Un jueves porteño bien
otoñal resultaba ideal para recibir a Yo La Tengo. Aunque yo venía
de una semana movida, sin demasiado tiempo para detenerme a
aclimatarme y casi que llegue al Vorterix por inercia, había algo en
el ambiente que indicaba que los planetas estaban alineados para
recibir a los músicos de Nueva Jersey. El show estaba anunciado
temprano y mi puntualidad me llevó a disfrutar de buena parte del
set de atrás Hay Truenos, la banda local que los teloneaba. Grata
sorpresa, no los conocía (apenas me había informado de que son de
Neuquen), y casi que la elección fue perfecta. Con su sonido que en
buena parte coincide con la expansión instrumental de Yo La Tengo,
pero con algunos otros condimentos interesantes. Por momentos las
melodías tienen reminiscencias dark, las guitarras se complementan
perfecto y cuando se internan en climax distorsivos saben manejar muy
bien los volumenes y los tiempos como para no saturar y salir
airosos. Por otra parte se enfrentaban a un público acostumbrado a
esa propuesta, con lo cual no estar a la altura los hubiese dejado en
evidencia. Fueron muy bien tratados a lo largo de todo el set y se
llevaron un gran aplauso de despedida.
Bien, una vez cerrado el
telón y mientras apenas se podían ver piecitos que se movían
acomodando equipos e intrumentos, el Teatro Voerterix que lucía bien
poblado desde temprano, terminó por completarse el límite de la
sobreventa (Algo que sucede siempre allí, y presumo que si algún
día alguien se toma el laburo de verdad de chequear este dato, se
deberían comer un garrón. Aunque con la radio del mismo nombre
cubriendo eventos oficiales del Gobierno de la Ciudad, sospecho que
los inspectores no estarán muy interesados en entrometerse en estos
menesteres).
Yo había visto a Yo La
Tengo en La Trastienda en 2010, y aunque uno sabe que las listas de
tema cambian según cada ciudad y son imprevisibles, hay un espíritu
en sus shows que sí es permanente y que marcan el clima para el que
uno se predispone: distorsión noise, hipnosis, belleza acústica y
un rumbo imprevisible, siempre guiado por un Ira Kaplan, quien es el
que lleva la voz de mando a la hora del sube y baja de sensaciones
por las que va transitando el show.
Abrieron con “Stupid
thing” de “Fade”, su último trabajo. Georgia Hubley estaba a
cargo de una de las guitarras, y James Mcnew en la batería, sitios
que intercambiaron al segundo tema. Justamente fue el último disco
en el que se centró el show. Un disco que si bien continua la linea
que vienen trazando desde hace unos cuantos años (en donde la
primera escucha resulta más accesible para oidos desprevenidos), a
mí me resultó más logrado y menos previsible que el predecesor
“Popular songs”. Pero esa no fue la única premisa en un lista
que entre “Fade” y “Fakebook” (1990) se llevaron buena parte
del show. Porque el concierto tuvo preeminencia de sonido acústico.
Y si bien hubo tiempo para la distorsión en temas como “Super
kiwi” o el rítmico y casi funk falsete de “Mr. Tough”, fueron
las canciones más suaves las que constituyeron la esencia de la
noche de Colegiales.
“Autumn sweater” fue
el primer clásico en aparecer, y a partir de “Before you run”
encadenaron unas cuantas canciones de “Fade”, entre ellas “The
point of it” y la encantadora “Cornelia and Jane”, con Georgia
al frente. En todos los casos se trata de melodías casi susurradas,
con arreglos mínimos, que cuando las canta Ira parecen lamentos y
que se vuelven súplicas cuando es Georgia la que se hace cargo de la
voz. La gente se contagia del clima, a tal punto que pareciera
hipnotizada y se limita a una escucha pasiva. Cerca mio unos discuten
por el destino del humo de un cigarrillo (la prohibición de no fumar
en los boliches no se cumple, y si no la van a hacer cumplir, que la
saquen. De esta manera lo único que genera son rispideces entre
fundamentalistas del humo y sus víctimas alérgicas) y son acallados
de manera vehemente. Otros intentan acompañar con palmas algún tema
y son silenciados con chistidos. Como si nada pudiera interferir el
trance que prosigue en “The one to cry”, “Griselda” y “I'll
be around”. Ira cambia de guitarras, se sienta frente a los
teclados, la percusión pasa de las sutiles escobillas a la firmeza
de los golpes de tambor, y la banda parece reinventarse a sí misma
con cada tema.
Recién hacia el final,
mas allá de los climas que fueron intercalando entre los tramos
acústicos y que parecieron una provocativa forma de jugar con los
extremos, es en donde la electricidad finalmente gana su espacio. Un
equilibrio entre un ruido ordenado y la delicadeza tensionada al
límite de la fragilidad. Y allí “Ohm” es un mantra que abre
“Fade” y que compila los mayores atributos de Yo La Tengo, con
destino de clásico. Antes “Sugarcube” había provocado que
algunos headbangers evidencien que no todo era quietud en la sala. Y
el final demoledor con “Pass the hacket, I think I'm goodkind” y
una linea de bajo repetida hasta el infinito, una métrica perfecta
sobre la cual Ira Kaplan despliega su éxtasis de ruido, acribillando
la guitarra, golpénadola con palillos de batería, mientras la
abandona en un acople e intenta entrometerse entre la gente, lo cual
va a terminar resultándole imposible. Fueron casi diez minutos de
una espiral sonora que rompió el encanto al que los oidos habían
sido sometidos durante todo el tramo previo del concierto.
Si la elección de los
temas del cuerpo principal de un show de Yo La Tengo es imprevisible,
los bises suelen ser un misterio aún mayor. Abrieron con la propia y
calma “Our way to fall”, y pasaron a una tremenda versión de
“Can't seem to make you mine”, aquel tema de The Seeds que
pasara también por manos de los Ramones. Y como si ellos mismos se
dieran cuenta de que para bajar necesitaban hacerlo de manera
abrupta, se sumergieron en el enorme desafío de “By the time it
gets dark”. Y digo enorme desafío porque la voz de Sandy Denny
será inalcanzable, y entonces es en la cadencia initimista que Yo La
Tengo le imprime, en donde la canción reluce diferente, pero
impregnada de la misma gracia otoñal que la original.
El escenario se fue
despojando de instrumentos y en la despedida, que amagó a ser
definitiva y no fue tal, con el cover de Sun Ra “Somebody's in
love” las armonías casi que se limitaron a los arreglos vocales.
Toda ese clima se mantuvo en el segundo regreso, aunque con el
agregado de una cuota de informalidad, ya que el tema de cierre lo
terminó eligiendo Ira Kaplan sobre el escenario, mientras invitaba a
los asistentes a sumarse a la banda. “Speeding motorcycle” de
Daniel Johnston fue entonces la encargada de la despedida definitiva
con Yo La Tengo convertido en quinteto.
La lenta salida de la
gente, la levedad de los gestos sonrientes y conformes, casi que
fueron una continuidad de lo que habíamos presenciado. Y a poco de
empezar a vernos enfrascados en la euforía típica del Mundial de
futbol, ese cierre mínimo y tranquilo funcionó como una especie de
paso por un spa, que nos permita disponer de las energías renovadas
para las experiencias que se vienen.
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