que hablaban sobre los problemas de estabilización de su lavarropas nuevo. Problemas domésticos y pastillas de menta, podría ser el título para esa paciente espera.
Contar un concierto de tres horas y media en pocos párrafos resulta tan imposible como improductivo. La suma de vivencias, imágenes imborrables y admiración absoluta que un artista como Bruce es capaz de provocar, quedarán en mi memoria como uno de los momentos más maravillosos que mi desaforada melomanía me permitió vivir. Una noche encasillada entre dos climas de puro éxtasis góspel (apertura con “This little light of me” y cierre con “Shout”, el cover de The Isley Brothers), y que tuvo en la euforia la expresión más adecuada para describir en una sola palabra las sensaciones que dejó el despliegue de Springsteen y su E Street Band. Euforia que producen temas como “We take care of our own” y “Badlands”, introductorios en la noche, pero que también que es contagiada por esa banda perfecta que pasa al frente orgullosa y colorida para “Death to my hometown”, y que en su estridencia resulta el mejor soporte para su titánico líder. El piano irresistible de Roy Bittan que mueve a corear cada uno de sus acordes, las guitarras de Nils Lofgren y el inoxidable Steve Van Zandt, la exquisita voz de Cindy Mizelle y el saxo de Jake Clemons, sobrino del inolvidable Clarence, son algunos de los nombres que se me ocurre destacar dentro de un combo que a la manera de banda viajera, hace de cada canción una auténtica celebración del rock y el sentir (norte)americano.
Mas allá de tratarse de una noche más dentro del “Wrecking ball tour”, las canciones son de todas las épocas, y reflejan a la perfección los diferentes estados de ánimo en que fueron compuestas. En la últimas prima el optimismo (como en “Land of hope and dreams” con la que cerró la primera parte del concierto), pero hubo de todo. Bruce se sorprende con la inocencia de un niño y lanza un maravillado “I see the train!”, cuando un puntual convoy de la ex Mitre anticipa a “Downbound train”. Cuenta haber viajado miles de kilómetros para preguntarnos si podemos sentir el espíritu, antes de “Spirit in the night” y con ella desatar a la E Street Band en una formidable avalancha de blues. Su lado político felizmente no se concreta en panfletarias arengas, sino que aflora haciendo hablar a sus canciones, como el caso de “American skin (41 shots)”. En Chile fue políticamente más explícito e hizo una versión de “Manifiesto” de Victor Jara que emociona hasta las lágrimas, basta con buscar el video en la web.
Bruce se pasea entre la gente, se arrima, se deja tocar y hasta comparte el micrófono a veces. Recoge los carteles con los nombres de algunas canciones y los guarda para tocar algunas a pedido (“Cover me” desató una verdadera fiesta). Pero cuidado: nada de demagogia. El público lo siente tan cerca y familiar, que durante “The promise land” la pantalla mostró a un tipo en la primera fila del campo, reclamándolo con un “Bruce, vení un cachito”. Tan perfecto y emotivo resultaba todo, que con la extraordinaria “Because the night” yo ya me sentía complacido y la lista recién iba por la mitad. Para “Waitin’ on a sunny day”, Bruce hace subir a un chico de unos once años al escenario a cantar con él, y ese pibe no se olvidará jamás cuando siguiendo la voz de Springsteen al oído, gira y ordena un “c’mon E Street Band” para que la banda le devuelva un estallido sonoro magnífico que nos divide entre seguir el ritmo y aplaudir el privilegiado chico. “Tundher road” demostró por qué sigue siendo un himno inoxidable, y con la nombrada “Land of hope and dreams” con citas a “People get ready”, se cerró la primera parte del show. Miré la hora en el celular y ya habían pasado dos horas y media; no lo podía creer.
Podría hablar de regreso, pero el receso duró apenas segundos. En seguida Bruce estaba sobre el escenario de nuevo para hacer “We are alive”, canción que como él mismo contó, convoca a los fantasmas de la historia. Y tanto la ironía de “Born in the USA” como el espíritu rutero de “Born to run” armaron un combo que convirtió a la fría noche de GEBA en una hoguera se saltos, gargantas afónicas y brazos estirados para alcanzar y hacer sonar la Telecaster que Bruce ofrece corriendo por entre su gente. “Bobby Jean” fue otro de los temas tocados a pedido de los carteles del público, y la fiesta siguió con dos temas de “Born in the USA”: “Glory days”, (coreografía graciosa con Van Zandt incluida), y “Dancing in the dark”, invitando a una chica a bailar con él sobre el escenario, repitiendo la escena del video original, con la inocente Courtney Cox que por entonces ni soñaba convertirse en la Monica Geller de Friends. Y después otra más a la que le cuelga una guitarra para que imite sus movimientos y cierre el tema con la E Street Band ampliada por el histrionismo de la segunda y afortunada chica.
El recuerdo para Clarence Clemons, fallecido en 2011, y para Danny Federici (2008) se concretó con sus imágenes en pantalla mientras la banda tocaba “Tenth avenue freeze out”. Y el turno del reconocimiento para cada uno de los integrantes de la E Street Band, llegó en el prolongadísimo y liberador “Shout” que nos dejó en éxtasis absoluto. Después llega el momento de la despedida en solitario, las innecesarias disculpas y la conmovedora “This hard land”, con la voz del Jefe haciendo gala de un envidiable estado, a pesar del frio, el viento y las tres horas y medias de concierto.
Bruce Springsteen y Joe Strummer probablemente sean dos de los artistas más honestos y humildes que haya dado la cultura rock. Por eso no se me ocurre mejor forma de concluir la crónica que copiar las palabras con las que Strummer cierra aquella carta que cité al comienzo y que recordaba mientras caminaba lentamente buscando unas salida por Dorrego, mientras los parlantes nos despedían con una joven “negra” Sosa cantando “Solo le pido a Dios”: “Necesitamos gente como él. Un montón de discos de hoy son hechos por gente que solo busca alimentar su fama. Bruce es grandioso. No hay lamento, lloriqueo o queja. Hay solamente buena música, letras y un océano de talento. Yo? Yo amo a Springsteen”.
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