Cuando uno vuelve de las vacaciones, y más cuando
llega de un paisaje tan placentero y armónico como es la Patagonia norte, pisar
la ciudad suele provocar un impacto difícil de asimilar. Aunque en mi caso es
cierto que el espíritu urbano nunca me abandona del todo, no por nada la
lectura de Vonnegut y los discos de Nacho Vegas me mantuvieron en contacto con
mi esencia mientras recorría bosques y lagos del sur. Ahora bien, así como dicen
que para meterse en un mar de agua fría la mejor manera de aclimatarse es
haciéndolo de manera veloz y repentina, para asumirse en una ciudad húmeda y
calurosa, nada mejor para aclimatarse que pasar una noche en Groove. Así que un
poco siguiendo esa premisa, y otro poco por el placer que me produce la banda
en vivo, casi que recién bajado del avión, rumbeé para Palermo para presenciar
el show de El Cuarteto de Nos.
Los conciertos de verano tienen de por sí una
característica particular. Por lo general ninguna banda anda girando con
material nuevo, ni con proyectos pretenciosos, sino simplemente los músicos se
abocan a shows a los que uno podría llamar, sin desmerecerlos, demagógicos: listas de hits a medida de un
público excitado por el aire veraniego y el ímpetu vacacional. Y el concierto
que los uruguayos dieron anoche en Groove no abandonó esta premisa en ningún
momento.
Largaron temprano, alrededor de las nueve, porque a
continuación había una fiesta que incluía a los inefables Pibes Chorros. Así que
el programa de todos anoche era escuchar, saltar, cantar, tomar impulso y huir rápido
del lugar. Y gritar, desde ya. Porque con “El hijo de Hernandez” como apertura,
las gargantas fueron exigidas desde el primer estribillo. Y en seguida “Algo
mejor que hacer”, cuyas líneas complacientes resultan un canto a la inactividad
vacacional y al asueto permanente. Casi como una continuidad conceptual, el “Ya
no hacer conmigo” de Raro comenzó a hilvanar una especie de recorrido, que tal
vez inconsciente, que se transformó en un relato que a lo largo de la noche glorificó
la holgazanería, la indecisión, el inconformismo y la celebración desmedida y
sin razón.
En una pista atiborrada de gente de todas las edades,
el pogo se sucedía como pocas veces, y la escena me recordó que habiendo visto
a El Cuarteto de Nos en diferentes escenarios, los ambientes reducidos producen
una versión de la banda que rescata su carácter más enérgico. Así que aunque
Santiago Tavella le bajó un poco el clima a la noche con su “Enamorado tuyo”, “Así
soy yo” y “Nada es gratis en la vida” devolvieron al show a su rumbo original.
A continuación Roberto Musso quedó solo y sentado hizo “Todos pasan por mi
rancho”, mientras parte del público también se sentó en la pista, para estallar
el unísono cuando el resto de la banda se sumó para el cierre del tema.
Cada canción fue cantada por el público a viva voz de
manera tan unánime, que en muchas oportunidades las voces taparon a la de los
músicos. Tal vez por eso Musso gritó más que otras veces, aunque por momentos
también eligió cederle a la gente la voz principal. “Mi lista negra” y su declaración de principios, el capricho
ingenuo e inmaduro de “No te invité a mi cumpleaños” (tan Big Bang Theory….),
la ironía de “Lo malo de ser bueno” y “Cuando sea grande”, precedieron a una
dupla que tuvo al trabajo como eje: la entrevista laboral de “Breve descripción
de mi persona” (con la máquina de escribir en escena), y “Pobre papá” y el
disgusto con el peso de las tareas diarias.
Yo me había ubicado en una de las pasarelas laterales
elevadas, con lo cual la visión del despliegue físico del público más exaltado
me quedaba en primer plano, y en mi caso aproveché una leve corriente de aire que me aliviaba un
poco. Los chicos parecían muñequitos de goma rebotando adentro de un baño
sauna. Cuando “Bipolar” dio comienzo al tramo final del show, más de una chica
con presión baja fue atravesando en brazos la pista, en busca de aire y agua. Y
eso que anoche no fue precisamente la más calurosa de Enero….Groove en su
máxima expresión.
La lista había sumado muchos hits, así que por
descarte resultaba sencillo preanunciar los temas que sonarían como despedida: “Miguel
gritar” e “Invierno del ‘92”, primero; y luego de un receso breve, el vengativo “Buen día, Benito”, y el descontrol absoluto
con “Yendo a la casa de Damián”, previo anuncio de un show en el Gran Rex para
el 17 de Mayo. Y aunque la gente pedía
espacio para Alvin, el batero, finalmente llegó una caricia de despedida con “Me
amo”, vaya a saber si dedicada al público, a ellos mismos, o a todos.
Confieso que escuché los últimos acordes bien cerca
de la puerta, buscando aire por cierto. Pero también movido por el temor de
quedar encerrado y terminar rodeado por la fiesta de trasnoche que se venía. A
la salida, comida chatarra como para seguir reambientándome al ritmo citadino.
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