Yo ya había pasado por
esto. Dos años atrás había estado en la misma situación. Había
salido de un recital con tal grado de exitación que no me imaginaba
la manera de cambiar de estado para imbuirme en el clima de otro
recital de tono absolutamente diferente, apenas un solo día después.
Aquella vez fueron los Pixies los que me dejaron enchufado, esta vez
fue el turno de Pulp. Y en 2010 la encargada de bajar los decibeles
fue Regina Spektor, esta vuelta la tarea le correspondía a Joss
Stone. Y la palabra mágica, tanto en aquel caso como en este, fue
encanto. Con diferentes argumentos y atributos, pero ambas cantantes
son capaces de irradiar el mismo halo de magia que transporta, en
apenas unos minutos, a ese otro universo tan diferente e igual de
placentero. Encima el frente frio que redujo diez grados la
temperatura de la ciudad, no pudo ser más oportuno.
Otra vez llegué cuando
una tal Coral estaba terminando su show, nada para decir al respecto.
Pero la espera fue amenizada por una especie de comedia protagonizada
por un vendedor ambulante de cd's orginales, que recorría las
tribunas con un cajón de madera de esos en el que suelen llevar mani
y sugus confitados. La reacción de la gente ante la oferta de cd's
orignales fue de absoluta extrañeza, como si se tratase de un
producto retro. El tipo fue insistente, pero no vendió ninguno. Un
recital extraño, al menos para mi costumbre, en cuanto a la variedad
de público: algunas mujeres con vestidos de noche, y gente repasando
con carilina la butaca antes de sentarse. Un espanto, porque aunque
la chica que canta es rubia, venimos a escuchar música de negros.
Joss Stone entra al
escenario con un largo vestido lila cuando la banda ya empezó a
tocar “(For God's sake) give me more power to the people”, el
clásico de The Chi-Lites incluído en “The soul sessions Vol. 2”,
un sexto disco que supuestamente la devuleve a las fuentes que en
realidad nunca abandonó del todo. Pero lo que sí se retoma es el
formato de aquel primer trabajo que lanzó a Joss Stone al
estrellato: clásicos (y no tanto) del soul, covers de otros estilos
bien arreglados al tono, y un sonido vintage que revive el espíritu
con el que Motown y Stax signaron a la década del '60. El segundo
tema “While you're out looking for sugar”, también del último
disco, termina por delinear el rumbo de la noche. Y con un meddley
entre “You had me” y “Super duper love”, la británica
termina por comprarse al público porteño.
El programa que repartía
la acomodadora (al margen de que constaba de tres párrafos que
decían exactamente lo mismo, pero en difrente orden) describía a
Joss Stone como joven y bella cantante. No es casual esta
presentación, y no lo digo solo porque lo de joven y bella sea una
obviedad. Joss Stone sabe muy bien como sacar provecho de su figura,
su rostro y su (no tan) breve trayectoria como cantante. Porque el
hecho de haber grabado su primer disco con apenas quince años la
coloca en el lugar de niña eterna. Y el coqueteo adolescente con el
que perversamente juega con la platea la convierte en una seductora
de altísimo voltaje. Mira de reojo, se sonroja, se tapa levemente la
boca, se sonríe con una inocencia impostada capaz de convencer al
Lester que compuso Kevin Spacey para “American beauty”, de que se
vuele la tapa de los sesos ahí mismo. Cada tanto se vuelve hacia la
parte trasera del escenario en donde la espera un tecito con el que
mantiene la garganta a punto. Se muestra tímida, fragil y a cada
paso y movimiento se consolida elegante y sutil. Juguetea con esa
pose inocente, pero a la hora de las interpretaciones su voz se
expresa con todo el caudal y expresividad que se le conoce. Sin
abusos, dosificando los climas, haciendo gala de una versatilidad
asombrosa. Porque en ese aspecto, Joss Stone nació madura. Tanto es
así que supo conducir su carrera por los caminos que ella eligió, y
a los cuales supo incorporar hip hop, blues, pop, reggae, R&B y otros estilos,
sin jamás renunciar a convencionalismos comerciales que en su
ambición la conviertan en un producto multiplatino pero vacío. Ya
se sabe: siempre cerca de un joven talento está el riesgo de caer en
manos de un Emilio Estefan que le haga grabar “Aquel bahiano”, o
algún otro espanto por el estilo. A Joss Stone le colgaron el
cartelito de Aretha Franklin cuando tenía apenas quince años y
sobrevivió; no es moco de pavo.
La banda que la acompaña
(todos negros) sabe todo lo que tiene que saber. El grupo formado por
bajo, guitarra, batería y teclados, más tres corista y tres
vientos, tiene ritmo, intensidad, maneja los volumenes a su antojo y
dosifica el lucimiento individual en privilegio de un sonido compacto
que a la hora del funk se vuelve irresistible (el slap del bajista es
fundamental en este aspecto). Pasan “Teadrop” también del
último disco, y “Jet lag” ( de “Mind, body and soul” primer
disco en el que la cantante participó como co-compositora), y cuando
la temperatura de la banda llega a su climax, entonces Joss se
destapa con una versión acústica y despojada de “Landlord”,
bellísima creación compuesta en conjunto con Dave Stewart,
productor del muy buen disco “LP1” (2011). “I don't wanna be
your landlord anymore” canta la rubia mientras esconde los ojos
detrás de su cabello, y el Luna Park irremediablemente se rinde a
sus pies.
El tramo final del
concierto encadenó un meddley de seis temas que nos dejó sin
respiro y en el cual aprovechó para citar a todos sus trabajos. Así
fue que tuvimos a “Bad habit” (de “Introducing Joss Stone” -
2007) y “You've got the love” (de “Colour me free” - 2009).
En “Put your hands on me” hace un lindo juego vocal con las
coristas (dos mujeres y un varón, que cuenta también como dama), y
que aprovechan para lucirse. Porque a decir verdad el coro está
contenido, refuerza algunos estribillos, y poco más: la mezcla
destaca todo el tiempo a la voz principal. Para la despedida con el
cover (más que cover, reinvención) de “Feel in love with a boy”
de los White Stripes, el guitarrista mete un solo distorsionado, casi
metalero, que pertenece a otro show, a otra fecha y a otra dimensión.
La gente aulla igual (algunos insufribles aullaron toda la noche,
pero era parte del riesgo que yo asumí al comprar la entrada), y
después sí el reconocido fraseo que es seguido por la gente y su
“oh, oh, oh, oh, oooh, oh”. Una versión mas potente que la
grabada en “The soul sessions vol.1”, y que significó el final
del show.
Un ratito se demoró la
británica para volver y allí nos regaló “Right to be wrong”,
cuyo final se vio demorado porque cada vez que Joss se aprestaba para
el cierre a capella, un “I love you” llegaba desde la platea, y
sus risas conspiraban y quebraban su concentración. Por suerte los
gritos cesaron y la garganta de Joss Stone tuvo un último instante
de lucimiento. Después, mientras sonaba “Tell me what we're gonna
do now”, fue presentando a sus músicos, y saludando por última
vez a los más privilegiados lugares de la platea. Joss Stone se fue
repartiendo flores blancas y sonriendo con esa ingenuidad impostada
con la nos sedujo toda la noche. Yo me quedé con las ganas de su
versión de “The high road”, pero no hubiese tenido coraje de
reprocharle nada. No faltará oportunidad.
(La crónica específica
del show terminó, pero hay algo que me veo obligado a contar. A la
salida fuimos con mi hija al Burger King de Florida y Corrientes, y
los paspados que atienden el local, y que tienen menos reacción que
la defensa de River en las pelotas paradas, cuando vieron que se
juntaba mucha gente, dijeron “uh....”, y se asustaron. Es
increíble. Los pibes de McDonalds ven mucha gente y se exitan, los
de Burger se inhiben y se culpan ante el éxito. Son los Kurt Cobain
de las hamburguesas)
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