Cuando supe que venía Roger Hodgson a actuar en el país, creo que lo que me motivó a sacar la entrada fue haber descubierto que en mi adolescencia pocos casetes se habían gastado más que “París” de Supertramp. Si hasta me acuerdo de haberlo comprados dos veces, porque el primero quedó olvidado en algún picnic de primavera. Y no muy distinto se deben haber sentido las más de tres mil personas que anoche colmaron el Teatro Gran Rex. La música de Roger Hodgson justifica por sí sola la existencia de las FMs de standards. Muchas de ellas deberían rendirle pleitesía, porque serían capaces de sobrevivir solamente con las composiciones de un artista, que aún cuando no se lo suela nombrar en los primeros lugares a la hora de fijar preferencias, se ha ganado un lugar indeleble en el inconsciente popular. Y por las dudas que a algún desubicado se le ocurra desmentirlo, los tres primeros tema del show fueron “Take a long way home”, “School”, y “Hide in your shell”
El escenario no tiene misterios; cuando el telón se abre los músicos ya están ubicados en sus lugares, en una especie de jardín de invierno con un piano de cola en el centro, que predice el tono familiar del show. Roger Hodgson es prolijo y minucioso por donde se lo mire, y hasta es posible pensar que la camisa blanca y el chaleco que lleva puestos, podrían colgarse en una percha al finalizar el recital y quedar aptos para el concierto siguiente. Pero tanta actitud low-fi de los músicos se contrapone con la euforia del público, que canta, aplaude y reverencia al inglés. Y es que basta con mirar cada uno de los rostros para comprender que este comportamiento se debe a que sobre el escenario se está escuchando la banda de sonido de buena parte de sus vidas. Porque en el bar en donde compartieron la primera merienda con la novia adolescente, seguro se escuchaba de fondo la voz de Hodgson, porque probablemente en el comercio en donde armaron ilusionados la lista de regalos de casamiento sonaba en una radio algún tema de Supertramp, y porque mientras contenían las lágrimas al abrochar el delantal de su hijo en el primer día de jardín de infantes, se hicieron las mismas preguntas sobre el devenir de la vida que Roger hizo poesía en “The logical song”.
Del concierto en sí, se puede decir que Roger Hodgosn descarta tomar algún tipo de riesgo y va a lo seguro. No solamente por la elección del repertorio, sino porque los arreglos son casi idénticos a los originales. Tiene a favor que su voz se mantiene intacta, incluso en esos agudos inconfundibles, como en el puente de “Dreamer” o el “Who I am” en el final de “The logical song”. Las lista de hits en interminable: “A soapbox Opera”, “Don’t leave me now” (estupendo Aaron McDonald en el saxo), “Breakfast in America” y “Lord is the mine” (presentada como su favorita del repertorio de Supertramp). Roger conversa largamente con el público entre tema y tema, y va rotando entre el teclado, la guitarra acústica y el piano de cola. Allí en donde se sienta por primera vez para rescatar la bellísima “Lovers in the wind”, de su primer disco solista, “In the eye of the storm”. La gente presa de un hechizo, silba inocente en “Easy does it”, el tema que abría el álbum “Crisis, what crisis?” de 1975. El clima de fogón se interrumpe con “Along come Mary” (de su último trabajo “Open the door”, 2000), y con un estreno, ambas canciones enmarcadas en la mejor tradición del folk británico. Todo se canta, todo se acompaña con palmas, con cada primer acorde, las miradas confluyen y se escuchan los “Uh! Te acordás de este tema?”. Es tanta la historia que no cabe en las dos horas de show, y Roger Hodgson se da el lujo de dejar afuera temas como “Goodbye stranger” o “In jeopardy”. Hacia el final la lejana voz de Churchill arengando a no rendirse jamás, preanuncia “Fool’s overture”, que nos trae al Supertramp más progresivo y el show consigue su pico desde lo musical.
Los bises empezaron con un no tan previsible “Child of vision”, y después todos de pie a aplaudir y cantar con “It’s raining again” y “Give a little bit”. Roger llama a toda la banda a saludar; la emoción perdura arriba y abajo del escenario. Yo me fui como un stupid little dreamer, con una sonrisa dibujada en la cara, con la satisfacción que solo pueden producir esas lindas canciones, y salí del Gran Rex, todavía tarareando “Oh It’s raining again, Oh no my love’s at an end” a caminar cuidadoso debajo de los techitos de Corrientes. Porque aunque el cielo lo desmienta, si el bueno de Roger Hodgson dice que llueve, yo por las dudas abro el paraguas.
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