Para los que me conzcan
desde antes de ser un ignoto bloguero, saben perfectamente de mi
predilección por Led Zeppelin a la hora de encaramar un nombre en la
absurda (pero siempre entretenida) lista de las bandas más grandes
de la historia del rock. Con el tiempo llegué a pensar que Radiohead
podría amenzar esa convicción, pero ese es otro tema que ahora no
viene al caso. La cuestión es que aún en la época en que la
economía y las incipientes (no tan incipientes, a decir verdad)
responsabilidades me impedían concurrir a recitales con asiduidad,
una de las pocas excepciones fue aquel inolvidable show de Page y
Plant en Ferro, allá por enero del '96. Unos pocos años antes,
escuchar por Rock and Pop desde mi casa a Plant solista haciendo
“Babe, I'm gonna leave you” me había colocado bajo shock
emocional. Por estos motivos, ya con otro ritmo de inversión en
recitales, para esta tercera llegada de Robert Plant, me apresuré a
estar entre los primeros en tener la entrada, y me propuse hacerme de
una buena ubicación (aunque no las mejores, inaccesibles para
alguien que se propone ir a todos, o casi todos, los shows que se
andan promocionando).
Llegué temprano al Luna
Park, o mejor dicho, creí que llegaba temprano y resulta que me
perdí el show de Richard Coleman que hacía las veces de artista
invitado. El show estaba anunciado para 20:30hs, algo que nadie nunca
creyó del todo, y que provocó (aún cuando el inicio se demoró
unos veinte minutos) que varios entren a las corridas cuando ya iban
dos o tres temas del concierto.
La banda que acompaña a
Plant en esta gira (Sensational Space Shifters) ya había
empezado a tocar cuando Robert, de jean y remera negra, entró
caminando al escenario para iniciar el concierto con “Tin pan
valley” y “Another tribe”, dos temas de su disco “Mighty
ReArranger” de 2005. Elección que iba a condicionar la noche, ya
que si uno se guiara por los temas elegidos, pareciera que Plant
encaró esta gira borrando de un plumazo sus últimos dos trabajos:
la colaboración con Alison Krauss (Raising sand), y el disco con
Band of Joy de 2010. Esos trabajos son discos bastante despojados en
cuanto a la pretensión de los arreglos. Cada uno con sus propias
características, devolvían al cantante a un sonido más depurado y
tradicional. Y nada de eso ocurrió anoche, ya que el recital bien
podría haber funcionado como la presentación del nombrado “Mighty
ReArranger”. Eso sí, Robert Plant nunca se olvida de que alguna
vez fue (como lo anunciaba innecesariamente el afiche de promoción
local) “the voice of Led Zeppelin”, y entonces nos regala
“Friends” para la primera gran ovación de la noche.
El escenario solamente
estuvo decorado por el logo de los Sensational Space Shifters y el
rostro de una versión jovencísima de Robert Plant rodeado de flores
y colorido. Un afiche bien sixtie, psicodélico y flower power, al
estilo de los de Canned Heat o Grateful Dead. Sin abusar de diálogos
prolongados que puedan poner a prueba su español, Robert Plant usó
el castellano para comunicarse con la gente: para agredecer, saludar
y demás formalidades. Pero también esos momentos funcionaron como
un guiño para anticipar los platos fuertes, es decir, los clásicos:
“Y ahora?”, se pregunta y luego de un “No sé” como auto
respuesta, largan con el nombrado “Friends”. Más adelante la
contraseña será “Por qué no?” como pie para “Black dog”.
Plant no ignora lo que
su figura representa, su condición de miembro de una de las bandas
más grandes de la historia, pero no se resigna a ser un digno
intérprete de sí mismo, sino que no cesa en la búsqueda
inconformista. Bajo sus parámetros, está claro. Sus obsesiones, su
fascinación con la música oriental, los instrumenos africanos, los
arreglos y sonidos de la India. Elige no ser demagogo y se sumerge en
su obra sin temores, sin limtaciones, pero sin liviandad ni
complacencia. Por eso, así como hace una semana Jack Bruce le
devolvió al “Spoonful” de Howlin' Wolf su esencia blusera, Plant
la recubre de un halo místico y se transforma en una especie de
chamán, que en medio de un ritual tribal nos recuerda que “a
little spoon of your precious love, good enought for me”.
“No quarter”, aquel
proyecto que lo reencontró con Jimmy Page en los '90, le da la
matriz perfecta a la manera de cómo abordar las canciones de Led
Zeppelin, y esas canciones se muestran dóciles y sumisas a la
voluntad de Plant. Lo siguen, se amoldan, lucen (a veces hasta mejor)
en cada nuevo arreglo. El que busque el intrincado riff de “Black
dog”, lleva las de perder. Recién hacia el final con “Ramble on”
se podrán reencontrar los sonidos a los que el oído está más
habituado. Y si bien Plant no se olvidó de rockear, y no duda en
dejarlo bien en claro, en el centro del show muchas veces queda
(al margen del excelente trabajo del primer guitarrista Justin Adams)
Juldeh Camara, el músico originario de Gambia encargado del banjo y
violín africano, quien además le pone voz a los pasajes más
étnicos de los temas.
Puedo citar el setlist
completo, y aunque quien con esa información se arme una lista en su
reproductor de música, nunca podrá tener noción de lo que es el
concierto. Porque al no ser las versiones iguales a las grabadas, las
sensaciones frente a la música jamás podrán ser las mismas. Hay
climas diferentes en medio de los temas, especialmente en los más
densos como “Somebody knocking” y “The enchanter”. La gente
aplaude, se sorprende, saluda a su ídolo con el porteñísimo grito
de “aguante Roberto!”, y por supueto reacciona y celebra cuando
descubre los clásicos como “Bron-Y-aur stomp” y “Four sticks”.
A esta altura me doy
cuanta que no hice referencia a un detalle central: el encantamiento
que produce la figura de Robert Plant sobre el escenario. A pesar de
su pose humilde, el excelente estado de su voz y sus tonos
inconfundibles lo vuelven irresistible. Y con esos atributos, se da
el lujo de mostrarse fragil y emotivo en la bellísima y despojada
“All the king's horses”. Cuando levanta el volumen, es
sorprendente como sus agudos aún pueden erizar a la platea, aunque
no está demás reconocer que a la hora de los gritos, la consola de
sonido hace un gran trabajo con los efectos. El cierre llega con
“Fixin' to die” y un “Whole lotta love” con una base afro y
el riff cortado, que parece salido de una versión valvular de
“Achtung baby”
El final, después de un
breve intervalo, fue con más clásicos. Y a esa altura no hay mucho
para agregar, solo dejar en claro de lo lindo que resulta escuchar a
Robert Plant en 2012 cantando “Going to California” apenas un
tono abajo de aquella versión del cassette de Led Zeppelin IV, cuya
cinta quedó transparente de tantas pasadas. Y el final es con “Rock
and roll” al que aunque siga sonando poderoso, y la gente coree a
viva voz el “lonely, lonely, lonely time”, guarda un lugar para
un desquiciado violín africano que lo coloca en otro nivel. Esa
versión termina de confirmar, a días del estreno en el país de
“Celebration day” el motivo por el cual Plant fue el menos
interesado en prolongar aquel alabado regreso de 2007: los caminos de
su música hace rato han encontrado su propio y fascinante rumbo.
1 comentario:
Una crónica tan buena como el afiche (*para mi gusto, la mejor muestra de estética retro que he visto en años)
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