Cuando llegué a Velez me encontré con alguna de las
imágenes que había previsto: un público ecléctico, mezcla de rockeros añosos y
señoras con pinta de directoras de jardín de infantes, algunos pequeños curiosos,
y algunos otros chic@s bien arropados para estar a tono con el ícono en
cuestión. La vista de las tribunas del estadio no distaba de la habitual postal
de los domingos futboleros en Liniers: muchos claros en las plateas, porque
salvo el sector VIP repleto, en el resto sobró lugar. Digamos unas 15 mil
personas, tal vez 20 mil porque soy malo para los cálculos, pero desde ya
que el lugar quedó grande. Algo que las sucesivas promociones lanzadas las últimas
semanas hacían prever; incluso una radio
llegó a ofrecer en un concurso junto con la entrada para el recital, la
posibilidad de pasar un día con Elton John (???). Desde afuera, mientras
transitaba los últimos tramos de la explanada para acceder al campo, llegué a
escuchar la despedida de María Eva Albistur, que hizo las veces de telonera. Ya
adentro las pantallas explicaban la manera de comportarse en caso de siniestro,
agregando en este caso el consejo de alejarse de carpas y escenario en caso de
ráfagas de viento. Yo lo interpreté a mi antojo, e imaginé que había que
alejarse en caso de que se suba Ráfaga al escenario, pero ese es otro tema; esto
se trata de música, así que allí vamos. Eso sí, algún día alguien tendrá que
explicarme cómo es posible que en un evento tan masivo, que requiere entre otras
cosas del alquiler de un estadio, pueden poner a una única esquina como punto de
reunión en caso de emergencia, como si se tratase de una reunión de consorcio.
Con unos diez minutos de retraso, poco para un
concierto de rock, pero grave para un caballero británico, Elton John (lentes
azules, que sumado al oro del peluquín, lo hacían un tanto bostero para mi
gusto) salió a escena con “The bitch is back”, poniéndole un irónico título a las
crónicas de todos los que un día después nos animamos a escribir algo. En
seguida “Bennie and the Jets” dio la pauta de que estábamos frente a una gran
noche de lucimiento no solo del líder, sino de la banda toda, porque lo que
hicieron el piano de Elton y el bajo de Matt Bissonette hacia el final del tema
fue magnífico. Y el climax góspel que
pone punto final a una grave versión de “Levon”, lo terminó por confirmar. En
primer lugar hay que decir que con el viento que corría anoche, lo que hizo el
sonidista fue extraordinario. Al menos desde el campo el sonido fue perfecto,
limpio, parejo y de un volumen acorde al estadio. Si la banda ofrecía detalles
para descubrir y disfrutar, la tecnología sonora permitió gozar de cada uno de
ellos. La banda de Elton incluyó a los históricos Davey Johnstone en guitarra y
Nigel Olsson en la batería (tan delicado que toca con guantes blancos, y que a
primera vista resulta una cruza entre Julio Iglesias y el profe Córdoba), y al nombrado Bissonette en
bajo (a quien yo llegué a ver junto a Joe Satriani en el Luna Park, durante la
gira de “Is there love in the space?”), quien ocupa con autoridad el sitio de Bob
Birch, quien se suicidara el año pasado. El grupo se completó con un segundo
teclado, percusión y un coro de cuatros voces negras, entre las cuales se
encontraba la mismísima Rosie Stone, aquella de Sly and the Family Stone.
A esta altura de su carrera no es necesario decir que
Elton John puede hacer lo que se le cante, como por ejemplo armar una gira para
celebrar los cuarenta años, ya no de un disco, sino de una sola canción, en
este caso “Rocket man”. Pero este Elton más viejo y más sabio abandona
excentricidades para colocarse en el lugar de un intérprete magnífico de lo
mejor de su carrera. No por nada el 90% del setlist tiene fecha de edición
anterior a 1975, y cuando se acerca más al presente, se limita a unas pocas
canciones como ese temazo que es “Believe”. Este Elton John menos performer y
más songwriter dio cátedra anoche en Velez, y se dio el gusto de lucirse y
hacer lucir a su banda (el slide de Johnstone en “Tiny dancer” fue delicioso,
por ejemplo), rescatando temas y homenajeando ciudades, como el doblete con la
neoyorquina “Mona Lisa and Mad Hatters” (altísimo momento del show), seguida
por “Philadelphia freedom”.
Acto seguido encadenó tres hits: primero “Candle in
the wind”, por suerte con letra original y sin citas a Lady Di, apenas unas
velas encendidas en la pantalla. Después le roba la metáfora del éxito al Mago
de Oz para hacer “Goodbye yellow brick
road”, uno de los temas con mejores arreglos que jamás se hayan grabado, y en
seguida “Rocket man (I think it’s going to be a long, long time)”, el tema homenajeado
de la noche, con una festejada intro de piano. La voz de Elton algo más gastada,
les entrega a las baladas un condimento extra, las vuelve más graves, íntimas,
menos empalagosas. Las melodías lucen con otra madurez, y en ese tono yo me
sentí más que a gusto. Dije antes que cuando Elton John se acerca al presente
lo hace eligiendo meticulosamente los temas, y “Hey Ahab”, del disco “The union”,
aquel que grabara con Leon Russell en 2010, es la mejor confirmación. La banda
toca rythm & blues como nunca, lo que se sostiene a continuación con “I guess that´s why
they call it the blues” que tiene un clímax final contagioso. Otra vez la premisa
fue actitud menos melosa y más feeling, y la versión salió ganando. “Funeral
for a friend/Love lies bleeding” significó un tramo casi progresivo de la noche
con un centenar de insectos otorgándole un efecto especial al juego de luces, y
con “Honky cat” Elton John nos traslada al clima de un salón de New Orleans, justo
el día que los boludos de TN nos quisieron hacer creer que los porteños también
podíamos tener tormentas con nombre.
Después de “Sad songs (say so much)”, llegó el
momento easy listening de la noche: una gran versión de “Daniel”, seguida por
mi preferida por siempre “Sorry seems to be the hardest word”. Elton quedó solo
con el piano e hizo “The one”, que reemplazó en el setlist a “Skyline pigeon”,
decisión que no comparto en absoluto. Ese Elton John más FM se consolida (luego
de presentar a la banda) con “Dont’ let the sun go down on me”, un pelotazo al
que por suerte no llegó George Michael a ponerle más mermelada. Pero la gente
participó por primera vez, lo que me da la pauta para afirmar, aunque peque de
soberbio, que disfruté más el show que la mayoría de los presentes.
El tramo final tomó temperatura con “I’m still standing”,
y puso a la platea a bailar por primera vez con “Crocodile rock”, mientras
Elton recibía un cocodrilo de peluche, al que puso a descansar arriba de su
piano. El falsete contagioso estuvo a cargo de la gente, y el concierto se
cerró con la poderosa “Saturday night’s alright for fighting” con la banda otra
vez suelta y rockeando. Aunque a mi juicio lo mejor de la noche había sucedido
en la primera mitad del concierto, no pude evitar mover la patita siguiendo el
ritmo, “cause saturday night’s the night I like, saturday night’s alright”. Quedó apenas un rápido regreso al
escenario con el único clásico que faltaba, y entonces con “Your song” el
británico cerró su tercera visita a Buenos Aires. Elton John será el único
músico extranjero que podrá decir que pasó por los tres grandes estadios de
Buenos Aires: River en 1992, Boca en 2009, y anoche Velez. Un público, que de
tan fiel es capaz de comprar anteojos de plástico con lucecitas de colores a
$30, ya espera ansioso por la cuarta.
3 comentarios:
¡Muy buena crónica! /// Me parece que voy a tener que ponerme a escuchar el puñadito de discos de EJ a partir de 2000. /// ¡Qué pedazo de canción "Your song"!, digo yo sin pretender re-descubrir la pólvora...
me encanto! jajajaja y yo fui la loca que le tiro ese peluche :) muy buen resumen de una noche fantastica.
muy buena la crónica, te sigo leyendo para revivir los recitales!
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