Confieso que estuve a punto de cometer un pecado
imperdonable: ahorrarme noventa pesos y no ir a ver el show de The Bad Plus en
la Boca. Pero por suerte los que cometieron el pecado fueron muchos más de los
que nos arrepentimos a último momento, así que casi sobre la hora me hice de
tickets para ver al trío originario de Minnesota. En primer lugar, y esto para quienes me
conocen no es novedad, empiezo por decir
que no tengo la menor simpatía con la alcaldía del Ingeniero Macri en Buenos
Aires. Pero si todos estos años de calles rotas, engendros viales, hospitales
abandonados, aulas containers y escuchas telefónicas tienen que encontrar una
compensación, el espacio creado en una vieja usina en la Boca, llamado La Usina
del Arte, probablemente sea el mejor de los contrapesos. Un concepto moderno,
un lugar cómodo en extremo, y una sala de conciertos para alrededor de unas mil
personas, en la que uno se siente en otro planeta. Yo ya había estado allí
cuando Josep Roca inauguró la semana de la cocina catalana en Buenos Aires, y esta
vez, ya dentro del recinto, sentí que no había mejor sala para disfrutar de la
noche que se venía. El escenario dispuesto en forma circular, permitió que
además de la platea al frente, algunas personas puedan ubicarse en los
laterales e incluso atrás del escenario, lo que le otorgó al concierto un
ambiente de cálida intimidad.
El encargado de abrir la noche fue Marco Sanguinetti,
quien desde su piano y acompañado por Jerónimo Carmona en contrabajo, Fermín
Merlo en batería y DJ Migma en bandeja de vinilos, presentó temas de su cuarto
trabajo titulado “8”. Como el mismo Marco lo definió, su propuesta se trata de
una música de impronta porteña, integradora de estilos que evocan el carácter cosmopolita
de la ciudad, y que resultó un agradable aperitivo. No hay solos, los temas son
melodías que disparan sonidos y climas reconocibles, y que por momentos a mí me
dejó la sensación de música incidental. Si yo fuera director de cine prestaría
atención al cuarteto de Sanguinetti, quien además del piano tocó armonio, se
mostró nervioso cuando le tocó hablar y presentarse, y maravillado de poder
tocar en ese hermoso escenario. En el cierre hicieron en continuado “Brain
damage” y “Ecplise”, el final de “The dark side of the moon”.
Si Marco Sanguinetti había sido el primer aplaudido
de la noche, el segundo turno le tocó al afinador del Steinway de Ethan Iverson,
quien hizo su trabajo frente al público que esperaba el inicio del show.
Después sí entraron los músicos y dieron comienzo al concierto con “Pound for
pound”, tema que también inaugura “Made possible” (2012), el último trabajo del
trío, excusa para la presentación de anoche. Siguieron con “Wolf out”, composición de Dave
King, a la que le continuó la primera exposición de Reid Anderson, presentando en
español a los músicos, los temas y anunciando una nueva composición de Iverson,
llamada “Mr. Now”. La placidez del comienzo, provocada por la melodía suave y
repetida de “Pound for pund” (que se intensifica y vuelve a la calma inicial),
contrastó con la intensidad de “Wolf out”, y en ese tipo de contraste es que
The Bad Plus construye el clima del concierto. De lo relajado a lo visceral,
con cortes, quiebres y crescendos, haciendo gala de su ductilidad como músicos,
pero sin caer jamás en excesos pretenciosos ni virtuosismos exagerados. Incluso cuando Dave King cierra “Mr. Now” con
lucimiento individual, nada suena forzado ni mucho menos.
Siguieron dos temas de “Prog”, el trabajo de 2007.
Primero el celebrado “Thrifstore jewerly”, con el piano de Iverson que de
pronto se vuelve rioplatense, y “Giant”, en donde ese mismo piano construye una
melodía que se vuelve épica sobre el loop hipnótico del bajo de Anderson. Y
otra vez a “Made possible”, con "I want to feel good Pt. 2", y una batería vertiginosa que anticipa a un Iverson
frenético que en el devenir del tema de pronto pareciera estar tocando
standards, yendo y viniendo a contramano sobre ese pulso inicial. Al final del tema Reid Anderson pide
disculpas por un problema en el retorno de su instrumento, y luego de
improvisar cantando una canción sobre el incidente, y cuando la solución se
demoraba en llegar, provocó carcajadas con un insólito “bueno, igual el
contrabajo no es muy importante”.
En “Re-elect that” Ethan Iverson maravilla, y después
deja espacio a breves momentos de lucimiento personal de Anderson y King. Y en “Seven minute mind” el trío se monta sobre un impulso rockero, aquel
de sus comienzos, cuando se destacaron por sus particulares versiones de
clásicos del pop y el rock. En este caso el show se basó (al menos en su cuerpo
principal) en todos temas propios, manteniendo el espíritu de “Never stop” y “Made
possible”, sus dos últimos trabajos, dueños íntegramente de esa característica.
Cortes y contrapuntos hicieron del tema un momento fascinante, en lo que a mi
juicio es el mejor momento del disco.
Para
el final guardaron el prolongado “In stiches”, luego de que Reid Anderson
mostrara que le había tomado el gusto, y ensayara una despedida cantada. El
tema arranca en tono melancólico, va creciendo en intensidad, adquiere un ritmo
alborotado, el piano de pronto se vuelve de fantasía y retorna al comienzo
dejando al contrabajo despidiéndose casi en una sutileza tímida, que provocó la
ovación, con todo el público de pie, que saludó a los músicos que dejaban el
escenario.
Yo ya había visto a The Bad Plus en vivo, pero en
aquella oportunidad vinieron en medio de su proyecto junto a Wendy Lewis, y el
despliegue del poderío instrumental del trío lo había podido disfrutar en
cuenta gotas. No porque aquel proyecto no valiera la pena ni mucho menos, pero
lo cierto es que la esencia y encanto del trío pasa por otro lado. Esta vez sí
pude gozarlos en todo su esplendor. Y avasallado por el poderío del grupo y
mientras esperaba los bises, me quedé pensando en que es tal la variedad desde
donde abordan su música, que hasta la imagen de cada integrante evoca un origen
diferente. La seriedad de Iverson con traje y corbata, el look casual de
Anderson con la camisa suelta y mangas arremangadas, y los tatuados antebrazos
de King, quien además toca con un gorro de lana coronado por un absurdo pompón
blanco.
Volvieron con un meddley que tuvo como eje (casi en
un acto de rebeldía para con el floydeano cierre de Sanguinetti) a “Smells like
teen spirit”. Después sí se despidieron de manera definitiva, y yo decidí coronar la noche con un malbec de
espíritu toscano, del cual cuando tenga un blog de vinos, tengo un montón de
cosas para contarles.
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