El fin de semana tenía un montón de opciones
musicales dignar de participar. Por un lado Placebo en el Estadio
Malvinas. Los vi en el mismo estadio, sé
de lo que son capaces de dar en vivo y llegaban con un disco (“Loud like love”)
mucho más interesante del que presentaban cuando los vi en 2010. Después estaba
el show del Indio Solari en Gualeguaychu. Formar parte de esa fiesta requiere
de una logística medio compleja que mis tiempos y responsabilidades hoy por hoy
no me permiten, y por otra parte, desconfío del disfrute musical en medio de la
exageración de la concurrencia. Claro que el goce pasa por muchos otros lados,
aunque esta vez quedó (volvió a quedar) relegado. El tercer show era el que
intento contar, y fue el de Enrique Bunbury, un artista ya a amigo de este
blog, puesto que lleva una buena
cantidad de posteos dedicados.
Bunbury volvía al Luna Park después de 2009
(Hellville de luxe tour) y no pareció desconocer el contexto de su noche en
Buenos Aires, pues rápidamente agradeció a quienes lo habíamos elegido, y mandó un saludo al Indio, a sus fans y
confesó: a nosotros también nos hubiera gustado estar allí. Tal vez algún claro
en la platea y el campo concurrido, pero no atiborrado, tenían en Gualeguaychu
a sus posibles ocupantes. Antes de eso un plato volador desde la pantalla
trasera del escenario había “depositado” a los músicos, que abrieron el show
con “Despierta”, del disco “Palosanto”, excusa para esta nueva gira. “Despierta,
todo ha cambiado, nada es como habíamos imaginado” resultó una buena carta de presentación. Y “El club de los imposibles” pareció una cita
dedicada al estadio que supo ser catedral del boxeo en Argentina.
A pesar del buen comienzo y de los primeros cantos
con “El club…” el clima “Palosanto” comenzó de manera efectiva con “Los
inmortales” y una mirada desencantada sobre las propias cruces y con una lapidaria
y desencantada sentencia final “los inmortales están bajo tierra, y sus cenizas
se perderán, como todo lo demás, sin dejar huella”. Después de “Licenciado
Cantinas”, un disco dedicado a la bohemia y tugurios latinos, “Palosanto”
devuelve a un Bunbury más oscuro, y por primera vez, por momentos siniestro. Aunque
no la haya tocado, “Habrá una guerra en las calles” imagina un apocalipsis
violento detrás de los últimos recursos del planeta. Y en ese sentido, “Destrucción
masiva” y esa especie de Terminator aniquilando hormigas humanas a su paso sea
tal vez el mejor símbolo del espíritu del disco. Pero la lectura en vivo no es lineal. Antes de
eso Bunbury va y viene sobre su discografía e hilvana un recorrido que lo hace tan
reconocible como querible. “Contracorriente” (de “Radical Sonora – 1997) fue un
regalo para los fans más rebuscados, “Hijo de Cortes” es una, a esta altura,
innecesaria auto defensa sobre su origen ibérico, aunque el groove la vuelve
irresistible. El cover de “Odiame” le sienta perfecto a su versión más latina y
“Más alto que nosotros solo el cielo” es una súplica idílica que corta el clima
agobiante de “Palosanto”.
Si bien los músicos habían descendido de un plato
volador, Las Santos Inocentes (que acompañan ya desde haces unos años a Bunbury),
es una banda viajera con reconocible espíritu de rockeros gastados. Aunque el
rock and roll no sea lo que abunde en el setlist, cuando se sueltan son impecables
(aprovechando un sonido a la altura; las mezclas en los conciertos de Bunbury
suelen rondar la perfección) y se sostienen en el tándem de guitarras que
forman Alvaro Suite y Quique Mena, más el teclado por momentos delicioso de
Jorge Rebenaque. Y ellos son los encargados de sostener a un Enrique Bunbury
que mientras canta parece poseído por el espíritu de Marc Bolan, pero que
cuando habla con su público, parece ese mismo
Bolan, pero luego de un improbable baño de humildad. “El extranjero”, “Deshacer
el mundo” (con ejércitos marciales marchando desde la pantalla) y “El rescate”,
del descomunal “Viaje a ninguna parte”, fueron momentos que pusieron a prueba
las gargantas del público.
“Salvavidas” fue la última cita de “Palosanto”. La
imagen de un canibalismo gourmet le otorga un delicioso espíritu de belleza, distinción
y sexo al apocalipsis. Después solo se trató de cantar y cantar. “El hombre
delgado que no flaqueará jamás” es uno de los momentos en donde Los Santos
Inocentes arrasan. Pasa “Hay muy poca gente” (tal vez el tema de su carrera
solista que mejor rescata la épica de Heroes),
y con “Frente a frente” el público femenino toma la delantera de las voces. “Que
tengas suertecita” parece desatinada a tener un arreglo nuevo en cada gira. “De
todo el mundo” es una confesión, una declaración de principios proveniente de “Las
consecuencias”, a esta altura ya clásica. “Sí” es una afirmación de desaforado
optimismo (“ante la duda, un sí”) y “Lady Blue” fue la encargada de cerrar el
tramo madre del concierto, volviendo al arreglo original, como si el retorno de
Bowie hubiese inspirado ese nuevo/viejo arreglo. Justamente ese astronauta
abandonado en la inmensidad del espacio tuvo bastante más que ver con el plato
volador que regresó y que desde la pantalla “abdujo” a los artistas, porque al
inicio la escena no se comprendió del todo.
Nadie dudaba que habría más, pero nadie tampoco
imaginaba las sorpresas. El concierto de anoche daba por fin a la segunda etapa
de la gira de presentación de “Palosanto” (dato que yo, honestamente,
desconocía), y eso resultó la excusa para el encuentro de Enrique con algunos
amigos locales. Primero fue Manuel Moretti (Bunbury participó en “El costado
izquierdo”, último trabajo de Estelares) quien puso voces en la versión de “Puta
desagradecida” del disco con Nacho Vegas. Después volvió el rock con “Bujias
para el dolor” y el cierre fue con el efectivo y clásico blues latino “Infinito”.
Otro
breve receso y otra vez dos micrófonos en el centro del escenario preanunciaron
otro invitado. Se trató del ovacionado Andrés Calamaro, junto a quien Bunbury
le puso al concierto la nostalgia y melancolía necesarias para hacerlo bien porteño, con la
versión de “Cosas olvidadas” de José Maria Contursi. Pero en este caso Andrés
se quedó, se calzó una guitarra y mientras Bunbury citaba a Jake y Elwood Blues
diciendo “estamos en misión divina”, la banda a pleno apostó y ganó por el Rock
and Roll. Después de esa descarga, el “si ya nada puede ir peor, haz un último
esfuerzo y espera que sople el viento a favor” resultó un mantra, un lógico
gesto optimista para contrastar con algunas escenas de “Palosanto”. Como si
esas imágenes de un mundo arrasado que pintan algunas canciones fueran más un
alerta que una descripción. Y si en todo caso se concretan, pues será cuestión resistir,
hacer el esfuerzo y esperar que el viento sople para el otro lado.
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