La primera sorpresa que me llevé anoche en el Luna Park fue la cantidad de gente que había ido a ver a ZZ Top. Si bien la banda tiene sus seguidores en el país y su trayectoria la convierten en una experiencia digna de aprovechar, el precio de las entradas era inusualmente alto para un show de estadio. Tal es así, que exceptuando las cabeceras, el resto de las ubicaciones se ofrecían en boletería hasta el momento de inicio del show. Pero fue mucha, muchísima le gente que se acercó a último momento, y que salvo por algún claro en plateas, el Luna Park presentaba un imagen impactante.
A poco de volver a los estudios (su último disco en esa condición es “Mescalero” de 2003) ZZ Top apostó por un repaso parejo por toda su discografía y ya en el comienzo dejó en claro que no pensaban guardarse nada: “Got me under pressure”, “Waitin’ for the bus” y “Jesus just left Chicago”. Lo de los texanos es simple y directo: rock y el blues en estado salvaje. Los frontman nos regalan su característico paso de baile coordinado. Frank Beard marca el pulso y obliga a los pies a seguir su ritmo a lo largo de la noche. La voz gastada de Gibbons se contrapone con la limpieza de la de Hill, y cuando se unen en los estribillos forman un tandem insuperable. Billy Gibbons conoce y aplica todos los yeites del estilo, y sin bien nadie va a salir a pintar en las paredes “Billy Gibbons is God” (o sí, hay gente para todo), lo cierto es que exprime su Gibson al máximo. En esa sencillez de recursos es que ZZ Top consigue un efecto demoledor. El recital parece la banda de sonido de un viaje carretero que los muchachotes de pelo largo y cuero, que al dejar sus Harley en el estacionamiento la despidieron diciéndole “no te preocupes mi amor, vuelvo enseguida”, parecen disfrutar más que nadie. Con “I’m bad I’m nationwide” llega la primera arenga al público que responde cantando.
Se van sucediendo algunos momentos bizarros como la imagen de llaves francesas voladoras, que parecen salidas de la peor pesadilla de un mecánico automotor; o cuando Billy invita a una chica al escenario (en apariencia traductora) para participar de un diálogo en español acerca de un sombrero para tocar blues, que parece un sketch de Francella y Julieta Prandi, y en donde todo se concentra en el tono bobalicón y la anatomía de la tal Lucila. Allí comienza un set más blusero con versiones de “Future blues” de Willie Brown, y “Rock me baby” (lo cual lleva a suponer que el nombre de la señorita no había sido casual). Con “Cheap sunglasses” los anteojos de Dusty y Billy cobran sentido, y un Jimi Hendrix que se disuelve en rojo y negro, supervisa desde la pantalla la muy lograda versión de “Hey Joe”.
Sigue “Brown sugar”, que no es un cover de los Stones sino un tema propio de su primer albúm , en la naciente década del ’70; un jugueteo con el público con “My head’s in Mississippi”, y “Francine” Dusty Hill queda a cargo de la voz para un rock’n roll irresistible (“Party on the patio”) y el concierto empieza tomar temperatura. Pero cuando Gibbons cambia la guitarra y empieza a tocar el riff de “Just got paid”, lo que hasta ese momento era caliente, directamente empieza a arder. El dominio del slide es perfecto, Billy saca a relucir toda su autoridad y el show toma envión y un clima que no decaerá jamás. En ese tramo final, mientras la banda toca “Gimme all your living” y “Sharp dressed man”, en la pantalla empiezan a proyectarse aquellos videos fantásticos de los ’80 , con los tres ZZ Top viajando en el Ford’34 rojo en una expedición roquera y solidaria. Para el último tema, aparecen las mismísimas guitarras enfundadas en corderito del video de “Legs” y uno cree que a la fiesta no le falta ningún aditamento.
Los bises comienzan con un bombardeo de luces violetas y flashes. En la pantalla se empieza a ver una ruleta y el regreso al escenario es al grito de “Viva Las Vegas”, que la gente repite con entusiasmo. Ahora la guitarra y el bajo son verde fluo, y con ellos empiezan a sonar los acordes de “La grange”. Y allí sí el público se desata, la bada parece no querer dejar de tocar nunca. Brotan los trucos que faltaban (el cigarro encendido por un asistente y la botella de Jack Daniels deslizándose por la guitarra de Billy), y pegadito el otro gran hit de la banda “Tush” para poner broche de oro a un show de no mucho más de hora y media. De mi lado, puedo decir que me saqué un gusto, aunque salí rápido a buscar alivio de bicarbonato. Es cierto que la pretensión de no permitir fumar en un recital de rock es poco menos que incumplible, pero anoche mi garganta necesitaba el auxilio de civilidad rockera.
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