domingo, 13 de abril de 2014

Enrique Bunbury en el Luna Park

                El fin de semana tenía un montón de opciones musicales dignar de participar. Por un lado Placebo en el Estadio Malvinas.  Los vi en el mismo estadio, sé de lo que son capaces de dar en vivo y llegaban con un disco (“Loud like love”) mucho más interesante del que presentaban cuando los vi en 2010. Después estaba el show del Indio Solari en Gualeguaychu. Formar parte de esa fiesta requiere de una logística medio compleja que mis tiempos y responsabilidades hoy por hoy no me permiten, y por otra parte, desconfío del disfrute musical en medio de la exageración de la concurrencia. Claro que el goce pasa por muchos otros lados, aunque esta vez quedó (volvió a quedar) relegado. El tercer show era el que intento contar, y fue el de Enrique Bunbury, un artista ya a amigo de este blog, puesto que  lleva una buena cantidad de posteos dedicados.
                Bunbury volvía al Luna Park después de 2009 (Hellville de luxe tour) y no pareció desconocer el contexto de su noche en Buenos Aires, pues rápidamente agradeció a quienes lo habíamos elegido,  y mandó un saludo al Indio, a sus fans y confesó: a nosotros también nos hubiera gustado estar allí. Tal vez algún claro en la platea y el campo concurrido, pero no atiborrado, tenían en Gualeguaychu a sus posibles ocupantes. Antes de eso un plato volador desde la pantalla trasera del escenario había “depositado” a los músicos, que abrieron el show con “Despierta”, del disco “Palosanto”, excusa para esta nueva gira. “Despierta, todo ha cambiado, nada es como habíamos imaginado”  resultó una buena carta de presentación.  Y “El club de los imposibles” pareció una cita dedicada al estadio que supo ser catedral del boxeo en Argentina.
                A pesar del buen comienzo y de los primeros cantos con “El club…” el clima “Palosanto” comenzó de manera efectiva con “Los inmortales” y una mirada desencantada sobre las propias cruces y con una lapidaria y desencantada sentencia final “los inmortales están bajo tierra, y sus cenizas se perderán, como todo lo demás, sin dejar huella”. Después de “Licenciado Cantinas”, un disco dedicado a la bohemia y tugurios latinos, “Palosanto” devuelve a un Bunbury más oscuro, y por primera vez, por momentos siniestro. Aunque no la haya tocado, “Habrá una guerra en las calles” imagina un apocalipsis violento detrás de los últimos recursos del planeta. Y en ese sentido, “Destrucción masiva” y esa especie de Terminator aniquilando hormigas humanas a su paso sea tal vez el mejor símbolo del espíritu del disco.  Pero la lectura en vivo no es lineal. Antes de eso Bunbury va y viene sobre su discografía e hilvana un recorrido que lo hace tan reconocible como querible. “Contracorriente” (de “Radical Sonora – 1997) fue un regalo para los fans más rebuscados, “Hijo de Cortes” es una, a esta altura, innecesaria auto defensa sobre su origen ibérico, aunque el groove la vuelve irresistible. El cover de “Odiame” le sienta perfecto a su versión más latina y “Más alto que nosotros solo el cielo” es una súplica idílica que corta el clima agobiante de “Palosanto”.
                Si bien los músicos habían descendido de un plato volador, Las Santos Inocentes (que acompañan ya desde haces unos años a Bunbury), es una banda viajera con reconocible espíritu de rockeros gastados. Aunque el rock and roll no sea lo que abunde en el setlist, cuando se sueltan son impecables (aprovechando un sonido a la altura; las mezclas en los conciertos de Bunbury suelen rondar la perfección) y se sostienen en el tándem de guitarras que forman Alvaro Suite y Quique Mena, más el teclado por momentos delicioso de Jorge Rebenaque. Y ellos son los encargados de sostener a un Enrique Bunbury que mientras canta parece poseído por el espíritu de Marc Bolan, pero que cuando habla con su público, parece ese mismo  Bolan, pero luego de un improbable baño de humildad. “El extranjero”, “Deshacer el mundo” (con ejércitos marciales marchando desde la pantalla) y “El rescate”, del descomunal “Viaje a ninguna parte”, fueron momentos que pusieron a prueba las gargantas del público.
                “Salvavidas” fue la última cita de “Palosanto”. La imagen de un canibalismo gourmet le otorga un delicioso espíritu de belleza, distinción y sexo al apocalipsis. Después solo se trató de cantar y cantar. “El hombre delgado que no flaqueará jamás” es uno de los momentos en donde Los Santos Inocentes arrasan. Pasa “Hay muy poca gente” (tal vez el tema de su carrera solista  que mejor rescata la épica de Heroes), y con “Frente a frente” el público femenino toma la delantera de las voces. “Que tengas suertecita” parece desatinada a tener un arreglo nuevo en cada gira. “De todo el mundo” es una confesión, una declaración de principios proveniente de “Las consecuencias”, a esta altura ya clásica. “Sí” es una afirmación de desaforado optimismo (“ante la duda, un sí”) y “Lady Blue” fue la encargada de cerrar el tramo madre del concierto, volviendo al arreglo original, como si el retorno de Bowie hubiese inspirado ese nuevo/viejo arreglo. Justamente ese astronauta abandonado en la inmensidad del espacio tuvo bastante más que ver con el plato volador que regresó y que desde la pantalla “abdujo” a los artistas, porque al inicio la escena no se comprendió del todo.
                Nadie dudaba que habría más, pero nadie tampoco imaginaba las sorpresas. El concierto de anoche daba por fin a la segunda etapa de la gira de presentación de “Palosanto” (dato que yo, honestamente, desconocía), y eso resultó la excusa para el encuentro de Enrique con algunos amigos locales. Primero fue Manuel Moretti (Bunbury participó en “El costado izquierdo”, último trabajo de Estelares) quien puso voces en la versión de “Puta desagradecida” del disco con Nacho Vegas. Después volvió el rock con “Bujias para el dolor” y el cierre fue con el efectivo y clásico blues latino “Infinito”.
Otro breve receso y otra vez dos micrófonos en el centro del escenario preanunciaron otro invitado. Se trató del ovacionado Andrés Calamaro, junto a quien Bunbury le puso al concierto la nostalgia y  melancolía necesarias para hacerlo bien porteño, con la versión de “Cosas olvidadas” de José Maria Contursi. Pero en este caso Andrés se quedó, se calzó una guitarra y mientras Bunbury citaba a Jake y Elwood Blues diciendo “estamos en misión divina”, la banda a pleno apostó y ganó por el Rock and Roll. Después de esa descarga, el “si ya nada puede ir peor, haz un último esfuerzo y espera que sople el viento a favor” resultó un mantra, un lógico gesto optimista para contrastar con algunas escenas de “Palosanto”. Como si esas imágenes de un mundo arrasado que pintan algunas canciones fueran más un alerta que una descripción. Y si en todo caso se concretan, pues será cuestión resistir, hacer el esfuerzo y esperar que el viento sople para el otro lado.

               
               










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