Esta
era para mí una semana de vacaciones. Después de una especie de retiro del
mundo virtual y una vida silvestre y un
aire puro impropio de estos tiempos, volví a la ciudad con un montón de
opciones para cerrar la semana de descanso. Entre pizzas con amigos y la
excelente vuelta de Woody Allen al drama con “Blue Jasmine”, el domingo tenía
dos opciones: o quedarme sufriendo una (a esta altura) previsible derrota de
River frente al único equipo del futbol argentino que sabe a qué juega, o
acercarme a la segunda fecha del Pesonal Fest en el GEBA San Martin. Si estoy
escribiendo en este blog y no
descargando broncas en foros millonarios, está clara cual terminó siendo la
elección.
Confieso
que tenía decidido dejar pasar este festival, pero los cupones de descuento
sobre la hora se han transformado en el límite de mis convicciones. La verdad
es que Muse, después de haberlos visto dos veces, no está en un momento que
pueda llegar a sumarme mucho en particular, pero la presencia de Jane’s
Addiction y, en especial, Albert Hammond Jr hicieron que termine por decidirme.
Del resto poco me atraía, así que llegué al predio tarde, y antes de lo que me
interesaba, apenas vi el último tramo del set de Mystery Jets: folk bien
arreglado, un slide llevadero, algo de psicodelia y armonías vocales interesantes.
Cuando estaban empezando a interesarme, cerraron su performance con dos temas
de bastante menor factura de lo que venían haciendo. De todas maneras que en el
mundo de la música aun haya gente intentando invocar el espíritu de Syd Barrett
no está nada mal.
Lo
interesante del line up de la segunda fecha del Personal Fest fue que la manera
en que se alineaban los grupos, convertía a la experiencia en un viaje musical
por buena parte del hemisferio norte. De Inglaterra nos íbamos a la costa este
norteamericana. Más adelante el salto sería hasta la costa oeste, y finalmente
un regreso al Reino Unido. Y de la costa este tocaba más específicamente el
turno de Nueva York. “AHJ” el reciente
EP de cinco canciones que acaba de editar Albert Hammond Jr es a mi juicio
mejor que todo el último álbum de The Strokes. Si bien el último disco de la
banda madre ayuda mucho para llegar a este juicio, no quiero eximir de méritos
al guitarrista, cuyos dos trabajos solistas son una buena demostración tanto de
sus dotes de compositor, como así también de cuánto del sonido de The Strokes
le pertenece. En el mismo escenario en
donde en 2011 tocara con sus compañeros de banda, Albert hizo un set de poco
más de una hora sostenido en los temas nuevos y en especial en su segundo disco
“Yours to keep”. De allí arrancó con “In transit” y “Everyone gets a star” y
junto con dos guitarristas más (uno de ellos igualito a Martin Lousteau) armó
una pared eléctrica que nos retrotrajo a los tiempos de “Is this it”. Alentado
por un persistente grupo de fans femeninas que lo tiene por sex symbol, bailó
con la música que llegaba de los escenarios menores, se mostró de buen humor y
a gusto con su banda, e intercaló algunos temas nuevos y covers. Entre estos
últimos sonó “Postal blowfish” de Guide by Voices, y entre los nuevos se
destaca la furia de “Carnal
cruise”. Hay que decir que cada vez que Albert Hammond Jr juega a ser Pete Townshend
el rock gana diez años de vida extra. Y como corolario de un show compacto que
nos dejó a punto para Perry Farrell y los suyos, cerró con una incendiaria
versión de “Last caress” de The Misfits.
El caso de Jane’s Addiction es
particular. Después de demorarse años en pisar estas tierras, ahora resulta que
vienen todos los años. La primera vez fue tocando, paradójicamente, para una
compañía de telefonía celular competencia de la que organizaba este festival. Y habiendo visto aquel primer show, tengo que
decir que este tercero fue casi el mismo. En su reunión la grabación de material
nuevo es apenas una excusa (“The great escape artist” los coloca a la altura de
una anodina banda de hard rock y poco más), y sus shows se sostienen,
felizmente, en los tramos más logrados de su carrera, allá por los principios
de los ’90. La puesta y las dotes de Jane’s Addiction son las de siempre. Las
chicas que bajan al escenario vestidas de novia y que terminan en una cita
sadomasoquista, y una puesta que destila sexo sucio en todos los detalles. Pero
además la base de Chris Chaney y Stephen Perkins sigue resultando imbatible y
poderosa, la guitarra de Navarro sigue incendiándose en cada solo, y la voz
aguda y el despliegue escénico de Farrell consuman un suceso que por repetido,
no pierde su poder avasallante. Si bien abrieron con “Underground” de su último
disco, la línea de bajo de “Mountain song” y luego “Just because” pusieron las
cosas en su lugar. La energía liberada desde el escenario contagió a un público
que no era mayoritariamente el propio (condición que se notó cuando sobre el final
de su set la gran mayoría de gente prefirió abandonarlos para encontrar mejor
ubicación frente al escenario principal). Perry Farrell aprovechó para
promocionar la edición local de Lollapalooza para 2014, y recordar una vez más
que hizo las veces de DJ en Pachá mientras el país se deshacía en Diciembre de 2001
(con una sola referencia a un presente mucho más esperanzador, se ganaba un
lugar en los spots de Filmus). En “Ted, just admit it” las chicas volvieron a
mecerse sobre el escenario, pero ahora enfundadas en cuero y armaron con
Farrell su escena hardcore mientras el tatuado Dave Navarro toca como ajeno a lo que sucede a sus
espaldas, aunque si uno presta atención percibe que es la tensión de sus dedos
aferrados a la guitarra lo que conduce toda esa puesta. “Ocean size” fue
adrenalina pura, y “Stop!” (con el “señores y señoras: nosotros tenemos más
influencia con sus hijos, que tú tienes. Pero los queremos” incluido) cerraron
el show. Aunque en realidad continuaba, pero decidieron salirse un minuto del
escenario y eso resultó fatal. La gente empezó a cambiarse de escenario y
cuando volvieron e hicieron “Chip away” y cerraron con la contagiosa y acústica“Jane
says”, buena parte del público les daba la espalda. Insólito y solo explicable
bajo el eclecticismo del público de festivales. Jane’s Addiction estaba dando
un show del carajo, y algunos (muchos) eligieron quedarse sin el postre.
Con Muse puede que termine siendo
injusto. Creo que cuando llegaron por primera vez con “HAARP” bajo el brazo,
estaban en el punto culmine de su carrera. Todo lo que hicieron
después me pareció de un tono menor, en algunos casos impropio de su potencial. La banda tiene dos caras, con canciones a las cuales se abocan desde un lugar progresivo, pero muchas veces abusan de una emotividad que los coloca al límite de lo empalagoso. Si se trata de dividir mejor las aguas, yo podría decir que Muse me interesa muchísimo más cuando remite a Rush, que cuando imita descaradamente a Queen. Eso sí, pocos entienden como ellos el concepto de rock de estadio (no por nada fueron teloneros de U2 en su segunda visita al país), y cuando lo ponen en práctica construyen un espectáculo digno del tamaño de la banda. Tengo que decir que me sorprendió la masividad del show, jamás creí que pudieran meter 25 mil personas. Eso significaba que muchos (la mayoría en realidad) los estaba viendo por primera vez, y por eso resulta comprensible el asombro casi pasmoso que se produjo en algunos rostros ante la puesta. Después de un video con “The 2nd law: Unsustainable” de fondo, la banda dio comienzo al show con “Supremacy”. Enseguida “Map of the problematique” los retrotrajo a sus mejores tiempos, y con “Panic station”, se convierten un banda bailable y funk, en una de sus más sorprendentes formas en las que se reinventan en su último disco.
En la primera parte del set, Muse se preocupó por poner a la gente ante
las canciones más conocidas y celebradas: “Plug in baby”, “Resistance” (gracias
Brian May) y la imbatible “Knights of Cydonia”. La banda es precisa, Bellamy no
deja de lucirse sin abusos, Chris Wolstenholme es una máquina perfecta, y la
batería de Dominic Howard sabe trabajar sus golpes potenciando los impactos emocionales.
En el cover de “Feeling good”, Matthew
Bellamy juega a ser Freddie Mercury, aunque resulta meloso al extremo. A
continuación con “Follow me” la noche se convierte en una apoteosis de luces y
rayos laser, haciendo el tramo de mayor despliegue desde lo visual. Si uno intenta seguir el concepto del concierto
se encuentra ante una alerta casi apocalíptica, cargada por una épica que por
momentos satura (“Guiding light”), aunque los idas y vueltas en los climas son
los que sostienen al show. Entonces “Liquid state” (con Wolstenholme en la voz)
me devuelve la esperanza, “Madness” los regresa al pop más pegadizo (no choreen,
yo también tuve “A kind of magic”,
chicos), y “Time is running out”, con intro de “The house of the rising sun”, suena
como en sus mejores tiempos.
El
tramo final incluyó “The 2nd law: isolated system” sobre la proyección de un
video agobiante con unos chicos corriendo escapándose de un mundo que parece
perseguirlos en su destrucción, y el pop directo de “Uprising” y “Starlight”
como para amenizar y cantar con la gente. Para el final guardaron “Survival”,
con el cual expanden su pretensión épica hasta el infinito, y lo que era una
alegoría sobre la competencia deportiva (fue la canción oficial de las
olimpíadas de Londres), termina siendo una ofrenda por demás pretenciosa con
Bellamy cantando “revelaré mi fuerza a toda la raza humana. Sí, voy a ganar”,
como si se tratase de un líder salvador entre ese mundo alienado sobre el cual
por casi dos horas, intentaron alertarnos. Puede que alguien se haya quedado
esperado algún bis, pero robarles ese final heroico hubiese sido un pecado.
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